Manuel Alcorlo
Entre la bre?a y la bra?a, en lo m¨¢s emboscado de los bosques, sale Manuel Alcorlo de una casa aldeana -Guadarrama-, con un viol¨ªn en la mano, contra el s¨¢bado abrile?o derrochado en lluvia. El viol¨ªn, sin el arco, casi parece un ni?o. La casa tiene algo de panera del tiempo.-Estas cosas na?f, aqu¨ª el portero, en seguida comemos, voy delante, hacia all¨¢ est¨¢ Toledo, ven¨ªs bien, una casa de pueblo, la compramos y la reconstruimos, cre¨ªan que est¨¢bamos locos, aqu¨ª hay gente que viene, compra una casa vieja y, en vez de restaurarla, se hace un apartamento como el de Madrid, todo de skay.
Nos baja a la bodega. Entre inmensas tinas y tinajas del XVIII, con algo de Danton y Robespierre del vino, Alcorlo parece m¨¢s lac¨®nico de talla, y quiz¨¢ por eso se derrama m¨¢s en las palabras. Gigante hombre peque?o entre los gigantes cervantinos de gran tripa y beber. ?l habla a voces. (El portero era de cart¨®n, recortado de una funci¨®n de teatro). Qu¨¦ entrem¨¦s de Cervantes (¨¦l tan quevedesco), Arcorlo entre bocoyes y entre odres, pegando gritos sobre Bach y el vino. La casa, el envigado de madera, tiene algo de silo de los d¨ªas.
-?sta es Paloma, mi hija de trece a?os.
"He visto el otro d¨ªa, entre raudos autobuses, humo y coches sin fin, vuestro blanquecino monumento. No pude sustraerme a la tentaci¨®n de escribiros al Parnaso de la verecundia inmortal, pidi¨¦ndoos permiso para ilustraros". Se escribe con Quevedo y con Beethoven. Bellas de mancillado cuerpo que galopan ruedas, calaveras muy atentas a la vida, monos sonrientes, p¨¢jaros bailables, un cruce genital Quevedo/Alcorlo, escribanos de usura y de lechuza, don Francisco llevado por un viento, un J¨²piter de t¨®rculo, p¨¢jaros y mujeres, poblando las tinieblas exteriores, la fortuna con seso, el asno muy entremetido en los asuntos de hombres (como andan por este pueblo de la sierra), bocas de cerradura, casas que se vuelan, como cuando aquel hidalgo que se qued¨® "desnudo de edificio", bur¨®cratas con cuernos de demonio, pezones de mujer, como pupilas s¨®lo de carne para ver la carne, este vino ventrudo, gigantomaquias y paletos, el gran cabr¨®n mir¨¢ndose en los mundos, y la fortuna ciega y como en bolas. La casa tiene algo de molino por dentro que nos muele la vida.
-Aqu¨ª abajo la bodega. Arriba el comedor, ahora comemos. Y m¨¢s arriba un cuarto con moqueta, que llamamos el Alphaville, porque tenemos un gran televisor y vemos las pel¨ªculas de Rita Hayworth y eso.
Los ni?os entre cofres. Las alcahuetas y los alquimistas. Estudia en Artes y Oficios y en la Escuela de Cer¨¢mica de la Moncloa. Con cobre, papel y aguafuerte hace un mohatrero. "Mira, Umbral, por fin hemos conseguido que le cambien las calles a este pueblo. Lo que era 18 de Julio es plaza de la Corredera. Lo que era Calvo Sotelo es Ronda de la Sangre. Lo que era Jos¨¦ Antonio es calle de la Sangre. O sea los nombres antiguos, los de siempre. Lo que era General¨ªsimo Franco es calle Real. Lo que era On¨¦simo Redondo es Doctor Fleming. Y en este plan". Carmen, su mujer, tiene una belleza Restauraci¨®n/Regencia, con band¨®s de oro cansado, en el pelo, y le hace comida vegetal, casi todo vegetal, por la salud. "Aqu¨ª Carmeta me cuida". El zorro azul mirando brujas. Alcorlo fue constructivista, vivi¨® en Italia, viaj¨® la Europa. Pint¨® uno de sus cuadros fundamentales, La Barca. En La Barca, toda la imaginaci¨®n medieval que se libera y antologiza en el Bosco, todo el barroquismo que prolifera, como un c¨¢ncer alegre, con Quevedo, todo el surrealismo de que enferman para siempre los artistas de nuestro tiempo, y todo contenido en una est¨¦tica casi de p¨®ster, con Buster Keaton a babor y el espectro de Monna Lisa presidiendo vagamente la navegaci¨®n. Cuadro clave/cuadro enclave en la obra de Alcorlo, por cuanto recoge todas las herencias aqu¨ª dichas y otras m¨¢s, aparte la inventiva natural y contra natura de este artista primero de las Espa?as por su pensamiento y por su mano. Me ense?a obra m¨¢s realista.
-Todo magistral, Manolo, pero me preocupa que est¨¦s perdiendo la imaginaci¨®n.
-Nadade eso, no lo creas, las cronolog¨ªas se confunden. Lo hago todo al mismo tiempo. Los hoirtelanos de este pueblo, en burra, y los magnolios de la imaginaci¨®n.
El cad¨¢ver del besugo engastado de peri¨®dico. La tauromaquia azul, blanca y p¨¢lida de una Espa?a atroz a la que Alcorlo, antisolanesco, antigoyesco, siquiera por capricho, ha quitado los colores. "En Pastrana, pueblo de la Alcarria, usan el toro de fuego, con rueda de alquitr¨¢n en los cuernos, y al que luego matan a palos". El bajorrelieve de las viejas, mujeres en su interior, un caballo estallado en mil objetos, un sue?o en rojo de p¨¢jaros picudos, una boda de pueblo, un siglo entre Mir¨® y Francis Bacon, los sue?os de Quevedo con los cr¨¢neos sin tapa, la noche miniada como un sue?o, el localismo trascendido de las lavanderas, retratos asombrosos de bellas muchachas, hasta ciclistas y campeones con la madrina pectoral al lado. Todo lo resuelve su oficio. "La visita" (?al Seguro?), como un socialrealismo pasado, simplemente, por el m¨¢s fino realismo, escondidas fuentes, Paloma haciendo punto, calles del pueblo serrano. Y Fran?ois Perche: "Alcorlo es un pintor nato". A?o 60: yo llegaba a Madrid y ¨¦l se iba pensionado a Roma.
-Mira, Paco, yo soy un cojo reum¨¢tico y gotoso, pero ya te digo que Carmeta me cuida, voy divino. Tenemos vino de la cuba, que son muchos grados, y este tinto que a lo mejor te gusta.
-Pues que bajen a por el de la cuba.
Venus desnuda y tonta entre peces pescados. "La primera, nada m¨¢s nacer. No s¨¦ si sabr¨¢s ya estas cosas, Perlimpina: cuando naciste eras un paquet¨ªn realmente muy peque?o, circunspecto, eso s¨ª. Yo entonces ten¨ªa la cabeza de flores y es posible que entre rombitos de colores, zumbadores, electrizantes, puntitos dislocados y rapid¨ªsimos, te viera tu madre, para reconocerte como ese paquet¨ªn salido de su almac¨¦n en el sue?o ces¨¢reo. Aparecieron con los despueses, sonrisas de netol y muchas se han quedado, sobre todo en las estaciones, como bar¨®metros, y se sabe el tiempo que hace cuando no pronuncias tus fonemas". Escribe, toca Bach al viol¨ªn, cepilla de madera, graba, dibuja y pinta. Es un Leonardo madriles en el cuerpo de Toulouse-Lautrec.
Es un surrealista de alta sierra en el alma abultada, como un pecho, de don Francisco de Quevedo. Es un inmenso artista. El pelo revuelto, las gafas entre inteligentes y golfantes, la nariz de list¨ªsimo payaso, la barba con chorreo de pelo blanco, jerseis sobre jerseis, su¨¦ters sobre su¨¦ters, lana sobre lana, algod¨®n sobre el algod¨®n, y una estufa que tira cuando quiere. Pantalones de pana, anchos, y esa habilidad de los cojos para subir y bajar escaleras (la casa tiene muchas) como en vuelo. Le entramos en C¨¦zanne.
-Ver¨¢s, Umbral, C¨¦zanne es grande en lo peque?o, cuando pinta un interior, un bodeg¨®n, ya sabes. S¨¦ que le cuesta mucho, que lo ha pensado mucho. Y de pronto, del silencio, chas, surge la idea, la imagen, la cosa. C¨®mo estudia las cosas, Paul C¨¦zanne. Pero cuando hace ba?istas y composici¨®n, ah¨ª ya empezamos a joderla. (Me muestra un libro). Mira, mira qu¨¦ t¨ªas pintaba. Se la arrugan a cualquiera. Llega Picasso con las se?oritas de Avi?¨®n y se lo carga.
-Me parece que abusas, Alcorlo, reproch¨¢ndole a C¨¦zanne la composici¨®n, que era su punto d¨¦bil y es tu fuerte. Nadie como t¨² ha acumulado figuras, realistas o surrealistas, humanas o inhumanas, en la pintura espa?ola. Lo de C¨¦zanne, y t¨² lo sabes, era otra cosa, era pintura de c¨¢mara.
-Pero estudiaba las cosas, c¨®mo estudiaba. Mira este retrato de Delacroix.
No nos dejemos enga?ar, gran cuidado, por la facultad de composici¨®n/acumulaci¨®n que hay en Alcorlo. Puede que sea una facultad de barroco, pero es, ante todo, una dificultad de pintor mentale que ha calculado los vol¨²menes, las distancias y las densidades como un arquitecto, con voluntad tect¨®nica y sabidur¨ªa t¨¦cnica. El sue?o de la raz¨®n engendra monstruos, pero unos monstruos, generalmente, muy racionales.
No confundir -cuidado, peatones - facilidad con mogoll¨®n ni barroquismo con empanada mental.
Carmen preside la mesa con su belleza Restauraci¨®n/Regencia (queda dicho, y nos da hinojo de primero, hierbas con carne picada de segundo, tarta de pueblo como postre. El vino de la barrica ha resultado casi dulce, de
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tan violento. Alcorlo me ense?a el peque?o jard¨ªn:
-Ya lo ves, el n¨ªspero, la hierba que est¨¢ creciendo, malamente, la primavera que ha venido, todo eso. Al a?o que viene tenemos que irnos a vivir a Madrid, por el colegio de los ni?os.
Me siento en el div¨¢n a tomar el caf¨¦ y un co?ac. Alcorlo me va mostrando los grandes cuadros (toda una tauromaquia sin toreros) que va a exponer en breve.. Ha enfriado la fiesta deliberadamente, desde el alcalde desdentado a las masas de toros y de mozos, sin sangre por en medio. De pronto cambia el tercio. Un cuadro vertical, ¨®leo de mucho color, cuatro ni?as del pueblo, cuerpo entero, cuatro expresiones asombrosas, diversas, entre Goya y el Alcorlo otro, asustadas de algo, cuatro d¨¦biles espada?as de mujer en su desvalimiento ante la fiesta, ante la muerte, ante la vida, lo m¨¢s seguro.
-Alg¨²n d¨ªa te comprar¨¦ ese cuadro, Alcorlo, si dirijo un museo o me dirigen.
Desconcertantemente dotado, lo hace todo a la vez y no se pierde. Ha habido otros talentos de talento m¨²ltiple, pero se logra m¨¢s el de una sola vocaci¨®n o habilidad. Tanto como las plurales aptitudes de Alcorlo, hay que admirar su actitud, libre y directa, confusa por fuera, segura por dentro, para hacer siempre lo que quiere y como quiere, para ser siempre Alcorlo, a la sombra caliente de Quevedo, a la sombra difunta del Bosco, al sol de los realistas.
Eres ya un t¨ªo de pueblo, Manolo.
-S¨ª, ya soy un t¨ªo de pueblo. Voy conociendo, sobre todo, la psicolog¨ªa de estos hombres rurales, de los campesinos y los hombres de monta?a. No creo en el buen salvaje, no he descubierto nada de eso, el hombre de campo tiene los mismos fallos, u otros, que el de la ciudad, pero, hasta llegar a eso, hay un gran trecho de amistad y cultura, s¨ª, cultura, porque el saber del cielo y de la tierra y de las vi?as a m¨ª me parece que es cultura. Viven a veinte a?os de distancia, creen, algunos, en el caciquismo, o lo fomentan, pero con el tiempo van desapareciendo esos caciques de cuatro t¨®picos y cuatro cosas o¨ªdas en Madrid. Por cierto, lo de Madrid, ?por qu¨¦ no ser de Madrid? Ahora parece como que da verg¨¹enza ser madrile?o, y eso tampoco es, nos han identificado con Franco, a los madrile?os, y resulta que, si vas a ver, casi todos sus ministros fueron de la periferia, empezando por ¨¦l, que era gallego. Yo, cuando la cosa, hice unos platos para celebrar el final del franquismo, mira, ah¨ª en la pared tengo uno.
?Vendes mucho?
-Poco.
-?Cobras mucho?
-Poco. Lo justo para pagar los impuestos. Lo que te iba diciendo, el caciquismo. Nosotros, cuando el veintitr¨¦s de febrero, lo pasamos aqu¨ª, y luego me enter¨¦ de que yo estaba en las listas, claro, por ¨¢crata espantoso.
-Eres ya un cl¨¢sico de la vanguardia. ?Qu¨¦ es, qui¨¦n es hoy la vanguardia?
-Bueno, pues no s¨¦, hombre -entiesa la pierna tiesa, se la rasca-, yo no s¨¦ en lo que andan, han descubierto cosas que yo vi ya en Italia hace diez a?os, yo no s¨¦ lo que quieren, por ejemplo los cr¨ªticos, se busca sorprender, no s¨¦, ya han pasado a Sempere y a cualquiera, ahora no s¨¦ qu¨¦ buscan, te lo juro.
Estamos sentados frente a los balcones y el paisaje. La primavera, de pronto, se ha ido de la sierra como una se?orita de domingo. Est¨¢ nublado y un viento fuerte trae la lluvia, o se la lleva, como en un rapto de cristal. El aro de oro de cristal de gafa, barba por la que se derraman ya las canas, la voz f¨¢cil y dura, el hombre corto para el largo vino, Alcorlo, Manuel Alcorlo, que es todo ¨¦l como un "tudesco mosco de los sorbos finos", que dijera nuestro Quevedo, serran¨ªa literaria en que habitamos, Guadarrama de hombres y de brujas. El parto de estos montes, en el mazizo mismo de Espa?a, da genios como Alcorlo, como Vicente Aleixandre, cada uno en su agujero, en su casamata de creaci¨®n, cordillera horadada de talentos que lucen en la cultura como las lucecitas en la monta?a/noche, con temblor orogr¨¢fico. Alcorlo, que iba y ven¨ªa por la casa, por el estudio, llevando y trayendo, tomando y dejando, ha encontrado su centro en un atril, y en el atril una p¨¢gina de Bach. Vuelve el viol¨ªn rescatado de la lluvia.
-Ahora os voy a tocar algunas cosas. A ver si sale esto.
Con sudores de inspiraci¨®n y de la estufa, aplicado e ir¨®nico, Alcorlo toca el viol¨ªn o repita en griego. Afuera, la tormenta. Alcorlo lucha contra la m¨²sica como el n¨ªspero contra el viento que lo agita. Comienza y recomienza, ata, al fin, la mosca, el mosc¨®n de la m¨²sica por el rabo. Su viol¨ªn es la espada de Quevedo. Hombre de escasos medios f¨ªsicos, en apariencia, gigant¨®n en peque?o, como deb¨ªa serlo don Francisco, pone toda su humanidad de risa y barba contra la brisa sutil de la m¨²sica, que le atraviesa el pecho como un hilo, como alambreo susurro, pese a los su¨¦ters, jerseis y rebecas hechas en casa. El n¨ªspero del jard¨ªn, de igual destino, se llena la cabeza de viento y las hojas de desesperaci¨®n. "Ha florecido ya dos veces, el pobre, y otra vez vuelve el invierno: est¨¢ muy cabreado el pobre n¨ªspero". Vencido por la m¨²sica, sudante, Alcorlo busca su copa y me lo explica:
-Quiero hacer una cosa p¨²a amigos, reunirnos a tocar, estudiar una pieza poco a poco, eso es reconfortante. El otro d¨ªa, en Madrid, me encontr¨¦ un taxista que met¨ªa cassettes de cl¨¢sicos todo el rato. "Pare aqu¨ª, amigo, le dije, que vamos a escuchar eso despacio". "Es que yo he sido m¨²sico", me dec¨ªa. Este genio de siempre, joven a¨²n, viejo de Quevedos y de Boscos, y el taxista de m¨²sica frustrada, escuchando a los cl¨¢sicos en un taxi aparcado al margen de todo aparcamiento. Son los momentos m¨¢gicos de Alcorlo.
-Quevedo.
-No hay cosa igual.
-La m¨²sica.
-Ya ves.
Y bebe vino. Pienso que es su otro vino, la m¨²sica, y pienso en las tinajas de la bodega como en el senado de los cl¨¢sicos, subi¨¦ndole sus armon¨ªas silenciosas, desde el hond¨®n donde se pisaba la uva de este pueblo, hasta el sue?o de su raz¨®n, que engendra monstruos tan razonables, como ya m¨¢s o menos queda dicho:
-Mira, Umbral, "Quevedo y su mam¨¢". Es una cosa que pint¨¦ a ra¨ªz de leer aquel ensayo donde se dec¨ªa que Quevedo no era sino un puro complejo sadicoanal y una fijaci¨®n a la madre.
Somos del mismo a?o, Alcorlo y yo. De vuelta de Europa, se ha metido como desesperadamente en la cueva del ogro bueno que ¨¦l es, para gru?irle al mundo con su burla y ese algo hasta chistoso que tiene, de pronto, su pintura, pingaleta de cojo genial, espatulazo goyesco de su pierna, o el taller de grabado, minucioso, con grandes t¨®rculos y herramientas leves, como la carpinter¨ªa de la inteligencia, que todo gran creador es, adem¨¢s o necesariamente, el carpintero de si mismo El tallercito grabador de poner en limpio lo m¨¢s sucio de su arte virilmente oscuro es como la concie?cia limpia de Alcorlo:
-Aqu¨ª en esta casa todos somos artesanos, Paco; nada de artistas.
Cuando nos vamos, un diablo y un cojuelo dan saltos y vueltas en torno al coche. Son dos en uno, Alcorlo, en cordial despedida, o yo dir¨ªa que Alcorlo, bajo la lluvia que no le moja, se ha desdoblado en dos, diablo y cojuelo, "ya sab¨¦is". todo seguido hasta Boadilla".
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