El salto de El Colacho
Un pueblo burgal¨¦s celebra el 9 de junio un rito at¨¢vico que ha padecido los recortes de la Iglesia
Este Castrillo est¨¢ muy lejos de Murcia, aunque se llame Castrillo de Murcia. Lo menos 650 kil¨®metros m¨¢s al noroeste. Queda all¨¢ por Burgos, integrado en el Ayuntamiento de Sasam¨®n y en el partido de Castrojeriz. Su denominaci¨®n de Murcia deriva del moro Muza, uno de los jerarcas musulmanes que anduvo repartiendo Mamporros y cultura por Castilla; pero la cristianizaci¨®n termin¨® por corromper el top¨®nimo. La fiesta de El Colacho, que all¨ª se conmemora ha sufrido tambi¨¦n el efecto de una cristianizaci¨®n tard¨ªa: la posguerra.
Cuando pueda elegir, el comensal har¨¢ bien en pedir que le sirvan carne de lechal burgal¨¦s extra¨ªda del cuarto delantero del cordero. Y, a¨²n m¨¢s, del cuarto delantero izquierdo, porque los recentales se tumban a mamar del lado derecho y eso lo hace un poco m¨¢s duro.La cultura popular ha ido descubriendo detalles m¨¢gicos para cada receta, y no es casualidad que los productos de la tierra sepan mejor all¨ª donde nacieron.
Las orejuelas de Castrillo son un postre suave, con la miel en su punto, y se deshacen en la boca Hay que cocinarlas con manteca harina, aceite y, adem¨¢s, un poco de bicarbonato. El bicarbonato sirve para que ahuequen Mejor Esconden los secretos de la tradici¨®n y forman parte de El Colacho como elemento imprescindible. Con ellas y con pan de an¨ªs, vino y queso se podr¨¢ acompa?ar el final de una fiesta que comienza a todo correr.
Por lo com¨²n, son las ocho de la ma?ana del primer domingo despu¨¦s del Corpus cuando aparece por las calles un mocet¨®n ataviado con un traje de pa?o amarillo y pechera de rojo vibrante, la cara enmascarada por una careta demoniaca. Lleva en su mano siniestra una gran casta?uela, que hace sonar para advertir de su presencia. La golpea con un palo cuyo extremo tiene asida una cola de buey (un colacho). El palo y la cola del animal ora baten la casta?uela ora sacuden a los desavisados mozalbetes que no han sabido correr lo suficiente, y a los que puede propinar un pie de paliza soberano. Ser¨¢ el justo castigo de El Colacho por los improperios que debe soportar. Que todo est¨¢ permitido. "Asfixiao", le dice uno; cosas m¨¢s graves a?ade otro. Y todos corren calle arriba y calle abajo varias veces durante la ma?ana.
Ang¨¦lico, Due?as, de 68 a?os, un jubilado dicharachero que se pasa las ma?anas mano sobre mano, recuerda que en su ¨¦poca de mozo los insultos eran peores. Entonces no se insultaba por insultar, sino por ofender. "Vamos, que se cantaban las verdades. Bueno, se le dec¨ªa lo que era . y tambi¨¦n lo que no era". Parece que le da un poco de pena que ya no ocurra as¨ª. "Luego, se prohibieron las pestes. Bah, ahora no es como antes. Ahora dicen ea, ea, ea, El Colacho se cabrea".
Cuando se le pregunta qui¨¦n sentenci¨® que no hubiese graves insultos, la filosof¨ªa popular le brota sin esfuerzo en su lenguaje: "Los prohibieron los tiempos".
Hubo a?os en que el joven a quien correspond¨ªa el turno de convertirse en El Colacho apalabr¨®, con pesetas de por medio, una triqui?uela para que otro le relevase. Todo por no o¨ªr los motes que, seguramente con buen tino, caray, le iban a dirigir sus paisanos. "Si a lo mejor era un pendenciero o se le iban a mentar querellas de mujeres, prefer¨ªa no salir, porque igual ten¨ªa que encararse con alguien", dice Ubaldo Sancho, de 65 a?o!, mientras ofrece un trago de porr¨®n en plena plaza.
Orejuelas para todos
La fiesta la organizan los cofrades. Antes, cuando el pueblo reun¨ªa a 700 habitantes, cuatro cofrad¨ªas se alternaban en tama?a responsabilidad. Ahora, con 300 lugare?os, queda una sola. Tiene su jerarqu¨ªa fijada, por rigurosa antig¨¹edad rotatoria, con categor¨ªas claras. A saber: los dos amos (el primero y el segundo), el secretario y los mayordomos. Uno de los dos mayordomos que ingresan al a?o ser¨¢ El Colacho, y habr¨¢ de cumplir la condici¨®n imprescindible d¨¦ estar casado. Esta vez se disfrazar¨¢ Benito Calvo, "de unos 40 a?os", hijo del pueblo, que ahora vive en Burgos. Cada vecinillo es inscrito en la cofrad¨ªa nada m¨¢s nacer, despu¨¦s de pagar su tributo, "un celem¨ªn de trigo, por ejemplo", que no est¨¢ mal. 1timamente han logrado subvenciones, qu¨¦ le vamos a hacer, para dar abasto con las orejuelas y con las actuaciones que llegar¨¢n ya entrada la tarde: un poco de m¨²sica popular y otro poco de bailables. El alcalde, Mart¨ªn Galer¨®n, de 55 a?os, que se present¨® "con los de AP", est¨¢ seguro de que habr¨¢ orejuelas para todos, m¨¢s le vale. "S¨ª, se va a preparar una buena artesa de orejuelas".
Algo s¨ª ha cambiado en esta fiesta medieval. Top¨® con la Iglesia. El acto que mejor reflejaba la lucha entre las tradiciones paganas y la cristianizaci¨®n posterior era una curiosa misa de media ma?ana. Aqu¨ª ocurr¨ªa como con el carnaval: la fiesta pagana fue anterior a las celebraciones cristianas, luch¨® contra ellas y ambas acabaron unific¨¢ndose. As¨ª suced¨ªa con El Colacho, que comenz¨® en el bajo imperio romano siendo un simple histri¨®n y termin¨® promocionado a diablo.
El folclorista Domingo Hergueta public¨® en 1934, en su estudio sobre tradiciones burgalesas, esta fiel descripci¨®n de la misa que ¨¦l conoci¨® en Castrillo: "Cuando todos est¨¢n reunidos en misa, entra El Colacho en la iglesia saltando por entre las sepulturas y las mujeres, a las que pega con la cola hasta el presbiterio [se supone que para provocar su fertilidad, conforme a la tradici¨®n medieval]. All¨ª se queda parado y remedando las ceremonias que se hacen en la misa; tan burlescamente, que alg¨²n p¨¢rroco se ha querido oponer, aunque in¨²tilmente, a
El salto de El Colacho
esta costumbre pagana, porque verdaderamente parece restos de los juegos de escarnio o burlas de la Edad Media, por la parodia burlesca de los oficios eclesi¨¢sticos que hac¨ªan los zaharrones o remedadores".
El toque del atabalero
Efectivamente, muchos curas se opusieron a eso, ya se ve. Y lo consiguieron, dejando anacr¨®nico ese "in¨²tilmente" que empleaba en 1934 el bueno de Hergueta. (Uno, "el difunto don Gonzalo", por marear la perdiz, hasta quiso quitar los bailes.) Ahora El Colacho se comporta ya respetuosamente en el templo.
Aquellos p¨¢rrocos de la posguerra no entend¨ªan que la fiesta pagana y la celebraci¨®n religiosa se fundieron en beneficio de ambas: de aqu¨¦lla, porque logr¨® pervivir; y de ¨¦sta, porque los fieles acababan gritando contra El Colacho y le mandaban candar la boca, ofendidos y estimulados en su religiosidad, dormida. Alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que deshacer tal desaguisado.
Luego, por la tarde, vendr¨¢ la procesi¨®n, acompa?ada por los cofrades, trajeados y con capa castellana. El mayordomo que no se convierte en El Colacho (es cuesti¨®n s¨®lo de que se pongan de acuerdo entre ellos dos) se constituir¨¢ en atabalero, un hombre de constancia, el que toca el atabal, o sea, el que va dando golpes al tambor. Los folcloristas Justo del R¨ªo y Jos¨¦ Mar¨ªa Gonz¨¢lez Marr¨®n reconstruyeron, a partir de contrastados y minuciosos datos hist¨®ricos, la danza que se bailaba hace decenios en esta procesi¨®n. Y la montaron bas¨¢ndose en el ritmo del atabalero. Pero a la fiesta siguiente, igual que todos los a?os, cambi¨® el instrumentista; y, como cada cual va a su aire, el ritmo reconstruido el a?o anterior hubo que tirarlo. Era todo un l¨ªo, no serv¨ªa para nada: el atabalero, faltar¨ªa m¨¢s, repicaba a su modo, y los danzantes, incapaces de dar trigo, se miraban despistados. Este a?o la danza la har¨¢n los del pueblo. "As¨ª el dinero de los danzantes se queda en casa",dice Luciano Villaverde, de 17 a?os, uno de los muchachos que est¨¢n ensayando.
Para la procesi¨®n, las mujeres decoran sus balcones con s¨¢banas bordadas y mantones espectaculares. Los, convierten en un altar. Junto a ellos, en el suelo, es tendido un colch¨®n. All¨ª podr¨¢n quedar situados los ni?os que hayan nacido entre este Corpus y el anterior. El Colacho huir¨¢ del Sant¨ªsimo y, alej¨¢ndose del palio, tomar¨¢ carrerilla, apretar¨¢ los labios y pisar¨¢ fuerte en el suelo para llegar, eso es, en vuelo hasta el otro extremo del colch¨®n -"?salta, Colacho!"- sin da?ar a ning¨²n peque?o. Las madres, a ver, pegar¨¢n un respingo, pero el mozo de buen a?o alcanzar¨¢ de nuevo el suelo con limpieza.
"Nunca ha habido un accidente, a qu¨¦ ton iba a haberlo. M¨¢s peligrosos son los coches".
Los ni?os, pobrecitos inocentes, habr¨¢n visto pasar sobre ellos al mismo demonio fugitivo, y, como lo habr¨¢ hecho sin causarles ning¨²n da?o, quedar¨¢n conjurados de maleficio y libres de la hernia, un mal que desde la Edad Media se achaca al diablo. "Aqu¨ª no ha habido ning¨²n herniado, oiga".
El d¨ªa concluir¨¢ con las orejuelas que obsequian en las casas de Castrillo. Quienes tengan buenos amigos podr¨¢n pasar a una de las bodegas repartidas en las afueras. Las mujeres con la regla, mala suerte, se quedar¨¢n con las ganas, qu¨¦ remedio, porque lo suyo le hace mal al vino (eso dicen). Los visitantes disfrutar¨¢n de unas chuletas de lechal o, parad¨®jicamente, saborear¨¢n sardinas llegadas de muy lejos -ancha es Castilla-, pero preparadas en su punto..
Por la noche, los mozalbetes urdir¨¢n alguna picia, el alcalde dar¨¢ el ¨²ltimo tiento a la bota, los amos, el secretario y los mayordomos lucir¨¢n una sonrisa influida por el clarete, y las parejas ennoviadas en el baile pasear¨¢n por la penumbra del campo, que est¨¢ all¨ª mismo.
Entretanto, y hasta el a?o siguiente, El Colacho, si le deja el cura, se volver¨¢ al quinto infierno.
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