De Peter Brook a Bob Wilson
Dos grandes creadores de teatro coinciden en Madrid por el acierto de la programaci¨®n del Festival de Oto?o: Peter Brook y Bob Wilson. Algunos rasgos comunes: los dos rechazan los l¨ªmites de espacio y tiempo del teatro habitual; los dos, en este caso, est¨¢n mirando a Asia como fuente de cultura, de gestualidad, de pl¨¢stica. Los dos re¨²nen compa?¨ªas con actores de razas, lenguajes, escuelas distintas. Y ambos tratan, en estas obras que se rozan entre s¨ª, de compendiar el universo. Habr¨¢ que pensar que de todo ello se desprende una cierta idea com¨²n del teatro contempor¨¢neo: universalista, totalizador, cansado de la cultura occidental, m¨¢gico, pl¨¢stico, po¨¦tico, rebelde frente a los moldes de la vanguardia al mismo tiempo que a los cotidianos.Por encima de ese fondo todo difiere. Wilson hace un teatro mudo, y Brook lo hace parlanch¨ªn; el uno tiene una solemnidad un poco pedante, el otro un libertarismo alegre e infantil. En Wilson hay un sentido del orden, una disciplina, un japonesismo exento, econ¨®mico, limp¨ªsimo, una claridad. En Brook, la mezcla de acentos al hablar el franc¨¦s, la inadecuaci¨®n de los aspectos f¨ªsicos de los actores con respecto a sus personajes, la movilidad de los elementos blandos -el agua, el fuego; y la paja, la tela de alfombras y de lienzos envejecidos, hasta la suciedad imprevisible de los hombres revolcados en el barro y chorreandosangre- da una sensaci¨®n de libertad y desorden. Ya se sabe que los dos directores son minuciosos, exigentes, disciplinarios con sus actores y colaboradores, pero uno quiere, dar una sensaci¨®n y el otro la contraria, y lo consiguen. Es cuesti¨®n de gustos elegir, y si el m¨ªo est¨¢ por el Mahabharata de Brook y se estremece de alguna incomodidad por la rigidez, la frialdad, el cuasi nazismo de Knee plays -aun contando con que ¨¦sta no es una obra en s¨ª, sino fragmentos definidos y seleccionados de otra obra mayor-, no ser¨¢ m¨¢s que una cuesti¨®n personal.
Teatro de hablar
Brook viene de un teatro de hablar: de Shakespeare, de Chejov. Wilson, de un teatro sin palabras su gran arranque es La mirada del sordo -trabaj¨® para sordos, estuvo inmerso en su mundo-, que eran siete horas de im¨¢genes, lentas, explicativas, concebidas para la falta de un sentido en el espectador -el del o¨ªdo- que se ecualizaba con la supresi¨®n de otro en el teatro, el de la palabra. Es evidente que la m¨²sica -en este caso, brillante, profunda y bien tratada- y el recitado -con textos pretenciosos, de ideolog¨ªa pobre y t¨®pica- rompen la pureza del silencio absoluto. La riqueza mayor parece ser la de Brook. En esta aparente libertad de que cada actor hable como pueda en el idioma que a la mayor¨ªa les es extranjero hay todo un tratamiento del lenguaje: no s¨®lo en el del texto escrito, que es un triunfo de Jean-Claude Carri¨¨re por la claridad con que enuncia pensamientos de orden superior (adem¨¢s de la concentraci¨®n del enorme monumento que es el libro original), pero que tambi¨¦n lo es como prosodia, como hallazgo de una cierta musicalidad complementaria, de una ruptura de la monoton¨ªa. Se puede imaginar que, dicho en un franc¨¦s de pronunciaci¨®n correcta, con su tesitura mel¨®dica original, el largo texto se har¨ªa poco soportable. Aun as¨ª, muchas veces la tensi¨®n se agota. Desconozco la experiencia de la representaci¨®n continuada durante 11 horas; sospecho que puede haber dejado agotados a algunos espectadores a mitad del camino. Se puede pensar que la longitud de la pieza es innecesaria que el compendio del Mahabharata a¨²n podr¨ªa llegar a mejor quin taesencia: pero la duraci¨®n aparece como un elemento, m¨¢s que necesario, deseado en la totalidad de espect¨¢culo: una cierta gradaci¨®n de la oferta y la demanda, una es pecie de desafio al espectador: le requiere una predisposici¨®n, la elaboraci¨®n de un estado de ¨¢ni mo: una forma de especializaci¨®n de su condici¨®n de p¨²blico que sabe que va a ver otra cosa, en otro local, con otro lenguaje y con otras medidas. La duraci¨®n forma parte de la obra total.Como el significado. Si en esta m¨¢quina de comparar en la que nos hemos metido por lo que lo ingleses llaman serendipidad -serendipity: el hallazgo de algo no buscado por la coincidencia fortuita de una serie de hechos- metemos las dos obras, veremos que Bob Wilson somete lo occidental a lo oriental, lo encaja con fuerza, defiende la otra manera de ver el mundo y que pretende a toda costa dar una explicaci¨®n de lo que vulgarmente se llama la vida, en lo cual, naturalmente, se pierde: y queda a salvo lo que da la belleza visual. Mientras, Peter Brook toma la explicaci¨®n de la vida en un libro milenario asi¨¢tico y lanza sobre ella la mirada ingenua pero esc¨¦ptica, incr¨¦dula, del occidental de hoy: aparece como un relato hecho por un poeta hacia un ni?o, y el destino lo relaciona con la inspiraci¨®n de un autor que imagina, no con una noci¨®n religiosa y m¨¢gica. Muchas veces los personajes hablan de s¨ª mismos en tercera persona para aumentar ese distanciamiento. Lo que encuentra Brook no lo encuentra totalmente Wilson: Brook est¨¢ dentro de la teatralidad inmanente, de la capacidad de sugerir, de hacer visible en la imaginaci¨®n del espectador lo que no hay, de crearle la suspensi¨®n de ¨¢nimo y de tomar a estos personajes, cuya ficci¨®n se recalca y se muestra para devolv¨¦rnoslo como seres humanos, como hombres y mujeres: con pasiones, amores, odios, muerte.
La realidad es que la necesidad de elegir no existe. Peter Brook, Bob Wilson, ofrecen sus dos v¨ªas y las dos tienen el enorme inter¨¦s de unos aut¨¦nticos creadores.
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