El r¨ªo de Madrid
Ensalzado por encima de sus justos valores, denostado en la misma medida, alegre, sombr¨ªo, heroico o cortesano, puede dec¨ªrse que hay tantos r¨ªos Manzanares como siglos cuenta la historia de Madrid desde los d¨ªas en que el rey Felipe arranc¨® la corte de Toledo hasta los que hoy bajo sus arcos corren mirando un cielo entre gris y a?il. Quiz¨¢ por su saberse conformar con lo que entonces era y poco m¨¢s, fue preciso ennoblecerlo piedra a piedra con un puente, prolongaci¨®n de su calle principal entonces, por la que no tardaron en Regar ilustres hu¨¦spedes que a la larga pusieron casa en sus alrededores, como muestra de una cordialidad tradicional.Vecino y a la vez frontero a su corriente va nuestro siglo de oro desgranando obras y nombres que son Cervantes y El Quijote, Calder¨®n y sus autos, Lope de Vega en su jard¨ªn m¨¢s leve que cometa, o Quevedo en el filo de la vida y la muerte. Tambi¨¦n corren los muros del antiguo Alc¨¢zar donde una dinast¨ªa agoniza entre el Campo del Moro y la Casa de Campo, rodeada de meninas, bufones, caballos y pintores que se llaman Vel¨¢zquez. Ese rumor que viene de la sierra suena ya a decadencia tras los siglos de gloria. En ¨¦l, otro Felipe galopa por un vecino Guadarrama, y sus ojos cansados, doloridos, no anuncian ya d¨ªas de caza en los bosques de encinas sino el final de un imperio m¨¢s all¨¢ de colonias y oc¨¦anos.
Sin embargo, el r¨ªo conocer¨¢ una nueva dinast¨ªa que emprender¨¢ la aut¨¦ntica reforma de la capital, tratando de otorgarle rango europeo, embelleci¨¦ndola con puentes y paseos hasta llegar a convertir un primitivo museo de ciencias naturales en gran pinacoteca universal. Por entonces el pueblo Rano comienza a desempe?ar un papel importante en esta sociedad que ya goza de peculiar fisonom¨ªa. Este pueblo que pinta acostumbra a trabajar s¨®lo lo necesario, cuidar de su vestido en todo detalle y dejar pasar el tiempo en meriendas y bailes. Es el mismo que a?os m¨¢s tarde se alzar¨¢ contra Napole¨®n, acabando con sus huesos en un peque?o cementerio cerca del cual cruzar¨¢ a?os m¨¢s tarde el ferrocarril. Es el tiempo de los primeros cementerios ilustres, decadentes, modestos, en los que duerme Cayetana de Alba o el general Casta?os sus horas de gloria y gracia, en tanto las familias privilegiadas van camino de la Castellana o se trasladan al barrio de Salamanca, abandonando para siempre el abrazo de la Plaza Mayor.
El r¨ªo, sin embargo, resist¨ªa abajo los envites del tiempo, el trashumar constante del centro de la villa, frenando como pudo en su frontera sur. Hasta que cierto d¨ªa la guerra llam¨® a sus puertas, siglos m¨¢s tarde, en un pa¨ªs dividido en dos mitades, a lo largo de tres a?os que todos recordamos.
De el Cl¨ªnico al Jarama, otra vez se luchaba, en esta ocasi¨®n espa?oles contra otros espa?oles. El d¨ªa en que el r¨ªo y la ciudad se rinden, caen sobre ellos una vez m¨¢s la miseria y el hambre como en tiempos de Goya o Mesonero Romanos.
S¨®lo una nueva juventud, nacida, madurada en tanto la ciudad se reconstruye, y a¨²n bastante despu¨¦s, ser¨¢ capaz de hacerla resucitar de sus cenizas camino de tiempos mejores. A la sombra de sus modestos rascacielos, sus pasos elevados y aun de su mismo r¨ªo convertido en canal limpio de servidumbre y fango, otros n¨²cleos urbanos se unen a sus dos orillas, en tiempos lugares de recreo, hoy convertidos en nuevos barrios.
Adivinada desde lo alto, la corriente del Manzanares a¨²n sigue cruzando la llanura a trav¨¦s de un oc¨¦ano de barbechos que, de improviso, se convierten en calles, rincones, avenidas de una ciudad por la que van y vienen los nuevos madrileflos, gente a la que Machado se refiere cuando recomienda para mejor conocerlo no olvidarse de lo heroico o de lo tr¨¢gico, "porque", concluye, "todo lo borra esa jovialidad de la ciudad no exenta de iron¨ªa, de experiencia fr¨ªvola y desconcertante, esa gracia madrile?a inasequible a los malos comedi¨¦grafos que todo lo achabacanan y que tan finamente han captado los buenos como Lope de Vega, Ram¨®n de la Cruz o Jacinto Benavente, esa gracia cuya degradaci¨®n es el chiste y que supone esencialmente un anticipo del fracaso de lo solemne o, por decirlo de otro modo, el ant¨ªdoto de lo tr¨¢gico".
Los r¨ªos, dedicado hoy al r¨ªo Manzanares, se emite a las 19.30 por la primera cadena.
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