Los 'marines' de la fuerza multinacional en L¨ªbano, hostigados a diario por la artiller¨ªa y los francotiradores
Con sus anchas espaldas, su robusta mand¨ªbula y, sus aires de desaf¨ªo, el teniente John Holloway tiene el aspecto de un protagonista de pel¨ªcula del Oeste cuando afirma ante las c¨¢maras de televisi¨®n que "no desperdicia ni una sola oportunidad de atizar palos a esos malos tipos de en frente. Estamos encantados", a?ade.Holloway, originario de Virginia, que manda una posici¨®n avanzada al sureste del aeropuerto, comenta as¨ª en su lenguaje peculiar la autorizaci¨®n dada a los marines destacados en L¨ªbano por el presidente Ronald Reagan para responder inmediatamente al fuego enemigo con armas ligeras y morteros, sin solicitar ning¨²n tipo de permiso.
Hasta que hace tres semanas la 24 unidad anfibia del cuerpo de marines, fue sustituida por la n¨²mero 22, reci¨¦n llegada de la isla caribe?a de Granada, invadida por Estados Unidos a fina les de octubre, los infantes de Marina -explica su portavoz, el coronel Dennis Brooks, de 38 a?os de edad- "ten¨ªan que pedir la luz verde al mando para replicar, que pod¨ªa tardar hasta un cuarto de hora en contestar".
Seguridad estricta
Para responder con armas pesadas sigue siendo necesaria una orden del general Jim Joy, que manda el contingente, y quien el pasado domingo pidi¨® la intervenci¨®n de la artiller¨ªa de Marina norteamericana y estuvo, incluso, dudando, seg¨²n reconoci¨®, en solicitar el apoyo del superacorazado New Jersey, el barco de guerra m¨¢s poderoso que posee EE UU.
Muchas otras cosas han cambiado desde el desembarco en Beirut de la 22 unidad anfibia, y los accesos al per¨ªmetro controlado por el contingente norteamericano son cada vez m¨¢s dif¨ªciles, porque cuando no est¨¢n en estado de m¨¢xima alerta y rechazan la visita de civiles, los periodistas acreditados son sometidos en la entrada a un estricto cacheo y s¨®lo pueden desplazarse por el recinto acompa?ados por militares de la, oficina del portavoz, que vigilan a los equipos de televisi¨®n para que no filmen determinadas instalaciones.
El teniente Holloway no disimula su orgullo, aparentemente compartido por los hombres que le rodean, cuando afirma ser perfectamente capaz de silenciar los ca?ones agresores", y se?ala la coraza de un transporte blindado en la que ha pintado seis rayas, una por cada uno de los enemigos. abatidos.
El jefe de la milicia drusa, Walid Jumblat, que teme pronto o tarde una operaci¨®n de represalia contra sus fuerzas, se quej¨® el pasado martes de que los marines eran frecuentemente los primeros en abrir fuego, porque, dijo, "se imaginan, ser atacados" cuando los milicianos bombardean posiciones del Ej¨¦rcito liban¨¦s, distantes, a veces, menos de un centenar de metros de las trincheras norteamericanas.
La sonrisa del suboficial Holloway se resquebraja, sin embargo, cuando evoca la muerte en combate, el pasado domingo por la noche, de sus ocho compa?eros -otros dos resultaron heridos-, que al no poder conciliar el sue?o abandonaron sin autorizaci¨®n su bunker-dormitorio para dirigirse a una posici¨®n en primera l¨ªnea, prevista para cuatro soldados, donde fueron alcanzados por un proyectil de mortero. "Naturalmente que tengo miedo de que me ocurra lo mismo. Si no lo tuviese estar¨ªa loco", confiesa el teniente.
Su principal enemigo no es, asegura, el miedo durante las dos horas de enfrentamientos cotidianos, sino el aburrimiento, que ni la escucha de la radio, ni los trabajos de mejora de las fortificaciones, ni la correspondencia intercambiada con la familia consiguen aliviar, y todos recuerdan con nostalgia la isla de Granada, cuyo nombre han escrito frecuentemente en sus cascos. "Aquello s¨ª que fue un paseo agradable", afirma un subordinado de Holloway.
Cuando se le pregunta qu¨¦ causa ha venido a servir a L¨ªbano, Holloway contesta sin dudarlo, y con una ingenuidad desconcertante, que est¨¢n aqu¨ª "para contribuir a que se respeten los derechos humanos". En un cercano puesto de observaci¨®n de las laderas de las colinas donde han sido colocadas las bater¨ªas drusas que hostigan a los marines, el cabo Steven Greham, de New Jersey, da una respuesta m¨¢s pragm¨¢tica: "para que permanezca abierto el aeropuerto".
Cartas y golosinas
Aparte de que el clima oto?al en L¨ªbano es muy h¨²medo y lluvioso, los marines rasos ignoran casi todo del pa¨ªs en el que est¨¢n, y el cabo Greham, por ejemplo, es incapaz de explicar a sus interlocutores periodistas, a los que ha prestado unos prism¨¢ticos, d¨®nde empiezan las posiciones drusas y d¨®nde terminan las de la milicia chiita, limit¨¢ndose a designar a sus adversarios con la palabra ellos.
?Por qu¨¦ les disparan desde enfrente? "No lo s¨¦ muy bien, me imagino que porque somos cristianos", se atreve a responder uno de los infantes de Marina en un puesto de observaci¨®n.
"La inexistencia de contactos con la poblaci¨®n civil" ind¨ªgena, explica, para el sargento Paul Germon, "nuestro desconocimiento de este lugar.
A falta de la simpat¨ªa de los libaneses, los marines pueden contar con la de sus conciudadanos norteamericanos, que en v¨ªsperas de Navidad les han enviado 20.000 cartas de aliento y 3.000 paquetes con golosinas, champa?a de California y objetos de decoraci¨®n navide?a.
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