Catalu?a, asignatura pendiente
Lo que en Espa?a est¨¢ sucediendo en estos a?os de democracia incipiente, a prop¨®sito del hecho catal¨¢n, es algo que merecer¨ªa mayor atenci¨®n y debate.La frase anterior, de construcci¨®n muy poco elegante, es pol¨ªticamente muy deliberada. Puesto que, en efecto, unos y otros, catalanes y no catalanes, se empe?an estr¨¢bicamente en contemplar "lo que pasa en Catalu?a", en hablar -como siempre- de un "problema catal¨¢n", en un intento bien intencionado, pero in¨²til, de desentra?ar por la m¨¦dula, cuando lo problem¨¢tico no se halla en el n¨²cleo sino en los enlaces, en las articulaciones.
Los diagn¨®sticos m¨¢s o menos antropol¨®gizantes -fea palabra, pero tal vez gr¨¢fica- conducen inevitablemente a an¨¢lisis m¨¢s o menos interesantes, pero tambi¨¦n a conclusiones totalmente carentes de significado, al estilo de aquella brillante frase que se repet¨ªa en Madrid, hace unos a?os, al hablar de Euskadi: "?Qu¨¦ raros son los vascos!". O a la no menos genial que hoy se prodiga en Catalu?a: "?No nos comprenden!".
Pues bien, ?y qu¨¦? ?Para qu¨¦ sirven la comprensi¨®n y los parabi¨¦nes mutuos si se carece de un sistema civilizado y normal de articulaci¨®n? - Lo ¨²nico que precisamos -y de un modo hist¨®ricamente urgente, porque su carencia conlleva peligro- es organizar una forma democr¨¢tica, eficaz y no conflictiva de relaciones, siguiendo la vieja regla que Nicolau d'Olwer resumi¨® casi epigram¨¢ticamente: "Necesidad de uni¨®n; imposibilidad de amalgama".
En esta ¨¦poca de auge de nuevos y viejos fundamentalismos, ?seremos capaces de encontrar ante esta cuesti¨®n una senda racional? Deber¨ªamos serlo, si sabemos convencer con interpretaciones abiertas, laicas y tolerantes acerca de nuestras realidades colectivas y, en primer lugar, de la pluralidad de nacionalidades que la Constituci¨®n expresa y ampara. Y hacerlo con un m¨ªnimo rigor, exento de ambig¨¹edades.
No es la menor de las paradojas de la situaci¨®n actual, por ejemplo, que sea el socialismo catal¨¢n acusado de ambiguo, por el pecado de mantener una dif¨ªcil pugna en dos frentes: contra la ambig¨¹edad tan rentable y peligrosa de quienes en Catalu?a emplean la ret¨®rica tartarinesca de un independentismo r¨¦foul¨¦, y contra los nuevos brotes, no menos peligrosos, de la vieja y testaruda inercia uniformista y centralista, que tratan de entretejer pol¨ªticas de pretendida racionalidad t¨¦cnica en la vieja trama, terriblemente irracional, de las reacciones viscerales contra el hecho vivo de las nacionalidades. Por poner un ejemplo, desde hace tres a?os muchos tiemblan al o¨ªr la expresi¨®n comisi¨®n de expertos. Cualquier an¨¢lisis racional de la situaci¨®n pol¨ªtica en Catalu?a Heva a la conclusi¨®n de que es el fruto de estas dos ambig¨¹edades de signo antag¨®nico, que se fortalecen mutuamente y de modo creciente.
Ahora que se habla tanto de porcentajes deslizantes, resultar¨ªa tremendo que desde esas ambig¨¹edades opuestas se viera tambi¨¦n a Catalunya como una nacionalidad deslizante. Para unos, desliz¨¢ndose por el plano inclinado del Estatuto hacia nuevos estadios de confrontaci¨®n contra un Estado al que se desea opresor, precisamente como garant¨ªa de nuevas etapas hacia la soberan¨ªa. Para otros, como un fen¨®meno a conllevar y, si es posible, a reabsorber; como una peque?a y vieja naci¨®n a disolver del modo menos doloroso posible.
?Por qu¨¦ no detenerse para organizar simplemente, sensatamente, unas relaciones que sean eficaces, poco conflictivas y democr¨¢ticas? Los planos inclinados, en uno u otro sentido, siempre acaban mal.
No hay un problema catal¨¢n (y decirlo no significa minimizar una mala evoluci¨®n de las cosas en Catalu?a), sino un problema espa?ol. Tal vez produzca alg¨²n esc¨¢ndalo farisaico, pero hay que repetirlo: Catalu?a -o, para ser m¨¢s precisos, su articulaci¨®n con la joven democracia espa?ola- es todav¨ªa hoy una asignatura pendiente. Tal vez la ¨²ltima gran cuesti¨®n democr¨¢tica frente a la cual no hay, en Espa?a, una din¨¢mica positivamente establecida. Y no olvido Euskadi cuando digo esto.
?Cambio de voluntades? S¨ª, y por la v¨ªa del pacto, con sentido de Estado. Logrando una institucionalizaci¨®n sin partidismos de las t¨¦cnicas de relaci¨®n entre las instituciones. Acabando con la tremenda incongruencia que significa, por ejemplo, que el presidente de los catalanes se dedique, con empe?o digno de mejor causa, a combatir con sa?a a un Gobierno espa?ol que fue votado por una amplia mayor¨ªa de los catalanes. Con la certeza expl¨ªcita de que desde el Estado no se es resignadamente respetuoso con unas peculiaridades, que no se conlleva la desgracia de tener unos parientes raros, sino que se quiere fortalecer unos derechos constitucionales al autogobierno pol¨ªtico y, m¨¢s all¨¢, al hecho nacional, vivo y enriquecedor para todos, como pieza maestra de la democracia en Espa?a.
Citemos aqu¨ª, porque no hay m¨¢s remedio, a la nariz de Cleopatra, aunque para algunos parezca mentar la bicha: Quien gobierna hoy en Catalu?a se siente un hombre perseguido y quiere -instintiva o deliberadamente, poco importa en sus efectos- que todo el pueblo de Catalu?a, y sus instituciones, se sientan perseguidos con ¨¦l. Pues bien, aun as¨ª, el acuerdo es necesario para iniciar un nuevo signo en la marcha de las cosas. Hoy resultan, a todos los niveles, de un primitivismo sin perspectiva positiva alguna. Por ello es urgente que aquel pleito se dilucide.
He hablado de la necesidad de un debate. Sorprende el contraste entre la exasperaci¨®n de los enfrentamientos y la debilidad o el silencio, en relaci¨®n a los planteamientos de fondo. J. L. Cebri¨¢n habl¨® en Barcelona, en tono estimulantemente pol¨¦mico, y fue cubierto inmediatamente por el m¨¢s piadoso de los olvidos. Ahora s¨®lo hablan -hablamos- los pol¨ªticos, como Sol¨¦ Tura, aunque a veces d¨¦ la impresi¨®n de descender por primera vez de la Academia.
Creo que Catalu?a y Espa?a necesitan vitalmente un acuerdo democr¨¢tico de Estado. En todos sus ¨¢mbitos se respira en mayor o menor medida la consternaci¨®n ante lo que la ¨²ltima d¨¦cada hubiera podido significar si las cosas hubieran transcurrido de otro modo. Pero estos ejercicios del esp¨ªritu son un sin sentido. Lo importante, lo urgente, es darse cuenta de que hay que recuperar el tiempo perdido para encauzar un gran problema irresuelto de la Espa?a democr¨¢tica.
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