Los cauces de participaci¨®n ciudadana
La democracia no consiste tan s¨®lo en votar para elegir a sus representantes -se?ala la autora de este trabajo-, sino que tiene que desarrollar una participaci¨®n permanente de los ciudadanos en di¨¢logo con la Administraci¨®n y el Estado. Esa participaci¨®n se anunciaba prometedora en los a?os finales del r¨¦gimen anterior y en los primeros cinco de la transici¨®n democr¨¢tica, pero parece haberse cegado en los dos ¨²ltimos de gobierno del PSOE. Ello es tanto m¨¢s perjudicial cuanto que fue ese partido el que puso grandes esperanzas en esa participaci¨®n, para la que la pasada huelga del 20 de junio supuso una llamada de atenci¨®n.
En una democracia del ¨²ltimo per¨ªodo del siglo XX, la palabra participaci¨®n tiene, al menos, dos acepciones: una, la cl¨¢sica y tradicional de elecci¨®n de los miembros de las asambleas legislativas y de los gobernantes; la otra se refiere a la capacidad popular para incidir en las decisiones adoptadas por los representantes electos durante el per¨ªodo en que dura su mandato. Hace un siglo se consideraba que la democracia hab¨ªa cubierto todas sus condiciones necesarias y suficientes con el cumplimiento del rito electoral. Hoy d¨ªa nadie se atrever¨ªa a mantener en serio esta opini¨®n, aunque, desgraciadamente, la experiencia de muchas -y sin duda de la m¨¢s potente- de las democracias actuales es tan poco participativa como la de hace un siglo. Cabe decir que el per¨ªodo que va desde el a?o 1975 hasta 1980 fue uno de los que present¨® una din¨¢mica social m¨¢s participativa, inherente quiz¨¢ al fin de un per¨ªodo dictatorial y el inicio de uno democr¨¢tico. Pero a ninguna sociedad se le puede exigir, ni ello ser¨ªa bueno, un estado de agitaci¨®n permanente, y tras aquellos a?os de lucha activa, que obligaron a retroceder en ocasiones a los Gobiernos de UCD presididos por Su¨¢rez, siguieron a?os de aparente mayor aton¨ªa social, en los que la voluntad popular, aparte de expresarse en las urnas, s¨®lo parec¨ªa manifestarse en ocasiones de excepcional gravedad, como fue con motivo del inequ¨ªvoco rechazo al intento de golpe de Estado del 23-F.El Gobierno socialista se ha encontrado situado, pues, ante un per¨ªodo que, a pesar de los problemas acumulados, no revest¨ªa a priori una m¨¢xima agitaci¨®n social. Pero, adem¨¢s, el propio Gobierno socialista hab¨ªa abierto expectativas fundadas de que las relaciones gobernantes pueblo experimentar¨ªan tambi¨¦n un cambio. Yo creo que este cambio no se ha producido: la sociedad espa?ola sigue tan poco asociativa y/o participativa como antes. La famosa y artesanal iniciativa de "l¨ªnea caliente con la Moncloa" se ha revelado, como era de esperar, ineficaz para abordar la magnitud del problema. Tampoco puede decirse que la responsabilidad por la insuficiencia de cauces de participaci¨®n sea exclusiva del Gobierno. Los pocos cauces asociativos que hay -por ejemplo, los partidos pol¨ªticos- deb¨ªan haber tomado tambi¨¦n este asunto en sus manos.
Pero los partidos pol¨ªticos, que tan potentes y numerosos parec¨ªan en el per¨ªodo final del franquismo y que tan positivamente jugaron en aquellos momentos, han visto su militancia total reducida a poco m¨¢s de medio mill¨®n de personas, quiz¨¢ porque, m¨¢s que ser cauces de participaci¨®n pol¨ªtica, como establece el mandato constitucional, se han visto transformados en cauces para que las direcciones de los partidos imbuyan de sus opiniones a la d¨¦bil base militante. Las asociaciones de vecinos y ciudadanos sufrieron un desmantelamiento tras los primeros a?os de democracia, del que a¨²n no se han recuperado, quiz¨¢ para dejar un mayor espacio a los partidos pol¨ªticos. Algo similar ha ocurrido con los movimientos feministas. Es cierto que ha surgido alg¨²n asociacionismo de nuevo tipo, como organizaciones ecologistas o pacifistas, pero de car¨¢cter a¨²n muy minoritario. Y hay que saludar con optimismo los signos del renacer del asociacionismo estudiantil.
Huelga general
Sin embargo, donde hay cauces el cuerpo social se expresa y lucha, y consigue victorias, aunque sean parciales. Tal es el caso de los sindicatos. A este respecto la reciente huelga general del d¨ªa 20 es un interesante ejemplo de participaci¨®n, aunque sea por la tremenda. Sin duda, el intento de convocar una huelga general pol¨ªtica (HGP) responde m¨¢s al arca¨ªsmo del PCE y de una parte de CC OO que a la justa proporci¨®n con lo que se pretend¨ªa atacar. Pero lo cierto es que la realidad se ha encargado de reducir la heroica HGP a su justa medida: una huelga ampl¨ªsima, probablemente la mayor habida en este pa¨ªs, de los se?ores obreros con mayor tradici¨®n y experiencia de lucha. Son estos sectores poco proclives a dejarse arrastrar por la demagogia, y cuando han ido a la acci¨®n han expresado un descontento real, independientemente de las exageraciones verbales de los convocantes de la acci¨®n, descontento del que el Gobierno deber¨ªa tomar buena nota.Los colegios profesionales y los grandes cuerpos de la Administraci¨®n se han apuntado algunos ¨¦xitos en sus acciones contra la legislaci¨®n socialista. Por parad¨®jico que ello resulte, estos colegios y cuerpos, cuya existencia es anterior al inicio de la democracia y que defienden exclusivamente intereses corporativos, son una buena demostraci¨®n de hasta qu¨¦ punto la existencia de unos cauces permite incidir sobre la acci¨®n gubernamental. Es triste que el pueblo espa?ol, que ha demostrado en ocho -a?os su perfecta madurez para desenvolverse en un sistema democr¨¢tico, se vea incapacitado de demostrar esa madurez como no sea en acciones reivindicativas, en luchas corporativas - y en puntuales, aunque importantes, demostraciones ciudadanas.
?C¨®mo crear esos cauces, c¨®mo promover la participaci¨®n? Yo no tengo la f¨®rmula, pero creo que todos, gobernantes y gobernados, debemos aplicarnos a resolver el problema. Los gobernantes, con una mayor flexibilidad y comunicaci¨®n con la opini¨®n ciudadana, que vaya m¨¢s all¨¢ de la simple lectura de encuestas. Los gobernados, no resign¨¢ndonos a un papel pasivo de depositantes de votos o, si las cosas no van como quisi¨¦ramos, de abstencionistas, sino luchando, buscando f¨®rmulas para que nuestros problemas y nuestras opiniones sean escuchadas por el conjunto de la sociedad, por los legisladores y por los gobernantes. La izquierda -y muy particularmente sus partidos- debe impulsar la participaci¨®n, que es uno de los signos de una sociedad avanzada, por m¨¢s que a veces dicha participaci¨®n sea inc¨®moda para los gobernantes. De otro modo, la oposici¨®n conservadora, que desde 1982 ha puesto en pr¨¢ctica iniciativas de movilizaci¨®n ciudadana -a las que tiene perfecto derecho, por m¨¢s que las condenara en per¨ªodos anteriores-, acabar¨¢ por aparecer como la campeona de una din¨¢mica social que no le corresponde.
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