Madrid ovacion¨® a Montserrat Caball¨¦
El p¨²blico esperaba a Montserrat Caball¨¦ y ha podido escucharla en su plenitud y ovacionarla con m¨¢ximo calor en una de las jornadas m¨¢s brillantes de la temporada oper¨ªstica de Madrid.Armida, sobre libreto de Quinault antes utilizado por Lully, representa una nueva manera de sentir la ¨®pera que alcanz¨® su cima en Orfeo y Euridice, estrenado en Viena en 1762 y en Espa?a en 1780. En cierto modo hay en este teatro musical neocl¨¢sico un punto de compromiso entre contrarios. La absurda batalla entre los partidarios de Piccini y los de Cluck parece asumirse en el eclecticismo de Armida.
Cuando la historia ha dejado en su lugar tantas cosas, la vuelta al teatro de Gluck ha de hacerse a lomos de su melod¨ªa amorosa, de su melancol¨ªa y de su cantabilidad adherida a la palabra, como nos advierte Eugenio Montale. "Comparando Orfeo, Alceste y Armida con cualquier ¨®pera de Rameau", afirma en otra ocasi¨®n el italiano, "se recibe la impresi¨®n clara de que la m¨²sica ha invadido y penetrado la narraci¨®n esc¨¦nica. No por casualidad H¨¦ctor Berlioz, primero, y Ricardo Wagner, despu¨¦s, admiraron a Gluck y su concepto musical y teatral".
Armida, libro de Quinault, m¨²sica de Gluck
Int¨¦rprete principal: Montserrat Caball¨¦. Director de coro: Jos¨¦ Perera. Director esc¨¦nico: Jos¨¦ Luis Alonso. Director musical: Manfred Ramin. Coreograf¨ªa: maestro Granero. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 16 de abril de 1985
Un personaje como el de Armida, tantas veces tratado, alcanza su sublimaci¨®n gracias a la m¨²sica de Gluck, a sus tonos efusivos de una pasi¨®n m¨¢s intensa por contenida. Dir¨ªase que se renueva la conmoci¨®n monteverdiana y la ternura de Caccini para desde ellas romper todo un c¨ªrculo de convenciones. Perduran en el concepto teatral de Armida, pero triunfa tambi¨¦n en el papel femenino protagonista la nueva manera de sentir y representar.
Al escuchar a Montserrat Caball¨¦ se acumulaban admiraciones: hacia la voz hermosa, fresca y diferenciada; hacia la t¨¦cnica que, como sucede en el caso de los grandes int¨¦rpretes, es ya algo suyo; hacia la tr¨¢gica que vive su personaje con apasionamiento hasta evocarnos la aparici¨®n en escena de Mar¨ªa Callas; hacia la inteligencia extraordinaria de una artista capaz no de renovarse, sino de inventarse cada d¨ªa en una creatividad incesante. El triunfo de Montserrat Caball¨¦ fue total, clamoroso. Con ella, obtuvieron los mayores aplausos del p¨²blico los directores musical y esc¨¦nico, Manfredo Ramin y Jos¨¦ Luis Alonso, identificados en la conjunci¨®n ideal y equilibrada m¨²sica-teatro.
En Rinaldo mostr¨® la belleza de su voz unida a un gran mordente el tenor finland¨¦s Peter Lindroos, un poco apretado en algunos agudos. La mezzo h¨²ngara Marta Szirmay prest¨® su voz densa y bien coloreada al personaje de El Odio. Raquel Pierotti, Cristina Carlin, Enrique Baquerizo, Luis ?lvarez, Rafael Mart¨ªnez Lled¨®, Mari Downing, Enrique Serra, Leonel, Hurtado y Diana Rubio sirvieron desde sus personajes al buen nivel de la representaci¨®n. Manuel Granero mostr¨® sensibilidad en las coreografias; la orquesta y el coro titular dieron lo mejor de s¨ª en un estilo musical infrecuente.
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