Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza
Areilza, Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza se sabe, naturalmente, el libro de Rosier, y los de Maquiavelo, y hasta el de Vera y Z¨²?iga, pero se ha hecho la figura que es a s¨ª mismo, que eso no se saca de los libros, o se saca, pero hay que hacer, luego, de la prosa diplom¨¢tica, otra cosa, como hubiera dicho Machado. Y esto es Areilza: otra cosa. "S¨ª, Umbral, he le¨ªdo toda la serie que vienes haciendo. Me gusta mucho. En mi casa tuvimos tambi¨¦n a Proust de libro de cabecera: te lo digo por lo que cuentas de Escobar. En seguida, yo empec¨¦ a publicar art¨ªculos infectos y brev¨ªsimos en alg¨²n peri¨®dico de Bilbao, s¨®lo por el placer de ver mi nombre debajo. Me atra¨ªa la literatura, s¨ª, y me atrae, soy un frustrado literario, o un frustrado a medias, sab¨ªa que me lo ibas a preguntar, claro que no estuve en la famosa tertulia bilba¨ªna que dices, la de Quadra-Salcedo, Iturrino y todos aqu¨¦llos, porque comprender¨¢s que entonces ten¨ªa yo unos quince a?os". Ha comprendido en seguida de qu¨¦ va el rollo y me facilita una octavilla verbal con su prehistoria. Como siempre, ya varias veces hemos almorzado juntos, el jaleo de lentes y cartas de restaurante, la conversaci¨®n a la que no renuncia, "soy campe¨®n de Espa?a de regatas o algo as¨ª", su continuo homenaje al comensal, que rebasa la discreci¨®n y llega hasta la comprensi¨®n e incluso la identificaci¨®n con los gustos de uno. Richelieus p¨¢lidos, cardenales borrados y borrosos, diplom¨¢ticos y v¨¦netos en el rostro de un solo color, alargado, solemne y sereno: todas las manchas, pecas y lunares al lado derecho de la cara.A Verdes le parece un patricio romano y a m¨ª un patricio sin Romas ni siquiera Bilbaos, ya. Peor para Bilbao y para Roma. Tapices que descienden a su rostro, donde la historia empalidece, la penetraci¨®n acuosa de los ojos vagamente claros y la sonrisa sarcastizada por la participaci¨®n de la nariz, como en todos los hombres de nariz larga. "He vivido muchas ¨¦pocas, s¨ª, pero mi ¨¦poca fue el final de los veinte, concretamente, los a?os 29 y 30. Ya sabes que el crac del 29 tard¨® m¨¢s de medio a?o en llegar a Espa?a. Fue un tiempo en que lo esper¨¢bamos todo y no nos enter¨¢bamos de nada. Hab¨ªa cierta paz, cierto bienestar, el mundo parec¨ªa que hubiese tomado un buen rumbo, soleado y cierto, y luego, ya ves".
Yo hab¨ªa pedido un consom¨¦, pero ¨¦l me ha impuesto, sin enterarse, unas verduras. Areilza come con vino tinto, saluda, abraz¨¢ndose a s¨ª mismo, remotos embajadores que se alejan por un espejo hacia misiones especial¨ªsimas; es, desde aqu¨ª, como uno de los padres primeros de la diplomacia, dispersando a sus hijos por el mundo.
-Nadie te conoce, Jos¨¦ Mar¨ªa, nadie te conoce. T¨² te has velado al mundo. Eres una gran figura p¨²blica, pero sobre ti no corren chismes y uno vive del chisme, uno es una chismosa, Jos¨¦ Mar¨ªa, una chismosa quiz¨¢ con "castellano egregio", c¨®mo dices de m¨ª en tu ¨²ltimo y bell¨ªsimo escrito, y he aqu¨ª que yo tampoco te conozco, Jos¨¦ Mar¨ªa, no te conozco.
-Eso est¨¢ bien. Tienes mucha raz¨®n.
-?Te has velado por razones profesioriales o personales?
-Quiz¨¢, ni profesionales ni personales. Quiz¨¢ por razones de pueblo: el pueblo vasco es as¨ª, vela su intimidad. Despu¨¦s de unas Mernorias pol¨ªticas que cubren cierto tranco de mi vida, voy a inteiltar unas Memorias de juventud, Umbral, y ah¨ª espero confesarme m¨¢s y conf¨ªo en que eso te guste.
-Mientras llegan esas Memorias, yo voy a entrar un poco a saco en el hombre, hasta que nos traigan el otro plato.
-Pregunta.
Y parece que le diverte el juego, lo que es anuncio de que va a seguir ocult¨¢ndose.
-Jos¨¦ Mar¨ªa, llevas una camisa exacta a la que llevaba la otra ma?ana Luis Escobar, cuando almorc¨¦ con ¨¦l. Camisa de rayas azules y anchas. Estoy empezando a pensar si todos mis entrevistados har. decidido uniformarse, pasarse la camisa, hasta marearme, hasta hacerme creer que estoy hablando siempre con el mismo se?or, cuando yo busco se?ores tan dispares.
-Es una camisa cl¨¢sica a mi edad y en mi clase. Y digo esto sin clasismos,claro. Es una camisa de elite (tambi¨¦n lo digo sin elitismos), que los hombres de cierta edad nos ponemos porque nos parece que queda elegante. Los hombres de cierta edad tenemos conciencia de que hay que remediar la decadencia del cuerpo con el cuidado de la indumentaria.
-Pero llevas el prendedor de la corbata muy bajo, y eso, para m¨ª, es s¨ªntoma de depresi¨®n.
-Yo jam¨¢s he tenido una depresi¨®n.
-Ya esa afirmaci¨®n es sospechosa.
-Hombre, he tenido momentos malos, disgustos, fracasos, cosas que han durado meses, y he resuelto esas depresiones, si quieres llamarlo as¨ª, alej¨¢ndome de los dem¨¢s. Siguiendo con la ropa o la elegancia, me parece que su ra¨ªz ¨²ltima es el erotismo, y uno no puede ni debe renunciar al comporiente er¨®tico de su imagen, porque eso tiene fuerza y es importante, queramos o no, para el mundo y para nosotros.
-La solapa de tu chaqueta es demasiado ancha.
-Bueno, es que cuido mucho la ropa. Este traje tiene ocho a?os, aqu¨ª donde lo ves, y claro, hay que aprovecharlo, aunque se haya pasado un poco de moda.
-?Por qu¨¦ llevas el pantal¨®n tan alto? ??Se te enfr¨ªa el vientre?
-No, qu¨¦ va. Es que he adelgazado 15 kilos, cosa que siempre viene bien a cierta edad. Y como ya te digo que el traje es antiguo...
Las manos son como la estilizaci¨®n de unas manos vascas. Unas manos de le?ador esbelto pasadas por la diplomacia. El mucho vello permite ver debajo las pecas -ay- de la edad, como las setas entre la hierba.
-Unamuno.
-Don Miguel echaba una vez un discurso en S alamanca, desde un balc¨®n de la Plaza Mayor. De pronto nos vio, a un grupo de bilba¨ªnos que hab¨ªamos ido a o¨ªrle, e interrumpi¨® el discurso para gritarnos: "?Esp¨¦renme un poco, que ahora bajo con ustedes a dar vueltas!".
-Maeztu.
-Maeztu, ya sabes, ten¨ªa algo de cl¨¦rigo protestante.
(Uno siempre ha pensado que Maeztu, exteriormente -y quiz¨¢ interiormente- es como una s¨ªntesis de Mortadelo y Filem¨®n, pero no se lo digo a Areilza.)
-Maeztu -prosigue- me dec¨ªa de Unamuno: "No es un pensador; es un ret¨®rico".
Qu¨¦ cosas hay que o¨ªr en ciertos trancos de la Historia.
-Basterra.
-Yo creo que nadie hizo como ¨¦l el paisajismo vasco en verso. Los caser¨ªos y todo eso. Pero luchaba mucho con el castellano. Le costaba, se ve que le costaba. Yo, una vez, le encontr¨¦ en un pesebre en desuso, naturalmente, con el Diccionario de la Real Academia Espa?ola de la Lengua. Se met¨ªa all¨ª todas las ma?anas a aprender palabras. Pastaba el castellano.
-?Es cierta la leyenda de que los vascos escrib¨ªs mal la lengua de Castilla?
-Lo que es cierto es que tenemos poco vocabulario castellano. Claro que la venganza de todo eso es Unamuno, creador constante de neologismos, o S¨¢nchez-Mazas, o Mourlane, a quienes t¨² tanto has le¨ªdo.
-Eguillor.
-Una figura local, un hombre grandilocuente y sabio que no hizo otra cosa en su vida que presidir una tertulia.
-Zunzunegui.
-A m¨ª me ense?¨® los primeros rudimentos literarios: c¨®mo se hace un art¨ªculo, por ejemplo.
-?Cu¨¢ntos a?os has vivido en el extranjero?
Andamos por el segundo plato. Ha venido un fot¨®grafo. Luego ha venido Verdes, que ya ha almorzado y va a tomar caf¨¦ con nosotros. Jos¨¦ Mar¨ªa se preocupa mucho de si estos hombres est¨¢n en el bar -se ha preocupado, quiero decir-, preguntando todo el rato, pero yo s¨¦ que no es vanidad, que la tiene tan saturada, sino hospitalidad. Hasta en el gran b¨²nker alegre de los espejos quiere ser hospitalario, como en su casa.
-En el extranjero he vivido 15 a?os, Paco. El Buenos Aires de Per¨®n, que era una cosa pintoresca, sobre todo con Evita. El Washington de Eisenhower, el Par¨ªs de De Gaulle. Washington es una capital comercial que comercia con una sola mercanc¨ªa: la pol¨ªtica. All¨ª la pol¨ªtica se lleva, se trae, se compra, se vende. Se vive para la pol¨ªtica. De Gaulle era un hombre que ten¨ªa un defecto de visi¨®n y, por no ponerse gafas, miraba siempre levantando la cabeza, la cabeza y su inmensa nariz. As¨ª naci¨® el rr¨¢to, del nuevo Emperador, que iba a dominar el mundo. Pero no era m¨¢s que un gesto, y un gesto obligado por una deficiencia visual. As¨ª que ya ves si es importante la imagen.
-Seguimos sin saber qui¨¦n eres, Jos¨¦ Mar¨ªa.
Sonr¨ªe.
-Pues pregunta, pregunta.
-Parece que te has vaciado en tu vida p¨²blica y no se te conoce vida privada. De ti, ya digo, no se cuentan chismes.
-Eso es porque he estado mucho tiempo fuera de Espa?a. El chisme fermenta en Espa?a. Aqu¨ª dentro.
-?Has sacrificado mucho de ti mismo, como individuo, a la vida p¨²blica y la pol¨ªtica?
-Mucho. Ya sabes que en Suiza algunos pol¨ªticos viven en casas sin cortinas, para que todo el mundo pueda ver a cualquier hora lo que hacen. Yo he estado, siempre, un poco como en el escaparate. Y eso me ha obligado a renunciar a muchas cosas.
-?C¨®mo lo has compensado para mantener el equilibrio que mantienes?
-Con alguna excursi¨®n arqueol¨®gica, a modo de escapada.
-Poca escapada me parece. Las mujeres.
-Mi primera y ¨²nica novia fue y es mi mujer.
Aqu¨ª otro t¨®pico sobre el vasco: la castidad. Pero tampoco se lo digo. Seamos un poco maquiav¨¦licos con este Maquiavelo de solapa ancha.
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-Como todo el que se hace una figura, vives preso en ella.
-Es posible.
-M¨ªrate en el espejo de los dem¨¢s.- ?C¨®mo te ven?
-Distante, fr¨ªo, calculador, correcto, profundamente diplom¨¢tico, discreto.
-?Es lo tuyo una simpat¨ªa helada?
-No quisera.
Dice Areilza en Los libros de la diplomacia: "El origen de la diplomacia moderna podr¨ªa explicarse de forma sint¨¦tica, comentando lo que contienen unos cuantos libros.En ellos se ve nacer el concepto contempor¨¢neo de la funci¨®n. ( ... )
La diplomacia que hoy conoce mos no procede de los grandes rei nos de la Europa renacentista, sino, parad¨®jicamente, de las peque?as rep¨²blicas de la Italia del Cuatrocientos".
Aqu¨ª est¨¢ todo. Areilza comprendi¨® en seguida, como hombre, como intelectual, como vasco, como espa?ol., como diplom¨¢tico, que nosotros no ¨¦ramos -pese a las proclamas imperiales de cuando entonces- un gran reino de la Europa renacentista, sino una peque?a rep¨²blica de derechas, militar y fascista, la de Franco, que ten¨ªa que negociar con lo que hab¨ªa o no hab¨ªa en torno. Por eso ha escrito uno tantas veces que Areilza ha sido el mejor vendedor de una Espa?a invendible, cuya casi ¨²nica actividad era la permuta.
Mientras otros se daban grandes bofetadas contra la Historia, vendiendo una Espa?a con las suelas de cart¨®n (como las legiones de Mussolini), Areilza fue siempre pr¨¢ctico y concreto, evit¨® en lo posible aquello que hace unos a?os se llamaba "triunfalismo". Ha manejado Espa?a en el mundo, cuando la ha manejado, con un criterio de rep¨²blica veneciana, en efecto (que quiz¨¢ es lo que somos), y aqu¨ª est¨¢ el secreto ¨²ltimo y primero de todos sus ¨¦xitos y su larga carrera.
-Umbral ?quieres explicarme la guerra que te hacen algunas gentes?
-La misma que te hacen a ti. Digamos que es la guerra sucia.
La educada reyerta de los espejos. Un restaurante como un pr¨ªncipe. El sitio donde me descubri¨® Cela y me amenaz¨® Fueyo. Todo como entre Viena y Viana. Como una Viana de domingo, un poco vienesa. Yo es como si me hubiera ido. El Conde de Motrico y Bernardino de Rosier hablan de las viejas artes de la diplomacia v¨¦neta.
-Jos¨¦ Mar¨ªa, t¨² sabes que se ha hablado de "fascismo y 98".
-S¨ª.
-T¨² sabes que se ha hablado del racismo de Baroja. Mi maestro Yndurain me dec¨ªa una vez que, en las novelas de Baroja, los vascos siempre son buenos. "Los malos ya empiezan a ser como de La Rioja o por ah¨ª", conclu¨ªa Yndurain. Y no es m¨¢s que una apreciaci¨®n literaria.
-Efectivamente, en Baroja hay racismo. Como en este restaurante hay cocina vasca con ajo riojano. Aqu¨ª la mezcla no es mala. En cuanto a Baroja, ya sabes que tiene la virtud de romper con la grandilocuencia del castellano. Su deshacer la escritura es deliberado.
No le digo a Areilza, porque no quiero llevar la conversaci¨®n a lo puramente literario, que Bareja escribe mal sin remedio y que no se propone nada de eso que ¨¦l, Areilza, dice, sino hacerlo lo mejor posible, que es bastante peor.
Es la hora de la conversa y el toro de la media tarde se sube por los espejos, con cuernos de oro. Conoc¨ª a Areilza, hace muchos a?os -¨¦l no puede acordarse-, en una visita de periodistas al Museo Naval, que entonces llevaba el almirante Guill¨¦n. Ya entonces me fij¨¦ en que el conde explicaba las cosas marineras mucho mejor que el almirante. Y, por supuesto, era m¨¢s fino con los periodistas. Siempre me ha gustado la voluntad de estilo de sus art¨ªculos, la serenidad de su prosa. Entre sus obras de Memorias parciales, hay alguna obra maestra de rapidez, fluidez y penetraci¨®n, con visi¨®n minut¨ªsima para lo intemacional (visi¨®n de moderno diplom¨¢tico veneciano) y visi¨®n abarcadora de lo peque?o. Un d¨ªa le hice una visita en Aravaca para Radio Nacional. Ten¨ªamos que hablar mucho de pol¨ªtica y s¨®lo hablamos de Josep Pl¨¢, que acababa de morir. Por eso la cosa qued¨® bien.
Almuerzos, presentaciones de libros, recepciones en su jard¨ªn de Aravaca. Toda entrevista tiene su inevitable env¨¦s, que es la contraentrevista, cuando el personaje comienza a preguntarle cosas a uno, a no ser que se trate de un personaje muy (mal) apersonado, que entonces no pregunta ni por la familia:
-?Y t¨² c¨®mo lo ves, Umbral? ?No ves una derecha que nunca hab¨ªa tomado partido como ahora, tan violentamente, tan claramente? ?Por qu¨¦ no se mantienen en sus posiciones realmente liberales y tradicionales? A m¨ª todo esto comienza a resultarme patol¨®gico. Yo no s¨¦ a ti.
Le doy mis respuestas, que son m¨¢s pr¨¢cticas que te¨®ricas. Nos despedimos en n¨²tad de la calle, con sobriedad que corrige las confianzas / confidencias que nos hemos hecho. Como si nada se hubiese hablado entre nosotros. Como debe ser. Areilza ya vivi¨®, y no s¨®lo como testigo, otro desmadre hist¨®rico de la derecha / derecha. Le encuentro como serenamente asustado por el desmadre actual. Pero, ya de pie y en la calle, sigue quedando elegante y conde con su traje de ocho a?os.
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