Casaroli
SE CUENTA del actual secretario de Estado del Vaticano, Agostino Casaroli, que en sus clases en la Academia Pontificia de Diplomacia sol¨ªa calificar como mejor diplom¨¢tico a quien fuera capaz de mantener la atenci¨®n de un gobernante durante m¨¢s tiempo sin comunicarle nada importante. El secreto fue y sigue siendo el arma m¨¢s potente de la diplomacia vaticana. Cuatro d¨ªas de estancia en Espa?a del n¨²mero dos del Estado vaticano, manteniendo conversaciones con los dirigentes de la Iglesia espa?ola y con las m¨¢s altas magistraturas de la naci¨®n, no han merecido ninguna nota informativa a la opini¨®n p¨²blica espa?ola.Contrasta este secreto con la persuasi¨®n del mismo cardenal secretario manifestada en el brindis de la cena celebrada en el palacio de Santa Cruz, del inter¨¦s general que suscitan en nuestra opini¨®n p¨²blica los contactos o entrevistas de gobernantes y eclesi¨¢sticos. Si, como deduc¨ªa el mismo purpurado en el brindis aludido, ese inter¨¦s obliga .a dedicar a la cuesti¨®n una atenci¨®n y un esfuerzo singulares, en orden a dar una respuesta que la opini¨®n p¨²blica espa?ola desea que sea siempre, salvo posibles excepciones, positiva y satisfactoria", no se comprende muy bien el misterio que rodean negociaciones que afectan no s¨®lo a los cat¨®licos, sino a todos los ciudadanos.
La historia de los concordatos y pactos entre la Iglesia y el Estado demuestran hasta la saciedad que el tiempo los supera r¨¢pidamente. Las mismas instituciones firmantes comienzan en seguida a acusarse de infidelidad. Y ello puede explicarse por el contenido mismo de lo que se contrata y por el car¨¢cter de eternidad que se suele dar a los acuerdos. La realidad viva y cambiante tanto del hecho social como del religioso no permite poner puertas al campo ni encauzar aguas de comportamientos sociales, pol¨ªticos y religiosos, cuyo dominio no corresponde exclusivamente a los gobernantes en un Estado democr¨¢tico, sino al dinamismo plural del pueblo soberano. Las relaciones de cooperaci¨®n, reconocidas por la Constituci¨®n, tienen que cohonestar el ejercicio real de la libertad religiosa y la igualdad ante la ley de todos los espa?oles. La Iglesia no puede pretender introducir desde el poder ning¨²n tipo velado de hegemon¨ªa en los c¨®digos vigentes en una sociedad plural.
La Iglesia, como los dem¨¢s grupos sociales, tiene que entenderse con la sociedad, ejercer en ella su misi¨®n, dentro del marco com¨²n para todas las confesiones religiosas y de los dem¨¢s grupos sociales o culturales. Si pedimos luz y taqu¨ªgrafos sobre nuestra entrada en el Mercado Com¨²n o en los sistemas de defensa, con no menos derecho hay que exigir que se conozcan las concesiones, compromisos y ayudas que, pactadas en el secreto de las comisiones, pueden afectar gravemente a las conciencias y a la misma organizaci¨®n de la sociedad. Temas como el aborto, la escuela, los medios de comunicaci¨®n o el patrimonio art¨ªstico tienen que ser ampliamente debatidos y p¨²blicamente conocidos. La opacidad proverbial de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica no legit¨ªma en absoluto la desinformaci¨®n con que se pretende entretener a la sociedad civil. Con menos raz¨®n a¨²n si despu¨¦s el partido gobernante aprovecha ese silencio para ofrecer versiones id¨ªlicas y mantener ensimismados a sus posibles electores.
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