Vocaci¨®n apasionante
Los hispanistas de toda Am¨¦rica -comenzando por Estados Unidos- se indignaron cuando Kenneth Clark dej¨® fuera las numerosas aportaciones hisp¨¢nicas a la cultura y civilizaci¨®n europea en su difundida serie para la televisi¨®n titulada precisamente Civilisation... El doctor Galbis, director entonces de la revista hisp¨¢nica Entre Nosotros es quien me lo cuenta. El doctor Galbis, de origen espa?ol, profesor de la University of Southern California, escritor, secretario del cap¨ªtulo californiano de la sociedad Sigma, Delta, Pi, cuya finalidad es la de la difusi¨®n de los valores de la cultura y las letras hisp¨¢nicas en particular, es un hombre de enorme sabidur¨ªa y sensibilidad. Apasionado, como todos los hispanistas que conozco, se une a la vox populi espa?ola de la leyenda negra, que han creado pa¨ªses rivales del nuestro para borrar nuestras aportaciones culturales m¨¢s claras y brillantes. Quien firma estas l¨ªneas no tiene tanta cultura, tantos datos en su cabeza, y no se atreve a decirle al doctor Galbis que, a su juicio, en Espa?a es donde comienza el oscurecimiento de todos esos valores, de cualquier tipo que sean; que lo que m¨¢s parece divertirnos a los espa?oles es desmitificar a las figuras consagradas.En Houston (Texas) el doctor Walter Rubin, sentado junto a m¨ª en una comida entre profesores, me pregunta de pronto si la obra de Benito P¨¦rez Gald¨®s ha influido de alguna manera -personajes, creatividad- en mi vocaci¨®n de novelista. Aunque mi respuesta es negativa, Rubin puede darse cuenta de mi inmensa admiraci¨®n por Gald¨®s. Creo que desde Cervantes no se ha dado el caso de novelista tan grande como Gald¨®s. Walter Rubin me confiesa que esa pregunta sobre Gald¨®s la hace a todos los escritores espa?oles o de pa¨ªses hispanohablantes que pasan por su universidad de Houston, desde que un d¨ªa un escritor moderno, espa?ol, al o¨ªr esa sugerencia volvi¨® hacia ¨¦l una cara en que se marcaba una mueca despectiva y soberbia. "Nadie que est¨¦ ente rado de la literatura moderna puede creer que Gald¨®s cuente algo en esa literatura. Gald¨®s era un escritor mediocre y ya est¨¢ totalmente pasado". Walter Rubin comprendi¨® que ese escritor no hab¨ªa tenido la curiosidad -no se necesita paciencia, porque la obra galdosiana es inmensa, pero amen¨ªsima- de leer a Gald¨®s. Y desde entonces -el hispanista galdosiano- colecciona para su archivo particular las respuestas sobre el asunto, y dice que entiente por qu¨¦ son galdosianos combatientes tantos hispanistas de EE. UU. Le cuento a Rubin que Am¨¦rico Castro -a quien tuve la suerte de conocer personalmente- me explic¨® un d¨ªa c¨®mo su generaci¨®n, en la juventud, reaccion¨® ante lo que parec¨ªa una muralla: la extensa obra de Gald¨®s, dejando a un lado su estudio para dedicarse exclusivamente a los nuevos valores novel¨ªsticos -la gran generaci¨®n del 98, por ejemplocomo si no pudieran coexistir. "M¨¢s tarde", cito la conversaci¨®n de don Am¨¦rico, "me he desesperado de esa ceguera juvenil. A veces en Norteam¨¦rica he dado en la universidad un curso entero ocup¨¢ndome de una sola de las novelas de Gald¨®s, y a¨²n me faltaba tiempo para descubrir a los alumnos todos sus valores..." Tambi¨¦n le cuento a Rubin que, a ra¨ªz de la guerra civil, la obra de Gald¨®s estuvo h¨¢bilmente censurada; se permiti¨® la edici¨®n de Obras completas, forradas en piel, y la venta -sin poner en el escaparate los libros- de la primera serie de los Episodios nacionales, y nada m¨¢s... Y que los j¨®venes de entonces, sin darnos cuenta de tal prohibici¨®n, busc¨¢bamos los libros tajantemente prohibidos de los autores censurados totalmen-
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Vocaci¨®n apasionante
Viene de la p¨¢gina 11te, de los exiliados. Olvid¨¢bamos a Gald¨®s como el hito insoslayable que es en nuestra literatura. En mi caso particular, nunca cre¨ª los t¨®picos negativos sobre Gald¨®s. Lo hab¨ªa le¨ªdo casi desde la infancia en la isla de Gran Canaria. Por eso lo he rele¨ªdo en la edad madura y he llegado a entender -dentro de lo que cabe- esa prohibici¨®n de Gald¨®s durante tantos y tantos a?os. Nadie ha descrito el horror de las guerras civiles de nuestro pa¨ªs, y sus gentes y sus pasiones, como Gald¨®s en sus 46 novelas de los Episodios Nacionales. Guerra y Paz, de Tolstoy, universalmente conocida por su cala profunda en el alma rusa, no gana en altura y profundidad a muchas de esas novelas de los Episodios.
En Shrevenport, Louisiana, el hispanista Arnold Penuel no quiere creer que en Espa?a se puedan leer en revistas o diarios prestigiosos frases como ¨¦sta: "Gald¨®s, hombre gris, que invent¨® una multitud de personajes tan grises y aburridos como ¨¦l mismo...".
"Hum... No. Usted exagera. S¨ª Gald¨®s no es tan universalmente conocido como Cervantes se debe al recelo de otros pa¨ªses, envidiosos de Espa?a. Pero los directores de cine, los magn¨ªficos cineastas espa?oles, se ocupan actualmente de Gald¨®s y, modestamente, nosotros, los hispanistas, por lo menos en Estados Unidos". Los directores de cine, s¨ª. Comenz¨® el gran Luis Bu?uel a explotar la cantera de sus personajes fabulosos.
Arnold Penuel y Kerr Thompson, profesores hispanistas de distintas universidades, me fueron a recibir al aeropuerto de Shrevenport. Penuel me explica -con cierto simp¨¢tico sonrojo de Thompson- que los alumnos de Kerr estaban muy preparados respecto a mi obra. Thompson ha escrito un ensayo magn¨ªfico sobre Las im¨¢genes del agua en una de mis novelas. Penuel, en cambio, est¨¢ dando un curso sobre novela latinoamericana y ha tenido que repasar mi obra apresuradamente para preparar a sus alumnos, al saber mi visita.
"Y... Hum... S¨ª; yo quisiera preguntarle, ?no ha influido Gald¨®s sobre sus personajes? Esas figuras de mujer... ?No ha pensado usted en do?a Perfecta, por ejerriplo?".
Thompson se r¨ªe. Esta pregunta me ha sido hecha en el mismo aeropuerto, a mi llegada. Thompson conoce la doble vida de su amigo Penuel: la que lleva en su universidad y en su casa con su encantadora familia -a quien conoc¨ª poco despu¨¦s, junto a la no menos estupenda de Thompson- y su segunda vida, en brumas de sue?os entre los 8.000 personajes de su admirado Gald¨®s. Quiz¨¢ eso me hace recordar a Penuel -joven como Thompson- como un alto y delgado Sherlock Holmes, abstra¨ªdo e inquisitivo a un tiempo, mientras me muestra la peque?a biblioteca de su departamento de espa ?ol en la universidad; y en ella, 18 tomos de Anales galdosianos, editados por la universidad de Boston, bajo la direcci¨®n de Rodolfo Cardona, impresos -biling¨¹es- en Canarias. Y en espa?ol, siete libros de la La ep¨ªtica literapia en Gald¨®s, de Shoemaker.
"En Estados Unidos somos muchos los galdosianos. Descubrir a Gald¨®s es como descubrir un Everest en el Himalaya...".
?Descubrir nuestras cumbres! Comprendo que sea apasionante dedicarse el hispanismo. Los profesores de Lengua y Literatura de otros pa¨ªses europeos lo tienen ya todo hecho. ?Puede concebirse que un intelectual franc¨¦s, por ejemplo -le guste o no- diga que Balzac es mediocre y est¨¢ pasado? La gran cultura literaria francesa brilla en todo su esplendor y se difunde por el mundo gracias a los propios franceses, orgullosos de sus monstruos sagrados -con raz¨®n-. Y en su firmamento brillan para siempre los genios, y tambi¨¦n las estrellas de menos magnitud en todos slis siglos y momentos... A poca cultura que se tenga, ning¨²n escritor ignora a los escritores franceses.
Penuel no puede creer que un prestigioso cr¨ªtico clinernatogr¨¢fico franc¨¦s, a ra¨ªz de la pel¨ªcula de Bu?uel Nazar¨ªn, escribiera en Le Monde que esta gran pel¨ªcula hab¨ªa lanzado al mundo el nombre de un joven y genial escritor espa?ol -hasta el momento, desconocido- llamado Benito P¨¦rez Gald¨®s. En aquella ocasi¨®n el tambi¨¦n cr¨ªtico de cine espa?ol Emilio Sanz de Soto public¨® una carta en Le Monde explicando qui¨¦n era Gald¨®s. Y a ra¨ªz de la explicaci¨®n la; dos cr¨ªticos se hicieron amigos, porque Sanz de Soto demostr¨® conocer profundamente -y admirar- la cultura literaria francesa, pero tambi¨¦n conoce y admira -y esto s¨ª que es extra?o- su propia cultura espa?ola.
?De qui¨¦n parte el oscurecimiento de nuestra cultura? Si nosotros desmitificamos en un dos por tres a toda persona que sobresale un poco y la cubrimos con arenas de pereza (?qu¨¦ suerte, ya no tenemos que estudiar a ese tipo (!). Si nosotros negamos nuestros valore!, ?qui¨¦n se va a preocupar en desmentirnos? S¨®lo los hispanistas, temblorosos -de entusiasmo por deshacer la leyenda negra creada por nuestros p¨¦rfidos rivales.
Y el entusiasmo hispanista no es para menos. Apenas empiezan a escarbar como arque¨®logos, encuentran ciudades perdidas, genios literarios... Hace unos 30 a?os descubren que la primera ciudad que existi¨® en Estados Unidos no fue fundada por ingleses, como se crey¨® durante 300 a?os, sino por espa?oles. Un olvido de la p¨¦rfida extranjera, pero tambi¨¦n nuestro. S¨®lo el olfato hispanista pudo llegar a encontrar los documentos de la fundaci¨®n en los m¨¢s olvidados y oscuros rincones de nuestros archivos... Descubren que un escritor al que -a pesar de sus 100 obras y sus estatuasmuchos incautos espa?oles, influidos quiz¨¢ por esa perfidia ajena, tachan de gris y mediocre..., es un Everest en el Himalaya de la novel¨ªstica europea.
Hispanismo. Vocaci¨®n apasionanate.
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