Las piernas de Hong Kong
Mis amigos saben que me pongo muy pesado cuando quiero enterarme de algo que, a pesar de su aparente frivolidad, creo que tenga inter¨¦s humano. Me pas¨® en Hong Kong cuando preguntaba sin cesar a todos los que ya conoc¨ªan la colonia brit¨¢nica.-?Por qu¨¦ llevan las mujeres chinas la falda cortada con un tajo longitudinal? La respuesta era un poco condescendiente, como de quien intenta aclarar lo obvio.
-Porque si no, no podr¨ªan caminar llevando una falda tan estrecha.
-Ya. ?Y por qu¨¦ tienen que llevar falda tan estrecha? Si fuera ancha no necesitar¨ªan reformarla luego.
A m¨ª me parec¨ªa rid¨ªculo que alguien crease una dificultad para poder superarla luego, pero ellos, al no conocer la respuesta, disimulaban cambiando la conversaci¨®n. Yo notaba que las chinas de cierta edad no llevaban nunca ese tipo de vestidos, atavi¨¢ndose con un tipo de pijama negro, y esa diferencia daba mayor acicate a mi curiosidad. Y por fin encontr¨¦ a quien conoc¨ªa el origen del problema. Durante siglos, la virginidad, exigida en China como en otras sociedades tradicionales, se manifestaba fisicamente por la estrechez de las caderas femeninas. En una ¨¦poca en que la maternidad expand¨ªa brutalmente la cintura, mantener la forma c¨®nica significaba que la mocita -como dicen los andaluces- segu¨ªa si¨¦ndolo y no hab¨ªa ca¨ªdo en el vicio. Naturalmente, cuando los tiempos cambiaron y esas muchachas empezaron a salir a la calle -amistades primero, el trabajo despu¨¦sla estrechez de la falda les dificultaba el caminar, y a una modista se le ocurri¨® sencillamente darle un corte a la falda para conseguir la amplitud del movimiento, manteniendo, al menos aparentemente, la pudorosa l¨ªnea anterior. Cuando la muchacha china alcanz¨® la libertad occidental completa y no necesitaba cumplir las viejas modas se dio cuenta que esa fama de caminar con una ropa que se abr¨ªa y cerraba continuamente, ofreciendo y negando la imagen, atra¨ªa las miradas de los hombres mucho m¨¢s que lo hubiese hecho la descarada falda corta que invent¨® Mary Quant; entonces mantuvo la moda gracias a ello. Uno de los atractivos de Hong Kong es el paso de la china y a¨²n m¨¢s de la euroasi¨¢tica, esa mezcla oriental y europea que permite mantener las graciosas facciones de ojos inclinados adquiriendo adem¨¢s una pierna larga y fina, en lugar de la corta y achatada de la raza amarilla.
Es uno s¨®lo de los atractivos de una ciudad que tiene muchos. Fascina al visitante la primera vez y sigue fascinando al que vuelve. La vieja imagen est¨¢ medio muerta, el rickshaw puede todav¨ªa alquilarse, pero el viajero se siente un poco rid¨ªculo rodeado en la calle por tremendos coches de ¨²ltimo modelo. El encanto, de Hong Kong sigue estando en la belleza de su bah¨ªa, con la de Bombay, la m¨¢s bella que he tenido ocasi¨®n de ver, especialmente de noche. Cuando desde el Peak Victoria se divisan las luces de cientos de barcos anclados reflej¨¢ndose tanto en el mar (de mentira) como en las de verdad que alumbran los centenares die tiendas esparcidas a lo largo de la ribera; tiendas y talleres donde se trabaja d¨ªa y noche, donde le hacen a uno una camisa a medida en una hora y un traje en cuatro; donde gracias al puerto, franco y a la agudeza comercial de los ind¨ªgenas hay tantas tentaciones y a tal precio que obligan a los residentes de Hong Kong a vivir en perpetuo estado de descapitalizaci¨®n, como ahora se dice elegantemente cuando uno no tiene un duro. "?C¨®mo vamos a despreciar tantas gangas?", se quejan lastimosamente. Ahora parece que el para¨ªso va a cerrar sus puertas. Es una sentencia de muerte anunciada pero aplazada; durante unos lustros, y despu¨¦s que la bandera brit¨¢nica descienda del m¨¢stil para ser reemplazada por la de la Rep¨²blica Popular, los residentes de la ciudad segu¨ªr¨¢n disfrutando de las ventajas fiscales que han tenido hasta ahora. M¨¢s tarde sus hijos tendr¨¢n que incorporarse a la econom¨ªa general china o llevar sus habilidades mercant¨ªles a otro lugar de la tierra, Singapur, por ejemplo, si el Gobierno de all¨ª no se asusta de una invasi¨®n pac¨ªfica que desequilibre la balanza de malasios chinos hoy cuidadosamente preservada.
Lo raro para muchos observadores extranjeros no es el hecho, sino su tardanza. La raz¨®n es que ese Gibraltar en el costado asi¨¢tico ten¨ªa valor para el colonizador y tambi¨¦n para el pa¨ªs que reclamaba la tierra irredenta de forma oficial y clamorosa. Lo advert¨ª en mi primer viaje a Victoria (que es en realidad el cogollo de Hong Kong) cuando un compa?ero de barco me dijo que iba a vender una tonelada de aspirinas al Gobierno comunista de China y que lo pensaba cobrar en d¨®lares y en Hong Kong. Me di cuenta entonces que si para Occidente la colonia era un balc¨®n desde donde avizorar el interior de Asia, ¨¦sta ten¨ªa a ¨¦l como observacion para estudiar a Occidente. Una observaci¨®n y un banco muy ¨²til para sus transacciones.
La raz¨®n oficial de ahora para el cambio es, como se sabe, la cercan¨ªa de 1992, a?o en que expira el alquiler de los Nuevos Territorios. Aunque Hong Kong propiamente dicho fue cedida por un tratado a Gran Breta?a a perpetuidad (como Gibraltar), no puede sobrevivir sin el interland donde est¨¢ situado desde el aeropuerto a las fuentes de agua potable y a la huerta que alimenta la ciudad. Inglaterra, que ha sabido siempre plegarse a lo inevitable a tiempo de evitar luchas suicidas y mantener la imagen amable (v¨¦ase Egipto, la India), decidi¨® esta vez, a pesar de tener un Gobierno conservador imperial, aceptar la realidad. Los europeos que vayan a Hong Kong en el a?o 2040 se encontrar¨¢n probablemente con una ciudad china m¨¢s, no con la combinaci¨®n de Oriente y Occidente, de riqueza y de pobreza, de luces y sombras que es el asombroso Hong Kong de hoy, aunque quiz¨¢ se mantengan, por encima de nacionalismos y pol¨ªticas, los cortes longitudinales de una falda ense?ando y velando alternativamente el bello espect¨¢culo de un par de piernas en movimiento.
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