Nosotros, los finos
Me gusta llegar pronto a la plaza, cuando apenas unas sombras mosquean el gris cemento; me gusta ver c¨®mo poco a poco esas sombras se van agrupando en grupos cada vez mayores hasta trastocar la situaci¨®n anterior; ahora los espacios menores son los gris¨¢ceos y la integraci¨®n se va haciendo en movimiento uniformemente acelerado; a medida que se acerca la hora del pase¨ªllo, los rezagados, en vez de entrar de dos en dos, entran a borbotones; una distracci¨®n m¨ªnima basta para encontrar el panorama totalmente cambiado. Los tendidos, las gradas, las andanadas alternan colores; oscuro en los trajes masculinos y floreado en los femeninos. La plaza est¨¢ llena hasta la bandera, escriben en esos casos los redactores especialistas, usando una de las innumerables exageraciones que forman parte del vocabulario de los toros.Resulta curioso c¨®mo se va fundiendo la individualidad en la masa. Los que llegan son seres independientes, seres aislados, trayendo cada uno de la calle la preocupaci¨®n propia. "Me he levantado con buen cuerpo hoy; un amigo m¨ªo me ha llamado para decirme que le hab¨ªan robado un mill¨®n de pesetas..., no en met¨¢lico, claro, de su casa de comercio... -?Y eso te ha preocupado?- Es que le tengo asegurado yo, ?fig¨²rate!".
El se?or de al lado, mientras tanto, no piensa en un mill¨®n: le bastar¨ªa con encontrar en sus bolsillos una cantidad que, sin ser mezquina, tampoco fuese primada para d¨¢rsela a ese acomodador que, tras colocarle la almohadilla y devolverle la entrada, permanece a su lado mirando el tendido de forma m¨¢s o menos distra¨ªda. Por fin los dedos cuentan la cantidad justa y del uniforme del mancebo sale un gracias desmayado y rutinario, o un gracias sonoro y penetrante acompa?ado incluso de un "...se?or" cuando el n¨²mero de pesetas ha superado las esperanzas...
... Que, por otro lado, son de una gran amplitud y variedad al ajustarse autom¨¢ticamente al aspecto del individuo. Siempre he cre¨ªdo que los acomodadores, como los conserjes de hotel y los ma?tres de restaurante, son los mejores psic¨®logos del mundo. Por ejemplo, ¨¦stos ya saben que en la inmensa mayor¨ªa de los casos el norteamericano no deja propina, sencilamente porque en su pa¨ªs no se da en los teatros ni en el cine, y por ello, con s¨®lo un thank you al hombro, el mozo baja las escaleras ¨¢gilmente sin la menor queja. No est¨¢ decepcionado porque no ha tenido antes la menor ilusi¨®n; as¨ª de f¨¢cil.
Pasa el cervecero, el g¨¹isquero, el avellanero. Pasa tambi¨¦n el que vende los programas ?Vende? No. ?Los regala? Tampoco. Al entregarlos emplea esa f¨®rmula tan espa?ola y que a m¨ª me encanta: "Es la voluntad". ?Qu¨¦ bonito es a veces eI lenguaje nuestro! Que le d¨¦ o no propina depende de la voluntad que tenga de hacerlo; en principio deber¨ªa uno sentirse liberado de obligaciones al o¨ªrlo, y sin embargo... que alguien espere de nuestra voluntad soberana un regalo encadena m¨¢s que una petici¨®n ¨¢spera de dinero. ?C¨®mo no va a tener uno la voluntad de darle algo a ese hombre que en vez de exigir conf¨ªa en nosotros?
En la corrida todo es tradicional; en el ruedo y en el p¨²blico. Por ejemplo, es tradicional que la gente est¨¦ de pie cuando no hay acci¨®n en el ruedo, y que se siente cuando empieza a haberla, y tan fuera de lugar est¨¢ quien pide que se acomoden cuando no pasa nada como el que quiera ver un pase en actitud vertical.
Ya se han cerrado todas las filas, prietas si no marciales, y cuando el ¨²ltimo espacio blanquecino desaparece, como si se hubiera dicho eso de "?Hala, ya estamos todos!", empieza la corrida; los individuos anteriores que se han confundido crom¨¢ticamente van haci¨¦ndose ahora de forma psicol¨®gica. Al asegurador, al dudoso de la propina, a la ni?a y el mozo, a la se?ora gorda y el empleado de Hacienda se les desvanece la existencia anterior y se encadenan al elemento m¨¢gico del ruedo. La familia, la econom¨ªa, la enfermedad, el amor que les distingu¨ªa hace unos momentos desaparece bajo el nombre colectivo de aficionados. Ya somos todos uno, ya podemos vibrar al un¨ªsono, gritar al un¨ªsono al presidente, aplaudir al un¨ªsono la faena. Ya somos un bloque..., en la alegr¨ªa o en la tristeza, en el entusiasmo o en la irritaci¨®n.
Claro que..., siempre quedan clases sociales y de las otras que a menudo coinciden. Cuando un torero como D¨¢maso Gonz¨¢lez, por ejemplo, se lleva al corn¨²peta ante los tendidos de sol para realizar all¨ª su faena, los del tendido 10 nos miramos de forma c¨®mplice. "Claro, all¨ª es donde gusta esa clase de toreo... los pobres...". Y por unos instantes nos olvidamos de nuestros propios problemas econ¨®micos o sociales, intelectuales o amorosos para disfrutar de ese tacto de codos simb¨®lico. Somos m¨¢s ricos porque nuestras localidades son m¨¢s caras que las de enfrente, pero, adem¨¢s, sabemos m¨¢s de toros; nos gusta la faena elegante y con clase, no efectista a base de espatarrarse y retorcer la poco agraciada figura. "?Ol¨¦!", gritan enfrente, y nosotros, con un gui?o c¨®mplice y mudo -con los socialistas en el poder tampoco puede uno descararse-, coincidimos en la idea: s¨ª, claro, los hombres del pueblo tambi¨¦n tienen su corazoncito, como nos recordaban en la tele el otro d¨ªa, pero no discriminan, los pobres; les falta paladar para apreciar el caviar de un Curro Romero y se conforman con el bocata de chorizo de un D¨¢niaso Gonz¨¢lez.
Y nos quedamos muy contentos al vemos tan inteligentes, tan finos, tan bien sentados y entendiendo tanto...
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