?tica y utop¨ªa del pacifismo
Vivimos en una ¨¦poca parad¨®jica: la supertecnolog¨ªa aplicada a los arsenales nos puede conducir a la desaparici¨®n de la especie o al caos social. Los movimientos pacifistas y en contra de la carrera de armamentos salen a la calle de manera no violenta para oponerse al exterminio, pero ensu pr¨¢ctica concreta, todav¨ªa sin una teor¨ªa pol¨ªtica acabada, guiados por una ¨¦tica de la vida, ponen en cuesti¨®n muchos de los postulados tradicionalesdel pensamiento social y pol¨ªtico. Entre la aparici¨®n de la primera sociedad pacifista europea, fundada en Suiza en 1.830 por el Conde Sellon, y la creaci¨®n del Partido Verde Alem¨¢n, con 28 diputados en el Bundestag, el pacifismo ha vivido muchas etapasy vicisitudes. Herederos de una tradici¨®n, los movimientos pacifistas de los a?os ochenta parecen encarnar el tiempo de la utop¨ªa.
"Marcuse deber¨ªa estar vivo para verlo", nos dec¨ªa hace una semana un pacifista alem¨¢n occidental, mientras descansaba en una cafeter¨ªa de Bremerhaven, luego de haber estado tres d¨ªas bloqueando con otros centenares de personas, hasta sumar 20.000, la entrada a las instalaciones militares que posee Estados Unidos en el puerto de esa ciudad, sobre el mar del Norte. Un puerto por el que entran suministros y municiones para las fuerzas norteamericanas en Europa. "Deber¨ªa estar vivo, porque hace m¨¢s de 1,5 a?os dijo en Berl¨ªn que se hab¨ªa llegado al final de la utop¨ªa, ya que las fuerzas materiales, humanas, intelectuales, para realizar lo que parec¨ªa irrealizable, ya estaban presentes". Y mirando hacia afuera, a?adi¨®: "Y aqu¨ª estamos".Por las calles, bajo una llovizna fr¨ªa, miles de personas regresaban al atardecer para descansar y continuar al d¨ªa siguiente su lucha contra la carrera de armamentos, en general, y la instalaci¨®n de los nuevos misiles de crucero de alcance medio y Pershing 2, en particular. Una lucha pac¨ªfica, si cabe la bontradicci¨®n para enunciarla, basada en m¨¦todos no violentos de resistencia activa, pero que sintetiza una tradici¨®n que empez¨® en el siglo XVIII con el Proyectopara lograr la paz perpetua en Europa, de Charles Fren¨¦ Castel de SaintPierre. Este autor propuso entonces que todos los Estados se comprometieran a resolver sus litigios ante una asamblea permanente constituida por,esos mismos Estados. Aquel esbozo de Naciones Unidas deber¨ªa ser hoy m¨¢s real, pero los repetidos llamamientos que ha hecho la ONU para alcanzar la paz por v¨ªas pac¨ªficas, en favor del desarme, parecen ser desconocidos por la mayor¨ªa de los gobernantes.
Entre Saint-Pierre y el oto?o caliente contra los nuevos misiles; entre la primera sociedad pacifista europea, fundada en Suiza, en 1830, por el conde de Sellon y el Partido Verde alem¨¢n, con 28 diputados en el Bundestag, y entre las teor¨ªas de Von Clausewitz de la guerra como continuaci¨®n de la pol¨ªtica por otros medios y la escalada b¨¦lica a nivel mundial, el pacifismo ha vivido muchas etapas y vicisitudes. "Para m¨ª", dice Petra Kelly, "la no violencia en la tradici¨®n'de Martin Luther K¨ªng, Mahatma Gandhi y Bertha von Suttner (fundadora del pacifismo alem¨¢n) es un elemento natural que descansa sobre el poder de la verdad, antes que enla fuerza de las armas, y que emerge de un sentido de unidad subyacente de todos los seres humanos".
Gandhi, las primeras campa?as por el desarme nuclear -impulsadas por Bertrand Russell y Albert Einstein, entre muchos otros cient¨ªficos, que vieron que el futuro podr¨ªa llegar a no existir si se aplicaba la energ¨ªa nuclear en los arsenales-, alimentan, antes en la pr¨¢ctica concreta que en el conocimiento de sus teor¨ªas, a las mujeres que rodean las bases de Greenham Common, en el Reino Unido, o de Siracusa, en Estados Unidos -en la primera se instalar¨¢n misiles de crucero; desde la segunda se los enviar¨¢ a Europa-; a los que se enfrentan a la polic¨ªa italiana, la Mafia y el Ej¨¦rcito norteamericano para que no se desplieguen misiles en la apacible isla mediterr¨¢nea de Comiso, o a los vecinos de Caba?eros,y Las Bardenas, que se niegan a que las maniobras militares destrocen la naturaleza y el sistema nervioso.
Pero hay m¨¢s ra¨ªces y m¨¢s conflictos que le dan vida al resurgimiento del pacifismo en los ochenta. ?ste encarna una cr¨ªtica en doble direcci¨®n: al pensamiento de izquierdas, en todas sus variaciones, le dice que la guerra no necesariamente es la madre de la revoluci¨®n y que la paz no sobrevendr¨¢ como algo natural luego de la crisis y desmoronamiento del capitalismo. Vemos c¨®mo el sistema busca, una vez m¨¢s, v¨ªas de salida a la crisis actual, y lo est¨¢ haciendo, adem¨¢s, con la industria b¨¦lica corno uno de sus puntales, aun cuando ¨¦sta sea fruct¨ªfera en lo inmediato y aceleradora de la crisis de la que se pretende salir en largo plazo.
La segunda direcci¨®n de la cr¨ªtica es a la tradici¨®n belicista de la derecha: en la ¨¦poca de la miseria extendida a las tres cuartas partes de la poblaci¨®n planetar¨ªa, con los recursos naturales agot¨¢ndose, los r¨ªos contaminados, la, atm¨®sfera seriamente afectada por las pruebas nueleares, los bosques muriendo por la lluvia ¨¢cida -producto de una industrializaci¨®n incontrolada-, gastar un mill¨®n y medio de d¨®lares por minuto en armamento es un disparo continuo contra la humanidad. Y con el agravante de que la guerra no se extingue, sino que es una amenaza constante en la parte norte del planeta, en tanto se libra sin cesar en el llamado Sur o Tercer Mundo.
Mientras los pacifistas hacen cadenas humanas entre las embajadas de Estados Unidos y la URSS en Bonn y Washington, o entre una escuela de Zaragoza la base norteamericana cercana a esta ciudad, est¨¢n cuestionarido no solamente la carrera de armamentos, sino una forma de distribuir la riqueza o de mantener la miseria. Se rebelan contra la militarizaci¨®n de la sociedad, que implica siempre el uso eventual de la fuerza de las armas, expresan en la calle los estudios para reconvertir la industria militar en civil que han hecho sindicatos y organismos internacionales, o las propuestas de zonas desnuclearizadas realizadas, entre otros, por Alva Myrdal, prem¨ªo Nobel de la Paz 1982. Tarribi¨¦n, en su praginatismo y aparente falta de teor¨ªa pol¨ªtica, manifiestan su no a vanguardias liberadoras, a partidos que les someten a la disciplina del realismo pol¨ªtico y su cansancio ante las reuniones secretas de los gabinetes de Defensa y los cuarteles, en los que se decide sobre su futuro. La carrera de arifiamentos, en todas sus vertientes, se ha transformado en un eje central de las sociedades modernas, pero los ciudadanos, sea cual sea el sistema pol¨ªtico vigente, no tienen ninguna posibilidad de decisi¨®n a la hora de comprar aviones, fabricar mis¨ªles, exportar carros de combate para que otros pueblos se maten con sus vecinos. La defensa es siempre un secreto para los ciudadanos a los cuales se pretende defender.
Unir lo que las armas dividen
La personificaci¨®n de la utop¨ªa marcusiana, la no violencia de Gandhi, el sue?o de igualdad de Luther King, junto a la crisis de los partidos pol¨ªticos, al ascenso en la sociedad civil de los movimientos sociales y la uni¨®n de muchos de ellos -como es el caso del feminismo con el pacifismo, aunque todav¨ªa no solidificado- te¨®ricamente, en el caso de Greenham Common, o de los grupos de mujeres por la paz-, explican en gran medida la raz¨®n de ser de este pacifismo de nuestra ¨¦poca, pero no lo explican todo. Porque mucha gente considera que se trata simplemente de una moda, y se pregunta qu¨¦ ha pasado para que tantos millones de personas salgan a la calle a manifestarse, que tantos intelectuales de diferentes campos se unan para protestar y que surjan aqu¨ª y all¨¢ grupos en favor del desarme.
Como siempre, los belicistas, o simplemente aquellos a quienes les molesta cualquier cosa que perturbe su visi¨®n del mundo, ven la mano de Mosc¨² detr¨¢s de los pacifistas. Es una regla matem¨¢tica: cuanta m¨¢s gente pide el desarme, m¨¢s duras son las acusaciones y m¨¢s se apela a interpretaciones conspirativas de la historia. Ronald Reagan dijo hace poco que los pacifistas conducir¨¢n a la tercera guerra mundial, y el ministro de Juventud, Familia y Salud de la Rep¨²blica Federal de Alemania no dud¨® en afirmar que fue el pacifismo de los a?os treinta el que hizo posible los hornos crematorios del nazismo. El proceso se repite en el Este: las manifestaciones multitudinarias por la paz que permiten los Estados no tienen problemas, porque solamente condenan un lado de la carrera de armamentos; pero cuando ocho ciudadanos sovi¨¦ticos, de Alemania del Este o de Checoslovaquia se re¨²nen para rechazar el armamentismo en sus pa¨ªses son encarcelados o tratados como subversivos. De all¨ª la importancia de la idea de Edward Thompson de que un movimiento pacifista coherente de Occidente debe rechazar la escalada b¨¦lica, a la vez que luchar por la defensa de los derechos civiles en los pa¨ªses del socialismo real. Al mismo tiempo, es necesario que se estrechen los lazos entre las personas y grupos en el Este y el Oeste que trabajan por la libertad. En la ¨²ltima novela de Ganter Grass, Partos mentales, este autor alem¨¢n relata las reuniones clandestinas de escritores de ambos lados de Alemania, que simb¨®licamente unen lo que la pol¨ªtica y la carrera de armamentos divide con muros, alambradas electrificadas y torres de control.
El movimiento internacional en contra del armamentismo ha alcanzado unas dimensiones que dificultan las acusaciones simplificadoras. Cuando no es f¨¢cil demostrar que los ecologistas, los verdes, las feministas, los cristianos, los protestantes, y hastalna parte del Partido Dem¨®crata norteamericano y de las socialdemocracias europeas, est¨¢n pagados por Andropov, se buscan otros caminos. Por ejemplo, identificar pacifismo con juventud. Y como, por definici¨®n tradicional, lo joven es igual a inexperiencia, se trata de desvalorizarlo trat¨¢ndolo como algo pasajero. "?Pueden estar equivocados tantos j¨®venes europeos?", se preguntaba ya en 1981 el semanario conservador brit¨¢nico The Economist. Y respond¨ªa: "S¨ª, pueden". Pero este movimiento no es s¨®lo de j¨®venes que, por otra parte, se ven
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acosados por el paro, la falta de oportunidades, de fondos para los estudios, mientras los presupuestos militares suben tan vertiginosamente como descienden los gastos sociales.El pacifismo es de todo y le falta muchas cosas, excepto ser homog¨¦neo: hay sacerdotes que alientan en los sermones dominicales a no pagar la parte de los impuestos que se destinan a gastos militares, mientras que los obispos norteamericanos se pronuncian por el desarme unilateral. Hay ex funcionarios del Pent¨¢gono, como Daniel Ellsberg, a quien se le ha visto bloqueando el paso de un tren que llevaba plutonio para las centrales nucleares, o ex generales de la OTAN, como Gert Bastian, Nino Pasti, Antoine Sanguinetti, Georgios Koumanakos y otros siete m¨¢s, que firmaron un manifiesto, que circula por Europa y Estados Unidos, pidiendo que no se instalen los misiles de crucero y los Pershing 2, porque abren la puerta m¨¢s directa para una tercera guerra mundial. Como tampoco son j¨®venes ni prosovi¨¦ticos los senadores Edward Kennedy y Mark Hatfield, que presentaron en el Congreso una propuesta d¨¦ congelaci¨®n nuclear, fundament¨¢ndola de tal forma que contradice todas las teor¨ªas de la Administraci¨®n Reagan y de la OTAN sobre la superioridad sovi¨¦tica y la consiguiente necesidad de instalar los nuevos misiles.
Ni una moda ni una nueva oportunidad para pol¨ªticos en paro despu¨¦s de la crisis de la izquierda -aun cuando muchos de ellos traten de que as¨ª sea-, sino un movimiento social con bases que apuntan hacia la vida, sustentadas por una conciencia del peligro de guerra. "Con el descubrimiento de las armas at¨®micas, cada vez m¨¢s homicidas", escribi¨® Norberto Bobbio al explicar su inter¨¦s por la cuesti¨®n de la paz, "el tema mismo de la guerra hab¨ªa cambiado de naturaleza: la guerra amenazaba ser no ya un instrumento de poder, como siempre lo hab¨ªa sido, sino que corr¨ªa el riesgo de convertirse en un instrumento de muerte universal y, por tanto, de impotencia absoluta".
En efecto, la teor¨ªa de la distensi¨®n -que ahora pueden haber descubierto muchos pol¨ªticos en Espa?a- propugna que las armas nucleares aseguran la paz mediante la destrucci¨®n mutua asegurada: ninguno de los dos bandos ser¨¢ capaz de lanzarse a la guerra en tanto su contendiente tenga, a su vez, las armas suficientes como para destruirlo.
Declarar la guerra ser¨ªa, as¨ª, un suicidio. "Como la pol¨ªtica de disuasi¨®n es una psicoestrategia", dice Dieter Senghas, "los sistemas-armados no merecen cr¨¦dito sin la voluntad declarada de su empleo eventual. Esta condici¨®n, b¨¢sica para que sea cre¨ªble la po l¨ªtica de disuasi¨®n, impone, empero, por su propia tendencia, la militarizaci¨®n psicol¨®gica de las sociedades disuasorias". El joven de Bre¨ªnerhaven, los vecinos de los ayuntamientos desnuclearizados de toda Europa, las j¨®venes punks con crestas verdes o las se?oras con bast¨®n de Green ham. Con¨ªmon intuyen esta militarizaci¨®n de su pensamiento. Y se niegan a ver al otro -sea la URSS, los cubanos, Nicaragua o los iran¨ªes- como un enemigo sin rostro, pero con una n¨ªtida voluntad maldita. Por eso desconf¨ªan del general Bernard Rogers, comandante supremo de las fuerzas de la OTAN, cuando declara a The Guardian que Estados Unidos busca la paz, pero no puede renunciar al primer golpe, tal como lo han pedido personajes implicados en la pol¨ªtica de ,defensa y la guerra fr¨ªa, como George Keenan y Robert NcNamara.
Exteriorizaci¨®n de la muerte
Si este oto?o caliente se le dedica a los nuevos misiles en Europa como principales protagonistas es porque se trata de una nueva generaci¨®n de armas que pueden asestar ese primer golpe en seis minutos, sin ser detectados por radar alguno, y por su alta precisi¨®n para destruir las armas del real o potencial enemigo. Se protesta contra ellos porque rompen el equilibrio entre los bloques y porque los sovi¨¦ticos contestar¨¢n, como siempre ha ocurrido, con un sistema similar en un plazo no demasiado largo, de la misma forma que en este pa¨ªs se cuestiona la integraci¨®n en la OTAN y la presencia de bases norteamericanas; por que estos misiles entran en la estrategia de primer golpe de la Alianza Atl¨¢ntica; porque las bases suponen que los misiles sovi¨¦ticos apunten hacia aqu¨ª; porque hay muchos problemas graves que resolver antes que, aumentar el presupuesto militar, y no se entiende como ¨¦tico ni beneficioso para la paz que se exporten armas al Tercer Mundo y se las fabrique con una tecnolog¨ªa que ahorra puestos de trabajo.
La ¨¦tica que gu¨ªa a quienes es t¨¢n estos d¨ªas organiz¨¢ndose para salir a la calle pac¨ªficamente es la de la vida, aunque esto parezca una ingenuidad o una verdad de Pero Grullo. "Vivimos en una ¨¦poca en que los mecanismos individuales y sociales est¨¢n construidos sobre la exteriorizaci¨®n de la muerte, el sadismo homicida depositado en la tecnolog¨ªa, que anima nuestra modalidad de malgastar las cosas, de destruirlas", dice el soci¨®logo italiano Francelco Alberoni. Y contin¨²a: "Por ello ha comenzado un desarlo al tiempo: ?qui¨¦n prevalecer¨¢? ?Las fuerzas de la personalizaci¨®n y el renacimiento, o las fuerzas de la muerte, del n¨²mero y el despilfarro?".
Vivimos en la paradoja de que la supertecnolog¨ªa de la guerra nos puede arrojar ma?ana, si no a la destrucci¨®n total, por lo menos a un retroceso a la ¨¦poca de las cavernas. Los sobrevivientes, sumergidos en el caos, envidiar¨¢n a los muertos, y adem¨¢s sentir¨¢n una profunda melancol¨ªa por aquel mundo que ten¨ªamos y en el que parec¨ªa que alguna vez ¨ªbamos a tocar el cielo del futuro. El pacifismo de nuestra ¨¦poca se resiste a ello y vive ya, simb¨®licamente, como si la guerra hubiese terminado sin llegarse a declarar: cuando se hace una cadena humana desde la Embajada sovi¨¦tica a la norteamericana, en las manifestaciones en Alemania se unen un expulsado de los pa¨ªses del Este con un norteamericano que desde que desert¨® de Vietnam se ha dedicado a denunciar la desestabilizaci¨®n del Gobierno de Allende en Chile, la intervenci¨®n de los marines en Nicaragua y Pr¨®ximo Oriente y la instalaci¨®n de los Pershing 2 y los misiles de crucero, se est¨¢ haciendo pol¨ªtica concreta. Y no se habla de grandes abstracciones, como La revoluci¨®n, ni nadie pretende salvar a lospueblos. Esta lucha, todav¨ªa simb¨®lica, podr¨¢ en el futuro tratar de ser canalizada hacia partid¨®s -no faltan los apresuramientos en este sentido- o agotarse, como le ocurri¨® al pacifismo de los a?os sesenta cuando termin¨® la guerra en el sureste asi¨¢tico. Son los riesgos y tentaciones de un movimiento que ahora, con su pragmatismo, exige la vida a trav¨¦s del desarme como alternativa entre el aniquilamiento y la disuasi¨®n. Porque, por lo menos en este punto, el tiempo de la utop¨ªa lleg¨® con el oto?o.
es periodista y forma parte del grupo de informaci¨®n sobre desarme y paz de la Asociaci¨®n Pro Derechos Humanos de Espa?a.
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