Sin alcohol, sin tabaco, sin sexo
C¨®ctel literario: algo ha cambiado. Los asistentes son aproximadamente los mismos que hace 15 ¨® 20 a?os acud¨ªan a este tipo de reuniones, pero, en cierto modo, no son los mismos. Y no simplemente por los a?os de m¨¢s que tiene cada uno, claro, aunque el paso del tiempo no puede ser aislado de los restantes aspectos que han cambiado. Entonces, por ejemplo, aunque fueran pocos los que militaban en alg¨²n partido, la asistencia era no gen¨¦ricamente de izquierdas, sino -valga la redundancia- partidaria del Partido. ?Por qu¨¦? Petici¨®n de principio, tautolog¨ªa, redundancia otra vez: ?porque era el Partido! ?Y ahora? Si se deja ver alg¨²n marxista-leninista, ser¨¢ porque no ten¨ªa otro compromiso. Y, claro est¨¢, los temas de conversaci¨®n y hasta las bromas son diferentes; hay cuestiones que ni siquiera se mencionan. Otro cambio perceptible de inmediato: el tipo de cena fr¨ªa que acompa?a a las copas, menos ostentoso y m¨¢s de buen gusto en todos los sentidos. La crisis se nota hasta en eso, y hay cantidad de cosas que no son caras y que, en el fondo, gustan a la gente mucho m¨¢s que otras cuyo principal atractivo es el de ser caras. Y la gente las tomaba precisamente porque eran caras. Est¨²pido, pero real. ?Alg¨²n otro rasgo nuevo? Pues s¨ª, y muy llamativo, por poco observador que uno sea. La gente bebe poco o, simplemente, no bebe; alcohol, se entiende. Agua mineral, refrescos, alg¨²n whisky espaciado, vino sobre todo. Pero poco. La excepci¨®n es el alcoh¨®lico / alcoh¨®lica de siempre, al que pronto le volver¨¢n a llamar borracho / borracha. Muchos de los alegres bebedores de antes est¨¢n en plena cura de desintoxicaci¨®n o se han vuelto definitivamente abstemios. Por si no se notase a simple vista, la gente lo comenta con orgullo: "Hace ya meses que lo ¨²nico que tomo es un poco de vino con las comidas", o¨ªmos decir.
Con el tabaco pasa lo mismo. La gente ha dejado de fumar o, aunque no lo parezca, est¨¢ dejando de fumar. El que enciende un puro advierte que es lo ¨²nico que fuma, un par de puros al d¨ªa. Los fumadores de cigarrillos advierten que se trata de cigarrillos bajos en nicotina. Y los que fuman el cl¨¢sico cigarrillo dicen que eso es lo malo de esta clase de actos, que en un c¨®ctel uno fuma sin darse cuenta, dando a entender con ello que normalmente apenas si fuma. Y es que ya son muchos los sustos que uno se lleva al leer el peri¨®dico. En especial cuando se trata de actores y actrices, particularmente llamativa su muerte por la persistencia de la imagen juvenil de su buena ¨¦poca, que, no mucho m¨¢s j¨®venes que ellos, tambi¨¦n fue la nuestra en lo que a energ¨ªa vital se refiere. Pero para sustos no hay que ir tan lejos; tambi¨¦n entre nosotros se ha dado alg¨²n que otro aviso. Cortar por lo sano es algo que se ha impuesto por s¨ª mismo. Los cigarrillos de Bogart y los martinis de Hemingway son ya s¨®lo s¨ªmbolos de nostalgia, por mucho que en su d¨ªa, como todo el mundo sabe, fueran s¨ªmbolos sexuales. Y ah¨ª s¨ª que nos encontramos con una verdadera cascada de novedades: el valor actual de los s¨ªmbolos de entonces. El beso, s¨ªmbolo del acto sexual. ?Lo es ahora? En la ¨¦poca de nuestros abuelos, los tobillos eran s¨ªmbolo prometedor del cuerpo femenino; desnudo, se entiende. De ah¨ª se pas¨® a las pantorrillas, muslos, caderas, tetas y culo; ahora estamos -o est¨¢bamos- en plena promoci¨®n del culo. Pero si los cigarrillos de Bogart eran s¨ªmbolo de seducci¨®n y los martinis de Hemingway lo eran de virilidad, tanto una cosa como otra, para el com¨²n de hombres y mujeres, eran adem¨¢s s¨ªmbolo de disponibilidad, v¨ªa de aproximaci¨®n sexual. Lo malo de los s¨ªmbolos es que su vida es efimera, y a la vuelta de pocos a?os, al igual que determinadas expresiones coloquiales, ya no los entiende nadie. En vano han intentado fijarlos, codificarlos y popularizarlos determinados te¨®ricos de cine y nefastos divulgadores de Freud. Est¨¢ claro que el guante que se quita Gilda y que tan ¨¢speras reacciones provoc¨® dentro y fuera de la pantalla era un s¨ªmbolo del desnudo total. Pero, ?a qui¨¦n interesa hoy el strip tease? Y lo mismo respecto a las pantorrillas de mi ni?ez o al culo de hoy d¨ªa. ?Qu¨¦ simbolizan ahora? Pues ni m¨¢s ni menos que lo que son: unas pantorrillas y un culo.
Veinte a?os atr¨¢s, en cambio, muchos de los hoy invitados a nuestro c¨®ctel ten¨ªan realmente el convencimiento de que el sexo era la clave ¨²ltima de la vida, una clave que nuestros educadores hab¨ªan intentado sustraer a toda costa del conocimiento del profano. Pocas veces en la historia, probablemente, se habr¨¢ dado una concentraci¨®n tal de obsesos y obsesas. Desde entonces, no obstante, ha llovido mucho, y pocas son hoy las parejas que no han sido barajadas ni son el resultado de alg¨²n descarte. Sin embargo, por lo general, esa fase de convulsiones y turbulencias tambi¨¦n qued¨® atr¨¢s, y ahora las aguas parecen m¨¢s calmadas. Es de suponer que la actividad sexual subsiste -aunque a veces se escuche alg¨²n comentario ir¨®nico al respecto-, pero son cosas de las que no se habla, que casi que ni como chisme interesan. El desmantelamiento de esa mentalidad obsesa imperante hasta hace pocos a?os se desarroll¨® en dos fases. La primera, cuando, frente a la creencia generalizada de que la oferta sexual de la mujer correspond¨ªa exactamente a la demanda sexual del hombre, se descubri¨® que no, que la mujer no era as¨ª, un descubrimiento cuya divulgaci¨®n corresponde en gran medi-
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da al movimiento feminista. La segunda, cuando se descubri¨® que el hombre tampoco era lo que tradicionalmente se hab¨ªa supuesto, que con su conducta presuntamente agresiva no hac¨ªa sino ajustarse a un papel preestablecido, que ¨ªntimamente era tan vulnerable o m¨¢s que la mujer, que su imagen correspond¨ªa no tanto a la de un Clark Gable como a la del primer Marlon Brando, a la de James Dean, los precursores del nuevo modelo. Sorpresa mutua. El fauno, como el borracho, como el fumador empedernido, se contempla con estupor en el espejo. ?Entonces las mujeres no son as¨ª? ?Qui¨¦n le hab¨ªa enga?ado? Y la ninf¨®mana que, tras librarse del marido, pas¨® su ¨¦poc¨¢ de desfogue para luego, un poco harta, hacer suyas determinadas reivindicaciones feministas, se autocontempla tambi¨¦n, no sin inquietud, casi con p¨¢nico: el hombre no es un Clark Gable seguro de s¨ª mismo, c¨ªnicos los ojos y la sonrisa, de acuerdo. Bueno, ?pero tampoco hay que pasarse! Y as¨ª, sin que haya llegado a ser formulado expl¨ªcitamente, se ha llelgado al compromiso que supone la situaci¨®n actual: ni la mujer ni el hombre tienen ya por qu¨¦ representar papeles que, en cierto modo, les sobrepasan. Y casi que es m¨¢s c¨®modo.
Si los s¨ªmbolos no funcionan, si el tabaco y el alcohol, lejos de sugerir o propiciar nada, no ofrecen m¨¢s que el peque?o placer concreto que pueda encontrar en ellos el habituado, con el sexo acaba sucediendo lo mismo. ?D¨®nde est¨¢, pues, el equ¨ªvoco? ?Se infravalora hoy o se sobrevalor¨® entonces? Probablemente ambas cosas a la vez. Ya se sabe, siempre hay cierta alternancia: Roma pagana y el cristianismo; Renacimiento y Reforma; puritanismo victoriano y locos a?os veinte, que tras el inciso de la segunda guerra, se prolongaron hasta no hace mucho. El que a la promiscuidad de los a?os sesenta y principios de los setenta haya sucedido la situaci¨®n presente no es un invento de Reagan; a lo sumo, Reagan ha sabido canalizar a su favor una corriente que est¨¢ ya en la calle. Tambi¨¦n aqu¨ª empieza a respirarse el mismo clima. Y es que son los j¨®venes de hoy los que est¨¢n dando el espaldarazo al nuevo modelo; ahora que esos j¨®venes tampoco son ya como los de hace bien pocos a?os, cuando todas las adolescentes del pa¨ªs parecieron quedar embarazadas de golpe y consumir droga era como antes coleccionar cromos. El hecho de que en otros medios culturales y sociales, en la periferia ciudadana triturada por la crisis econ¨®mica, el panorama sea distinto, significa simplemente que, en la medida en que la crisis sea superada, tambi¨¦n ah¨ª terminar¨¢ por imponerse el nuevo modelo. Es decir: poco tabaco, poco alcohol y una sexualidad rutinaria de puro natural, monstruosamente natural a ojos de la obsesa generaci¨®n precedente. Los s¨ªntomas son claros. Una de las invitadas a nuestro c¨®ctel, obsesa convencida en su d¨ªa, me cont¨® la conversaci¨®n que recientemente hab¨ªa mantenido con su hija, una de esas conversaciones a las que se les procura dar un tono de intimidad y confianza mutua, como entre amigas. Se hab¨ªa interesado por el chico que sal¨ªa con la hija, por la marcha de sus relaciones. "¨ªPero, mam¨¢.'", le interrumpi¨® indignada la chica. "?En la vida no todo se reduce a sexo!"
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