El drogadicto no es una invenci¨®n
En un art¨ªculo recientemente publicado por el profesor Fernando Savater se hacen, en torno al problema de la droga, unas cuantas afirmaciones que me permito calificar de sorprendentes. No me parece tal, por supuesto, que el autor contemple con comprensi¨®n, e incluso con simpat¨ªa, el fen¨®meno social del abuso de las drogas. Cada cual tiene derecho a adherirse a unos u otros valores y, desde su particular techo ideol¨®gico, a enjuiciar positiva o negativamente los acontecimientos que se producen en su entorno.Lo que s¨ª encuentro sorprendente es que se hable de la invenci¨®n del drogadicto y que de la supuesta artificialidad de esa invenci¨®n se extraiga toda una serie de conclusiones, la ¨²ltima de las cuales parece ser la acusaci¨®n de que somos los perseguidores y acusadores oficiales del negocio criminal de la droga los menos interesados en que el mismo acabe.
Vayamos por partes, Es evidente que cuando el se?or Savater titula su art¨ªculo La invenci¨®n del drogadicto no est¨¢ insinuando que no existan drogadictos. La tragedia de la drogodependencia es en nuestra sociedad un hecho demasiado extendido y visible para que un observador atento de la realidad se atreva a considerarlo puro e interesado invento. Lo que el se?or Savater quiere, obviamente, decir es que la sociedad de nuestro tiempo se ha apoderado de esta triste figura y la ha convertido en chivo expiatorio, en causa aparente d¨¦ todos los males que la aquejan.
Lo que dice la ley
Yo no niego que as¨ª pueda ser en ciertos niveles especialmente emocionales del comportamiento colectivo. Pero s¨ª niego que lo sea -al menos en t¨¦rminos generales- en el nivel de la respuesta institucional.
Desde este punto de vista habr¨¢ que recordar, una vez m¨¢s, que en nuestra ley penal la drogadicci¨®n no constituye ning¨²n tipo delictivo- y que, aun figurando las toxicoman¨ªas entre los estados peligrosos que enumera la ley de Peligrosidad Social, el buen sentido de la mayor¨ªa de los jueces viene, desde hace a?os, haciendo un uso prudent¨ªsimo del precepto por entender incompatible con los presupuestos constitucionales la impos¨ªci¨®n de medidas sancionadoras a quienes no han cometido todav¨ªa delito alguno.
Por lo dem¨¢s, si la gente sencilla se siente profundamente pxeocupada por la difusi¨®n del abuso de las drogas -especialmente de algunas de ellas- habr¨¢ que reconocer que no le falta raz¨®n. Las consecuencias destructivas de la droga no hay que buscarlas ya detr¨¢s de las puertas; est¨¢n en la calle y se materializan en muertes, en graves deterioros f¨ªsicos y mentales, en desorganizaci¨®n social, en cr¨ªmenes tambi¨¦n.
Droga y delito
Esto ¨²ltimo -la afirmaci¨®n de car¨¢cter crimin¨®geno de la droga- no significa, naturalmente, que sea ella la responsable de toda delincuencia. Significo s¨®lo que a los m¨²ltiples factores que determinan la aparici¨®n de delito en la sociedad moderna -desajustes y contradicciones, marginaci¨®n, desarraigo, etc¨¦tera, se ha incorporado con impresionante fuerza y fecundidad este nuevo factor.
Es en este contexto en que creo hay que situar, con su posible dosis, de exageraci¨®n, frases como la citada por el se?or Savater: "El 80% de los delitos lo cometen los drogadictos". Un aserto como ¨¦ste -en ello estoy plenamente de acuerdo con ¨¦lno puede ciertamente sostenerse sin una contundente prueba emp¨ªrica.
Lo mismo puede decirse, por otra parte, de alg¨²n que otro aserto que se desliza en el art¨ªculo que comento. Por ejernplo, aquel a cuyo tenor "num¨¦ros¨ªsimos l¨ªderes, etc¨¦tera y, por supesto, polic¨ªas y magistrados toman habitualmente coca¨ªna o hero¨ªna". Por lo que a magistrados se refiere, puedo asegurar que, en los 30 a?os que llevo conviviendo con este grupo profesional, no he conocido a ninguno que tuviese tan singular y lamentable costumbre. Aunque es posible que mi incapacidad para percibir cosa por lo visto tan notoria haya de ponerse en la cuenta de la saneta sinipl¨ªcitas que el se?or Savater ben¨¦volamente me atribuye.
Por lo dem¨¢s, suponer que "es la prohibici¨®n lo que convierte a la droga en droga", esto es, que el perjuicio que la misma ocasiona en la salud individual y colectiva es una mera consecuencia de la prohibici¨®n, s¨®lo es posible desde el desconocimiento de la historia reciente de la lucha internacional contra la droga. Porque esa historia nos ense?a que la reacci¨®n de los pa¨ªses occidentales civilizados se ha producido, casi invariablemente, cuando el problema hab¨ªa alcanzado ya cotas alarmantes de gravedad, lo que, de otro lado, nada tiene de extra?o, pues lo rigurosamente s¨®lito es que las instituciones respondan con un cierto retraso a la realidad social.
Puntualizaciones
La observaci¨®n -irreprochable- de que la prohibici¨®n crea un ¨¢mbito clandestino y s¨®rdido en que germinan suplementarios efectos indeseables, no puede llevar, en buena l¨®gica, a clamar por la vuelta a una situaci¨®n previa, de la que el dramatismo objetivo de los hechos forz¨® a salir.
Todav¨ªa una ¨²ltima puntualizaci¨®n. Cualquier ciudadano tiene derecho a pensar y a decir lo que tenga por conveniente sobre la conveniencia o no de reprimir el tr¨¢fico ilegal de drogas. Cualquiera tiene, igualmente, derecho de expresar su opini¨®n sobre las formas de actuaci¨®n y los niveles de eficacia de los ¨®rganos encargados de reprimirlo.
Pero nadie tiene derecho -y tampoco el se?or Savater- a decir que quienes persiguen oficialmente el tr¨¢fico son los menos interesados en que se acabe. Tampoco yo -que oficialmente lo persigo- me reconozco a m¨ª mismo el derecho de sospechar cosa alguna inconfesable tras la apasionada defensa que el se?or Savater -a quien sinceramente respeto- hace del libre consumo de toda clase de drogas.
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