?Quien gan¨® las elecciones?
Hablo de las elecciones presidenciales en Estados Unidos de Norteam¨¦rica, y la respuesta es conocida: las gan¨®, por gran margen, Reagan, o el t¨¢ndem Reagan-Bush. Cuesti¨®n de "personalidad", se. ha dicho, y debe de haber mucho de cierto en ello, porque no poca gente que estaba en desacuerdo con Reagan -y no digamos con la plataforma casi evangelista y fundamentalista aprobada durante la convenci¨®n del Partido Republicano- vot¨® por Reagan. Pero, ?fue Reagan s¨®lo? ?S¨®lo ante el peligro, como se titulaba en Espa?a la cl¨¢sica pel¨ªcula del Oeste High Noon? Consideremos la situaci¨®n antes de las elecciones, y especialmente durante las ¨²ltimas dos semanas, en que en el pa¨ªs entero -o, como se ver¨¢, en su Prensa y en su televisi¨®n- la propaganda, y las noticias sobre la propaganda electoral, alcanzaron su c¨¦nit.Durante esas semanas, la Prensa, la radio, la televisi¨®n -digamos, para abreviar, los medios de comunicaci¨®n en masa, y, para abreviar a¨²n m¨¢s, los medios- anduvieron llenos, repletos, a punto de desbordar, con noticias, comentarios, resultados de encuestas, entrevistas, debates, cosas casi inimaginables, sobre las elecciones de marras. Alguna gente podr¨ªa sorprenderse de saber que hubo seis o siete candidatos a la presidencia -adem¨¢s del dem¨®crata y del republicano, con los correspondientes aspirantes a la vicepresidencia, hubo uno socialista, uno comunista, uno ecologista, uno consumista, etc¨¦tera, pero la sorpresa no hubiera tenido raz¨®n de ser: los dem¨¢s candidatos no contaban ni siquiera a la hora de saber qui¨¦nes eran. Para todos los efectos, no exist¨ªan, porque nadie hablada de ellos: s¨®lo se hablaba de, y se disertaba interminablemente sobre, dos candidatos a la presidencia y dos a la vicepresidencia, punto.
Con esto se puede ya barruntar algo acerca de la naturaleza del sistema pol¨ªtico dentro del cual ten¨ªan lugar estas elecciones, y no todo en este sistema son desventajas. En pol¨ªtica, como en astrof¨ªsica, las cosas resultan menos embrolladas cuando nos las habemos con s¨®lo dos cuerpos, o dos sistemas de cuerpos: el titulado problema de los tres cuerpos, que en astrof¨ªsica es meramente enojoso, resulta en pol¨ªtica casi intratable. Por lo dem¨¢s, se sabe bien que cada uno de esos dos cuerpos, o sistemas de cuerpos, forma una verdadera galaxia, con m¨²ltiples elementos que van cada uno por su lado (recu¨¦rdese la formaci¨®n pol¨ªtica que se inici¨®, o prosper¨®, con Franklin, D. Roosevelt, y que fue naufagrando a ojos vistas: los sindicatos obreros, los liberales del Este, los negros, los jud¨ªos y los sudistas, para darse cuenta de la casi enormidad de la cosa). De modo que, bueno, supongamos que de este modo estamos lejos de una democracia radical o plenamente participatoria y nos confiamos a una m¨¢s o menos representativa. En una sociedad de masas esto puede considerarse suficiente, y, en todo caso, la cosa es m¨¢s clara y, sin duda, menos farragosa que una colecci¨®n de peque?os partidos pol¨ªticos, ninguno de los cuales es capaz de alcanzar mayor¨ªa, de modo que el menos minoritario tiene que ceder, con el fin de poder gobernar a las exigencias, cuando no a los caprichos, de cualquier grup¨²sculo. As¨ª, pues, hab¨ªa, a la postre, s¨®lo dos candidatos, y lo que se discut¨ªa, casi pro-forma, era qui¨¦n iba a ganar las elecciones. Las encuestas p¨²blicas favorec¨ªan claramente al candidato republicano lo favorec¨ªan doblemente, porque, como la proverbial bola de nieve, una encuesta favorable repercute favorablemente sobre las encuestas subsiguientes-, de modo que la pregunta que algunos se hac¨ªan (como aqu¨ª se dice "acad¨¦micamente", es decir, por puro ejercicio intelectual) parec¨ªa, a su vez, meramente acad¨¦mica. Uno se preguntaba por qu¨¦, a pesar de todo, tantas noticias sobre los candidatos, tanta menci¨®n de sus discursos (o las infinitas versiones del mismo discurso), tantas informaciones sobre las reacciones de sus oyentes, tantos comentarios alrededor de cada parlamento y a veces de cada palabra. S¨ª, claro, hab¨ªa el precedente de las elecciones de 1948, cuando Truman le arrebat¨® el triunfo a Dewey contra todas las expectativas, pero la verdad es que nadie se tomaba este precedente en serio. Las elecciones estaban ganadas. ?Qui¨¦n las gan¨®?
La respuesta es ¨¦sta: los llamados medios, y en particular la televisi¨®n. Fueron ¨¦stos quienes impusieron sus im¨¢genes, y con ellas sus opiniones sobre el p¨²blico. Contar circunstancialmente c¨®mo ello ocurri¨® ser¨ªa largo y obligar¨ªa a entrar en detalles s¨®lo aparentemente min¨²sculos, pero de singular alcance e influencia.
Basten dos ejemplos. Uno es de car¨¢cter general y consiste en las estrategias que llevaban a fotografiar a Reagan invariablemente sobre un fondo azul (que el lector no ser¨ªa: el fondo azul es uno de los trucos m¨¢s usados y eficaces para destacar una imagen en primer plano y hacer olvidar todo lo dem¨¢s, al tiempo que sigue estando presente: la ausen
Pasa a la p¨¢gina 12
Viene de la p¨¢gina 11
cia en la presencia, como dicen los fil¨®sofos cuando no se les ocurre otra cosa). El otro ejemplo es particular, pero significativo; se trata de esta alhaja, que puede entresacar al azar entre muchas otras: "En Miami, Mondale habl¨® a los miembros del Sindicato de Trabajadores del Autom¨®vil. Se manifest¨® vigoroso y ardiente y gust¨® mucho a sus oyentes. Pero su imagen en los monitores de v¨ªdeo result¨® insulsa, porque no se hab¨ªan usado los focos apropiados". Por mucho que gustara a los oyentes, gust¨®, por lo visto, bastante menos a sus videntes, que eran los que en ¨²ltima instancia contaban.
En suma: lo que se estaba vendiendo al p¨²blico noche y d¨ªa no eran ideas o programas, sino figuras, gestos, maneras -un silencio embarazoso, una palabra pronunciada con particular realce, un ce?o m¨¢s o menos fruncido.
Hay pocas dudas de que si, pongamos por caso, la tasa de inflaci¨®n hubiera subido en los ¨²ltimos tiempos de un modo alarmante, o si el desempleo hubiera alcanzado proporciones catastr¨®ficas, de poco le hubieran servido a Reagan sus reales, o supuestas, habilidades ante las c¨¢maras de televisi¨®n. Muchos votos no suelen salir de la cabeza, o del coraz¨®n, sino del bolsillo. Pero, una vez hechas las cuentas (que a veces, dicho sea de paso, salen mal), lo dem¨¢s es muy a menudo asunto de imagen. Pero aqu¨ª viene a cuento lo que anta?o se llamaba un recado.
Cuando se escudri?an todos los resultados de estas elecciones y se va descendiendo del nivel nacional al estatal y al local, parece ir disminuyendo la influencia de los medios, y por tanto de las posibles im¨¢genes. No porque los medios no sean usados, sino simplemente porque es m¨¢s f¨¢cil confrontar la imagen televisiva de los candidatos con la imagen real. As¨ª, la influencia de los medios de comunicaci¨®n est¨¢ en proporci¨®n directa con la cantidad de masa humana manejable. Compete a los especialistas en sociometr¨ªa y otras ciencias esot¨¦ricas descubrir -si las hay- las leyes pertinentes y revestirlas con los valores num¨¦ricos que, seamos sinceros, no dejan de maravillarnos (o impresionarnos).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.