Terror y terrorismo
"Una cosa es terror y otra terrorismo... El terrorismo nace del Estado y se hace raz¨®n de Estado. El terror nace, naturalmente como sobrenaturalmente, de la irracionalidad de la vida que se verifica con la muerte". Son palabras, palabras recientes, de J. Bergam¨ªn. El cambio del terror divino al terrorismo de Estado, son tambi¨¦n ideas bergaminianas en versi¨®n libre, se da cuando se racionaliza aqu¨¦l, cuando se le deshumaniza convirti¨¦ndolo en raz¨®n de Estado.
La tesis no es nueva pero es, ?c¨®mo no!, importante. El terror, el morirse de miedo, es parte esencial de la religi¨®n. Y no s¨®lo su origen, como tanto moderno predic¨® para colocar, despu¨¦s, en d¨¦bil sustituci¨®n, un sistema cosmol¨®gico al que llam¨®, ingenuamente, religi¨®n racional. El puro terror es la sustancia de la religi¨®n pura. Para Goethe ese estremecimiento formaba parte de lo mejor de la humanidad (siendo, por ello, algo pronto a corromper y degenerar). Tal terror divino, en suma, no ser¨ªa sino cara invisible de la muerte, fascinaci¨®n y temblor, impotencia frente a lo desconocido, rid¨ªculo ante los deseos eternos de vida... En frase ampliada del mayo franc¨¦s: es quererlo todo ya y no tener nada ahora.
El Modern¨ªsimo Estado ha sabido apoderarse de ese jugo religioso. Lo ha adaptado a sus intereses y ha transformado, as¨ª, el terror en terrorismo. Hobbes (su madre, seg¨²n sus palabras, pari¨® gemelos: al miedo y a ¨¦l) pens¨® que la mejor manera de fundar el Gobierno Civil consist¨ªa en secularizar el concepto de poder divino. Si hay que obedecer a Dios puesto que es todopoderoso, y necio es desafiar al que puede, otro tanto ocurrir¨ªa con el Estado. Si estamos hechos de miedo, de miedo a perder la vida, nada mejor que reproducir a escala humana aquella racional obediencia divina. Pong¨¢monos en manos de un Estado-Dios que, con todo poder, nos salve del miedo y de la muerte, nos libere -at¨¢ndonos- del ego¨ªsmo destructor.
En ese trasvase de Dios al Estado, ¨¦ste -en Modern¨ªsimo- se apropia la sustancia de la religi¨®n. S¨®lo que, recordemos las palabras de Bergam¨ªn, pervertida y deshumanizada por forzada. Este terror con pretensiones divinas s¨ª que es terrible y lo es por indebido, por absurdo y, por cruelmente humano. Aqu¨ª est¨¢ la ra¨ªz del terrorismo. En el juicio que da el Estado sobre el terrorismo se hace patente lo expuesto. Su cr¨ªtica es la de quien censura en el otro lo que ¨¦l goza en s¨ª mismo. El Estado combate al terrorismo porque lo conoce demasiado bien, porque es su competencia. No le suele molestar tanto que esta o aquella persona pierda la vida -que es lo que tiene verdadera gravedad, ya que nadie, contra la idea de ciudadano que esgrime precisamente el Estado, es sustituible- sino que alguien le dispute, arrogantemente, el monopolio del miedo-poder. Al llamarlo terrorista se le teme, primordialmente, porque puede convertirse, como lo prueba la historia, en detentador del derecho de estado. No estar¨¢ de m¨¢s recordar el tipo de condenas que se oyen con frecuencia despu¨¦s de un atentado. Primero se hacen ademanes humanitarios, pero inmediatamente hace su aparici¨®n lo que
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realmente importa: que se forme, y es s¨®lo un ejemplo, un estado independiente, que rompan el que existe. Lo que se manifiesta con nitidez es la lucha por el reparto de la fuerza.
?Se sigue de ah¨ª que el terrorismo o la lucha armada son radicalmente buenos o radicalmente malos? Contestar¨¦, por si ac¨¢ so, con una elipsis. Sin ella s¨®lo hablan los voceros oficiales. "Un resistente es todo lo contrario de un terrorista", otra vez Bergam¨ªn. No es f¨¢cil saber d¨®nde acaba uno y empieza el otro. Si nos atenemos a lo dicho, el terrorismo tratar¨ªa de arrancar al Estado, a cara de perro, s¨®lo su poder y para ello utilizar¨ªa m¨¦todos similares (los que usa, v. g., el Estado en la guerra), ir¨ªa en pos de un fin que a ambos les es af¨ªn. Este terrorismo de vocaci¨®n estatal ser¨¢, circunstancialmente, peor o mejor, pero su sustrato es el mismo que aquello que dice combatir. Un resistente ser¨ªa otra cosa. Los resistentes, a lo largo de la historia -incluida la actual, claro est¨¢-, se han opuesto a la tiran¨ªa, han dicho dignamente que no a los que dec¨ªan, simplemente porque ten¨ªan el poder, que s¨ª. Se han opuesto a los denominantes por dominantes, esto es, a los que llaman a otros terroristas desde su poder, desde el abuso de la palabra del poder. El resistente no busca -y ya es bastante- sino responder al mandato central de la vida y que no es otro que vivirla sabiamente.
Es posible que llegados a este punto la imaginaci¨®n salga en busca de nombres y apellidos. Nos impeler¨ªa una cierta obsesi¨®n por identificar. De nuevo a la elipsis, pues s¨®lo los voceros oficiales hablan. sin ella. Un gobierno honesto, con ganas de en carar el terrorismo, no caer¨ªa en la trampa de la violencia de los s¨ªmbolos llamando terroristas a todos los que se le cruzan a su paso. Comenzar¨ªa mir¨¢ndose a s¨ª mismo y no para hacer una auto cr¨ªtica de catecismo sino para re conocer su violencia, legitimada seg¨²n los c¨¢nones modernos, mostrando, en consecuencia, que tal legitimaci¨®n es contradictoria, c¨ªnica y llena de mala con ciencia. Y, as¨ª, no acabar¨ªa en ce guera o pesadillas: viendo por todos los lados conspiraciones, C¨ªas y Kageb¨¦s. No aceptar¨ªa la sinraz¨®n de que lo que tenemos es el menor de los males. M¨¢s a¨²n, a quien argumentara de esta manera, aparte de exigirle que lo demostrara, le pedir¨ªa que retirara todo discurso moral. Que nos hablara, si quiere, de la irrecuperable calamidad que somos los hombres y de lo necesitados que estamos de inquisidores. Pero que dejara de adoctrinar.
Naturalmente esto es pedir la luna. El Estado, que no es ni bueno ni tonto, no se va a negar a s¨ª mismo. Todo lo contrario; el terrorismo no ser¨¢, en modo alguno, ocasi¨®n para que se autocuestione. Y lo que es peor, los intentos (por bienintencionados que sean) de los que desean moralizar al. Estado no s¨®lo son in¨²tiles sino da?inos. Tienden a esconder lo que es una imposibilidad, a seguir dando marcha a un vocabulario y unos supuestos ideales en los que. en el fondo. nadie cree; ni los que ejercen en el aparato de? poder ni los que les lanzan paternales cr¨ªticas. ?Hay alguna alternativa? En el caso de que la haya ha de ser la cr¨ªtica radical, sin miedos, a toda violencia. Pero entendi¨¦ndola al pie de la letra: denunciando sin reservas, la violencia que se autoproclama legitimada. El pacifismo como inequ¨ªvoca actitud antiterror, como irrisi¨®n de todas sus seudo justificaciones, como anti¨¦tica frente al rastrero utilitarismo al uso, es la alternativa. Una alternativa que no lo es, desde luego, en el sentido que habitualmente se da a tal palabra. Quiz¨¢ s¨®lo as¨ª, entre el silencio y decididas negaciones, se pueda ir creando el camino a ese otro mundo m¨¢s bello, al que, de momento, ni siquiera nos atrevemos a nombrar. Tal vez, desde ah¨ª, los sue?os, y no las pesadillas, se hagan realidad.
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