Respeto a la inseguridad
En un reciente simposio sobre psiquiatr¨ªa y justicia surgi¨® el problema de la peligrosidad del enfermo mental, y, como consecuencia, la necesidad de adopci¨®n de medidas precautorias, es decir, previas a la acci¨®n temible y tenida por arriesgada para los dem¨¢s. Frente a esta formulaci¨®n aduje -sin ret¨®rica alguna- que la inseguridad es el precio que pagamos por la libertad de los dem¨¢s y la misma nuestra, y no s¨®lo, pues, del loco, sino tambi¨¦n del no loco. Seg¨²n pienso, hemos de resignamos a contar con un cuantum de inseguridad si propugnamos de verdad, y no de boca hacia fuera, la libertad para todos como el bien m¨¢s preciado del hombre, al decir de Cervantes. No entr¨¦ entonces -ni ahora- a dirimir la concreta cuesti¨®n de la supuesta peligrosidad (mayor peligrosidad, se entiende) del enfermo mental, sino que alud¨ª a la cuesti¨®n en un plano m¨¢s abstracto, m¨¢s gen¨¦rico. Prefiero plantear el problema de la peligrosidad de quien quiera que sea y de lo que quiera que sea; es decir, acepto sin reticencia alguna la existencia de peligrosidad por el hecho de que todos, locos y no locos, andemos sueltos, as¨ª como por el hecho de que existan objetos inanimados que deparen riesgo para nuestra integridad e incluso para nuestra vida en determinadas circunstancias (piedras que se nos vienen encima, huesos de aceituna que se nos atragantan, cuchillas de afeitar que nos rebanan un dedo, etc¨¦tera).Peligrosidad remite a un concepto no actual, sino potencial. En este sentido, peligrosidad la posee todo ente (persona, animal o cosa) y cualquiera sea la relaci¨®n del ente para con nosotros. As¨ª, por ejemplo, tengo por seguro que un caramelito en la boca ha llevado m¨¢s gente a la tumba a la hora de saborearlo que un cuchillo manejado en la acci¨®n que denominamos comer, y, falazmente, se tiende a pensar que un cuchillo es m¨¢s peligroso que un caramelo. Pinito del Oro, la c¨¦lebre equilibrista, hoy retirada, no morir¨¢ ya de una ca¨ªda en alguno de los (?arriesgados?) ejerciciosque en el alambre verificaba, sino tal vez, y presumiblemente tarde, de un catarro mal curado, esto es, algo que se considerar¨ªa intr¨ªnsecamente inofensivo. Estos ejemplos triviales ilustran el axioma de que o peligroso es todo o nada es peligroso, y, por tanto, carece de sentido curamos de la peligrosidad por la evitaci¨®n del trato con todo, porque por ese camino llegar¨ªamos a tratar con nada, es decir, a perecer por inanici¨®n (cualquier alimento es arriesgado), por aburrimiento (cualquier compa?¨ªa puede tomarse peligrosa) o por sabe Dios qu¨¦ otras situaciones que ahora no se me vienen a la mente.
Camilo Jos¨¦ Cela debe, sin duda, quererme bien cuando me atribuye, en este mismo peri¨®dico y en un art¨ªculo reciente, algo as¨ª como una especial sensibilidad cuasi kantiana que me lleva a preferir mi inseguridad a la no libertad (parcial o total) de los dem¨¢s, y me contrapone, generosamente,a la gran masa de contribuyentes que se presume que habr¨¢n de sentir de manera opuesta a m¨ª. Pero Cela est¨¢, cuando menos respecto de m¨ª, en un bondadoso error. Porque yo no es que prefiera sin m¨¢s y de manera altruista mi inseguridad por darme simplemente el gusto -que lo es, sin ninguna duda- de ver a los dem¨¢s, locos o no locos, gozando de su libertad, sino que me pongo en situaci¨®n y me da por pensar que, en cualquier momento, ante una conducta m¨ªa considerada extravagante, podr¨ªa ser estimado peligroso, suscitador de inseguridades para los dem¨¢s y, en consecuencia, disminuido o incluso privado de mi libertad. De manera que -y quiero dejarlo bien sentado- si opto por la inseguridad antes que por la no libertad es por m¨®viles mitad altruistas, mitad ego¨ªstas: ni quiero que a los dem¨¢s les priven de su libertad porque sean (de hecho lo son, no puede ser de otra manera) peligrosos para m¨ª, ni quiero verme privado de la m¨ªa por el hecho de que, por la misma l¨®gica, los dem¨¢s me consideren peligroso para ellos.
Castigar al delincuente es una cosa, que desde luego no entro ahora a discutir, pero no se aspire a construir una sociedad inocua y segura castigando tambi¨¦n al predelincuente, porque a esta categor¨ªa pertenecemos todos. De segu¨ªr por este camino, todos habr¨ªamos de ser encerrados, si es que se juzga esa medida como eficaz prevenci¨®n de la peligrosidad (lo que est¨¢ por ver). Justamente en esto consiste un r¨¦gimen policiaco: dado que todo el mundo puede atentar a la integridad del Estado, detengamos incluso al sospechoso, pero sospechosos son cada vez m¨¢s, y al fin y a la postre todos. El desconfiado que salvaguarda a toda costa su seguridad es probable que muera en su cama sin que nadie le haya sustra¨ªdo la cartera, pero se habr¨¢ privado a s¨ª mismo de la libertad de pasear. Como el que se niega a viajar en barco: no perecer¨¢ de seguro en naufragio, pero seguro es tambi¨¦n que no gozar¨¢ del balanceo.
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