El aguila es calva porque no tiene un pelo de tonta
En los d¨ªas de Rayuela la proposici¨®n de aquel ladrilla negro de propiedades m¨¢gicas iba m¨¢s bien hacia la fijaci¨®n, y la resoluci¨®n consiguiente, de la contradicci¨®n Europa-Am¨¦rica Latina; a uno se le ocurr¨ªa entonces que Cort¨¢zar se quedaba de aquel lado gracias a ciertos temibles antecedentes: hab¨ªa nacido, aunque accidentalmente, en B¨¦lgica; Par¨ªs era su patria de adopci¨®n, y para mayor desesperanza hablaba el espa?ol con erres gordas. Al fin y al cabo, el destino del intelectual latinoamericano amamantado en estas tierras donde no abunda la leche s¨®lo necesitaba embarcarse un d¨ªa, cruzar el Atl¨¢ntico y bajar en Marsella o en Barcelona para que todo aquello llegara a convertirse nada menos que en un viaje sin retorno. El papel de Am¨¦rica Latina era exportar postres -como bien dec¨ªa Manlio Argueta en las pl¨¢ticas de mediod¨ªa en el Siete Mares, de San Salvador-, cacao, banano, caf¨¦ y Chauteaubriand de regreso con unas pizcas de calor / color local pring¨¢ndole el abrigo.Pero Rayuela no era una novela de Par¨ªs. Nuestros escritores latinoamericanos fijaban a finales del siglo XIX la acci¨®n de sus cuentos Y novelas en Par¨ªs, donde nunca hab¨ªan estado; y no s¨®lo eso, mandaban a imprimir sus libros en las imprentas francesas, en espa?ol, con todo lo cu¨¢l se demuestra que exist¨ªa una irreprimible nostalgia artificiosa que era, por extensi¨®n, una impotencia o una imposibilidad.
Rayuela era ya una novela latinoamericana, de este lado; no la lejan¨ªa exquisita, sino la lejan¨ªa como contrapunto; Oliveira y Talita regresaban, volv¨ªan de este lado, y Europa quedaba de aquel lado. El asunto, para lo que importa en cuanto a sus consecuencias, es que Cort¨¢zar se qued¨® asimismo de este lado, y el Sena, como cualquier r¨ªo San Juan verde y brav¨ªo, vino a desembocar en el gran lago de Nicaragua.
Si usted asume incorrectamente que el enfrentamiento dial¨¦ctico es entre dos viejos continentes, el de este lado y el de aqu¨¦l, la pericia del gusto y el amor al refinamiento lo obligar¨¢, sin duda, a elegir aqu¨¦l (la p¨¢tina es m¨¢s antigua y menos republicana, los palacios son verdaderamente viejos y no copiados de los cat¨¢logos de arquitectura de fin de siglo y las ruinas son grecorromanas y no ind¨ªgenas). Pero si m¨¢s correctamente usted asume que la oposici¨®n dial¨¦ctica es entre lo viejo y lo nuevo, y como detonante de lo nuevo pone la posibilidad permanente de la revoluci¨®n, del cambio, de la renovaci¨®n, toda esa labor triptol¨¦rnica que dec¨ªa Rub¨¦n deber¨¢ entonces reconocer que la escogencia verdadera se encuentra de este lado.
No pocos intelectuales latinoamericanos han sido incapaces de comprender el dilema, lo crucial que se vuelve esa escogencia, mucho m¨¢s importante que aquella otra tan llevada y tra¨ªda, la del Este-Oeste. Este, o ¨¦ste, que, como se ve, trata de implicar una adopci¨®n fatal, la trampa armada por aquellos que con no tan sanas intenciones te ponen a escoger.
El enfrentamiento Este-Oeste es una categor¨ªa filos¨®fica muy europea y una categor¨ªa pol¨ªtica muy, norteamericana, con lo cual quiero decir que para el ser latinoamericano no es ninguna categor¨ªa.
Evidentemente, Europa occidental tiene una frontera con Europa oriental, y hay intereses concretos en contradicci¨®n a lo largo de esa frontera, a este lado de la cual se suelen situar una serie de valores que se han dado en llamar occidentales y que los latinoamericanos, por supuesto, no rechazamos. Tambi¨¦n estamos claros que los cohetes de medio alcance que Estados Unidos ha colocado a lo largo de esa frontera est¨¢n all¨ª para defender a los europeos en el escenario de una guerra nuclear limitada, que el presidente Reagan mismo ha dicho no tiene por qu¨¦ poner en riesgo a las ciudades norteamericanas. Sospechemos que, de alguna manera, ese enjambre de cohetes tambi¨¦n ha sido puesto para defender ese cat¨¢logo de valores occidentales, pluralismo, democracia parlamentaria, libertad de palabra, respeto al individuo, valores en los que proclaman estar interesados. los ide¨®logos de la nueva derecha que ahora encienden sus hogueras en las cavemas de la Casa Blanca.
Aunque no podamos dejar de tomar en cuenta que de ese conglomerado de valores en Am¨¦rica Latina s¨®lo hemos recibido las excrecencias, nuestra contradicci¨®n no es con Occidente, ni podr¨ªa serlo, sino con su gran defensor militar, Reagan mismo, que se pone el escudo nuclear al brazo para pelear por Occidente y de paso trata de aplastamos en Nicaragua en nombre de los valores de Occidente.
Desde donde pasamos a la tercera de estas contradicciones, la de Am¨¦rica Latina con Estados Unidos, que se da de manera renovada y descarnada, como choque verdaderamente frontal y sin tregua alguna, a partir del triunfo de la revoluci¨®n sandinista en 1979.
Piense usted en la iron¨ªa que representa el hecho, de que una revoluci¨®n popular que proclama la independencia nacional frente al coloso del Norte, se est¨¦ dando en un pa¨ªs peque?o, pobre, d¨¦bil, sin recursos econ¨®micos, sin petr¨®leo, sin desarrollo industrial, con una enorme masa campesina que apenas surge a una forma moderna de organizaci¨®n productiva, con un remedo de burgues¨ªa servilizada en su esp¨²reo contacto carnal con el imperio, y al imperio en capacidad de acercarnos a su propia conveniencia y antojo sus fronteras estrat¨¦gicas.
Ir¨®nico, he dicho, porque a lo mejor una revoluci¨®n as¨ª, con esta voluntad y esta decisi¨®n y este coraje irreductible ser¨ªa m¨¢s c¨®moda para Am¨¦rica Latina sucediendo en un pa¨ªs grande del Cono Sur, y all¨ª andar¨ªan apurados los yanquies tratando de extender sus fronteras port¨¢tiles tan lejos.
Pero la revoluci¨®n sandinista no es un accidente en la historia ni iron¨ªa del destino, ni mucho menos. No nos toc¨® en una rifa; la hicimos y la seguimos haciendo. Tama?a desproporci¨®n entre el coloso del Norte y nosotros, la traigo al caso porque conviene no olvidarse que esto no es la guerra de las galaxias ni se trata de dos superpotencias frente a frente.
El dilema es, por tanto, bastante complejo. No podemos remolcar a Nicaragua lejos de las costas de Centroam¨¦rica y anclar pl¨¢cidamente frente al puerto de Odessa; tenemos que defendernos de Reagan siendo parte de Occidente y del traspatio del defensor de Occidente; tratar de establecer y consolidar de verdad, y no en la abstracci¨®n, lo que desde el Siglo de las Luces Occidente considera sus mejores valores. Lograr un tipo de democracia que se corresponda con nuestra tradici¨®n de lucha por ser independientes y por definir nuestro perfil hist¨®rico en una vecindad geogr¨¢fica tan llena de riesgos y que nosotros no escogimos. Una democracia que funcione y devuelva a la palabra democracia su sentido original, pr¨¢ctico, sin tener que sonrpjarnos por el hecho de predicar la democracia seg¨²n los c¨¢nonos cl¨¢sicos y no practicar sino el totalitarismo, que nunca ha dejado de ser occidental, y ¨¦se s¨ª existe en Am¨¦rica Latina: Centroam¨¦rica es su gran reino; el reino de la violaci¨®n constante de cuantos valores occidentales a alguien se le pueda pasar por la cabeza. Occidentales y cristianos, y sin que Estados Unidos jam¨¢s se inquiete. Por qu¨¦ habr¨ªa de inquietarse.
Sergio Ram¨ªrez es vicepresidente del Gobioerno de Nicaragua y escritor.
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