Anatom¨ªa del poder
El famoso economista americano John Kenneth Galbraith acaba de publicar un libro enjundioso con este t¨ªtulo (no me consta su traducci¨®n al castellano).Galbraith tiende al poder sobre la mesa de operaciones e investiga todos sus meandros m¨¢s ocultos para deducir, en apretadas s¨ªntesis, lo que realmente constituye su entra?a m¨¢s esencial. Lo primero que averigua es que el poder tiene como tres rostros, que rara vez coexisten, sino que m¨¢s bien se suceden el uno al otro.
El primero es el poder punitivo. Al individuo o al colectivo se le da la ¨²nica opci¨®n entre la superaci¨®n de un castigo m¨¢s o menos doloroso y la aceptaci¨®n del poder impuesto desde arriba. El resultado suele ser positivo para el que manda, al menos durante una buena raci¨®n de tiempo.
El segundo es el poder remunerativo, que obtiene la sumisi¨®n a trav¨¦s de la oferta de una compensaci¨®n positiva, o sea dando algo de un cierto valor a la persona que se somete. En un estado arcaico del desarrollo econ¨®mico la compensaci¨®n asum¨ªa diversas formas, comprendidos los pagos en especie y el derecho de trabajar un pedazo de tierra o de recibir una parte del producto de los campos. Sin embargo, en la econom¨ªa moderna la expresi¨®n m¨¢s importante del poder remunerativo es naturalmente la compensaci¨®n pecuniaria, el pago en dinero por los servicios realizados, es decir por la sumisi¨®n a los fines econ¨®micos o personales de los dem¨¢s. Poder punitivo y poder remunerativo tienen en com¨²n que el individuo que se somete es consciente de la propia sumisi¨®n, en el primer caso coaccionada, en el segundo incentivada por la compensaci¨®n.
Al contrario, el tercer rostro del poder -el condicionatorio- es ejercido a trav¨¦s de la modificaci¨®n del convencimiento.
Detr¨¢s de estos tres instrumentos para el ejercicio del poder est¨¢n las tres fuentes del poder, los atributos o institutos que diferencian a los que ejercen el poder con respecto a los que se le someten. Estas tres fuentes son la personalidad, la propiedad (incluyendo obviamente en este concepto la renta disponible) y la organizaci¨®n.
Ahora bien, hoy por hoy el poder es un temible leviat¨¢n por su tercer rasgo. En efecto, el poder punitivo y el remunerativo son visibles y concretos, mientras que el poder condicionatorio es impalpable: ni los que lo ejercen ni aquellos que le est¨¢n sujetos tienen siempre necesidad de saber que es ejercido.
Los dirigentes pol¨ªticos, tambi¨¦n hoy, por desgracia, se mantienen en sus cargos mediante el acceso al poder punitivo o haciendo un uso considerable del poder remunerativo. Sin embargo, de nuevo, como en el caso de la religi¨®n y de las fuerzas armadas, el poder condicionatorio es el m¨¢s importante con mucho. Los pol¨ªticos modernos se dedican enormemente a la cultivaci¨®n de un credo. En las democracias del siglo XX el poder pol¨ªtico consiste, en gran parte, en poder condicionatorio.
Adem¨¢s, el grado de aceptaci¨®n social del poder condicionatorio crece constantemente en proporci¨®n a su movimiento desde el estado de condicionamiento expl¨ªcito al de condicionamiento impl¨ªcito. Con arte e insistencia, la gente es persuadida para creer en las particulares dotes de una marca de cerveza, en las excepcionales cualidades saludables de una determinada marca de cigarrillos, en la vinculaci¨®n entre ¨¦xito en sociedad y blancura de la propia camisa, en la insuperable moralidad de tal hombre pol¨ªtico, en la deseabilidad o inoportunidad de una cierta propuesta de ley. En todos estos casos, el efecto buscado es el mismo: que el comprador acepte el mensaje del vendedor, o sea que se rinda a la voluntad del fabricante de cerveza, de cigarrillos, de detergentes o de programas pol¨ªticos.
El sutil an¨¢lisis a que Galbraith somete el poder nos pone de manifiesto una clave esencial de su anatom¨ªa. Esto se nota, por ejemplo, en las virulentas discusiones sobre la educaci¨®n religiosa o sexual. En general, no se trata de contenidos m¨¢s o menos dogm¨¢ticos, sino de salvar el poder que, de una manera impl¨ªcita pero profunda, est¨¢ implicado en esta situaci¨®n condicionatoria de su existencia.
Si en nuestras investigaciones anat¨®micas supi¨¦ramos siempre buscar la madre del cordero, o sea el punto focal del poder -por muy escondido que est¨¦-, nos podr¨ªamos ahorrar muchas discusiones absurdas y terminar de una vez dando un pu?etazo en la mesa y diciendo: "?Aqu¨ª no se trata de sexo ni de religi¨®n, sino de poder!".
Reconducida as¨ª a su verdadero ¨¢lveo, la corriente dejar¨¢ de desbocarse y se convertir¨¢ en un sereno discurrir de opiniones mantenidas a trav¨¦s de di¨¢logos humanos y humanizadores.
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