Kissinger tiene raz¨®n: es necesaria una estrategia elaborada en com¨²n
HELMUT SCHMIDT
Sin duda, Henry Kissinger ha vuelto a prestar un importante servicio no s¨®lo a su pa¨ªs, sino tambi¨¦n a todo el mundo occidental. Aunque los Gobiernos de Europa y Washington claman p¨²blicamente al cielo contra el plan de Kissinger para reorganizar la OTAN, su art¨ªculo (EL PA?S, 11 de marzo de 1984) tiene de antemano una gigantesca ventaja frente a las cr¨ªticas y comentarios anteriores: el historial y el diagn¨®stico preceden a las propuestas de terapia. Los antiguos socialdem¨®cratas hubieran llamado a esto, en palabras de Ferdinand Lasalle, "expresar lo que es".Kissinger dice: "La Alianza Atl¨¢ntica debe seguir siendo el eje de la pol¨ªtica (exterior) norteamericana". Cierto. Y s¨®lo despu¨¦s de esta afirmaci¨®n central analiza las actuales enfermedades de la Alianza, sus causas y sus factores. S¨®lo entonces siguen sus propuestas de remedio. Tambi¨¦n hace una propuesta de actuaci¨®n: por un tiempo limitado a dos a?os, encargar a un grupo de sabios cuyo compromiso con la unidad de Occidente est¨¦ claro que vuelvan a ordenar la pol¨ªtica de la Alianza, su doctrina militar y su distribuci¨®n de fuerzas armadas vali¨¦ndose de una valoraci¨®n de la amenaza sovi¨¦tica.
A grandes rasgos, Kissinger divide en tres soluciones los resultados te¨®ricamente posibles de los sabios: una ¨®ptima, una aprovechable y una penosa. Para este ¨²ltimo caso esboza algunas consecuencias imaginables para Estados Unidos, que desembocan en una partici¨®n en dos del actual compromiso militar norteamericano en Europa. Por eso, algunos en Europa lo interpretan como amenaza peligrosa, y en Washington, como amenaza pol¨ªticamente anacr¨®nica. La interpretaci¨®n es, en parte, muy superficial; en parte, injusta.
Los cr¨ªticos de Kissinger pasan por alto lo que es su verdadero y urgente llamamiento: volver a desarrollar de una vez una estrategia global y com¨²n de la Alianza en vistas de los problemas Este-Oeste. He aqu¨ª el importante y verdadero meollo.
Para no ser malentendido por principio ni en Washington ni en Par¨ªs ni en Bonn, Kissinger finaliza su art¨ªculo con el objetivo de mantener y reforzar la Alianza Atl¨¢ntica, porque en ella se encarnan la esperanza en la dignidad de la persona y en la decencia humana. Y yo a?ado: porque en un futuro previsible no puede garantizarse de otro modo la libertad de decisi¨®n de Europa, cosa que tampoco EE UU puede permitirse perder.
Kissinger tiene raz¨®n al decir que si un pa¨ªs domina la Alianza en todas las cuestiones occidentales, para los dependientes apenas queda aliciente alguno para esforzarse seriamente por la coordinaci¨®n pol¨ªtica. Yo a?adir¨ªa: la dependencia corrompe no s¨®lo a los dependientes, sino tambi¨¦n al superpotente, que decide casi solo.
Esa gran dependencia de las decisiones norteamericanas no exist¨ªa, por cierto, en los a?os sesenta y setenta. Pero Kennedy ten¨ªa demasiado respeto a Europa, y tambi¨¦n a MacMillah, a De Gaulle y, en menor medida, a Adenauer. Johnson estaba demasiado ocupado con Vietnam, y esto tambi¨¦n val¨ªa para Nixon y Kissinger. Pero Nixon segu¨ªa una estrategia global frente a Mosc¨² que, en gran medida, correspond¨ªa a los intereses b¨¢sicos y a las ideas de estrategia global de sus socios europeos. Esto tambi¨¦n era v¨¢lido para el t¨¢ndem Ford-Kissinger. Por eso, hasta 1976 inclusive, la colaboraci¨®n euroamericana no sufri¨® especialmente por el derrumbe del sistema monetario mundial, la explosi¨®n de los precios del petr¨®leo o la crisis econ¨®mica mundial.
'La Administraci¨®n Reagan actu¨® sin demasiados reparos hacia sus aliados'
La decadencia de la cooperaci¨®n empez¨® en tiempos del presidente Carter, que se enfront¨® de muchas maneras a sus aliados europeos con sorprendentes decisiones solitarias. Esto no mejor¨® con una serie de correcciones posteriores, porque tambi¨¦n ¨¦stas se hicieron, en parte, de una forma sorprendente. El ministro de Asuntos Exteriores de Carter, Cyrus Vance, apreciado por todos los Gobiernos europeos como persona digna de fiar, no tuvo una influencia suficiente en la estrategia global americana. Antes bien, el vac¨ªo atl¨¢ntico de liderazgo se llen¨® en gran parte con la estrecha cooperaci¨®n econ¨®mica y en pol¨ªtica exterior entre Giscard d'Estaing y el canciller federal alem¨¢n. Con la salida de Giscard, a finales de la primavera de 1981, y la toma de poder de Ronald Reagan, unos cuantos meses antes, la escena cambi¨® a peor. La nueva Administraci¨®n, que consumi¨® en poco tiempo un ministro de Exteriores y dos consejeros de seguridad, falta de suficiente experiencia en pol¨ªtica exterior, concedi¨® poco valor al principio a las consultas con los aliados europeos; m¨¢s bien parec¨ªa creer que su funci¨®n rectora le daba derecho a la creaci¨®n unilateral de hechos consumados. Al hacer esto, procedi¨® en econom¨ªa y pol¨ªtica exterior sin demasiados reparos hacia sus aliados y min¨® as¨ª las posiciones pol¨ªticas internas de los mismos sin preverlo ni siquiera notarlo.En Europa no fue capaz de llegarse a una voluntad com¨²n, como hubiera podido ser gracias a las buenas relaciones personales entre Callaghan, Giscard y yo mismo con respecto a algunos desaf¨ªos de la pol¨ªtica mundial: desde la cuesti¨®n palestina hasta la doble decisi¨®n, desde las conferencias cumbre de econom¨ªa mundial hasta el restablecimiento de tipos de cambio fijos (aunque m¨¢s adaptables) dentro de Europa.
Todo esto se puede expresar m¨¢s brutalmente de lo que lo ha hecho Kissinger; como grupo, los aliados europeos no estaban a la altura del doble desaf¨ªo: el de las turbulencias econ¨®micas desencadenadas por la segunda explosi¨®n del precio del petr¨®leo, en 19791980, y el de la renuncia a la continuidad de la pol¨ªtica exterior en Washington; Europa demostr¨® estar abrumada. Por ello, es com prensible que en EE UU cunda la impaciencia y la irritaci¨®n frente a Europa. Claro que la gran decadencia del influjo de las elites de la costa oriental americana experimentadas en el mundo y en la historia condujo a exageraciones ingenuas -y en parte ego¨ªstas- de las decepciones norteamericanas. Hoy d¨ªa, Atlanta, Houston y Los ?ngeles son centros de formaci¨®n de opiniones. All¨ª, de Europa se sabe poco.
A ¨²ltimos de los a?os cuarenta y cincuenta, EE UU tuvo que tomar solo las decisiones y, al mismo tiempo, ocuparse de que se pusieran en pr¨¢ctica. As¨ª, EE UU cre¨® una estrategia global que aprovech¨® la contenci¨®n pol¨ªtica por medio de la disuasi¨®n y que militarmente se orient¨® hacia el contragolpe at¨®mico masivo. Econ¨®micamente apuntaba a la reconstrucci¨®n de Europa (plan Marshall) y de la econom¨ªa mundial (FMI, Banco Mundial, GATT). Al mismo tiempo, esta estrategia global no exclu¨ªa una colaboraci¨®n limitada con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, bien en crisis concretas o, en general, en las Naciones Unidas.
Cuando a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta se hizo visible el empate estrat¨¦giconuclear que iba a surgir, EE UU sac¨® dos conclusiones importantes:
1. Renunciar a la estrategia militar de la venganza nuclear masiva a favor de la nueva estrategia militar de la respuesta flexible. Por cierto que durante d¨¦cada y media ¨¦sta fue la ¨²ltima orden desde arriba unilateral de EE UU dentro de
la Alianza. Los aliados europeos necesitaron m¨¢s de cinco a?os hasta que a finales de 1967 dieron oficialmente su consentimiento. A ello les ayud¨® el crecimiento que hab¨ªan experimentado entonces las fuerzas armadas alemanas.
2. EE UU ampli¨® su colaboraci¨®n parcial con la URSS; por cierto, contando con la plena aprobaci¨®n y colaboraci¨®n activa de sus aliados europeos y canadienses.
As¨ª, en 1967, se lleg¨® a la doble grand strategy de la Alianza, reconocida casi hasta el final de la Administraci¨®n Carter: disuasi¨®n militar por medio de la capacidad de defensa armada flexible y cooperaci¨®n con la Uni¨®n Sovi¨¦tica en la limitaci¨®n de armamento. Fue as¨ª como los miembros de la Alianza pudieron llegar, poni¨¦ndose de acuerdo en lo esencial, al acuerdo sobre cese de pruebas nucleares, al de no proliferaci¨®n, a las SALT I, a los acuerdos alemanes con el Este, al acuerdo entre las cuatro potencias sobre Berl¨ªn, al Acta Final de Helsinki, a los acuerdos germano-polacos y a las SALT II.
En la d¨¦cada de los sesenta, la Alianza sali¨® relativamente inmune de tres crisis estrat¨¦gicas: concretamente, la cubana de los cohetes; luego, la salida de Francia de la integraci¨®n militar en la OTAN, llevada a cabo por De Gaulle, abrupta y desconsideradamente, con la pretensi¨®n de lograr para Francia un papel aut¨®nomo casi de potencia mundial, y, finalmente, la catarsis de la guerra de Vietnam.
Tampoco la crisis pol¨ªtica interna de Estados Unidos, acentuada por el Watergate, tuvo ning¨²n efecto fuerte en la cohesi¨®n y en la estrategia global de la Alianza Atl¨¢ntica.
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Carter puso en pefigro la Afianza en dos terrenos a la vez'
S¨®lo Carter puso en peligro la cohesi¨®n de la Alianza, y, por cierto, en dos terrenos a la vez: por una parte, y en contra de los consejos de los europeos, tir¨® por la borda el inicio de las SALT II de Ford-Kissinger. Por otra parte, exhort¨® en¨¦rgicamente a los Gobiernos europeos a un mayor deficit spending y qued¨® como un incauto inflacionista. Necesariamente, tanto Par¨ªs como Bonn reaccionaron amargamente. Estados Unidos ya no mandaba; m¨¢s bien era Carter quien combat¨ªa porque se le reconociera en Europa.Ronald Reagan intent¨® restablecer la posici¨®n rectora norteamericana mediante una actuaci¨®n unilateral dr¨¢stica, para lo cual pudo apoyarse en un m¨²ltiple consenso pol¨ªtico interno, pero no en el de sus aliados. As¨ª se perdi¨® el consenso sobre la estrategia global com¨²n. Los aliados europeos se asustaron por los dos a?os de negligencia en las negociaciones sobre la limitaci¨®n de armamento y por lo que por parte norteamericana parec¨ªa una aspiraci¨®n al predominio, en lugar del equilibrio.
Al mismo tiempo, Ronald Reagan ahond¨® las dificultades econ¨®micas de sus aliados europeos con su pol¨ªtica, totalmente inesperada, de deficit spending. La pol¨ªtica de altos tipos de inter¨¦s, forzada por los d¨¦ficit de Reagan (los intereses reales m¨¢s altos desde hace siglos), ha convertido al pa¨ªs m¨¢s rico del mundo en el mayor importador de capital neto, a costa de las inversiones reales y, por ello, del empleo en los dem¨¢s pa¨ªses industriales y en los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo no productores de petr¨®leo. Los peligros inherentes a la insensata supercotizaci¨®n del d¨®lar (desencadenada por los altos tipos de inter¨¦s), el constante empeoramiento de los terms of trade, del proteccionismo y -si el d¨®lar cae de nuevo durante los pr¨®ximos meses- del debilitamiento del sistema monetario mundial asustan a todos los Gobiernos europeos.
'La nueva estrategia de la Alianza debe incluir el comportamiento econ¨®mico'
Kissinger ha dado en el blanco: la Alianza necesita una nueva estrategia global, pero ¨¦sta tiene que volver a incIuir, de una vez para siempre, el comportamiento econ¨®mico mundial de todos sus miembros. As¨ª consta tambi¨¦n desde el principio en el texto del Pacto del Atl¨¢ntico Norte. La estrategia global necesita una base de solidaridad pol¨ªtica y econ¨®mica entre los aliados; es decir, tambi¨¦n entre los aliados tiene que haber una limitaci¨®n y un control de la competencia y del beneficio propio, por mucho que ambos sigan siendo inevitables por principio. Naturalmente, la estrategia global debe incluir el comportamiento general frente a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Debe poner en claro que se aspira no al predominio, sino m¨¢s bien al equilibrio. A este fin han de subordinarse tanto el rearme como la distribuci¨®n de fuerzas armadas. Pero es sobre todo la diplomacia de limitaci¨®n del rearme la que debe atender a este fin. Hay un error occidental en cuanto a la distensi¨®n. Quien acepte un equilibrio militar aproximado en Europa debe saber que as¨ª no se resguardan de la penetraci¨®n de la influencia sovi¨¦tica ni Oriente Pr¨®ximo, ni Am¨¦rica Central, ni ?frica. Siempre estuvo claro que las SALT no pod¨ªan salvar ni Vietnam, ni Camboya, ni Afganist¨¢n. Quien haga resp9risable de los ¨¦xitos del expansionismo sovi¨¦tico a la pol¨ªtica de distensi¨®n, que en el control del rearme se limitaba a las armas estrat¨¦gicas y pol¨ªticamente a Europa, se est¨¢ haciendo ilusiones inadmisibles. Lo que sigue siendo imprescindible es, m¨¢s bien, que Estados Unidos desempe?e un papel de contrapeso global. En este terreno y en este papel es prioritaria -tambi¨¦n en el futuro- la diferencia cualitativa entre Europa y Estados Unidos, inevitable y necesaria, porque, si bien los pa¨ªses europeos pueden ayudar y aconsejar aqu¨ª, solos y auton¨®mamente no pueden actuar con ¨¦xito.A su vez, hay dos errores sovi¨¦ticos sobre la distensi¨®n. Mosc¨² ha apurado plenamente todos los acuerdos con Occidente y, al mismo tiempo, los ha respetado. Pero en las zonas no cubiertas por los acuerdos, el Politbur¨® no ha tenido reparos en ampliar su poder a los intereses de otros pa¨ªses y pueblos. Esto vale para el exorbitante rearme con los SS-20, que hoy amenaza a toda Europa, parte de ?frica, todo Oriente Pr¨®ximo y casi toda Asia. Esto vale tambi¨¦n para la permanente y pol¨ªticamente tenaz expansi¨®n militar de las zonas sovi¨¦ticas de influencia en todos los continentes fuera de Europa. Si bien este expansionismo sovi¨¦tico no estaba prohibido por los acuerdos ratificados con EE UU, sin embargo infringe considerablemente el derecho de gentes y la Carta de las Naciones Unidas. Pero el Politbur¨® ha valorado la reacci¨®n de EEUU de un modo totalmente err¨®neo. Ha provocado en este pa¨ªs -vital, joven y voluntarioso- un gran esfuerzo m¨¢s y ha desencadenado una nueva carrera de rearme. Los sovi¨¦ticos y los dem¨¢s pueblos de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y del Comecon tienen que padecer econ¨®micamente las consecuencias de este proceso.
El art¨ªculo de Kissinger disimula su sutil capacidad de diferenciaci¨®n con respecto a los pa¨ªses europeos. La Comunidad Econ¨®mica Europea enferma pol¨ªticamente porque todos los pa¨ªses miembros est¨¢n enfermos econ¨®micamente. El Reino Unido s¨®lo tiene un pie en la CEE. Francia s¨®lo tiene un pie en los. esfuerzos comunes de defensa de la Alianza. La Rep¨²blica Federal de Alemania est¨¢ de lleno en ambas alianzas internacionales, pero sufre al saber que en un caso grave ser¨ªa reducida al papel de campo de batalla y por la partici¨®n de la naci¨®n alemana Por eso, los alemanes est¨¢n m¨¢s asustados que la mayor¨ªa de los dem¨¢s europeos por el claro empeoramiento del ambiente entre el Este y el Oeste. Hab¨ªan cre¨ªdo que la distensi¨®n estaba asegurada. Muchos franceses malentienden este miedo como pacifismo y nacionalismo; hab¨ªan tomado como natural el papel de la Rep¨²blica Federal de Alemania como parachoques, como explanada y como avanzada de combate, y se hicieron la ilusi¨®n de que los alemanes eran la ¨²nica naci¨®n europea que hab¨ªa renunciado a su identidad nacional.
'Los norteamericanos pasan por alto las diferencias entre sus afiados'
Los norteamericanos quisieran considerar a Europa como un solo aliado. Saben que las naciones y Estados europeos est¨¢n emparentados pol¨ªtica y culturalmente desde hace mucho tiempo, pero pasan por alto una historia que durante m¨¢s de mil a?os transcurri¨® en la controversia y el antagonismo. Y tambi¨¦n pasan por alto los diversos estadios pol¨ªticos: pa¨ªses nucleares y pa¨ªses no nucleares, miembros de la ONU con derecho a veto y normales, potencias encargadas de la garant¨ªa sobre Berl¨ªn y otras receptoras de la misma. Innumerables europeos en Roma, Londres, Par¨ªs, Amsterdam o Bonn entienden absolutamente mucho m¨¢s de los procesos psicol¨®gicos y pol¨ªticos en EE UU de lo que entienden la mayor¨ªa de los norteamericanos sobre las naciones de Europa. Por eso, Estados Unidos tiende a una comprensible impaciencia hacia Europa y, por consiguiente, a veces incluso al desprecio. A su vez, en Europa se tiende a un incomprensivo rechazo de la t¨¢ctica norteamericana de la ducha escocesa. EE UU seguir¨¢ siendo temperamental. Pero debe esforzarse por la continuidad. Sus dirigentes pol¨ªticos deben autoeducarse y educar a su pa¨ªs en la constancia. En 1945, Europa inici¨® un decisivo proceso de cambio: la Comunidad Econ¨®mica Europea -geogr¨¢ficamente m¨¢s extensa que el Sacro Imperio Romano-Germ¨¢nico significa una nueva forma pol¨ªtica. Su desarrollo en lo sucesivo depende primordialmente de la confianza y la cooperaci¨®n entre los franceses y los alemanes. Sin una mayor calidad pol¨ªtica y militar de esta colaboraci¨®n apenas es imaginable una columna europea (Kennedy) aut¨®noma dentro de la Alianza Atl¨¢ntica. Par¨ªs y Bonn tienen conjuntamente la llave en sus manos. Val¨¦ry Giscard y yo hab¨ªamos acariciado la idea de unir mucho m¨¢s estrechamente el poder nuclear y el ej¨¦rcito convencional franceses con las fuerzas armadas convencionales y la fuerza econ¨®mica alemanas. Este principio es hoy una tarea para Mitterrand y Kohl. En comparaci¨®n con esto, la soluci¨®n de conflictos sobre presupuestos comunitarios y tasas compensatorias de frontera para productos agr¨ªcolas no pasa de ser t¨¦cnica cotidiana que hay que resolver de nuevo una vez cada cuantos a?os. Henry Kissinger ha manifestado dos verdades y una probabilidad La primera verdad es que la mayor¨ªa de los Gobiernos europeos se conf¨ªan demasiado en las armas nucleares estacionadas en la Rep¨²blica Federal de Alemania y que la mayor¨ªa de ellos descuidan su propia defensa convencional. La probabilidad es que una nueva generaci¨®n estadounidense inexperta en pol¨ªtica mundial, podr¨ªa responder a la continuidad de ese descuido retirando de Europa partes considerables de las fuerzas armadas norteamericanas. La segunda verdad es que tanto EE UU como los europeos conceden ahora una importancia desmesurada a la disuasi¨®n nuclear; en Europa, la llamada respuesta flexible en caso de defensa, s¨®lo ser¨ªa realmente flexible durante unos d¨ªas; luego terminar¨ªa por pasar a la destrucci¨®n nuclear de Europa Central.
'Una retirada parcial norteamericana no ser¨ªa necesariamente una desgracia'
Por ello, en el marco de una estrategia global de la Alianza formulada de nuevo, tambi¨¦n es necesaria una reforma de la estrategia militar. No a la renuncia a las armas nucleares, pero s¨ª a un mejor equilibrio convencional. No es necesario poder llevar al campo de batalla a un soldado por cada soldado sovi¨¦tico; al defensor puede bastarle con una cierta inferioridad num¨¦rica. Pero seguramente necesita una mejor dotaci¨®n militar de las reservas francesas; necesita reservas brit¨¢nicas de personal (quien renuncia al servicio militar obligatorio se expone, o bien a la defensa nuclear o a la reconquista muy posterior del territorio perdido al principio; ambas cosas, dif¨ªcilmente tolerables para el pa¨ªs del combate, la Rep¨²blica Federal de Alemania). Necesitamos reforzar Ios fuerzas a¨¦reas alemanas de intervenci¨®n convencional y m¨¢s munici¨®n convencional para el Ej¨¦rcito alem¨¢n. Por cierto que en estas condiciones, mejoradas cuantitativa y cualitativamente, una retirada parcial de las tropas americanas no ser¨ªa necesariamente una desgracia. Entonces, los europeos representar¨ªan su propio papel. Adem¨¢s, Kissinger cree que quiz¨¢ los europeos no puedan reaccionar, pero desea lo contrario y quiere contribuir a ello. Yo soy del mismo parecer. No hay que compartir todos sus puntos de vista y sus propuestas, pero su an¨¢lisis merece tomarse en serio. La Afianza debe ir al fondo del asunto para, despu¨¦s de un enjuiciamiento com¨²n de la situaci¨®n, sacar conclusiones conjuntamente. Esto dif¨ªcilmente puede empezar antes de las elecciones norteamericanas. Posteriormente, ser¨¢n necesarios varios a?os. La propuesta de Kissinger -formar un grupo de sabios- no es absurda. Ya dos veces, en 1956 y en 1967, la Alianza ha sacado un gran provecho de una task-force as¨ª. Los Gobiernos europeos deber¨ªan recoger las sugerencias de Kissinger, no curar con ensalmos y luego mendigar mejor tiempo en Estados Unidos.Copy Right. Die Zed.
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