'El ladr¨®n de Bagdad', una joya inmortal del espect¨¢culo
El domingo por la noche el festival de San Sebasti¨¢n ofreci¨® a una asistencia boquiabierta, que se dio de patadas para encontrar un hueco en el atestado Victoria Eugenia, una joya inmortal del cine considerado como espect¨¢culo a la altura del cielo: la legendaria obra maestra del cine mudo norteamericano El ladr¨®n de Bagdad, de Raoul Walsh. El lunes por la ma?ana, el cine espa?ol, despu¨¦s de este fastuoso vuelo a las alturas m¨¢ximas de la fantas¨ªa, rescataba el humilde derecho del talento cinematogr¨¢fico a bajar a la miseria humana del humor negro con La corte del Fara¨®n, de Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez.
Del silencio deslumbrante pasamos casi sin transici¨®n a la ruidosa negrura. As¨ª son los contrastes del cine cuando ¨¦ste merece la pena. La proyecci¨®n integral de El ladr¨®n de Bagdad, en copia nueva extra¨ªda del tesoro de los negativos originales, adaptados a la velocidad actual de proyecci¨®n de 24 im¨¢genes por segundo, cont¨® adem¨¢s con el acompa?amiento musical de la Orquesta Sinf¨®nica de Barcelona, dirigida por el m¨²sico norteamericano Carl Davis. ?ste es autor de una muy funcional partitura, en la que se refunden los acordes que acompa?aron el rodaje del filme y sus proyecciones primitivas, all¨¢ por los primeros a?os veinte, la mayor parte de ellos inspirada en el poema sinf¨®nico Scherezade, del ruso Rimski-Korsakov.El espect¨¢culo de El ladr¨®n de Bagdad es de esos que obligan a frotarse los ojos con incredulidad. Las bell¨ªsimas escenas, los inconcebibles decorados, los inmaginables trucos ¨®pticos y las formidables composiciones f¨ªsicas de los personajes encarnados por Douglas Fairbanks y Ana May Wong, entre otros, ten¨ªan, en esta como en tantas otras joyas del cine mudo, una secreta clave a voces: la m¨²sica inaudible, que permit¨ªa a los actores actuar con todo el cuerpo, y no solamente con la gesticulaci¨®n facial, hasta el punto de que, en cierta manera, llegaban a bailar sus actuaciones.
Barraca de feria
Apoyada en la pureza de la copia proyectada en San Sebasti¨¢n y en la interpretaci¨®n de su m¨²sica oculta, el indescriptible y genial filme de Walsh se elev¨® vertiginosamente sobre la media del cine actual y nos situ¨® ante el milagro del intento del cine en su m¨¢s absoluta pureza: una cosmogon¨ªa de barraca de feria, con sus antenas en contacto con esa perfecci¨®n que s¨®lo se alcanza desde la inocencia de los inventores de mundos. No se exagera al decir que El ladr¨®n de Bagdad, visto as¨ª, es cosa divina, es decir, obra de dioses. Los inventores del cine como Walsh, fueron, a su manera humana, aut¨¦nticos dioses, pues supieron crear un mundo de la nada. Walsh, algo m¨¢s lento que Jehov¨¢, no tard¨® siete d¨ªas en hacer las dos horas y media de El ladr¨®n de Bagdad, sino 35. Si tenemos en cuenta que los m¨¢s eminentes bodrios f¨ªlmicos de hoy requieren centenares de d¨ªas para hacerse, habr¨¢ que deducir que la ¨¦poca de los dioses del cine duerme el sue?o de los justos.Estamos en tiempos mucho m¨¢s humanos que aquellos en que era posible hacer pel¨ªculas como El ladr¨®n de Bagdad. Pasado el hermoso sue?o, nada mejor para devolvernos a la realidad, despu¨¦s de haber sobrevolado los techos de Las mil y una noches, que otra fantas¨ªa oriental, ¨¦sta ejecutada a ritmo de una pesadilla del Madrid canalla y que, por tanto, est¨¢ situada en las mism¨ªsimas cloacas de la Espa?a sojuzgada por la dictadura franquista. El descenso, de la noche a la ma?ana, del Bagdad legendario a la comisar¨ªa de Arganzuela fue de v¨¦rtigo, como corresponde a una ca¨ªda desde po¨¦ticas c¨²pulas a mugrientas mazmorras morales.
La corte del Fara¨®n, de Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez, es una pel¨ªcula fotografiada con esa emulsi¨®n que s¨®lo se positiva con un ba?o de ¨¢cido esc¨¦ptico. La pel¨ªcula empieza algo desganada, y en su primera media hora casi aburre. Pero en un momento perfectamente calculado, al mismo tiempo que la acci¨®n se estanca y se pudre, los subentendidos de esa acci¨®n comienzan a penetrar hacia abajo, hacia los chuscos abismos cotidianos de nuestra historia reciente. El blanco e incre¨ªble caballo alado de Douglas Fairbanks se convierte as¨ª en un entra?able y perfectamente cre¨ªble piojo. El sublime soplo de un ?oh! admirativo es sustitu¨ªdo por un oscuro y secreto viento de sobremesa.
La corte del Fara¨®n es un filme raro y notable, sobre el que habr¨¢ que volver, porque marca el punto sin retorno de un cineasta de aut¨¦ntico talento que comienza a conocer sus propios l¨ªmites y, por tanto, comienza a tener a mano la posibilidad de sobrepasarlos. Es un filme corrosivo, casi feroz, que lleva dinamita travestida de humor y mucho y buen cine dentro.
Babelia
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