La madurez de la escuela
La compa?¨ªa cubana entra en Madrid, despu¨¦s de tres a?os, por la puerta del ¨¦xito, con un programa sabiamente estructurado para demostrar la madurez de la escuela, cubana de ballet. Comenz¨® con Las s¨ªlfides, donde la meritoria labor del cuerpo de baile, su homogeneidad y, coordinaci¨®n arrancaron los primeros aplausos, que no cesaron de repetirse en todos los n¨²meros. Mar¨ªa Elena Llorente, especialmente colocada en el estilo de la pieza, hizo una evocadora pareja junto a L¨¢zaro Carre?o.El reto, coreografiado por la chilena asentada en Cuba Hilda Riveros, debe mucho, a sus int¨¦rpretes. La pelea de gallos, tantas veces motivo de la pintura cubana desde Landaluze a Mariano Rodr¨ªguez, esta vez llega al ballet. Rosario Su¨¢rez con su espectacular virtuosismo eleva notablemente el resultado final al que nada ayudan unos vestuarios demasiado coloristas, aunque de efecto esc¨¦nico. La m¨²sica de Vangelis no acaba de instalarse en el contexto argurnental, sonando siempre un poco ajena a lo que pasa. Abri¨® la segunda parte Dafnis y Cloe, un pas de deux que aprovecha el vocabulario cl¨¢sico con una m¨ªmica fresca y desenfadada para presentar el encuentro de los j¨®venes seg¨²n el texto de Longo. Amparo Brito, con su perfecta l¨ªnea fisica, casi salida de un vaso panatenaico, y Jorge Vega, como si un friso de m¨¢rmol ateniense lograra animarse, reproducen r¨¢pidas poses duncanianas de inspiraci¨®n hel¨¦nica.
Ballet Nacional de Cuba
Primer programa: Las s¨ªlfides (Fokin-Chopin). El reto (Riveros-Vangelis). Dafnis y Cloe (Magalhaes-Ravel). Canto vital (Plisetski-Mahler). El lago de los cisnes -escena del segundo acto- (Alonso-Petipa-lvanov-Chaikovski).Cuartel del Conde Duque. 28 de agosto.
En Canto vital se demostr¨® la ductilidad de los bailarines cubanos ante las exigencias de una calistenia coreogr¨¢fica fuerte, relacionada con el nuevo expresionismo cultivado en el Bolshoi, de 4onde procede Plisetski, creador de la obra. Dando de s¨ª en las variaciones, Salgado, Williams, Padilla y Terrero hicieron gala de saltos combinados y giros en tierra y aire.
Para cerrar, lo m¨¢s esperado: Alicia Alonso y Jorge Esquivel en el adagio del segundo acto de El lago de los cisnes, precedidos de una breve evoluci¨®n del cuerpo de baile a manera de ambientaci¨®n. Sobre este fragmento bailado por Alonso los cr¨ªticos, desde Walter Terry a Irene Lidova, han teorizado alrededor del despliegue t¨¦cnico y art¨ªstico de que la bailarina cub ana es capaz. S¨®lo dir¨¦ que la vibraci¨®n es cada vez mayor; Alonso tiende el puente m¨¢gico de la comunicaci¨®n sobre los miles de espectadores y el silencio es sobrecogedor mientras el cisne blanco, apoyado en un Esquivel atento al menor detalle, se hunde en un profundo promenade, lento y preciosista. Un fragmento antol¨®gico que la prima ballerina duplica un el tiempo, llevando hasta el l¨ªmite una lectura coreogr¨¢fica, que de tan conocida se nos descubre nueva. Con ella, la t¨¦cnica ha quedado atr¨¢s y s¨®lo se adivina quintaesenciada a trav¨¦s de su baile.
Alicia respondi¨® a los aplausos con unos saludos rescatados a la esencia de lo cl¨¢sico. No pudo faltarle un gesto castizo cuando apareci¨® con una rosa en el escote de su inmaculado toutou, sonriendo reverencialmente.
Babelia
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