Prohibido rasgar
En el villorrio en que nac¨ª y fui malcriado por exceso de cari?o se publicaba un peri¨®dico semanal. Se llamana El Censor, lo que me obliga a recordar que existieron en este mundo censores obligados por cuesti¨®n de hambre y otros por tambi¨¦n condicionado cong¨¦nito esp¨ªritu de oferta.
El Censor hab¨ªa sido fundado y luego mantenido por el boticario del pueblo, un tal Barth¨¦, disgustado con el comisario de apellido olvidado e intercambiable. El origen de la enemistad, seg¨²n recuerdo, fue una vaca habitualmente intrusa en pasto ajeno.
Tal vez por esto, y con cierta frecuencia, algunos de los editoriales de El Censor se remataban con esta tremenda frase: "Insistiremos, se?or comisario".
Y el rencor de don Barth¨¦ aumentaba, sin raz¨®n, porque cada vez que hab¨ªa fiesta en el pueblo el caballo del comisario ganaba todas las carreras. Trotamundos con muchas etiquetas en sus valijas me han asegurado que lo mismo sucede en todo lugar.
Pero cuando llegaban a El Censor cartas con denuncias m¨¢s graves que el caso de la vaca acusada de intrusismo, don Barth¨¦ se lavaba las manos y recurr¨ªa a gruesas letras de imprenta para anunciar: "Recibimos y publicamos". Claro que el plural era gratuito.
Pero, sea como sea, es el t¨ªtulo que debe encabezar la fiel reproducci¨®n de la carta que acaba de mandarme mi recordado cuervo visitante de una noche e imperdonable ladr¨®n, o cr¨ªtico literario, como ¨¦l prefiri¨® llamarse. Cuesti¨®n de gustos. Firma como Crown. Recibo y publico:
"Despreciable anfitri¨®n: Otra tormenta estuvo jugando con sus papeles y luego los mir¨¦ a vuelo y vista de p¨¢jaro. Formaban una curiosa confusi¨®n: poes¨ªa con art¨ªculos period¨ªsticos, dramas con fragmentos de novela. C¨®mico; pero me dicen que tal entrevero de g¨¦neros es en estos d¨ªas lo m¨¢s in de lo in. Paso a trabajar".
"Dice usted por ah¨ª que la exhibici¨®n en Espa?a de una pel¨ªcula que nos cuenta el caso de una linda muchacha que se encontr¨® pre?ada sin ayuda de var¨®n determin¨® que docenas de alcaldes se rasgaran las vestiduras. Acompa?ados en su ejercicio de obscenidad por otras docenas de severos cabezas de familia con aspiraciones celestiales".
"Y uso el adjetivo obsceno porque vestiduras rasgadas, en estos casos, s¨®lo pueden mostrar -como dec¨ªa Wilde antes de que su obra fuese aumentada y corregida- que conservan rastros de una notable fealdad. Supongo que se trata de prol¨ªficos paterfamilias, con exclusi¨®n, claro, de los sacerdotes tambi¨¦n indignados y con rasgadas sotanas. Y uno de los fren¨¦ticos rasgadores de casimires enriqueci¨® con una frase la historia contempor¨¢nea. Un periodista impertinente le pregunt¨®: '?Ha visto usted, se?or alcalde, la pel¨ªcula que prohibi¨®?'. A lo que repuso, indignado: 'Jam¨¢s. Me lo proh¨ªben mis convicciones religiosas".
"Por contraste, por la necesidad de refresco que me impone la noche sucia del alma, recuerdo a Frin¨¦. Era una linda muchacha griega que, burl¨¢ndose de leyes sobre lo incompatible, ejerc¨ªa de modelo y de cortesana. Miles de jovencitas, y otras m¨¢s a?osas, aspiran en el occidente cristiano o musulm¨¢n a ejercer el oficio de modelos, como primer paso a los millones de un tonto. Se sue?an misses, cover girls, afinan el o¨ªdo para no perderse el no imposible llamado de alg¨²n cineasta".
"Pero, pobrecitas, ser modelo no era para Frin¨¦ desfilar ante un p¨²blico ilusionado de se?oras gordas, exhibiendo sorprendentes modelos de Periqu¨ªn Perib¨¢?ez que hoy d¨ªa no asustan a nadie, dejando de lado los precios. Frin¨¦ era modelo con exclusiva para Prax¨ªtiles, el m¨¢s admirable de los escultores griegos".
"La otra actividad profesional de Frin¨¦ era, como est¨¢ dicho, la de cortesana. Aqu¨ª considero que sobran consejos y reparos".
"El caso es que Frin¨¦ fue acusada de no respetar un par de leyendas que alcanzaron categor¨ªa de sagradas. Es costumbre. Frin¨¦ opin¨® en p¨²blico que las historias contadas por Leda y D¨¢nae sobre sus no deseadas seducciones, el cuento del cisne, el cuento del chorro de oro, no eran m¨¢s que eso: cuentos destinados a maridos o amantes al¨¦rgicos a la infidelidad".
"D¨ªcese que escuch¨®la un efebito y raudo corri¨® a declarar el chisme ante un su amigo sentimental que fung¨ªa de sargento de guardia. Y hete aqu¨ª a Frin¨¦ ante el Gran Jurado, que nunca pudo saberse si era puro o escabinado".
"Lo que s¨ª se sabe es que los se?ores jueces, al enterarse del terrible pecado de la acusada, echaron chispas por los ojos (otra de sus burradas, anfitri¨®n) y rasgaron sus vestiduras".
"Co sa que no hizo Frin¨¦ por el pudor propio de su condici¨®n. Y ya iba a ser condenada a tres meses de castidad cuando su abogado criminalista, Hip¨¦rides, famoso en toda la dichosa tierra pagana, alarg¨® el brazo hasta su veste y, con imp¨ªo tir¨®n, la dej¨® desnuda, rasgada ante jueces rasgados".
"Esto sucedi¨®, nos cuenta Quintiliano, cuatro siglos antes de Cristo, y agrega que para entonces el Gobierno de Atenas no hab¨ªa dictado ninguna ley que impusiera jubilaci¨®n forzosa a los jueces llegados a una edad en que parec¨ªa conveniente que cuidaran resfr¨ªos en sus hogares jugando al mus, juego favorito de los antiguos griegos. De modo que la misi¨®n de juzgar y condenar era vitalicia e innecesarias las pensiones".
"Imagine quien lea el estado semicatal¨¦ptico que atac¨® a los canibarbados altos funcionarios al contemplar la desnudez de la mujer m¨¢s bella del mundo, a la que le bastaba con serlo, y, reacia a todo anacronismo, jam¨¢s aspir¨® a ser coronada miss o lady".
"Tartamudos y levem¨ªente babosos, los magistrados lograron murmurar: absuelta de todas tus culpas con efecto retroactivo y futuro".
"Aqu¨ª termino, despreciado anfitri¨®n. Jura o promete que nunca volver¨¢s a escribir 'Se rasgaron, o rasg¨® sus vestiduras".
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