El Gobierno, ese invento de la cultura
Suelo levantarme todas las ma?anas a las siete, acu¨¦steme a la hora que me acueste. Entre ese plazo y las nueve, que es cuando llego a la redacci¨®n donde trabajo, consumo cinco o seis infusiones de tila. Ese momento de tranquilidad es el que elijo para leer EL PAIS, para aburrirme soberanamente con algunas de las seniles firmas que all¨ª aparecen (Umbral, J. A. Gabriel y Gal¨¢n, Luis Goytisolo, Sastre, Cela) y para saber, c¨®mo no, qui¨¦n vive culturalmente en Espa?a. Hoy me toca a m¨ª aburrirles a ustedes. Las p¨¢ginas de este diario son (quiz¨¢ a pesar de ellos y por culpa e impericia de los otros) el certificado de nacimiento m¨¢s importante que puede poseerse. El pasado jueves (22-N) —que no me aburr¨ª— le¨ª un magn¨ªfico art¨ªculo redactado por Rafael S¨¢nchez Ferlosio. Quiero hoy diferir y comentar alguno de los puntos all¨ª presentados.
Durante muchos decenios los intelectuales espa?oles —entre los que afortunadamente no me cuento— han sido unos muertos de hambre agasajados de cuando en cuando en ciertas fiestas donde oficiaban al modo decorativo del buen jarr¨®n del Retiro. Eran un atractivo curioso para los otros, para los que si importaban. Parad¨®jicamente, una de las consecuencias negativas de la subida al poder del Gobierno socialista no es que malentiendan o hagan cultura popular, cosa que considero imposible o indeseable, sino que han funcionarizado el escaso caudal cr¨ªtico que hab¨ªa en la sociedad espa?ola. Todos quieren la jubilaci¨®n: as¨ª es como se comportan en los puestos de asesor, comisario o conferenciante. El c¨®modo puesto y la seguridad va en detrimento del comportamiento d¨ªscolo y critico. Son los pensadores de la aspirina. Rafael S¨¢nchez Ferlosio representa la cr¨ªtica honesta del intelectual estilo Instituci¨®n Libre de Ense?anza y todo es demasiado tr¨¢gico.
Yo opero usualmente como si el Gobierno no existiera y siempre defiendo que cada uno debe buscarse la vida como pueda. El Gobierno tiene que ver muy poco con la cultura que a m¨ª me interesa, y de hecho me temo que tal instituci¨®n s¨®lo es importante para los intelectuales de la vieja cultura —R. S¨¢nchez Ferlosio entre ellos—, que son los que disputan, jalean y obtienen (tal vez no sea su caso) prebendas. Es la cultura oficial la que crea y necesita el padrinazgo de un Gobierno oficialista. Son los intelectuales los que inventan el Gobierno para ser retribuidos... o castigados, que aun con esto se contentan. En s¨ª, la cr¨ªtica a la instituci¨®n por su parte, la sobrevaloraci¨®n de la instituci¨®n, oculta tras la cortina de humo el deseo sustitutivo, el deseo de poder. Casi todos los intelectuales de la generaci¨®n del ¨²ltimo tranv¨ªa sue?an con ser ministros.
En lo cultural, aparte calidades y empe?o, la cuesti¨®n se presenta como un gran juego. Simulamos una independencia que no tenemos y el Gobierno, para la otra gente, aparece como una persona de la que de cuando en cuando obtenemos beneficios. La batalla por el pillaje es generalizada y —salvando el tema de contrapartidas demasiado duras— no importa demasiado qui¨¦n nos compre. Todos los espa?oles, de hecho, queremos que nos compre Flick. La indignaci¨®n que sucede a la llamada para ocupar la poltrona es s¨®lo una parte de ese juego. S¨®lo una postura fr¨ªa de este tipo permitir¨¢ que nuestra cultura sea exportable, integrar¨¢ lo m¨¢s descabellado y evitar¨¢ que nadie se llame a enga?o cuando descubran que un director del Museo Espa?ol de Arte Contempor¨¢neo (MEAC) organiza pases de modelos en los recintos sagrados del museo. Por ese hecho deber¨ªa ser condecorado.
Y resulta que existe otra cultura, o muchas otras, que hasta hace poco en nuestro pa¨ªs eran calificadas condescendientemente de marginales. Una cultura que ha aprendido tanto o m¨¢s de la calle que de los libros, barricadas incluidas. La calle es la ¨²nica nacionalidad que respeto, un origen. Pero en todo lo dem¨¢s puedo decir que es con mucho m¨¢s avanzada y realista que la tradicional. Conoce sus posibilidades y sabe d¨®nde golpear para rentabilizar sus productos aqu¨ª y fuera de Espa?a. Para esa cultura de fragmentos, m¨ªnima pero evidente, el di¨¢logo se establece siempre de barrio a barrio, de ciudad a ciudad, nunca de Estado a Estado. De ah¨ª que el Gobierno tropiece con tantas dificultades al contar en exclusiva con el apoyo o la cr¨ªtica de esas viejas glorias de sal¨®n o de esos otros que entre sus m¨¦ritos cuentan un y otra vez todo "lo que dieron en la resistencia". ?En cu¨¢l de ellas?, me pregunto. Con buena voluntad se inmiscuyen a veces en lo nuevo y lo joven (esto les encanta) como un elefante que se hunde en el estanque para buscar una trucha. Al desalojar las aguas con su peso demoledor nos desalojan y, tristes, concluyen: no hab¨ªa nada, guijarros, lodo.
No pueden entender que efectivamente la firma es a veces lo m¨¢s importante, la aparici¨®n y la escenificaci¨®n como juego y ardid de lo que se oculta y de lo que no es evidente. El drama del siglo es la petici¨®n constante de evidencia. El modo puede ser tan calificativo como el propio enunciado: la actitud es el contenido. De ah¨ª que se exija la cotizaci¨®n propia del teatro. Rafael S¨¢nchez Ferlosio se extra?a por la entrada de los publicistas en la cultura. No es una entrada, sino una adecuaci¨®n necesaria para la modernizaci¨®n del pa¨ªs. La publicidad es hoy un arte m¨¢s, y de hecho el mercado del arte es m¨¢s importante que el propio arte. La transvanguardia es un ejemplo magn¨ªfico de operaci¨®n comercial. ?Significa eso que los pintores no tienen calidad? Al contrario. La tienen y mucha. Pero para que esa pintura sea p¨²blica y exista necesita un apoyo te¨®rico que equilibre y sit¨²e el trabajo creativo. ?Cinismo? Simplemente ingenio: se sabe que la aparici¨®n de teor¨ªa justifica la necesidad de teor¨ªa. Y la gente precisa palabras para no aburrirse.
El causante de la popularizaci¨®n de ese r¨ªo infame, el Jarama, se duele porque la cultura se confunde con la fiesta y con el c¨®ctel. Bien, yo s¨¦ de muchos que acuden a esos actos s¨®lo si hay copas y que huyen si hay acto cultural. La "confusi¨®n de lo espiritual con lo espirituoso" se?ala la decadencia de lo primero y el triunfo ineludible de lo segundo. ?Qui¨¦n cree en lo espiritual, en lo definido? Recuerdo ahora a ese estudioso de la posmodernidad, el exiliado uruguayo Guillermo Tonsky: "Nuestra obligaci¨®n es sospechar de los que se definen, de los que se pronuncian". Sospechen, pues, ustedes de m¨ª, como yo siempre sospecho de todo Gobierno. Lo adecuado no es solicitar del Gobierno una pol¨ªtica inteligente (cosa dudable), sino una pol¨ªtica c¨ªnica. Y si no est¨¢n dispuestos a esto ¨²ltimo —la presi¨®n de la intelectualidad es fuerte (pub Santa B¨¢rbara, Gij¨®n, Boccaccio, Oliver, el Museo Universal)— prefiero una pol¨ªtica est¨²pida en la confianza de que el caos consiguiente genera m¨¢s posibilidades de libertad y acci¨®n para hacer y para "pillar lo que nos da la gana".
Recuerdo ahora que este verano tambi¨¦n fuimos invitados un grupo de gente vinculado a la revista y a los medios donde trabajo a la Universidad Internacional Men¨¦ndez Pelayo (UIMP), en Santander. Era una confrontaci¨®n de las dos culturas. Ingenuos, nosotros, preparamos unas ponencias sobre un tema que apenas importaba. Nos daban permiso para decir lo que quisi¨¦ramos. En la ceremonia de la confusi¨®n, lo primero solicitado fue que organiz¨¢ramos una verbena. Nos hab¨ªan, por lo visto, confundido con un grupo de titiriteros ambulantes. En seguida me di cuenta de que lo decisivo era la presencia; la UIMP justificaba de ese modo estar al d¨ªa en lo que a cultura se refiere. All¨ª todo el mundo simulaba cumplir una gran funci¨®n —los infinitos becarios incluidos—— y pronto comprend¨ª las risotadas y las palmadas cari?osas que nos dedicaban algunos popes de nuestra inteligentzia. Era el gesto de complacencia de quien recibe un nuevo socio en el club social: "As¨ª que t¨² tambi¨¦n por aqu¨ª, eh. Ja, ja, ja". Hoy —pasada la sorpresa— el asunto ya no me are ce mal. S¨®lo que el pr¨®ximo a?o, si nos invitan, sabr¨¦ que me dirijo al norte para pasar una semana de vacaciones a cuenta del Estado. (Tal vez esta nota impida que, como otros muchos, repita en la UIMP. No me preocupa: como rentista que soy no tengo ning¨²n problema para veranear c¨®modamente en el norte o en cualquier parte).
Si el sistema de cultura popular devaluada y reparto de donaciones no se hunde es porque —parafraseando a Baudrillard— la complicidad de los intelectuales cl¨¢sicos incita al Gobierno a que se prosiga en una pol¨ªtica obscena, abierta, negadora de los v¨ªnculos reales de quienes de verdad hacen algo —en s¨ª secreto— y en beneficio estricto de lo p¨²blico, rentabilizable y votable. Todos son c¨®mplices en pedir al Gobierno una claridad desmesurada —probablemente insoportable— y que conduce al espect¨¢culo de los escaparates demostrables, en su versi¨®n sofisticada
UIMP, en su versi¨®n popular verbenas, ferias y centenarios del descubrimiento 92. ?Despilfarro? Tal vez, pero por alg¨²n vericueto ir¨®nico el asunto me recuerda los potlach que rese?aba Marcel Mauss en ciertas sociedades promiscuas y primitivas: el poder de la tribu se evidenciaba quemando el mayor n¨²mero posible de bienes, una operaci¨®n equiparable a la destrucci¨®n de los "abanicos" famosos del art¨ªculo de S¨¢nchez Ferlosio. Por eso, repito, prefiero que el Gobierno siga ofreciendo y haciendo potlach en la seguridad de que ello genera un estilo de gasto y de fair-play propicio a la ficci¨®n y al desconcierto cultural. En el ex tremo pedir¨ªa un derroche cifrado en una subvenci¨®n de 25.000 pesetas al mes para todos aquellos parados que —no queriendo trabajar demasiado— se consideren artistas. Hay m¨¢s artistas porque hay m¨¢s parados, y este cambio cualitativo s¨ª merece un apoyo pol¨ªtico; es decir, un pillaje privado de un bien p¨²blico.
Concluyendo. La cultureta oficial simula que el Gobierno existe y que es muy importante. Yo creo que el Gobierno es un simulacro del poder reunido que est¨¢ en todas partes. Su simulaci¨®n es m¨¢s sutil. Por ello prefiero y considero m¨¢s recomendable que el Gobierno no tenga una pol¨ªtica definida: ello nos hace m¨¢s libres.
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