La d¨¦cada prodigiosa de las armas
El 1 de agosto de 1975, 35 pa¨ªses apostaron por la distensi¨®n en la capital de Finlandia
Treinta y cinco jefes de Estado y de Gobierno firmaron el 1 de agosto de 1975 en la capital de Finlandia un extenso documento de 30.000 palabras, conocido como el Acta de Helsinki, que pretendi¨® formalizar una nueva era en las relaciones internacionales basada en la aceptaci¨®n rec¨ªproca de los distintos sistemas ideol¨®gicos, en la seguridad mutua, en la comunicaci¨®n y cooperaci¨®n en todos los campos claves para el crecimiento econ¨®mico. Diez a?os despu¨¦s, los objetivos reflejados en el acta parecen una quimera ca¨ªda en desuso. El gasto militar mundial ha conocido, por el contrario, un auge sostenido, y ha permitido el desarrollo de una d¨¦cada verdaderamente prodigiosa para la industria de armamentos.
El Acta de Helsinki representa un ideal diplom¨¢tico: fijar sobre el papel las normas susceptibles de encauzar de manera pac¨ªfica y equilibrada las relaciones de los sistemas pol¨ªticos y econ¨®micos que hasta entonces se hab¨ªan definido como antit¨¦ticos y que, por virtud del acta, quisieron pretender ser simplemente asim¨¦tricos.La crisis de los misiles de Cuba, resuelta por John Kennedy favorablemente para Estados Unidos, la derrota norteamericana en Vietnam y la firma del tratado SALT I en 1972, que sancion¨® la paridad nuclear entre los dos grandes poderes, fueron circunstancias sucesivas para configurar un clima de distensi¨®n, basado en la idea de que las diferencias deb¨ªan resolverse de manera concertada, dada la imposibilidad de sobrevivir a la destrucci¨®n del contrario.
Pa¨ªses tan distantes como la Suecia socialdem¨®crata de Palme y la Espa?a de Franco rubricaron junto a los peque?os y a los grandes del mundo un documento solemne con el loable objetivo de disolver el tel¨®n de acero e impedir que Europa pudiera volver a ser escenario de enfrentamientos b¨¦licos. Ni siquiera los Estados hist¨®ricos de San Marino, Liechtenstein, M¨®naco y el Vaticano quisieron perderse el acontecimiento.
Tres a?os de arduas negociaciones, fueron necesarias para llegar a un texto de compromiso. Y aunque la peque?a rep¨²blica mediterr¨¢nea de Malta tuviera el mismo peso que EE UU o la URSS en los debates, el resultado deb¨ªa reflejar las asimetr¨ªas b¨¢sicas de los dos grandes poderes. Los cuatro grandes cap¨ªtulos, o cestos, seg¨²n su terminolog¨ªa propia, del Acta de Helsinki contienen, por ello, apartados suficientes como para proporcionar variada munici¨®n ret¨®rica utilizable en un eriftentamiento entre los bloques.
Los pa¨ªses del Pacto de Varsovia, que consiguieron el reconocimiento definitivo de sus fronteras de posguerra mediante este documento, se aferran, por ejemplo, al principio de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados cada vez que, desde Occidente, se les recuerda el principio del respeto a las libertades y los derechos humanos; recogido como el anterior en el Acta de Helsinki. La doble lectura del acta, que sovi¨¦ticos y norteamericanos emprendieron nada m¨¢s firmarla, sigue girando, de hecho, en tomo a este eje.
El acta es, por otra parte, un cat¨¢logo de compromisos sobre buenas intenciones que no puede proporcionar instrumentos que garanticen su aplicaci¨®n. Ello explica que, tras el fracaso de la Conferencia de Belgrado de 1978, la,Conferencia de Madrid, tercera fase de seguimiento de la de Helsinki, estuviera a punto de no inaugurarse.
El comercio, la pol¨ªtica
Para entonces, la URSS hab¨ªa invadido Afganist¨¢n y Ronald Reagan llegaba a la Casa Blanca con su mensaje de liberalismo militante y econom¨ªa de mercado frente al sistema planificado y al socialismo de Estado sovi¨¦tico.
Bajo un punto de vista pr¨¢ctico, el Acta de Helsinki ha tenido sus mejores resultados en el terreno comercial, recogido en su segundo cesto. Pero tampoco este campo ha podido desarrollarse regularmente, al margen de los avatares pol¨ªticos. Durante los a?os setenta, y especialmente en la segunda mitad de la d¨¦cada, el comercio entre los pa¨ªses del Comecon, especie de mercado com¨²n socialista, disminuy¨® dr¨¢sticamente, en beneficio de los intercambios, con Occidente, que experimentaron un crecimiento notable.
Esta tendencia sufri¨® un fuerte retroceso durante los a?os 19801982, y en ello influyeron notablemente los sucesivos embargos decretados por Jimmy Carter y Ronald Reagan a ra¨ªz de la invasi¨®n de Afganist¨¢n, en 1979, y de la crisis de Polonia, en 1981, respectivamente. No obstante, las perspectivas actuales parecen favorables, y la resistencia europea a aceptar las restricciones a las exportaciones de tecnolog¨ªa para la construcci¨®n del gasoducto siberiano indican que este desarrollo comercial es dif¨ªcilmente contenible.
El Acta de Helsinki s¨®lo, toca, en cambio, lateralmente el campo del control de armamentos, a trav¨¦s de las llamadas medidas de confianza, como comunicaci¨®n de maniobras e intercambio de observadores militares, cuya ampliaci¨®n sigue discuti¨¦ndose con escaso ¨¦xito, en la Conferencia de Desarme en Europa de Estocolmo.
El acta recomienda, no obstante, a los pa¨ªses firmantes "que adopten medidas efectivas que, por su alcance y su naturaleza, constituyan pasos hacia el objetivo ¨²ltimo de conseguir el desarme general y completo". Confrontado a este consejo, los resultados de la ¨²ltima d¨¦cada no pueden ser m¨¢s contradictorios, ya que la industria armamentista ha conocido en ella un desarrollo sin precedentes.
Si durante el quinquenio 19751979 el gasto mundial en armamentos creci¨® a raz¨®n de un promedio anual del 2,4%, el mismo ¨ªndice referido al per¨ªodo 1979-1983 se eleva a un 3,3%, con incremento del 6,1 % s¨®lo en 1982, seg¨²n datos del Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI). Este r¨¢pido crecimiento se debe, fundamentalmente, a los ambiciosos programas de rearme de Estados Unidos, ya que, si se prescinde del gasto norteamericano, el ¨ªndice de todos los dem¨¢s pa¨ªses, incluida la URSS, desciende del 3,3% indicado para el segundo per¨ªodo de referencia a s¨®lo el 1,7%.
Casi todos los firmantes del acta, con pocas excepciones significativas, como la de Austria, han respondido, sin embargo, a la misma tendencia de acelerar su gasto armamentista, que ha ido absorbiendo proporciones crecientes de sus recursos.
El Reino Unido, por ejemplo, el pa¨ªs m¨¢s marcado por esta tendencia despu¨¦s de Estados Unidos, ha pasado de dedicar a la defensa el 4,9% de su producto nacional bruto en 1975, a un 5,6% en 1983. Francia, que gast¨® en armamento un 3,8% de su PNB en el primer a?o indicado, elev¨® esa cifra al 4,2% en el segundo a?o de referencia. Estados Unidos dedic¨® a las armas un 5,9% de su PNB en 1975. La proporci¨®n descendi¨® ligeramente hasta 1979 (5,1%) y se dispar¨® en a?os sucesivos, para dar un 6,9% en 1983.
Presupuesto de EE UU
A diferencia de sus aliados europeos, y una vez m¨¢s con la excepci¨®n del Reino Unido, el Gobierno de Estados Unidos ha dedicado, adem¨¢s, a las industrias de guerra una parte creciente de sus gastos. Con una evoluci¨®n similar a la del indicador anterior, por lo que se refiere a los per¨ªodos 1975-1979 y 1979-1983, el gasto federal de defensa ha pasado de representar un 25,5% el a?o de la firma del acta a un 27,2% en 1983 sobre el gasto federal p¨²blico.
La investigaci¨®n de armas cada vez m¨¢s sofisticadas, que crean crecientes compromisos financieros de cara al futuro, absorbe, por otra parte, una proporci¨®n cada vez mayor de estos gastos, de manera que uno de cada tres d¨®lares que se invierten hoy en investigaci¨®n en Estados Unidos va a parar al sector militar.
Ni la competencia que estos gastos plantean, cada vez m¨¢s, a los sectores de aplicaci¨®n social, ni las tensiones financieras que generan en Occidente y en el Tercer Mundo, afectado por el mismo fen¨®meno, ni la militarizaci¨®n de la sociedad que implican resultan coherentes con el esp¨ªritu y la letra del Acta de Helsinki.
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