Aquellos j¨®venes de Suresnes
El 14 de octubre de 1974, el PSOE comenz¨® a convertirse en una gigantesca m¨¢quina de poder
Cuando, en la ma?ana de aquel 14 de octubre de 1974, la nueva ejecutiva se dirig¨ªa a realizar una visita de cortes¨ªa al secretario general del Partido Socialista Franc¨¦s, Fran?ois Mitterrand, abundaban las caras largas: no todo hab¨ªa sido concordia en el transcurso del congreso que hab¨ªa concluido el d¨ªa anterior. Pablo Castellano, Herv¨¢s, secretario de relaciones internacionales, hab¨ªa llevado su irritaci¨®n hasta el extremo de que ni siquiera asisti¨® a la entrevista con Mitterrand, quien, junto con el chileno Carlos Altamirano, hab¨ªa sido la gran estrella invitada de aquel XIII Congreso del Partido Socialista Obrero Espa?ol renovado.Las soluciones aportadas por el congreso no hab¨ªan, obviamente, dejado satisfecho a Pablo Castellano, como tampoco hab¨ªan gustado a Juan Iglesias, secretario de emigraci¨®n en la nueva ejecutiva y ¨²nico representante del exterior en la misma, ni a Francisco Bustelo, secretario de Formaci¨®n e integrante de la federaci¨®n madrile?a, gran perdedora en aquel XIII Congreso.
El congreso de Suresnes, que ser¨ªa el ¨²ltimo de los que el PSOE celebraba en el exilio, hab¨ªa sido planteado desde algunos meses antes como un necesario reequilibrio entre algunas de las organizaciones regionales del partido renovado.
Hac¨ªa meses que las relaciones entre los propios renovadores no eran buenas. Ya en la reuni¨®n celebrada en agosto de 1974 en el parador de Jaizqu¨ªbel, en Fuenterrab¨ªa, se hab¨ªan puesto de manifiesto tensiones anteriores, surgidas especialmente entre el grupo sevillano, encabezado por Fellipe Gonz¨¢lez, Isidoro; Alfonso Guerra, Andr¨¦s, y Guillermo Galeote, Ernesto, y la a¨²n d¨¦bil organizaci¨®n madrile?a, liderada por el abogado Pablo Castellano. ?ste era considerado "excesivamente socialdem¨®crata" y "dado al pacto con los democristianos de Gil-Robles" por los intransigentes sevillanos, que prefieren entenderse con el sector sindicalista de la organizaci¨®n vasca, surgido de la combativa margen izquierda de la r¨ªa, donde figuran Ram¨®n Rubial, P¨²blo; Nicol¨¢s Redondo, Juan, y Eduardo L¨®pez Albizu, Celso, entre otros.
Los guipuzcoanos aglutinados por Enrique M¨²gica, Goizalde -que acaba de captar para el partido a varios j¨®venes abogados, entre ellos Jos¨¦ Mar¨ªa Benegas, Chiqui, y Ram¨®n J¨¢uregui- constituyen, de creer en las cifras de militancia aportadas por cada provincia, la organizaci¨®n m¨¢s grande num¨¦ricamente. Pero existe la fundamentada sospecha de que M¨²gica est¨¢ engordando artificialmente el n¨²mero de fichas para poder concurrir a Suresnes dotado de mayor representatividad y peso.
Al encuentro de Jaizqu¨ªbel, en el que se encuentran presentes los principales dirigentes vascos, sevillanos y el madrile?o Castellano, no asisten los sectores del exilio que hab¨ªan roto con Llopis. Entre estos sectores figuraban mayoritariamente quienes algunos a?os antes hab¨ªan dirigido las juventudes -Manuel Sim¨®n, Manuel Garnacho, Carmen Garc¨ªa Bloise- y algunos veteranos aislados que habr¨ªan de jugar un papel fundamental en la homologaci¨®n internacional de los renovados: Francisco L¨®pez Real, M¨¢ximo Rodr¨ªguez, Julio Fern¨¢ndez, Arsenio Jimeno, Jos¨¦ Mata, son algunos de estos nombres.
Las reticencias entre los sevillanos y Pablo Castellano adquieren mayor relieve del que inicialmente pudiera parecer. El abogado madrile?o es, al fin y al cabo, la ¨²nica figura p¨²blica del PSOE en el interior, pese a lo tard¨ªo de su incorporaci¨®n formal al partido -1971-1es Castellano el hombre que responde a los periodistas; es Castellano quien contacta con otras fuerzas -desde la Federaci¨®n Popular Democr¨¢tica de Gil-Robles hasta la Junta Democr¨¢tica, nacida en julio de aquel 1974-, y sobre todo, es Castellano quien asiste en nombre del PSOE a los intentos de reunificaci¨®n socialista, entre los cuales destaca aquel verano la ef¨ªmera Conferencia Socialista Ib¨¦rica.
Pese a las diferencias, de Jaizqu¨ªbel surgir¨¢ un importante documento-programa que servir¨¢ de base para los trabajos del congreso de Suresnes en octubre y que intenta convertirse en una r¨¦plica al programa difundido recientemente por la Junta Democr¨¢tica, la plataforma unitaria aglutinada por Carrillo, Calvo Serer y Antonio Garc¨ªa Trevijano y que poco a poco comienza a extenderse por el pa¨ªs. En la cumbre de Fuenterrab¨ªa - barajan igualmente varios nombres que podr¨ªan figurar en las listas de candidatos a la ejecutiva que debe salir de Suresnes.
Aunque nada se ha pactado expresamente, tras Jaizqu¨ªbel flota L sensaci¨®n de que Nicol¨¢s Redondo, hijo y nieto de socialistas, e una probada dureza en la lucha sindical, mantendr¨¢ la categor¨ªa e primus inter pares en la ejecutia, categor¨ªa que ya le fue otorgaa en el congreso de la escisi¨®n de Toulouse, en agosto de 1972, y en el congreso de la UGT en 1971.
Pero Redondo se muestra reticencia a aceptar el cargo y finalmente, a en v¨ªsperas del XIII Congreso, caba neg¨¢ndose, alegando que ,refiere concentrar sus esfuerzos n la UGT. Las negociaciones enre vascos y madrile?os son duras: castellano y M¨²gica se muestran le acuerdo en frenar cualquier preeminencia excesiva" de los sevillanos, pero ah¨ª terminan sus oincidencias. La noche anterior al comienzo del congreso, parece aberse llegado a un pacto vascoladrile?o para mantener la ejecu?va colegiada, sin secretario geneal; Alfonso Guerra, que escucha la conversaci¨®n que se desarrolla en la habitaci¨®n vecina, se sorprende gratamente cuando, una vez que Castellano abandona la reuni¨®n con los vascos, ¨¦stos cambian de opini¨®n y deciden apoyar la candidatura que trae Sevilla, es decir, la que tiene a Isidoro como primer secretario.
Guerra es, pues, el ¨²nico que , a la ma?ana siguiente, conoce ya cu¨¢l ser¨¢ el resultado del congreso le Suresnes. Desde la vicepresidencia de la mesa, junto a Jos¨¦ Mart¨ªnez Cobos -hijo de un veteano exiliado en Toulouse-, que preside el acto, Alfonso Guerra muestra un indudable dominio de todos los hilos. No en vano fue el primer integrante del grupo de Sevilla que acudi¨® a la sede socialista in la Rue du Taur, en Toulouse, para conocer, a finales de los a?os sesenta, a Rodolfo Llopis, un hombre casi m¨ªtico que controlaba f¨¦rreamente el partido desde hac¨ªa n¨¢s de un cuarto de siglo. En 1972, Guerra hab¨ªa acelerado la inevitable ruptura con los hist¨®ricos de Llopis, partidarios de no ceder el mando del partido al interior, con la publicaci¨®n de un duro art¨ªculo -'Los enfoques de la praxis"- en El Socialista. Desde entonces, y movi¨¦ndose siempre en un segundo plano, aquel sevillano, que proced¨ªa de ambientes teatrales, hab¨ªa comenzado a edificar una maquinaria de poder.
La maquinaria, en octubre de 1974, apenas estaba en embri¨®n. Los primeros pasos del nuevo PSOE son vacilantes, pese a contar con el respaldo de una mayor¨ªa de la Internacional Socialista, que ha dejado de estar influenciada por elementos mas¨®nicos que, como el propio Bruno Pittermann, presidente de la organizaci¨®n, hab¨ªan volcado su apoyo en Llopis.
Aquel 14 de octubre era a¨²n dif¨ªcil sospechar que precisamente aquel d¨ªa comenzaba una carrera hacia la Moncloa.
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