Santiago Ram¨®n y Cajal
Adem¨¢s de su obra cient¨ªfica, Cajal nos ha legado un amplio material autobiogr¨¢fico, as¨ª como abundantes p¨¢ginas encaminadas a mostrar sus posicionamientos ante la vida llana. Y en ellas, la problem¨¢tica femenina es tema recurrente y matizado. Cuanto tenga de l¨®gico y coherente es cuesti¨®n que tendremos que decidir m¨¢s adelante.En primer lugar, lejos de mostrarse ajeno a la controversia feminista que tuvo lugar en su ¨¦poca, nuestro sabio se pronuncia expl¨ªcitamente ante ella. Bien es verdad que el camino escogido entonces por nuestros detractores incid¨ªa de lleno en el campo de investigaci¨®n de ¨¦ste. Sus argumentaciones a favor de las mujeres tienen, por tanto, un importante valor a?adido. En aquellos tiempos se pretend¨ªa demostrar nuestra inferioridad mental en base al menor volumen y peso del cerebro femenino. La respuesta de Cajal es tajante y cuidadosamente argumentada: para empezar trae a colaci¨®n ejemplos de personajes c¨¦lebres -como Larra, Sagasta, Echegaray y otros- que, habiendo dado muestras de preclara inteligencia, pose¨ªan, sin embargo, "modestas cajas craneales". As¨ª, nos confiesa c¨®mo, "habiendo contemplado ( ... ) el vaciado de la cabeza de Newton, qued¨¦ admirado de la exiguidad de su capacidad craneal". De donde se desprende que "no es la masa bruta, sino la fina organizaci¨®n nerviosa -es decir, la sutileza y proligidad de las asociaciones interneuronales- la condici¨®n esencial del intelecto superior".
Y no satisfecho con ¨¦ste, Cajal a¨²n a?ade tres argumentos m¨¢s. Por un lado, relativiza el peso craneal del hombre por la parte dedicada al control de la masa muscular y el revestimiento cut¨¢neo, que, siendo proporcionalmente superior al de las mujeres, necesitar¨¢ de mayor inervaci¨®n. Por otra parte, vuelve contra los defensores de la estupidez innata de la mujer su propio argumento, al se?alar la imposibilidad de que "Ia mujer transmita a la prole excelencias de que carece". Y por ¨²ltimo, Cajal alude a Ia "educaci¨®n divergente" como principal causa de las diferencias intelectivas entre los sexos: "Aunque se demuestre ( ... ) que la mujer actual vale, tomada en conjunto intelectualmente, menos que el hombre, siempre podr¨¢n las feministas arg¨¹irnos: esperad que la sociedad conceda a todas las j¨®venes de la clase media el mismo tiempo de educaci¨®n e instrucci¨®n que al hombre, dispensando adem¨¢s a las m¨¢s inteligentes de la preocupaci¨®n y cuidado de la prole..., y entonces hablaremos".
Hasta aqu¨ª la argumentaci¨®n es impecable, y no s¨®lo desde el punto de vista de las m¨¢s exigentes feministas, sino tambi¨¦n desde la perspectiva de la cr¨ªtica actual a la sociobiolog¨ªa. Pero, desgraciadamente, las cosas no quedan ah¨ª, de forma que cuando Cajal descienda de la teor¨ªa cient¨ªfica a la problem¨¢tica cotidiana de una sociedad sexista empezar¨¢ a ver las cosas con un prisma muy diferente. Y no es que ¨¦l invente nada al respecto, simplemente se limita a aceptar sin reservas la tajante divisi¨®n de funciones sociales asignadas a los sexos en las sociedades patriarcales. Olvid¨¢ndose, como por encanto, de ese poderoso condicionante de la "educaci¨®n divergente" que tan acertadamente acaba de se?alar.
La admiraci¨®n por su padre
Ya en los datos biogr¨¢ficos que nos lega en Mi infancia y juventud resulta curioso el papel preponderante del padre y su minucioso y elogioso retrato, que contrasta con el chato y pobre, aunque cari?oso, de la madre. Y no es que el padre fuera precisamente una golosina: "A su regreso de los pueblos", nos cuenta Cajal, "mi padre se enteraba de las demas¨ªas y algaradas de sus hijos y, montando en c¨®lera, nos gratificaba con formidables palizas". "Estas zurras, ( ... ) por l¨®gica represi¨®n y por adaptaci¨®n adecuada al acorchamiento de nuestra piel, se iniciaron con vergajos y terminaron con trancas y tenazas".No obstante esta brutalidad, no por generalizada en nuestro entorno menos estremecedora, y a pesar de que Cajal -seg¨²n nos relata- vio truncada su gran afici¨®n a la pintura por la imposici¨®n paterna de los estudios de Medicina, el gran hist¨®logo nos habla con profunda admiraci¨®n de su progenitor: "No puedo quejarme de la herencia biol¨®gica paterna. Mi progenitor dispon¨ªa de mentalidad vigorosa, donde culminaban las m¨¢s excelentes cualidades. Con su sangre me leg¨® prendas morales a las que debo todo lo que soy". Llamar a todo esto "herencia biol¨®gica" es bastante problem¨¢tico, y ciertamente ser¨ªa aceptado con reservas hasta por los m¨¢s duros de entre los sociobi¨®logos actuales. Pero desde el punto de vista del tema que nos ocupa, hay que resaltar la fijaci¨®n de don Santiago en la herencia paterna, con total olvido de la materna, como si de un extra?o caso de partenog¨¦nesis se tratara. In¨²til ser¨ªa preguntarse d¨®nde dejaba las leyes de Mendel nuestro sabio nacional. La cosa es m¨¢s sencilla o m¨¢s complicada, seg¨²n se mire. Baste pensar la desvalorizaci¨®n que nuestra sociedad ha hecho del sexo femenino para entender por qu¨¦ hasta las m¨¢s preclaras inteligencias pueden escorarse bajo el peso de la ideolog¨ªa dominante.
Claro que, en este caso, la perfecta identificaci¨®n con su padre cabr¨ªa ser interpretada de otro modo. Si aplicamos la teor¨ªa psicoanal¨ªtica, Cajal aparece como prototipo de complejo de Edipo perfectamente resuelto: los recuerdos escas¨ªsimos pero cari?osos que dedica a su madre nos hablar¨ªan de una fase f¨¢lica de acuerdo con lo previsto por Freud. La posterior identificaci¨®n con el padre y su ¨¦xito como hombre integrado no har¨ªan m¨¢s que confirmar las teor¨ªas del famoso vien¨¦s. Claro que quiz¨¢ la gran deuda contra¨ªda por el psicoan¨¢lisis con nuestra civilizaci¨®n es haber justificado e inocentado el impulso de gran n¨²mero de varoncitos a compenetrarse con los valores autoritarios y sexistas representados por el lprogenitor. Un comportamiento oportunista en la medida que supone subirse al carro de quien tiene -sobre todo antes de la movida emancipatoria- todas las de ganar. En cualquier caso, como veremos a continuaci¨®n, Cajal, en lo que se refiere a la valoraci¨®n de los sexos, est¨¢ perfectamente sintonizado con las coordenadas previstas en su ¨¦poca.
En sus Charlas de caf¨¦ nuestro Nobel de la medida de su posici¨®n simplista, interesada y contradictoria (con sus conocimientos cient¨ªficos) en lo referente a los papeles sociales de los sexos y su presunto fundamento biol¨®gico: "La reina de las hormigas da a la esposa ejemplo insuperable de recato y de modestia ( ... ) arr¨¢ncase las alas y recl¨²yese en el hogar para consagrarse, asistida de abnegadas obreras, al cuidado y multiplicaci¨®n de la prole. El tan decantado feminismo de hoy no existe en la especie animal. Reconozcamos con gusto, en honor del bello sexo, que la inmensa mayor¨ªa de las mujeres, guidas por infalibles impulsos, siguen el ejemplo de los himen¨®pteros". Otra vez nos encontramos as¨ª con el filantr¨®pico principio de la mujer en casa y con la pata quebrada, aunque ahora en inspirada versi¨®n cientifista.
L¨ªneas de conducta para la mujer
Pero no contento con su ingeniosa f¨¢bula de las hormigas, Cajal sigue trazando nuevas l¨ªneas de conducta para las mujeres: "La solterona fea y buena tiene dentro de la familia noble y cristiana misi¨®n que cumplir: cuidar y acompa?ar a sus padres ancianos y enfermos. ?Cu¨¢ntos extrav¨ªos sentimentales del viudo solitario ser¨ªan evitados por la abnegaci¨®n y el cari?o de una hija indiferente a los p¨¦rfidos llamamientos del amor codicioso!". Como vemos, adem¨¢s de las hembras reproductoras para el hombre maduro, ser¨ªa conveniente disponer de solteronas -obreras est¨¦riles en la f¨¢bula de las hormigas- para cuidar del viudo decr¨¦pito. Pero a¨²n hay m¨¢s, porque todo esto, seg¨²n nuestro sabio, hay que hacerlo con alegr¨ªa. "?Qui¨¦n no ha sorprendido", se lamenta Cajal, "un gesto de fastidio en la hija que del bracero lleva al padre ciego o tullido, o la faz displicente o aburrida de la mujer acompa?ante del esposo paral¨ªtico?". Impresiona ver la grandeza del coraz¨®n del sabio estremecido ante las dolorosas situaciones por las que puede llegar a pasar un hombre. Pero no menos emocionante es la fr¨ªa serenidad con la que reclama a la mujer el sacrificio de juventud, sentimientos y proyectos de vida al cuidado del var¨®n. Cada vez comprendemos mejor por qu¨¦ nuestro sabio apostaba por un instinto femenino que inexorablemente nos llevara a disfrutar con estas tareas.En los T¨®nicos de la vejez, Cajal hace un verdadero alarde de conocimiento acerca de las diferentes pautas de comportamiento de las mujeres. Pero quiz¨¢ la parte m¨¢s interesante -viniendo de quien viene- es cuando se dirige a los j¨®venes cient¨ªficos aconsej¨¢ndoles sobre la compa?era ideal. Despu¨¦s de haberse explayado criticando el grosero materialismo que orienta a las mujeres en el matrimonio, olvidando que ¨¦ste sol¨ªa ser su ¨²nico medio de vida, cabr¨ªa esperar que el gran maestro, a la hora de dar consejos a los j¨®venes cient¨ªficos, se pronunciara por un matrimonio de amor. Pues se equivocan: convencido de la excelsa misi¨®n que ¨¦stos tienen encomendada, piensa que toda preocupaci¨®n y c¨¢lculo es poco a la hora de elegir esposa. Y no se anda con chiquitas para desmenuzar el asunto. Para nuestro sabio nacional existen cuatro tipos de posibles compa?eras: la intelectual, la heredera rica, la artista y la hacendosa. De elegir la intelectual, ¨¦sta tendr¨ªa que ser "seria y discreta, colaboradora asidua del esposo". L¨¢stima que ponga como ejemplo al matrimonio Curie, cuando ya era notorio que fue precisamente la se?ora Curie la verdadera art¨ªfice de los descubrimientos atribuidos a los esposos. De la rica "habituada a una vida de molicie, de fausto y de exhibici¨®n, milagro ser¨ªa que no contagiara sus gustos al marido". Por lo que respecta a la artista o literata, "desconsuela reconocer que en cuanto goza de un talento o cultura viriles suele la mujer perder el encanto de la modestia". Nos queda, pues, "la se?orita hacendosa y econ¨®mica, dotada de salud f¨ªsica y mental ( ... ) con la pasi¨®n necesaria para creer en el esposo y so?ar con la hora del triunfo". ?sta, "inclinada a la dicha sencilla ( ... ) cifrar¨¢ su orgullo en la salud y felicidad del esposo". Y no todo se queda ah¨ª, porque "el toque est¨¢ en conquistarla para la obra com¨²n; en constituirse en su director espiritual; en modelar su car¨¢cter, pleg¨¢ndolo a las exigencias de una vida seria ( ... ); en hacer, en suma, de ella un ¨®rgano complementario absorbido en lo peque?o ( ... ) para que el esposo, libre de inquietudes, pueda ocuparse en lo grande, esto es, en la germinaci¨®n y crianza de sus queridos descubrimientos y de sus especulaciones cient¨ªficas".
La virilidad de la cultura y el talento
Esta apabullante sinceridad, junto al glorioso resurgimiento de la perfecta casada que propugna nuestro sabio, no puede menos que llenarnos de esperanza. Sobre todo si consideramos las ideas sostenidas hacia casi 200 a?os por otro erudito nacional. En aquellos tiempos, el padre Feijoo reclamaba la educaci¨®n de las mujeres, pero con fines emancipatorios. Para lo que la reclama Cajal, bien estamos donde estamos.Pero lo m¨¢s llamativo del texto de Cajal que estamos comentando es su rotunda aseveraci¨®n acerca del car¨¢cter viril de la cultura y el talento. Una afirmaci¨®n que nos lleva al fondo de la cuesti¨®n en lo que a la cr¨ªtica a nuestro sabio concierne. Si el talento y la cultura son patrimonio de los hombres, entonces ?de qu¨¦ estamos hablando? De haber empezado por ah¨ª don Santiago nos hubiera ahorrado unas cuantas p¨¢ginas. Pero para podernos tomar en serio este aserto necesitar¨ªamos que Cajal hubiera detectado diferencias entre los cerebros de uno u otro sexo. Esto no fue as¨ª, y ah¨ª est¨¢n sus publicaciones cient¨ªficas para atestiguarlo. Muy al contrario, a Cajal le debemos una de las ideas m¨¢s hermosas y alentadoras, ratificada por la moderna neurobiolog¨ªa: la extraordinaria plasticidad y adaptabilidad del cerebro humano, cuyo desarrollo anat¨®mico y funcional depende de la motivaci¨®n y estimulaci¨®n adecuadas.
De ah¨ª que la cultura y el talento no sean patrimonio de un sexo, raza o clase social, sino de aquellos cuyo entorno socioecon¨®mico les facilite un mejor desarrollo de las potencialidades de su cerebro.
Proporcionar ese entorno sin exclusiones es el gran reto de nuestra sociedad.
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