En C¨®rcega pueden votar hoy hasta los muertos
Las elecciones en la 'isla de belleza' pueden modificar el equilibrio entre las fuerzas pol¨ªticas tradicionales
ENVIADO ESPECIALYa durante el siglo de las luces Jean Jacques Rousseau apuntaba con el dedo a esta peque?a isla, "que asombrar¨¢ a Europa". Pero la isla de belleza, que en 1982 eligi¨® un Gobierno para que, constitucionalmente, le durara seis a?os, y que lo abort¨® a los dos de existencia, y que por eso hoy vuelve a las urnas, ya empez¨® a dar que hablar 9.000 a?os antes de Jesucristo. Despu¨¦s C¨®rcega ha sido el pa¨ªs de todos, y hasta fue un Estado independiente, y dos siglos despu¨¦s de aquelcaramelo que le regal¨® la historia vuelven a las andadas a caballo de su especificidad, que no deja de ser cierta, ni confusa tampoco.
En todo caso es pintoresca, movida, tr¨¢gica a veces, y sus 230.000 habitantes, antes de deIcirse Pranceses, recuerdan que son corsos; pero como se han acostumbrado a comer y a beber toda la literatura de la identidad del pueblo corso se vende mal en estos tiempos de crisis; quiz¨¢ el escrutinio de esta noche les dir¨¢ algo de esto a los nacionalistas.
El olor a pl¨¢stico
Un autor, Jean Pierre Richardot, muy convencido de que Francia es una geograria amasa da con migajas de m¨²ltiples geo grafias, escribi¨® tan pancho, en 1976, en un libro sobre todos los nacionalismos o regionalistnos franceses: "C¨®rcega es el eslab¨®n m¨¢s d¨¦bil del sistema franc¨¦s. Fue un corso quien realiz¨® el sis tema centralizador. Y C¨®rcega ser¨¢ quien lo har¨¢ estallar. Dicho de otra manera: C¨®rcega ser¨¢ in dependiente. Hoy, la mayor¨ªa de los corsos no desean esa inde pendencia y se contentar¨ªan con una Asamblea electa dotada con una responsabilidad relativa en sus propios asuntos econ¨®micos y culturales; en resumen, se con tentar¨ªan con una autonom¨ªa, pero incluso la m¨¢s modesta no les ser¨¢ concedida, y los corsos ir¨¢n hasta el separatismo. El 99%, que es moderado hoy, se unir¨¢ al 1% que quiere romper las amarras con el continente". Hace seis a?os hab¨ªa que estar loco, o algo por el estilo, para pensar as¨ª en la Francia continental, y escribirlo en un libro pod¨ªa calificarse de esnobismi o o de beater¨ªa masoquista. En med¨ªa docena de a?os todo ha cambiado, y C¨®rcega tiene un estatuto particular, es decir, una mini-autonom¨ªa, pero nada m¨¢s. Lo que llama la atenci¨®n cuando van a experimentar por segunda vez su capacidad de autoadministraci¨®n, es el atavismo de los corsos a su pasado de fotos amarillas: la mandolina, las melod¨ªas almibaradas (Tino Rosi, el otro personaje n¨²mero uno en la isla, al lado de Napole¨®n), la fiesta, el sol y la playa, la cachaza, el visceralis¨ªno'de la raza, como el de los gitanos aproximadamente...Pero ser¨ªa ingenuo creer que C¨®rcega se ha momificado. De un cuarto -de siglo a esta parte, los autonomistas, la identidad corsa, la violencia, el olor a pl¨¢stico y a bombas, han vuelto a hacer de Corsica una caja de resonancias hist¨®ricas y modernas, pero siempre impregnadas del misterio que les confiere su tr¨¢gico pasado. Par¨ªs, con los conservadores en el poder hasta hace tres a?os, y ahora con los socialistas a la cabeza del Estado, ha ca¨ªdo en la misma tentaci¨®n: culpar al l¨ªder libio Muamar el Gadaf¨ª de ser "el alimento" de los terroristas independentistas, y parece que lo que ocurre, simplemente, es, que incluso el presidente libio seria corso, o de padre corso por lo menos, ya que un oficial de la isla, all¨¢ por 1941, militante del Ej¨¦rcito franc¨¦s, se enamorisc¨® de una aut¨®ctona en una escapada que hizo a Qufra, y as¨ª vino al mundo el "dios isl¨¢mico vivo" que desear¨ªa liberar C¨®rcega.
La especificidad corsa
Algo en esta isla, con el tiempo y la evoluci¨®n econ¨®mica, se ha rebel a-do, pero cuando un Gobierno de Par¨ªs ha empezado a dar una limosna (el estatuto), es la C¨®rcega de siempre la que se ha aprovechado. La historia es m¨¢s testaruda que las mejores intenciones de los unos o que la "locura" de los otros: la historia, sus aventuras, los clanes, el fraude, han dominado este pa¨ªs, y dos a?os de estatuto particular, aparentemente, no han contagiado gravemente a los corsos.Dos a?os de "independencia", de intento de autoadministraci¨®n quiere decirse, no parece que hayan modificado gran cosa lo que dec¨ªa el difunto presidente Georges Pompidou: "Cuando se vota una ley, el franc¨¦s continental se pregunta sobre las limitaciones que conlleva para ¨¦l y para sus intereses; el corso, al mismo tiempo, examina la ley atentamente, pero para saber c¨®mo puede burlarla".
El corso de hoy, es decir, los que quedan aqu¨ª (un mill¨®n de ellos forman la di¨¢spora), que no llegan a 200.000, porque la poblaci¨®n total supera levemente esa cifra y hay 40.000 inmigrantes, es hijo de su terrible historia, y si a¨²n existe es porque algo de identidad propia s¨ª que le queda, profunda sin duda, pero razones no les faltan a quienes se preguntan sobre el color y la naturaleza de la sangre corsa: esta isla de 183 kilometros de largo y de 83 de ancho, monta?osa y rodeada de mar por todas partes, es una tierra empedrada de invasiones: los cartagineses, los griegos, los romanos, los lombardos, los aragoneses, los p¨ªsanos, los genoveses, los ingleses y, por fin, los franceses desde hace ya algo m¨¢s de 200 a?os, han comprado, vendido, empe?ado, saqueado, explotado la tierra, sus 2.000 especies de flora, sus costas, su sol y sus hombres.
Todas las civilizaciones han pasado por aqu¨ª, pero de vacaciones, o para ver qu¨¦ ocurre, o a ver qu¨¦ hay, o porque es un punto estrat¨¦gico, o un anteojo para definir el horizonte. De esta manera, ?qu¨¦ queda de la especificidad corsa adem¨¢s de su afici¨®n a la lucha contra el invasor de turno, al chalaneo, a la pirater¨ªa, y adem¨¢s de esa uni¨®n visceral que empalma al corso y a su tierra, que es el fen¨®meno m¨¢s permanente, el m¨¢s innegable de la conciencia insular. Le queda otro punto de referencia a su personalidad hist¨®rica: los trece a?os de independencia nacional conseguidos por su h¨¦roe nacional, Pascal Paoli, que hizo de la isla un Estado con un ej¨¦rcito, con una justicia, una universidad y una moneda.
"Aqu¨ª 'hacemos' las elecciones"
La otra especificidad corsa es la de siempre, y contra ella chocan los reformistas de buena intenci¨®n, los autonomistas y, m¨¢s a¨²n, los independentistas. Un corso es un clanista.' Un clan, aqu¨ª, es "una familia" que se apodera de los mecanismos del poder al precio que fuere y que manipula lo habido y por haber para su mayor gloria y para la de sus protegidos. Aqu¨ª la cultura, adem¨¢s del clan, es el fraude: el ejemplo m¨¢s escandaloso lo han escrito las elecciones. "Aqu¨ª no se va a votar; nosotros hacemos las elecciones`, dice un concejal de Ajaccio.Aqu¨ª votan los muertos y los desconocidos: en Sermano, un pueblo corso, un turista aficionado a la espeleolog¨ªa corri¨® hacia la alcald¨ªa dando la voz de alerta: "He encontrado una urna"; el alcalde, asustado y furioso, se llev¨® las manos a la cabeza: "?Qu¨¦ imb¨¦cil!", exclam¨®, al recordar que ¨¦l mismo hab¨ªa encargado a uno de sus adjuntos que enterrara una urna repleta de papeletas de votos que no le interesaba. A¨²n se recuerda cuando en Corte, la capital hist¨®rica de la isla, figuraban 4.303 votantes inscritos y a la hora del recuento aparecieron 9.645 sufragios efectivos.
Los batallones volantes, que se dicen inventados por los comunistas, son c¨¦lebres. Grupos de militantes votan, por lo menos, en una docena de colegios electorales cada uno. A las personas ancianas, los representantes electos les ofrecen aumento de sus jubilaciones si son buenas, etc¨¦tera.
El estatuto particular, pensado por Par¨ªs, ha querido moralizar C¨®rcega de entrada, pero el ya citado Richardot, experto en la materia, pontifica: "El corso es inmoral naturalmente, es su especificidad tambi¨¦n"; en dos a?os de estatuto, el pasado zumba otra vez en la oreja del corso. El clanismo est¨¢ presente en la consulta de este domingo; los votos hablar¨¢n de historia o de futuro y probablemente de un presente mediocre.
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