La 'pista b¨²lgara', en el banquillo
Ma?ana comienza en Roma el proceso contra cinco turcos y tres b¨²lgaros, acusados de compl¨® contra Juan Pablo II
ENVIADO ESPECIALSon las 17.20 de la tarde. En la plaza de San Pedro de Roma millares de personas se agolpan al paso de Juan Pablo II. De pronto, una mano armada se alza por encima de la multitud y suenan dos disparos. Uno de ellos alcanza en el abdomen al Papa.
A pocos kil¨®metros de distancia, en Piazza del Popolo, millares de personas est¨¢n congregadas para el mitin final de la campa?a para el refer¨¦ndum del aborto. En ¨¦l participan los secretarios generales de los partidos- laicos, desde el comunista Enrico Berlinguer al republicano Giovanni Spadolini. La noticia del atentado corre como un reguero de p¨®lvora, y los l¨ªderes pol¨ªticos se retiran detr¨¢s del escenario, improvisan sobre la marcha un comunicado repudiando el atentado, lo leen y dan por concluida la reuni¨®n.
En Piazza del Popolo la gente sigue, sin embargo, arremolinada en torno a los transistores. El Papa se debate entre la vida y la muerte. La radio informa que el atentado ha sido realizado por dos personas.
El 20 de julio de 1981 comienza el juicio contra Ali Agca, un extremista de derechas vinculado al grupo terrorista de los Lobos Grises. Confiesa que es el ¨²nico autor del atentado y que ha actuado para eliminar al "responsable de una cruzada religiosa contra el Islam". El proceso queda r¨¢pidamente visto para sentencia dos d¨ªas despu¨¦s, y el agresor es condenado a cadena perpetua. Todo parec¨ªa claro entonces: el atentado era fue obra de un fan¨¢tico religioso que actuaba aisladamente.
Cuando le comunican la sentencia, Agca advierte que dentro de cinco meses empezar¨¢ una huelga de hambre. Es su primer mensaje a quienes est¨¢n detr¨¢s de ¨¦l: o consiguen su liberaci¨®n o empieza a hablar.
El turco cumple su promesa en diciembre de ese mismo a?o, tras una visita de agentes de los servicios secretos italianos, y empieza por nombrar a sus colaboradores turcos. Antes, en agosto, la Fiscal¨ªa de la Rep¨²blica ordena la reapertura de las investigaciones sobre el atentado, ya que hab¨ªa demasiadas cosas por explicar. El caso es encargado al juez Illario Martella, un magistrado con fama de honestidad y rigor jur¨ªdico incluso entre la izquierda italiana.
La pista b¨²lgara, en un servicio para el KGB sovi¨¦tico, no aparece en escena hasta el a?o siguiente, 1982, y lo hace primero en la Prensa, a trav¨¦s de los escritos de los periodistas norteamericanos Claire Sterling y Paul Henze, se?alados como colaboradores de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), antes de que lo haga en el sumario del juez Martella.
El 25 de noviembre de 1982 es detenido por la polic¨ªa italiana Serguei Antonov, subdirector de la oficina de las l¨ªneas a¨¦reas b¨²lgaras en Roma. El juez Martella dicta tambi¨¦n orden de detenci¨®n contra otros dos b¨²lgaros: Todor Aivazov, jefe del departamento econ¨®mico de la Embajada de Bulgaria en Roma, y el comandante Jelio Vasilev, adjunto del agregado militar. Pero los dos ¨²ltimos est¨¢n ya en Sof¨ªa.
La detenci¨®n de Antonov tiene el efecto de una bomba: el entonces ministro de Defensa, Lelio Lagorio, afirma que la actuaci¨®n de los b¨²lgaros equivale a una "declaraci¨®n de guerra". Giulio Andreotti, m¨¢s prudente, prefiere atenerse a lo que digan los hechos. Los servicios secretos norteamericanos e israel¨ªes se muestran m¨¢s bien esc¨¦pticos.
Los b¨²lgaros niegan todo. Afirman que son calumnias montadas para destruir la distensi¨®n internacional y montan tambi¨¦n su campa?a, con multitudinarias conferencias de prensa internacionales en Sof¨ªa, donde presentan a Vasilev, Aivazov y al turco Bekir Celenk, este ¨²ltimo acusado por Agca de ser el encargado de pagarle tres millones de marcos por el atentado. La primera de ellas se celebra en diciembre de 1983, y en ella aparece Celenk escoltado por dos polic¨ªas uniformados y con aire m¨¢s bien asustado. La segunda, el pasado mes de febrero. Celenk aparece m¨¢s distendido y sin escolta: es retenido en Bulgaria a t¨ªtulo de "testigo".
Esos tres personajes niegan conocer a Ali Agca. Y Sof¨ªa pregona la inocencia de Antonov. Los dirigentes y los abogados b¨²lgaros afirman que no existe la menor prueba consistente contra Antonov y que debe ser puesto en libertad. La conclusi¨®n del sumario por Martella el pasado a?o, seg¨²n los portavoces de Sof¨ªa, ratifica esa afirmaci¨®n, ya que el juez italiano manda a juicio a los b¨²lgaros s¨®lo en base a indicios.
Agca ha descrito minuciosamente, aunque con errores, los rasgos f¨ªsicos de los acusados, sus encuentros en Sof¨ªa y Roma, c¨®mo prepararon el atentado. Pero no es un relato lineal, sino sometido a sucesivas rectificaciones. Es como si estuviese reinventando continuamente la historia. As¨ª, incurre, junto a afirmaciones verificadas (como la presencia en la capital italiana de un cami¨®n TIR ante la embajada b¨²lgara que deber¨ªa servir para su huida del pa¨ªs), en contradicciones flagrantes. Por ejemplo, describe el piso de Antonov en Roma y a la esposa de ¨¦ste, para finalmente reconocer que nunca ha estado en esa casa ni conocido a dicha mujer.
Da la casualidad de que la descripci¨®n de esa casa corresponde en realidad a una vivienda situada dos pisos m¨¢s arriba, que, curiosamente, fue habitada por el padre Morlion, norteamericano, fundador de una misteriosa entidad universitaria. Y, por a?adidura, esa misma vivienda fue utilizada para sus reuniones por dos controvertidos miembros de los servicios secretos italianos, Francesco Pazienza y el desaparecido jefe del SISMI, Giusseppe Santivito, miembros ambos de la logia clandestina mas¨®nica Propaganda Dos (P-2). El pasado a?o, precisamente, surgi¨® una pol¨¦mica que sacudi¨® a los medios pol¨ªticos italianos y lleg¨® a amenazar la estabilidad del Gobierno de Roma: la subordinaci¨®n de los servicios secretos italianos a los de la OTAN y Estados Unidos.
Por otro lado, a pesar de su situaci¨®n carcelaria de aislamiento total, Agca no s¨®lo recib¨ªa clases de italiano de un peligroso dirigente de las Brigadas Rojas, Senzani, sino que parec¨ªa estar al corriente de las declaraciones que a partir de 1983 iban haciendo a los jueces italianos los b¨²lgaros Aivazov y Vasilev, lo que le permit¨ªa modificar sus afirmaciones.
Los b¨²lgaros dicen que Agca est¨¢ manipulado. Pero Agca ha hecho afirmaciones a los investigadores que han resultado ver¨ªdicas, como sus relaciones con Omer Bagci, que le entreg¨® en Mil¨¢n la pistola utilizada en el atentado. O las fechas dadas de encuentros efectuados con relaci¨®n a la conspiraci¨®n: por ejemplo, ha resultado cierto que Celenk estuvo en Sof¨ªa en los d¨ªas que Agca hab¨ªa dicho. Por otro lado, la coartada de Antonov no ha resultado totalmente convincente.
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