El encierro
Ser¨¢ pol¨ªticamente bueno, malo o regular. Pero el caso es que este pa¨ªs, entre unas cosas u otras, est¨¢ en perpetuo grado de movilizaci¨®n. O sea, con tendencia a echarse a la calle. Los motivos son varios y diversos y cubren un amplio espectro que va desde las manifestaciones estrictamente pol¨ªticas, de diverso signo, hasta los conflictos laborales, pasando por los movimientos marginales y pacifistas. Y sin olvidar las concentraciones musicales, -que arrastraron el pasado verano a centenares de miles de personas-, las deportivas -las m¨¢s tradicionales-, las fiestas populares y otra larga serie de pretextos u ocasiones que sirven a los espa?oles paria demostrarse a s¨ª mismos que en este terreno no tenemos competencia en, como suele decirse, nuestro entorno geograficocultural. El fen¨®meno es nuevo, salvo en el caso del espect¨¢culo deportivo, por razones obvias, y ha ido aceler¨¢ndose desde la transici¨®n -que en el aspecto pol¨ªtico pa rece acabada, aunque no tanto en otros campos- hasta nuestros d¨ªas. Lo cierto es que un viento de exaltaci¨®n popular recorre Espa?a y los espa?oles sienten la necesidad de hacerse notar en la calle, pero menos, bastante menos, en organizaciones que los representen, los organicen o simplemente les ayuden a conseguir ciertos fines. Parece fuera de toda duda que los ¨ªndices de afiliaci¨®n a asociaciones, sean ¨¦stas de car¨¢cter pol¨ªtico, sindical o cultural, siguien bajo m¨ªnimos; y si es verdad que las colas para ver tal o cual exposici¨®n importante o para asistir a un concierto rockero aumentan sin cesar, han dism¨ªnuido los pintores callejeros o los tocadores de arm¨®nicas. Sin pretender valorar el fen¨®meno -doctores tiene la sociolog¨ªa, que, por cierto, andan bastante callados en estos tiempos-, lo cierto es que estas pautas de comportamiento social nos acercan m¨¢s al Tercer Mundo que a los pa¨ªses desarrollados. Es evidente que estamos en un estadio donde de lo que se trata por encima de todo es de reivindicar masivamente (que no colectivamente) laPasa a la p¨¢gina 12
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calle como espacio pol¨ªtico, y con abundancia de palestras en ella, en detrimento del foro y de ¨¢mbitos de discusi¨®n y debate.
Estamos, pues, en un momento interesante que merece ser analizado por el c¨²mulo de contradicciones que lleva consigo. M¨¢s que en una democracia participativa estamos en una democracia esencialmente reinvidicativa. Y en esa reivindicaci¨®n el Estado aparece en un doble frente: es por un lado el enemigo, y por otro, el ?imprescindible protector. Ejemplo: cuando tal o cual colectivo protesta porque la delincuencia ha hecho mella en uno cle sus miembros, hace al Gobierno culpable de, ello y al mismo tiempo Ies solicita una protecci¨®n especial. Continuamente se est¨¢ pidiendo una mayor intervenci¨®n del Estado en todos los campos. Pero por otra parte se abomina de su presencia y se le juzga con los m¨¢ximos rigores. Probablemente hay bastante de ancestral en todo ello. Pero no es desde?able su acentuaci¨®n en los ¨²ltimos a?os, favorecido por el evidente populismo de las campa?as electorales (como se sabe, numerosas desde 1977) y de los programas de los partidos pol¨ªticos, m¨¢s propensos a las promesas f¨¢ciles que al rigor de la dura realidad. El caso del PSOE es especialmente significativo. Cuando los socialistas no estaban en el poder encabezaron todas las manifestaciones habidas y por haber sin pararse en barras sobre la racionalidad de algunas de las pretensiones en ellas exhibidas. Colaboraron decisivamente a poner en marcha una din¨¢mica callejera imparable. Y no s¨®lo en el plano pol¨ªtico; tambi¨¦n en el cultural y, por supuesto, en el socioecon¨®mico. Ahora contemplan con cierta estupefacci¨®n c¨®mo las ca?as del pasado se vuelven lanzas en el presente y recelan, o algo peor, de una cr¨ªtica que los socialistas ejercieron con dureza y, en alg¨²n caso, con dudosa responsabilidad. Pero con todo, lo m¨¢s grave quiz¨¢ es que el PSOE, que durante siete a?os estuvo presente en todo guiso que oliese a calle, se ha retirado ostentosamente a la retaguardia de la Administraci¨®n y del Gobierno, dejando a su propia din¨¢mica o a otros directores de orquesta el crecimiento de la marea. As¨ª, los socialistas, que estuvieron muy presentes en el movimiento pacifista (?recuerdan la manifestaci¨®n de la Ciudad Universitaria de Madrid del pasado a?o?), se retiran ahora con el pretexto de que puede ser manejado en contra del Gobierno. ?Cabe mayor prueba de dejaci¨®n?
La realidad es que durante los ¨²ltimos a?os el PSOE ha sido un indiscutible animador social. Ahora, cuando el pa¨ªs se despereza, despierta y echa a correr (bien es verdad que en algunos casos no se sabe exactamente hacia d¨®nde), da la sensaci¨®n de retirarse a los palacios de invierno. Desde esa perspectiva se podr¨ªan analizar muchas cuestiones que corroboran esa curiosa retirada. Desde un an¨¢lisis pormenorizado de los contenidos de la televisi¨®n del cambio (y los, valores que desde ah¨ª se transmiten) hasta la ostensible ausencia de Felipe Gonz¨¢lez y de Alfonso Guerra (de permanente y animadora presencia en la etapa pol¨ªtica anterior) de la din¨¢mica social que nos envuelve. Se nos dice que as¨ª se ejerce la responsabilidad. de gobernar. El problema est¨¢ en saber si para hacerlo bien es preciso encerrarse y si a la larga ese encierro no terminar¨¢ en aislamiento. Es l¨®gico que los socialistas en el poder hayan descubierto el Estado. Lo es menos que descuiden la sociedad, precisamente en unas circunstancias y en un momento como ¨¦stos.
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