N¨¢poles
Durante unos d¨ªas de la primavera de 1983 estuve en N¨¢poles por vez primera en mi vida. Hoy, d¨ªa el turismo de la ciudad ha disminuido, seg¨²n creo, en comparaci¨®n con el que hubo en otros tiempos, y hay que lamentar que en la misma Italia existen personas que recomiendan al extranjero, enamorado en conjunto del pa¨ªs, que no vaya a la capital. del Sur. Pese a estas recomendaciones, o tal vez a causa de ellas, yo fui a N¨¢poles con la idea de que me iba a encontrar lo que esperaba o mucho de lo que esperaba. Y as¨ª fue. Mi entusiasmo de hombre que est¨¢ m¨¢s cerca de los 70 que de los 60 se vio confirmado por el de mi sobrina, que me acompa?aba y que tiene 20. Pero con la diferencia de que el de ella era espont¨¢neo, juvenil. El m¨ªo, fruto de muchos a?os de contacto con lo napolitano a trav¨¦s de la lectura, de la m¨²sica y, de la imagen. Podr¨ªa decir que es, tambi¨¦n, una herencia familiar. Porque hace 60 a?os, poco m¨¢s o menos, mi t¨ªo, P¨ªo Baroja, estuvo en N¨¢poles y volvi¨® entusiasmado por la ciudad, por sus habitantes y por sus alrededores. Fruto de este entusiasmo fue una novela que, en verdad, no ha sido de las que m¨¢s ¨¦xito tuvieron entre los suyos, pero que para m¨ª, durante la adolescencia, fue la que me dio el mayor deseo de saber m¨¢s de N¨¢poles y de los napolitanos. Pero esto no era todo, Mi madre era entusiasta de las canciones napolitanas, de los m¨²sicos napolitanos que escrib¨ªan romanzas: unas, con letras de poetas en lengua italiana; otras, de poetas que utilizaban el napolitano puro. El efecto que en mi ¨¢nimo de adolescente produc¨ªan estas canciones, estas romanzas, era indescriptible.Luego, en Espa?a y en otras partes, ha estado de moda desacreditarlas, como demasiado dulzonas. Con esta moda y otras estoy en pleno desacuerdo, a?adiendo el cl¨¢sico reto castellano: ?Y a mucha honra".
Una melod¨ªa de Tosti, de Costa, de Vincenzo Valeate, de Mario me parece algo superior, siempre, a toneladas de m¨²sica sabia, t¨¦cnica y complicada, y tambi¨¦n a estos productos de la m¨²sica, moderna que tienen una propiedad que puede ser curiosa en Psicolog¨ªa, pero no en Arte: la de que una cosa sea breve, corta y pesad¨ªsima a la par. Bien. Pero es que, adem¨¢s, para m¨ª (como para otros.) N¨¢poles son los poetas, que fueron muchos de ellos colaboradores de los m¨²sicos. Creo que el genio de Salvatore di Giacomo es singular¨ªsimo desde todos los puntos de vista. Creo, tambi¨¦n, que para un antrop¨®logo las letras de canciones de un Libero Bovio, de un Ferdinando Russo y de otros muchos tienen m¨¢s enjundia que miles de poemas dad¨¢, superrealistas, altruistas o modernistas.
En N¨¢poles hay siempre profundidad popular. Autores de melod¨ªas que han corrido por el mundo y que han dado millones a las potentes casas de discos y a los grandes tenores, se pasaron la vida tocando en teatrillos o caf¨¦s, como Eduardo di Capua... Algunos m¨²sicos eran hijos de barberos y otros apenas sab¨ªan tocar la guitarra. ?Qu¨¦ genio hay que tener para que 90 u 80 a?os despu¨¦s de que la crearan su canci¨®n siga siendo conocida, aunque ellos sean desconocidos!
Esto es mucho: pero N¨¢poles ofrece much¨ªsimo m¨¢s. S¨®lo la figura de Benedetto Croce puede dar lugar a mil reflexiones: acaso m¨¢s a un espa?ol que a otro europeo. Porque Croce estudi¨® las relaciones de Italia y Espa?a de modo magistral, y las de N¨¢poles con lo espa?ol, desde la Edad Media al per¨ªodo borb¨®nico, en que vivieron sus padres. Croce amaba a N¨¢poles y comprend¨ªa a los napolitanos, a los que defend¨ªa de ciertas acusaciones que contra ellos se hac¨ªan en otras partes de Italia. Lo mismo cabe decir de algunos escritores de su tiempo dados a la observaci¨®n. ?Que en N¨¢poles hab¨ªa miseria, vicio, corrupci¨®n? Ahora podemos preguntar: "?D¨®nde no los hay?". Pero, adem¨¢s, hab¨ªa algo que no existe en otras partes en la dosis que all¨ª se da: belleza f¨ªsica de una parte, genialidad de otra, un br¨ªo vital dif¨ªcil de intuir desde lejos. En N¨¢poles alternan de modo peregrino la pasi¨®n y la raz¨®n. Puede haber cantidades de gente supersticiosa, dominada por deseos y apetitos terribles, pero tambi¨¦n hay grandes fil¨®sofos y pensadores en el terreno del Derecho, de la Antropolog¨ªa, de la Historia. Hay muchas m¨¢s gamas en orden cultural que en otras grandes ciudades. El observador piensa, en fin, que el ¨²ltimo reducto del esp¨ªritu griego en Europa no se halla ni en Grecia, ni en los departamentos de Filolog¨ªa o Arqueolog¨ªa cl¨¢sica de las grandes universidades, sino en N¨¢poles. Se imagina mejor a S¨®crates deambulando por un mercadillo o plazuela napolitana e iniciando un di¨¢logo con alguna persona humilde que sentado entre grandes helenistas de Berl¨ªn o de Oxford, o en un congreso internacional lleno de profesores.
La vida humana fluye en N¨¢poles de modo que ha hecho pensar siempre a los viajeros y a los naturales. Este fluir ha sido descrito muchas veces y en distintas ¨¦pocas. Los escritores han usado un modelo en su intento: cartas, relatos de viajes, art¨ªculos costumbristas, cuentos, obras teatrales, folletines, novelas. El continente est¨¢ dado. El contenido resulta que nos da tambi¨¦n algo como notas permanentes y espec¨ªficas. Estas notas ordenadas nos hacen ver cu¨¢n dif¨ªcil ser¨ªa dar una visi¨®n de la vida napolitana que se ajustara a ciertos patrones que se han tenido en cuenta para realizar investigaciones antropol¨®gicas en distintas sociedades. Porque sin una voluntad de comprender est¨¦ticamente la vida de N¨¢poles y los napolitanos no se entiende nada. Esta comprensi¨®n, por otra parte, no implica que el que la tenga vaya m¨¢s all¨¢ y se constituya en defensor del inmoralismo est¨¦tico u otra cosa semejante. Se trata de comprender y nada m¨¢s. Comprender como comprendieron a su pueblo los grandes napolitanos y algunos extranjeros perspicaces, por ejemplo, Stendhal. En N¨¢poles hay que dejar a un lado la tartufer¨ªa n¨®rdica, la moralina, sea protestante o cat¨®lica, y el utilitarismo campanudo, que hoy es una plaga que llega a las droguer¨ªas de barrio. Y nada m¨¢s.
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