BeowuIf, un manifiesto / y 3
Como dije antes, parece absurdo mantener una calificaci¨®n minoritaria y futurista cuando el desplazamiento hist¨®rico del poder ha llevado la mayor¨ªa, el presente y su conservaci¨®n al partido socialista. Si el fantasma del comunismo se ha largado definitivamente hacia el Oeste (como en la famosa pel¨ªcula de Donat, comprado por un magnate), el nuevo izquierdismo tendr¨¢ que mirarse hacia dentro en busca de un futuro corrosivo que no aparece por ninguna parte. A mi parecer, ni siquiera la amenaza sovi¨¦tica cumple el papel de suplente del esp¨ªritu revolucionario que active la defensa del Estado; y dejando aparte algunos enemigos locales, no se ve por los alrededores otro ogro que Grendel. Con unos rojos y unos verdes tan t¨ªmidos como los de Caneja, ?qui¨¦n dar¨¢ la r¨¦plica de color al ocre socialista? ?D¨®nde puede estar escondido el nuevo whig? ?En la derecha de siempre, cada d¨ªa m¨¢s af¨®nica, que se presenta como la defensora de los derechos sagrados del individuo y la familia?Pienso que el cambio de denominaci¨®n puede ser algo m¨¢s que un juego de palabras. Corresponde a un cambio de taxonom¨ªa, obligada por la evoluci¨®n de las especies y la aparici¨®n de nuevos g¨¦neros, provocadas por las alteraciones en el medio como en buena ortodoxia evolucionista. Y si a lo largo de un siglo, Y partiendo de un pasado revolucionario, el socialista se ha convertido en un conservador, se debe, sin duda, a la transformaci¨®n del medio, que ha provocado la hegemon¨ªa de un cierto g¨¦nero de pol¨ªtico a costa de la extinci¨®n o el raquitismo de otros que antes dominaban la escena.
En la escena pol¨ªtica -tomada esta palabra en su sentido original- ser¨¢ la ley quien define el estado del medio. Desde mediados del siglo XVIII, la ley -salvo en per¨ªodos de reacci¨®n de duraci¨®n limitada- no ha hecho otra cosa que descender del poder hacia el ciudadano, en obediencia a aquella primera ley de la ley seg¨²n la cual todos deben ser iguales ante ella. En una primera etapa, ese primer y en apariencia humanitario principio no serv¨ªa sino para encubrir sus numerosas excepciones y sus arbitrarios reglamentos, que el desarrollo de la legislaci¨®n poco a poco se ha ido encargando de suavizar, sobre todo en el sentido directo -ya que no en el inverso- y tanto para proteger al ciudadano como para beneficiarse de su obediencia, pues si bien todos los ciudadanos pueden ser iguales ante la ley, la ley no es igual para todos los ciudadanos, pues no siendo las leyes y los ciudadanos dos conjuntos coordinables, no puede haber entre ellos una relaci¨®n de reciprocidad; una raz¨®n que en buena medida, por el camino inverso, desmonta las virtudes del principio directo. La inversa sigue siendo hoy tan negativa como en el siglo XVIII, y si bien el sentido puede haber cambiado -favoreciendo en aquel siglo al privilegiado y en ¨¦ste al trabajador-, no deja de establecer y confirmar la desigualdad de la ley hacia el ciudadano que la ha de cumplir, sin duda, pero de distinta manera, seg¨²n sea pobre o rico, militar o civil, delincuente o comerciante.
Si ese proceso de cobertura de la ley a todo ciudadano ha tocado fondo -o a punto est¨¢ de ello-, pronto se iniciar¨¢ el necesario complemento, del que ya existen numerosos indicios. Si el viaje de la ley hacia el ciudadano a punto est¨¢ de concluir, ahora debe comenzar el viaje del ciudadano hacia la ley, en la cual no entraba ni sal¨ªa sino a la hora de su cumplimiento. Pero una ley que viene de fuera -o se siente que de all¨ª viene- es muy distinta a la que se produce desde dentro; la primera puede ser abusiva o injusta y -ser respondida con el obligatorio gesto plat¨®nico de rebeli¨®n contra el tirano. Resulta dif¨ªcil o casi imposible considerarse como tirano de s¨ª mismo, y en la mente de todo hombre normal -no necesariamente culto ni extremadamente civilizado- existir¨¢ siempre una identificaci¨®n tal entre conducta propia y conducta justa que ni siquiera la navaja de Occam. podr¨¢ separarlas. El viaje para llevar al ciudadano hasta la ley y persuadirle de que es la suya, la que mejor le protege y m¨¢s atiende a sus intereses ser¨¢. la contrapartida del Estado de derecho a su af¨¢n legislador; de forma que, siendo la emanaci¨®n de la voluntad de un yo globalizado, no incluye la desobediencia como r¨¦plica. Tras recorrer el largo camino desde un Deus absconditus alejado de su pueblo de tal manera que no puede o¨ªr la propuesta, pasando por un reducido grupo que se nombr¨® su vicario y legisl¨® a su comodidad, la ley vuelve a otro Deus tan absconditus como el anterior, pero encerrado en el pueblo; se sacraliza, mediante su acta de nacimiento en la voluntad del ciudadano, el mismo procedimiento -casi verbal- con que el individuo se universaliza y pierde su nombre bajo la denominaci¨®n de pueblo.
Todos los movimientos pol¨ªticos desde hace 200 a?os se originan en un cuerpo social heterog¨¦neo, formado por individuos y clases diferentes, por grupos con distinta visi¨®n de la humanidad, de su historia y de su futuro; por un numeroso elenco de apellidos ideol¨®gicos y buena cantidad de nombres propios. Por de pronto, el pensamiento pol¨ªtico y, sobre todo, la teor¨ªa unitaria, en nuestra ¨¦poca tienen cada vez menos que hacer, y no porque las ideolog¨ªas decaigan, sino a causa justamente de lo contrario. La cultura occidental -en contraste con otras mucho m¨¢s sentadas- ha acumulado tal n¨²mero de doctrinas, credos, interpretaciones y estilos que en el momento actual se puede afirmar que ninguno de ellos puede prevalecer sobre los dem¨¢s. Una doctrina cualquiera no se ver¨¢ desmentida por su opuesta tan s¨®lo, sino por todo un conjunto de ellas que, ampliando el campo del conocimiento, condenar¨¢n al fracaso cualquier intento de alcanzar rectil¨ªneamente el horizonte de la historia sin preocuparse de lo que est¨¢ a su derecha o a su izquierda. La s¨ªntesis cient¨ªfica y la visi¨®n unitaria y prof¨¦tica del proceso hist¨®rico no resisten la prueba de la monograf¨ªa. El hombre europeo ya no est¨¢ en condiciones de tolerar un saber total o una norma ¨²nica, y la extensi¨®n del conocimiento ha creado tal compacidad que muy dif¨ªcilmente una tesis se puede abrir paso hacia el futuro. Lo
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mismo que el individuo en el pueblo, el pensamiento ha quedado encerrado en la ciencia.
El panorama, as¨ª pues, ha cambiado, y es posible que a la intensa y continua agitaci¨®n en que ha vivido la sociedad espa?ola desde los tiempos'que recuerdan los m¨¢s viejos suceda ahora un per¨ªodo de prolongada calma interna, porque el ciudadano no tendr¨¢ mucho espacio para moverse, siempre en acatamiento a las leyes, ni el pensamiento ut¨®pico, meta alguna a la que dirigirse. En cuanto votante, tendr¨¢ que aceptar como propias las leyes que dicten las c¨¢maras, y si un d¨ªa de recapacitaci¨®n las llega a considerar abusivas, no encontrar¨¢ a ning¨²n responsable de su falta de empleo o la malnutrici¨®n de sus hijos; el explotador con nombre propio ha pasado a la historia y el rencor contra la entidad p¨²blica s¨®lo conduce el manicomio. Existe, por supuesto, el Defensor del Pueblo, una figura tan rid¨ªcula que ni siquiera satisface ofenderla. Pero el Estado, que la establece como recurso postrero para casos singulares y extremos, ?acaso no se considera tan firme y seguro como para proveer botes salvavidas s¨®lo para una ¨ªnfima parte del pasaje?
El panorama ha cambiado a causa de tantos consensos, voluntarios o impuestos, por mal que venga esta palabra. Evidentemente, los socialistas han fomentado el cambio, que, una vez realizado o en v¨ªas de realizaci¨®n, tratar¨¢n (por parad¨®jico que parezca) de que no cambie. Aunque suene sofistico, para que el cambio sea cambio no se le puede cambiar, lo que inexorablemente conduce a los socialistas a su conservaci¨®n, con la vista puesta en una uniforme modernizaci¨®n. Como consecuencia del cambio, se ha simplificado el panorama pol¨ªtico, que no se alterar¨¢ sustancialmente en tanto la crisis econ¨®mica exija m¨¢s sacrificios cada d¨ªa. Sacrificios legales, por supuesto, a los que el ciudadano se avendr¨¢ en acatamiento a las leyes que ¨¦l mismo -por el procedimiento de la delegaci¨®n- promulgar¨¢ para levantar los subsidios que Beowulf necesita para luchar contra la bestia. Y he aqu¨ª lo curioso: el que no se somete a las leyes es Grendel, que cada d¨ªa produce un d¨¦ficit nuevo, nunca satisfecho c on el anterior. Es su manera de ser. Un d¨ªa es Renfe; otro, el INI; otro, los astilleros, los ayuntamientos, la Seguridad Social, el Ministerio de Comercio, la siderurgia; Incluso los productos naturales y los animales no dotados de raz¨®n consiguen perder difiero en cuanto el Estado los cobija y administra; el dinero que va al erario p¨²blico s¨®lo sirve para. incrementar su d¨¦ficit, y con ¨¦l, la contribuci¨®n ciudadana, en un proceso que debe ir siempre a m¨¢s, a fin de mantener la crisis y conjurar el fantasma de la prosperidad. Aqu¨ª se cierra el c¨ªrculo causal: s¨®lo una larga crisis puede arreglar el pa¨ªs, s¨®lo un pa¨ªs en orden podr¨¢ superar la crisis; tal es el mensaje de Beowulf.
El final de la crisis es la moderna profec¨ªa.
Semejante conclusi¨®n, de ser aceptada, cambia y aclara bastantes cosas. En primer lugar, es indicativa de que el pa¨ªs est¨¢ viviendo bajo el signo de algunas dualidades: por un lado, est¨¢ experimentando, aun cuando no sea expl¨ªcito, un proceso revolucionario no tanto definido por la liquidaci¨®n del r¨¦gimen anterior cuanto-por la consecuci¨®n de un objetivo concreto que domina la mente del ciudadano y al o¨ªrlo le susurra la posibilidad de un futuro m¨¢s risue?o que el presente; por otro, ese procesose desarrolla con un tono conservador y pac¨ªfico, exento de toda clase de convulsiones y obediente a esa pol¨ªtica de limpieza que caracteriza a los tories. Como en toda buena ¨¦poca revolucionaria, el ciudadano queda enclaustrado, un tanto secuestrado y transportado adonde el poder tiene a bien conducirle; pero en tanto son los tories quienes dirigen la marcha, no renuciar¨¢ a ninguna de sus posibilidades para exigirles resultados tangibles y pr¨®ximos. No abdicar¨¢ de su poder de censura, consciente de que tiene entre sus manos la mejor arma para corregir esa marcha e incluso detenerla si se agota su paciencia. El tiempo, por' consiguiente, que est¨¢ viviendo la sociedad espa?ola es dual: un tiempo diario, caracterizado por la lucha de Beowulf y el gobierno de los tories, y un tiempo ut¨®pico -indefinidamente prolongado y carente de calendario-, tan s¨®lo definido por el final de la crisis econ¨®mica. Dos temporalidades distintas dan lugar a una conducta que puede saltar de una a otra para eludir el acoso del fracaso, como la de todo aquel que juega a dos pa?os, y conservar aquel aplomo del que antes hablaba y que curiosamente perder¨¢ quien se limite a observar y censurar el estilo del Gobierno tan s¨®lo desde una de las corrientes del tiempo.
Una revoluci¨®n que viene impuesta por una presencia del m¨¢s all¨¢ no es cabalmente una revoluci¨®n, se arg¨¹ir¨¢. Pero precisamente a causa de su procedencia no cabe eludirla ni responsabilizar a nadie de ella ni, lo que es m¨¢s significativo, encar rarla con esp¨ªritu contrarrevolucionario que no cuenta con un antiguo r¨¦gimen al que referirse. Una revoluci¨®n que no hace alarde de s¨ª misma, que no se cierra y defiende contra la amenaza de fuera, que no altera el r¨¦gimen ciudadano, y no se alinea con sus primas hermanas, tampoco es una gran cosa y no merece ser llamada as¨ª. Pero precisamente por sus caracteres negativos por el hecho de no parecer lo que es- puede llevar a cabo su pol¨ªtica sin perder la tranquilidad de una sociedad estable.
Por ¨²ltimo, una sociedad que persigue un objetivo nada ut¨®pico, del que se siente cercana o lejana a tenor de las cifras peri¨®dicas que suministra la estad¨ªstica, ?qu¨¦ necesidad tiene de otra utop¨ªa? ?Qu¨¦ mejor modelo le puede ofrecer el pensador que el de s¨ª misma victoriosa sobre Grendel? ?Qu¨¦ otro horizonte puede hacer sombra al de esa victoria?
Qu¨¦ duda cabe, ¨¦sta es la lucha con la que tantos espa?oles han so?ado: contra un enemigo que, por reunir todas las condiciones del mal, a la larga solamente dispensar¨¢ venturas.
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