El divorcio de Julieta
Las espirales de la violencia suponen estremecimientos peri¨®dicos que en los ¨²ltimos tiempos han tornado la forma de manifestaciones populares contra ETA y a favor de todos los dem¨¢s. Se ha escrito que esas manifestaciones significan tanto un homenaje inmerecido a esa organizaci¨®n como un reconocimiento de nuestro miedo. Es cierto. Pero ese miedo no es el mismo sentido en Euskadi que calculado desde la Comunidad aut¨®noma de Castilla-La Mancha, por ejemplo, y eso las diferencia. Las manifestaciones vascas contra ETA, una organizaci¨®n que acude incluso a la tortura, porque los secuestros son una forma importante de tortura, se justifican en la necesidad de una multitud de ciudadanos de exorcizar su miedo. Las manifestaciones en Euskadi, a partir de la convocada tras el asesinato del ingeniero Ryan -por una ETA originalmente partidaria de la energ¨ªa nuclear como ¨²nica posibilidad de independencia energ¨¦tica de Euskadi y que cambi¨® de opini¨®n en cuanto percibi¨® la rentabilidad pol¨ªtica de las. manifestaciones antinucleares-, tienen tambi¨¦n la intenci¨®n de enfrentarse al miedo, algo de lo que no tiene necesidad el resto de los ciudadanos. Porque en Euskadi existen dos miedos fundamentales: el miedo fisico a las ¨¢cciones de ETA y la violencia ciudadana de su entorno civil, los pararnilitares de. ETA, y el miedo pol¨ªtico producido por el s¨ªndrome del divorcio de Julieta.El primer escal¨®n del miedo fisico es a los paramilitares de ETA, m¨¢s o menos oficialmente ligados a las siglas que suponen el entorno pol¨ªtico de ETA, que impiden las manifestaciones ajenas o las rompen mediante la agresi¨®n, que asaltan sedes de partidos de izquierda, sindicatos obreros o batzokis, que golpean a periodistas o cierran con m¨¦todos violentos los comercios que se niegan a participar en huelgas minoritarias convocadas en apoyo a ETA y que los trabajadores vascos mayoritariamente no siguen. El miedo al entorno de ETA est¨¢ en ¨¦l mismo, donde las opiniones disidentes no se debaten, y en sus adversarios, cuyos argumentos no se escu clian -es larga la pr¨¢ctica de decir algo tremendo, en un ayuntamiento, por ejemplo, y abandonar el sal¨®n antes de escuchar la r¨¦plica- o se insulta a unos detr¨¢ctores a los que no se les discute. Quien disiente es un vendidoy, por supuesto, un fascista. Todo el mundo es fascista en Euskadi en alg¨²n momento de su vida. Y cuanto m¨¢s se ignora lo que significa fascismo con m¨¢s fruici¨®n se utiliza el t¨¦rmino, porque el entorno pol¨ªtico de ETA pasa del reino de la necesidad al de la ignorancia, soslayando cuidadosamente el reino de la libertad.
Ese miedo acompa?a al producido por las acciones; de ETA, que, seg¨²n se prolongan los atentados, y sea por incapacidad estrat¨¦gica para alcanzar objetivos militares, sea por la necesidad de manifestar su existencia para cortar los abandonos de quienes progresivamente recelan de la violencia como m¨¦todo, van alcanzando, adem¨¢s de a polic¨ªas, guardias civiles o militares de cualquier graduaci¨®n, a periodistas, comerciantes, panaderos, taxistas, alba?iles y trabajadores de cualquier condici¨®n. Sangr¨ªa que no es suficiente para poner en peligro la democracia, pero s¨ª para forzar una. sociedad vasca erizada, pol¨ªticamente paral¨ªzada, socialmente: desorientada y humanamente crispada y en carne viva. Frente al esfuerzo de todos los dem¨¢s movimientos pol¨ªticos vascos, como el del nacionalismo dernow¨¢tico que encabeza el PNV, por crear una sociedad civil, la pr¨¢ctica de ETA y de sus seguidores pol¨ªticos la militariza. Frente a los intentos de una sociedad democr¨¢tica, ese sector del pueblo vasco militarizado por ETA rompe la convivencia ciudadana e impone una pr¨¢ctica pol¨ªtica r¨ªgida, cerrada, intolerante y cuartelera, que exalta, supongo que inadvertidamente, el vivir peligrosamente mussoliniano.
La violencia, aceptada como un arma pol¨ªtica, afecta a la relaci¨®n cotidiana, que se ve empapada de actitudes crispadas e intolerantes, porque en el fondo del entorno pol¨ªtico de ETA y sus grupos paramilitares no est¨¢, ni se la espera, una sociedad civil, sino una sociedad mifitarizada y, por tanto, no democr¨¢tica.
Y luego est¨¢ el otro miedo. El gran miedo al divorcio de Julieta. EnEuskadi, las convicciones pol¨ªticas est¨¢n fuertemente arraigadas en un amplio sector de su sociedad, por la dura incidencia del franquismo, que alumbr¨® actitudes pol¨ªticas nuevas a partir del nacionalismo tradicional y de los partidos de extrema izquierda. Los ciudadanos y los movimientos pol¨ªticos, de signo nacionalista o de izquierda revolucionaria, activamente antifranquistas, han tratado hasta hace muy poco a ETA con la secreta y delicada esperanza de que fuera lo que dec¨ªa ser y de que la luna de miel continuara. Se ha cedido mucho, se ha hecho mucha vista gruesa, se ha callado, disimulado y emborronado mucho la realidad.
Recientemente, con ocasi¨®n del decimoquinto aniversario de la inuerte, a manos de la Guardia Civil, del dirigente etarra Txabi Etxebarrieta -primer muerto de ETA-, se prodigaron los textos
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partidarios y beatificadores tendentes a demostrar que hoy ser¨ªa el gran dirigente del radicalismo abertzale. Me permit¨ª aportar mi opini¨®n de que en 15 a?os, y conociendo bien sus inclinaciones pol¨ªticas y culturales, ese supuesto era bastante improbable, y la magnificaci¨®n, aventurada. Obtuve todas las acusaciones imaginables por parte de los afectados por el s¨ªndrome del divorcio de Julieta. No se puede creer en Euskadi en el divorcio de Jubeta. Julieta permanece siempre en su adoraci¨®n adolescente del tambi¨¦n adolescente Romeo. Ning¨²n rom¨¢ntico quiere, y quiz¨¢ no pueda, creer que, de haberse bendecido y prolongado la uni¨®n, unos a?os m¨¢s tarde fueran incompatibles un Romeo con halitosis y una Julieta tarambana, hartos ambos de interminables historias de Capuletos y Montescos.Romeo y Julieta son demasiado importantes en la historia sagrada del amor como para que se les pueda imaginar envejecidos y separados. En Euskadi ha sucedido, y sucede, lo mismo. Algunos hemos tardado demasiados a?os en llamar asesinatos a los asesinatos. Otros hacen a¨²n diric¨ªles equilibrios, retorcidos juegos de palabras y complicadas charadas parapol¨ªticas para no llamar a cada cosa por su nombre y para evitar el choque inevitable con el niffitarismo etarra en nombre de una sociedad civil y domocr¨¢tica. Al fin y al cabo, ETA es muy nuestra. ETA es vasca y lucha por el pueblo vasco. ?C¨®mo coridenar y c¨®mo divorciarse?
Todav¨ªa algunos critican a ETA con tantas salvedades que es evidenteque, en su permanente adolescencia, se niegan a que Julieta haya engordado de caderas y Romeo renquee. Pero poco a poco la mayor¨ªa de los vascos admite lo innegable y acepta recorrer los amargos caminos de la denuncia. Y a eso contribuyen en Euskadi las manifestaciones. A perder el miedo, reconocer que es posible el divorcio y atreverse a decirlo. En la ¨²ltima manifestaci¨®n, miles de vascos, precisa y acertadamente tras la ikurrifia, significaban al pueblo vasco -que aceptaba el divorcio de una pareja hist¨®rica, la formada por ETA y ese mismo pueblo vasco. Un divorcio fundado en la incompatibil¨ªdad de caracteres y los malos tratos.
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