Torazos pregonaos
Plaza de Las Ventas. 16 de junio.Cinco toros de Campos Pe?a, de impresionante trap¨ªo, mansos, broncos. Tercero, sobrero, de Mart¨ªnez Elizondo, con trap¨ªo, noble.
Juan Jos¨¦: pinchazo hondo bajo (silencio); media delantera perpendicular ca¨ªda y tres descabellos (silencio). S¨¢nchez Puerto: metisaca calando, media perpendicular trasera y descabello (aplausos y tambi¨¦n pitos cuando saluda); estocada corta ca¨ªda (silencio). Luis Reina: buena estocada (petici¨®n y vuelta); dos pinchazos y descabello (palmas). El banderillero Pelucho, cogido por el sexto, sufri¨® hematomas, contusiones y ligera conmoci¨®n cerebral, de pron¨®stico reservado.
JOAQU?N VIDAL,
Toda la tarde vi¨¦ndola venir -la cogida- y acaeci¨® en el sexto. En la rifa de la cornada que tra¨ªan los torazos pregonaos de Campos Pe?a, el premio le cay¨® a Pelucho. Mala suerte. El banderillero cuarte¨® al toro, que es taba a la espera, reuni¨® bien y prendi¨® los palos arriba. Cuando sali¨® del par, cay¨® al suelo. La fiera se arranc¨® entonces con mala sa?a y busc¨® ciegamente el bulto dando pisotones y testarazos. Estaba empe?ada en coger y cogi¨®.
Luis Reina, que lleg¨® ayer valent¨®n a Las Ventas, con ¨¢nimo de conseguir un triunfo, brind¨® ese toro al p¨²blico. Si ten¨ªa comprobada su mala catadura o no, eso lo sabr¨¢ ¨¦l. Desde el tendido la impresi¨®n era que no pod¨ªa haber faena. Si acaso, al rev¨¦s: del toro al torero. As¨ª estuvo a punto de suceder. En cuanto cit¨® Reina, el toro, que era torazo y pregonao, se le ech¨® encima. Termin¨® por donde debi¨® empezar: trasteando por bajo, sin perderle la cara. Pinch¨®, descabell¨®, y le dedicaron palmas, porque el valor se agradece, ?naturalmenteL Tambi¨¦n se le agradeci¨® que abreviara, pues el toro era de angustia.
Toda la corrida result¨® de angustia, excepto el sobrero, que deb¨ªa pertenecer a mejor familia; otro temperamento, otro conformar, otra leche. Ese sobrero, que sustituy¨® a un cojitranco, le cay¨® en suerte a Luis Reina. Ahora la suerte era de verdad. Porque el toro, que cumpli¨® bien con los caballos, lleg¨® a la muleta noble. Reina, para empezar, le instrument¨® unos derechazos exquisitos. En el tendido, los corazones de la afici¨®n se enternec¨ªan: "el toreo g¨¹eno otra vez, ole con ole". Ocurri¨® , sin embargo, que, inesperadamente, Luis Reina abandonaba la fragante senda del toreo g¨¹eno para andar la menos arom¨¢tica del tremendismo. ?Pero hombre!. Y la faena sigui¨® los derroteros de la cambiante personalidad del espada, que unas veces quer¨ªa ser diestro, y dibujaba muletazos al comp¨¢s de las m¨²sicas del arte, otras siniestro, y alardeaba conatos de suicidio entre destemplados desplantes junto al pit¨®n. Con todo, lo mejor fue el estoconazo, que tir¨® sin puntilla al toro de buena leche
Los dem¨¢s maestros no gozaron la fortuna de que les sacaran sobreros y tuvieron que pechar con lo anunciado; amargo sino. Menudos regalitos eran lo anunciado. Torazos insolidarios, con macabra seriedad de mamelucos; tocados de terror¨ªficas astas, inquietantemente curvilineas y buidas; cuajados, exhibiendo los pechazos hondos, s¨ªmbolo de su poder¨ªo. Y por dentro a¨²n eran peores. Violentos, o m¨¢s bien broncos, cuando no pregonaos. Daban la figura exacta de aquellas estampas de "La Lidia", que Daniel Perea dibuj¨® para pasmo de futuras generaciones de afici¨®n, la del Lupas incluida.
El primero quiz¨¢ habr¨ªa tenido mejor torear. No se sabe muy bien, pues estaba inv¨¢lido. Lo cierto es que sali¨® entero y dej¨® de serlo tras tirar un furioso derrote contra el famoso burladero del 7. Algunos espectadores no aceptaban que el testarazo fuera causa de su conmoci¨®n. Y sin embargo les habr¨ªa sido f¨¢cil comprobarlo: bastaba con que pegaran un cabezazo a una columna de la plaza y luego vieran si les quedaban ganas de tomar la muleta. Al torazo de Campos Pe?a, desde luego, no le qued¨® ninguna, y mov¨ªa el chich¨®n en todas direcciones, sin aceptar el enga?o que le ofrec¨ªa Juan Jos¨¦. El cuarto a¨²n sac¨® peor catadura. Era un pregonao absoluto, que en lugar de fijarse en el trapo rojo se fijaba en el flequillo del torero y no se arrancaba cuando le citaba sino cuando cre¨ªa que pod¨ªa meter el arma por donde duele. A la primera igualada, el que meti¨® el arma por donde duele fue Juan Jos¨¦. El cornal¨®n pregonao mordi¨® el polvo, en justo castigo a su perversidad, y Juan Jos¨¦ es ahora el que lo cuenta.
S¨¢nchez Puerto se encontr¨® con un segundo ejemplar sorprendentemente manejable por la izquierda. Aprovech¨® la ocasi¨®n para aplicarle los mejores pases de la tarde, unos naturales enjundiosos. Lamentablemente no tuvieron continuidad e intercal¨® alg¨²n trincherazo violento que recreci¨® al toro. El quinto, de impresionante estampa, derrib¨® con estr¨¦pito, huy¨® del castigo, llev¨® su bronquedad hasta el ¨²ltimo tercio y, naturalmente, no acept¨® los naturales que, de nuevo, ensayaba S¨¢nchez Puerto. Apercibido el torero del peligro, procedi¨® a machetear con buena t¨¦cnica, peg¨® un espadazo, y ahora lo cuenta tambi¨¦n.
El toro, no. Ese toro, y todos, que hab¨ªan acudido al Las Ventas con el delictivo prop¨®sito de llenar la enfermer¨ªa de toreros, est¨¢n ya para estofado. En realidad, ese debi¨® ser su inicial y exclusivo destino. Muchos disgustos hubieran ahorrado a los toreros y muchas angustias a la afici¨®n. Que cuando los toros salen pregonaos, lo pasa mal todo el mundo. Hasta Ferm¨ªn Mondaray, el vaquero, que no se vio entre las astas del cojo devuelto al corral pues el banderillero Manuel Ignacio Ruiz le hizo un temerario quite a cuerpo limpio.
Babelia
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