Nuestra deuda con Barbieri
Con prop¨®sitos menos ambiciosos, menor bagaje te¨®rico y mayor experiencia vital que Felipe Pedrell (1841-1922), Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894), cuya obra Chorizos y polacos se estren¨® anteayer en Madrid en un montaje de Jos¨¦ Luis Alonso, se alza como la gran figura musical de nuestro romanticismo. Barbieri es el padre de un arte nacional espa?ol que para los estudiosos extranjeros comienza con el m¨²sico Isaac Alb¨¦niz (1860-1911), pero no hay duda de que hab¨ªa emanado antes del ingenio fresco y directo del compositor madrile?o, cuya figura se agiganta ahora.
Si Gald¨®s situ¨® en el siglo XVIII el arranque de sus episodios y novelas contempor¨¢neas, asombroso y palpitante testimonio del XIX espa?ol, Barbieri tambi¨¦n volvi¨® la mirada a aquel siglo ilustrado cuya mejor fuente de conocimiento est¨¢ en la escena y, dentro de ella, en la llamada tonadilla esc¨¦nica.A partir de ah¨ª supo crear unos modelos que, a tono con las corrientes europeas impuestas por la ¨®pera italiana, son profundamente espa?oles. Y lo son de aquel modo tan inteligentemente visto por Julio Caro Baroja (Temas castizos, Istmo, 1980), seg¨²n el cual la conexi¨®n entre las aspiraciones y gustos del pueblo llano y de los arist¨®cratas de viejo cu?o fue mayor que nunca, pues "tanto los elementos populares como los elementos aristocr¨¢ticos coincidentes poseen ideales de vida parecidos y hasta cierto punto arcaizantes, frente a una burgues¨ªa acusada de racionalista, modernista, etc¨¦tera".
Frente a la pila bautismal de la parroquia madrile?a de San Sebasti¨¢n, en el coraz¨®n del barrio literario y castizo de Ant¨®n Mart¨ªn, no lejos del Teatro del Instituto y del Teatro de Variedades, cunas del resurgir de la zarzuela, tuvo a Barbieri en brazos una hija de Blas de Laserna, el Mozart de la tonadilla.
Los hechiceros
Ciertamente, Barbieri es un ejemplo maravilloso de creador at¨¢vico, capaz de transmutar los saberes viejos y el mundo de sus antepasados cercanos en un arte perfectamente vivo y asimilable por sus contempor¨¢neos y, a la vez, admirado por las generaciones sucesivas como el de un verdadero cl¨¢sico.Joaqu¨ªn Dicenta lo supo expresar con propiedad en un soneto que le dedic¨® a su muerte: "Cuando se oyen sonar los hechiceros / acordes de tu m¨²sica bendita / parece que es Espa?a quien se agita / en sus tonos alegres y ligeros. / La Espa?a del ayer, la de los fieros / hijos del Dos de Mayo, all¨ª palpita; al comp¨¢s de sus notas resucita un pueblo de manolas y chisperos. / De ese pueblo de ayer la noble esencia, / la risue?a y espl¨¦ndida memoria / guarda el pueblo que hoy viene a tu presencia, / que ve en tus cantos revivir su historia / y uniendo los laureles de tu herencia / coronas teje para honrar tu gloria".
De la azarosa vida y multiforme actividad de Barbieri no s¨®lo cabe destacar la decisiva aportaci¨®n al teatro l¨ªrico, sino los trabajos musicol¨®gicos, algunos de enorme importancia, y su labor difusora de la m¨²sica como fundador y director de la Sociedad de Conciertos. A ¨¦l debemos, por ejemplo, las primeras audiciones completas en Madrid de grandes sinfon¨ªas de Beethoven.
Desde ni?o, en el Teatro de la Cruz, asiento de la alegre mosqueter¨ªa de los polacos, hab¨ªa asistido de la mano de su abuelo, alcaide del hist¨®rico coliseo, a los estrenos de un balbuciente e imitativo arte l¨ªrico espa?ol (Ipermestra, 1838, de Saldoni; Ismail¨ªa, 1838, de Ram¨®n Carnicer, que ser¨ªa su maestro de composici¨®n; El contrabandista, 1841, de Basilio Basili; El solitario, 1841, de Hilari¨®n Eslava, etc¨¦tera). En 1847 ¨¦l mismo hab¨ªa terminado una ¨®pera italiana, Il Buontempone, primer intento in¨¦dito de su brillante carrera teatral.
Eusebio Blasco ensalz¨® entra?ablemente, en un art¨ªculo necrol¨®gico, la personalidad de Barbieri: "Era sabio. No se contentaba con saber componer y echar al aire aquellas chulaper¨ªas art¨ªsticas. Sab¨ªa de memoria las m¨²sicas populares de la Espa?a antigua, hab¨ªa escudri?ado todos los rincones de las bibliotecas nacionales y para ¨¦l no hab¨ªa secretos. Pavanas, chaconas, tonadillas, misas, villancicos, tangos, guajiras, seguidillas gitanas, todo era suyo y lo acomodaba al gusto del p¨²blico, y era el m¨²sico del ol¨¦ y de las palmadas mientras se sirve el vino. Ser¨¢, mientras Espa?a exista, el autor inmortal de Pan y toros".
?Qu¨¦ hemos hecho en Espa?a por la obra de este padre de la patria musical? Muy poco, vergonzosamente poco. No tenemos siquiera la gran biograf¨ªa cr¨ªtica, y la mayor parte de su m¨²sica duerme en los archivos de las bibliotecas que ¨¦l gustaba de escudri?ar.
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