"No me averg¨¹enzo de ser europeo"
He podido observar que han sido muy distintos y a veces contradictorios los sentimientos despertados entre los espa?oles ante nuestra entrada inminente en la Comunidad Europea. Aqu¨ª, en Italia, algunos me han felicitado, mientras otros me han espetado: "?Un d¨ªa os arrepentir¨¦is!". Quiz¨¢ la peque?a historia de cada uno pueda influir en la tonalidad de dichos sentimientos frente a un hecho que, en el bien o en el mal, nos toca a todos de cerca.Algunos amigos italianos me han preguntado qu¨¦ he sentido al saber que por fin voy a ser europeo a pleno t¨ªtulo. Mi respuesta ha sido inmediata y sincera: "No me averg¨¹enzo". Vamos, que no he podido esconder un cierto cosquilleo de gusto que he sentido en mi sangre. Por muchos motivos, a veces triviales, si se quiere, pero que tienen ra¨ªces lejanas.
Puede ser la m¨ªa una sensaci¨®n de tantos que, como yo, al haber vivido fuera de Espa?a muchos a?os, se han sentido a veces con rabia, otras con amar gura, como ciudadanos de se gunda divisi¨®n dentro del viejo continente. Y creo que todo ello injustamente, ya que la Comunidad ha fermentado estos a?os m¨¢s con verduras y agrios que con nobles razones culturales y pol¨ªticas; por tanto, los diez grandes no ten¨ªan demasiados motivos para mirarnos por encima del hombro. Sin embargo, as¨ª ha sido muchas veces. O por lo menos algunos s¨ª lo hemos sentido estando fuera. Recuerdo, por ejemplo, al llegar al aeropuerto de Londres, lo que sent¨ªa este europeo a medias cuando le obligaban a entrar por una puerta distinta de la de su amigo alem¨¢n o franc¨¦s por no ser a¨²n europeo de cuerpo entero.
Recuerdo con humillaci¨®n cada vez que, frente a un problema de trabajo, por ejemplo, me espetaban un "l¨¢stima que Espa?a no est¨¦ dentro del Mercado Com¨²n, porque entonces todo ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil". Ayer me pas¨® al rev¨¦s. Resulta que he recuperado mi nacionalidad espa?ola tras haber sido unos a?os "ciudadano italiano". Lo hab¨ªa hecho, entre otros motivos, para poder trabajar mejor, para poder, por fin, votar libremente una vez en mi vida, y tambi¨¦n para tener la satisfacci¨®n de conseguir mi carn¨¦ de Prensa, que injustamente me hab¨ªa negado en su tiempo Fraga Iribarne.
Al preguntar al abogado de los periodistas italianos cu¨¢l iba a ser ahora mi situaci¨®n, o¨ª la respuesta, esta vez, sin humillaci¨®n: "No tiene usted que cambiar nada, porque dentro de unos meses su carn¨¦ de Prensa italiano ser¨¢ comunitario y tendr¨¢ vigencia tambi¨¦n en Espa?a". Por fin me sent¨ªa tratado como los dem¨¢s, no menos que los dem¨¢s, no un pobre subdesarrollado desembarcado en estas playas como pr¨®fugo del cavern¨ªcola r¨¦gimen franquista.
Podr¨¢ ser un sentimiento masoquisita, pero me alegra que no hayamos entrado en Europa por el camino ancho ,bajo los aplausos de los otros 10 pa¨ªses, sino a empujones, a codazos y pellizcos y frente a los pataleos de los franceses y quiz¨¢ no s¨®lo de ellos. Es la mejor se?al (le que val¨ªa la pena entrar, de que, por una vez, nos han tenido un poco de miedo. Ser¨¢ a nuestras vi?as, a nuestras naranjas, al sabor de nuestros jamones. Qu¨¦ m¨¢s da. Ya es algo, cuando durante tantos a?os, estando fuera, ve¨ªas que te miraban a veces como a un ciudadano de un mundo lejano, de hambre.
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S¨ª, aplaudo a Mor¨¢n cuando dijo con todo el orgullo espa?ol, un orgullo que se entiende mejor cuando se est¨¢ al otro lado de la frontera: "Estamos donde ten¨ªamos que estar". Es verdad. Pero no todos pensaban que Espa?a merec¨ªa un puesto en la mesa de los dem¨¢s europeos. Aqu¨ª, en Italia,no. Tengo que reconocer que este pa¨ªs, a pesar de sus mafias, de sus corrupciones administrativas, de sus piller¨ªas, de sus irritantes informalidades, es un pa¨ªs maduro que nunca consider¨® a los espa?oles como a europeos raqu¨ªticos. Al rev¨¦s, fueron los italianos quienes me dijeron el d¨ªa que me regalaron su nacionalidad: "?Cree usted que va a salir ganando?". Nunca en este pa¨ªs fui considerado de menos por ser ib¨¦rico. Si acaso, al rev¨¦s, porque este pa¨ªs ha apreciado siempre algunas caracter¨ªsticas hisp¨¢nicas, que quiz¨¢ no sotros subvaloramos, como, por ejemplo, la seriedad, nuestro sentido de Estado y un cierto orgullo para no dejamos pisar los callos. Y creo que este concepto positivo que Italia tiene de nosotros ha contribuido no poco a que los ¨²ltimos nudos del ovillo se hayan desenredado precisamente bajo la presidencia italiana de la Comunidad. He pensado estos d¨ªas si Espa?a se achicar¨¢ entrando en la CEE, porque seremos como inv¨¢lidos o colonizados por los problemas europeos, o si, m¨¢s bien, ser¨¢ Europa quien, de alg¨²n modo, se har¨¢ m¨¢s espa?ola.
Mi parecer es que Europa a¨²n tiene que descubrir a Espa?a: sus escritores pasados y recientes, su cultura m¨¢s profunda y genuina, algunos de sus valores a¨²n in¨¦ditos. Yo dir¨ªa que ahora empieza s¨®lo a asomarse a nuestras ventanas, y, por lo que palpo en Italia, es mucho el asombro, la curiosidad, la sorpresa y las ganas de bucear en nuestro mar cultural y art¨ªstico y, ¨²ltimamente, hasta pol¨ªtico. Porque a¨²n no entienden c¨®mo ha sido posible, por ejemplo, salir del largo t¨²nel franquista sin sangre, sin guerras civiles, sin revoluciones y sin que la piel de toro se haya desgarrado dram¨¢ticamente.
Podr¨ªa pasar incluso que Espa?a se lleve algunas sorpresas cuando, estando en la Comunidad, pueda palpar mejor que no es oro todo lo que reluce en otras partes. Es verdad que Espa?a tiene a¨²n que recuperar mucho tiempo perdido y mucho que aprender de la Europa de la que qued¨® desgajada durante tantos a?os. Pero quien lleva, como yo, casi 20 a?os fuera de Espa?a y se ha recorrido m¨¢s de 15 veces nuestro globo terr¨¢queo, se da cuenta quiz¨¢ mejor de que, aparte ese provincianismo de algunos espa?oles a los que, llegados a Roma, se les oye vocear en los autobuses: "Pues yo no veo lo que tiene que envidiar Ciudad Real a este pueblo", no dejo de reconocer que Espa?a tiene mucho que exportar adem¨¢s de las naranjas y el vino.
Y todo esto lo digo consciente del enorme esfuerzo que supondr¨¢ crear una Europa verdaderamente unida. Un esfuerzo que a veces pienso que es m¨¢s bien un milagro o una utop¨ªa, y que quiz¨¢s sea demasiado tarde. Y esto, sobre todo, porque no s¨¦ si la ¨²ltima hornada de nuestros j¨®venes siente ya la pasi¨®n de vivir y de haber nacido en este continente, cuna de tanta civilizaci¨®n, que, a pesar de haber envejecido tanto, sigue siendo envidiado por medio mundo. No s¨¦ si tendr¨¢n la pasi¨®n de un Borges que me dec¨ªa una noche, casi ya de madrugada, mientras recitaba versos de Garc¨ªa Lorca, en Venecia, a lo largo de la Riva de los Schiavoni: "Hermano, yo me siento tan europeo como t¨²".
Hace unos d¨ªas fui triste testigo en la universidad de Pescara, frente a unos 200 j¨®venes, de la pasi¨®n que mueve a la nueva generaci¨®n hacia otro continente que no es el nuestro. Al preguntarles: "Si yo tuviera una varita m¨¢gica y pudiera regalaros un idioma sin necesidad de estudiarlo, ?cu¨¢l desear¨ªais?" Respondieron a coro: "El ingl¨¦s". Y Si pudiera llenaros el bolsillo de billetes de banco, ?cu¨¢les desear¨ªais? Nuevo grito: "D¨®lares". Y si pudiera regalar un billete de avi¨®n, ?ad¨®nde querr¨ªais ir? De nuevo la respuesta: "A Am¨¦rica". No les pregunt¨¦ cu¨¢l era la m¨²sica que m¨¢s les gustaba escuchar, ni las pel¨ªculas que m¨¢s ve¨ªan en el cine y en la televisi¨®n, ni cu¨¢l es la bebida que m¨¢s compran cuando tienen sed, porque me lo dijeron ellos mismos: todo era made in USA.
Me consol¨¦ pensando que quiz¨¢ es justo que los j¨®venes amen ser ciudadanos del mundo, que quiz¨¢ ellos entienden mejor el verdadero ecumenismo, que nadie ha pronunciado a¨²n la ¨²ltima palabra sobre la tierra, que quiz¨¢ si a un joven le gusta m¨¢s un cine que otro pueda ser sencillamente porque est¨¢ mejor hecho, como ha afirmado Lilliana Cavan?. Pensaba, hablando con aquellos j¨®venes, que, a fin de cuentas, los imperios del pasado se construyeron con las armas, y con ellas se impusieron las lenguas. Hoy se hace todo eso con las multinacionales.
?Tendr¨¢n la culpa los norteamericanos o nosotros? Lo cierto es que Espa?a, en el mundo de hoy, gusta por su cultura. Se aplaude a Gades o se lee a Savater o a V¨¢zquez Montalb¨¢n aqu¨ª, en Italia, o se hace cola para ver un filme de Saura, y lo de menos son nuestras hortalizas. La tarea est¨¢ ahora en manos de los maltratados intelectuales de la era de la computadora. Pero pienso que s¨®lo inyectando prote¨ªnas culturales en el viejo continente podremos contribuir, roto definitivamente nuestro aislamiento, a ensanchar y enriquecer un poco la historia. ?Qui¨¦n recordar¨¢ dentro de un siglo la coca-cola? El Quijote seguro que s¨ª se seguir¨¢ leyendo, y Espa?a seguir¨¢ viva por eso.
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