El pen¨²ltimo mutis
No s¨¦ mucho de su vida, salvo que pertenec¨ªa a una estirpe famosa de c¨®micos, que hab¨ªa hecho parte de su aprendizaje en Suram¨¦rica, que empez¨® como un improbable gal¨¢n. No he visto la mayor¨ªa de sus grandes trabajos. Pero tuve el privilegio -y la tristeza de haber sido el ¨²ltimo -o el pen¨²ltimo, si la memoria no me traiciona- de sus directores.Fue casi fortuito que traba jara en Cuentos de los bosques de Viena. En principio yo hab¨ªa elegido otro actor m¨¢s liviano, m¨¢s fantasioso. Pero fue B¨®dalo. Nos conocimos en el bar del Suecia. Ya hab¨ªa le¨ªdo la comedia e, incre¨ªblemente, ya hab¨ªa estudiado su papel de Rey de la Magia. "No tendr¨¢s pro blema conmigo", dijo, "ese pa pel ya lo tengo hecho". Y dijo alguna otra frase que ¨¦l cre¨ªa tranquilizadora -?o acaso no?- y que pod¨ªa asustar a cualquier director: "Yo llego al primer ensayo con el papel re suelto". Otra vez me promet¨ªa "no darme trabajo". Una pro mesa tan amistosa como temible. Sin embargo intu¨ª en aquella entrevista una disponibilidad para el juego, un fondo de pasi¨®n, un noble desaf¨ªo. Apareci¨® en el primer ensa yo magnificado por abrigos y bufandas, un capoc¨®mico pirandelliano, adue?¨¢ndose al instante del espacio como siempre lo hizo en escena. Un espacio que al mismo tiempo parec¨ªa generar con su presen cia, absorber como su alimento natural y magnetizar con su circunspecta energ¨ªa, imperando en medio de dos docenas de actores, casi todos j¨®venes. Era "plus grand que nature". La cabeza imponente. Las manos de labrador. Y el vozarr¨®n (ejemplarmente educado, por cierto). Le desconcertaba la especu laci¨®n meramente intelectual sobre la obra o el personaje.
Pero reclamaba ¨¢vidamente formas m¨¢s pragm¨¢ticas del an¨¢lisis, lo que ¨¦l llamaba "la verdad" y que no era un c¨®modo abandonarse a su intuici¨®n portentosa, sino una b¨²squeda hacia dentro de ella y hacia dentro del bagaje de su oficio. Cuando no le tocaba ensayar se aburr¨ªa, piafaba, tascaba el freno, incluso se rebelaba. Porque era un pura sangre. Con una vitalidad, una ilusi¨®n por ganar la carrera -esto era para ¨¦l cumplir cabalmente una vez m¨¢s- que hacen impensable, hoy, que haya dejado el escenario para siempre.
Era un divo nato. Y ejercitado a lo largo de una carrera brillante. Pero en el mejor sentido. Porque era al mismo tiempo un hombre modesto, y nunca ocupaba un primer plano que no sintiera que le pertenec¨ªa a su personaje. (En ese caso, lo defend¨ªa a capa y espada).
Recuerdo un episodio de los Cuentos... Se trataba del ¨²ltimo cuadro de la obra, cuando la protagonista se entera de que su peque?o hijo ha muerto a manos de su abuela asesina. En ese momento, ¨¦l -el Rey de la Magia- ten¨ªa un mon¨®logo breve en el que expresaba su propio miedo a la muerte antes de salir a escena, rodeado por los otros personajes que se mov¨ªan entre la desesperaci¨®n, el odio, el cinismo. En el ¨²ltimo mes de ensayos empez¨® a pedirme que le acortara el mon¨®logo. Al cabo de varias tentativas acced¨ª. Ten¨ªa raz¨®n. Pero volvi¨® a la carga. No cej¨® hasta que el mon¨®logo qued¨® reducido a tres frases breves. Luego me rog¨® que le cambiara el movimiento. En vez de atravesar el centro del escenario en diagonal, pasando entre los otros personajes, me propuso dar dos pasos atr¨¢s y desaparecer discretamente, por detr¨¢s de sus compa?eros, como una sombra. As¨ª hizo Pepe B¨®dalo su pen¨²ltimo mutis.
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