Paulino Uzcudun, el hombre que fue roble
S¨®lo 'El Bombardero negro' tumb¨® a 'El Toro vasco'
Seg¨²n algunos estudiosos, seg¨²n quienes dicen que despu¨¦s de su primera ca¨ªda un hombre nunca vuelve a ser el mismo, Paulino Uzcudun no ha muerto el jueves pasado en Torrelaguna: muri¨® el 13 de diciembre de 1935, hace 50 a?os, en el Madison Square Garden, de Nueva York. Aquella noche, Paulino, El Toro vasco, se enfrentaba a Joe Louis, El Bombardero negro. Aunque en el cartel luminoso no se daban muchas explicaciones, El Toro ten¨ªa 36 a?os, y El Bombardero, 22. Quer¨ªa decirse que El Bombadero iba, y El Toro estaba de vuelta. Cuando son¨® el gong, los fot¨®grafos prepararon susflashes codo con codo.
Paulino hab¨ªa llegado a Am¨¦rica mucho tiempo antes. Todo empezar¨ªa una tarde de 1926, cuando Tex Rickard, el emperador del Garden, recibi¨® un cablegrama procedente de Barcelona: El espa?ol Uzcudun hab¨ªa ganado por puntos a Erminio Spalla y, en consecuencia, era el nuevo campe¨®n europeo de los grandes pesos. Rickard mordi¨® la cola de su puro habano, escupi¨® hacia la izquierda, dijo 0. K. entre dientes y llam¨® a su secretario. Una vez m¨¢s pod¨ªa jugar la baza publicitaria de mister Europa, s¨ª es que el chico se animaba a venir. S¨®lo ten¨ªa una prevenci¨®n sobre ¨¦l: Ojal¨¢ no fuese tan blando como sus antecesores.Cuando Paulino lleg¨®, la poblaci¨®n americana se divid¨ªa en las dos clases de hombres que gustaban a Mae West, los ind¨ªgenas y los extranjeros. Terminada la conquista del Oeste, muertos Jesse James, Billy el Ni?o y Doc Hollyday, exterminados los indios y los bisontes, s¨®lo hab¨ªa un modo de recuperar a los h¨¦roes, busc¨¢ndolos entre el vecindario y haci¨¦ndolos boxeadores. A falta de caballeros andantes, los buscadores de mitos husmearon en los mercados, en las plazas y en las estaciones de ferrocarril. En una hojalater¨ªa encontraron a James J. Geffries, El Calderero de Los ?ngeles; en una fragua, a Jackd Dempsey, El Martillador de Manassa; en una tahona, a Johnny Risko, El Panadero de Cleveland, y en el infierno, al Bombardero Negro, Joe Louis.
En una primera ¨¦poca, los promotores y los cronistas hab¨ªan intentado defender la tesis de que los negros eran una raza inferior; entonces lleg¨® Jack Johnson con sus pu?ales de ¨¦bano. Luego se limitaron a distinguir a los peleadores de color con ciertos motes peyorativos, pero poco a poco fueron cediendo terreno. Empezaron llamando a Sam Langford El Chico de alquitr¨¢n y terminaron llamando a Harry Wills, La Pantera Negra. Al oscuro Joe, que era un robot de la tercera generaci¨®n, le pusieron un apodo escueto. Lo llamaron El Bombardero.
'The basque bull'
Con los p¨²giles de procedencia hisp¨¢nica, los probadores no demostraban mucha imaginaci¨®n: el argentino Luis ?ngel Firpo ser¨ªa El Torito Salvaje de Las Pampas, el cubano Fierro, El Toro de Yumuri, y Paulino, The basque bull, El Toro vasco.El reci¨¦n llegado ten¨ªa la cara plana como un adoqu¨ªn, y un esqueleto ancho y le?oso. Su historial era muy limpio: Con 9 a?os hab¨ªa vapuleado a un ni?o de 12 llamado Justo Ollarzaba, con 17 cort¨® su primer tronco de competici¨®n, con 21 pon¨ªa en marcha los tractores de arrastre de las piezas de campa?a en el cuartel de artiller¨ªa, y en adelante hab¨ªa puesto fuera de combate a media Europa hasta llegar a Erminio Spalla.
En Am¨¦rica su carrera fue limpia y fatigosa: aplast¨® en La Habana a Mart¨ªn O'Brady y a Fierro, en Miami, persigui¨® a Homer Smith y en Nueva York se entretuvo con Knute Hansen y pulveriz¨® a Tom Heene, La Roca Humana. Su reputaci¨®n creci¨® r¨¢pidamente. No era un pegador, no ten¨ªa en los pu?os el alto voltaje de Dempsey, Jorihson o Fitzsirnmonds; no electrocutaba a sus contrarios, los desmenuzaba. Su t¨¢ctica, algo cavernaria, consist¨ªa en cambiar golpes con el enemigo hasta que el enemigo no estaba para cambios. Entonces, como en el caser¨ªo, sol¨ªa resolver con dos o tres buenos hachazos; uno a las costillas, dos al ment¨®n. Nadie dio tanto trabajo como ¨¦l a los traumat¨®logos. Ante el peso de las evidencias, Rickard crey¨® que hab¨ªa llegado la hora de enfrentarlo a Harry Wills, La Pantera Negra. Paulino hizo bien su trabajo, pero sobre todo -lo hizo pronto. Como si hubiese decidido invertir los papeles, salt¨® sobre Harry y fue tal¨¢ndolo pedazo a pedazo. En el cuarto asalto s¨®lo quedaba de ¨¦l un charco de sudor, un mont¨®n de astillas, y una leyenda negra.
Aquello hab¨ªa sucedido en 1927. Ahora, ocho a?os despu¨¦s, Paulino era una agrupaci¨®n de nudillos; un tipo cartilaginoso y chato, cuya mand¨ªbula, acaso petrificada, parec¨ªa haberse acostumbrado al cuero de los guantes y a la somnolencia que siempre da la impavidez. Pero ahora, 13 de diciembre, ten¨ªa enfrente a Joe Louis Barrow, The black bomber, seg¨²n dec¨ªan sus panegiristas la primera versi¨®n de superfortaleza volante que hab¨ªa salido de Am¨¦rica.
Y, sin embargo, Joe era m¨¢s bien un caza. Se alzaba de la banqueta, hund¨ªa la barbilla entre los hombros, adelantaba un poco las manos, amagaba ladinamente con la izquierda, y caminaba despacio, como un cazador al rececho, a la espera de ver la pieza a tiro. Son¨® la campana, se alz¨® de la banqueta, salv¨® la distancia que le separaba de Paulino. Primer y segundo asaltos: Golpea Louis, golpea Louis, golpea Paulino. Tercer asalto: Golpea Louis, golpea Louis, golpea Paulino, ?golpea Paulino! ?atenci¨®n!. Los fot¨®grafos se asoman bajo la tercera cuerda. Louis se ha encogido en el segundo golpe. Mucho tiempo despu¨¦s, Paulino dir¨ªa en sus memorias "hacia el final del tercer asalto, conect¨¦ un buen uppercut en el coraz¨®n de Louis. Se quej¨®, pero en aquel instante son¨® la campana".
En el cuarto asalto, el cazador volvi¨® a apostarse en s¨ª mismo y a avanzar. A avanzar mirando. En determinado momento vio brillar una luz en el ment¨®n de Paulino. Desde su preciso cerebro africano midi¨® la breve distancia que la separaba de su pu?o derecho. Esper¨® a que Paulino atacase y ah¨ª sac¨® la mano.
Pero se levant¨®
Cuando lleg¨® al testuz del torito vasco, el pu?o de Louis se hinch¨® como una bala explosiva y abri¨® una brecha en el labio de Paulino. A?os m¨¢s tarde, los cronistas dir¨ªan que la primera bomba at¨®mica no estall¨® en Hiroshima, ni en ?lamo Gordo; que fue en aquel ment¨®n de madera. John Cullen Murphi, el autor de las aventuras de Ben Bolt, proclamar¨ªa aquel golpe como el m¨¢s violento que nunca haya sido visto sobre un ring. Y, no obstante, Paulino se levant¨® escupiendo dientes a la cuenta de cuatro. El ¨¢rbitro, Arthur Donovan, lo vio lanzar hachazos, no a Louis, sino al azar, que es el enemigo ¨²ltimo de los boxeadores. Y par¨¦ el combate.A partir de entonces, aquel esqueleto le?oso se encalleci¨® un poco m¨¢s y Paulino comenz¨® a hablar en crujidos, como un viejo fuelle agujereado.
All¨ª muri¨® un poco. En aquel golpe comenz¨® a entrenarse para vegetal. En un segundo hab¨ªa salvado la escasa distancia que separa al hombre fuerte como un roble del roble mismo.
Por todo ello merece descansar en paz.
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