?Di¨¢logo con Ortega?
En EL PA?S del d¨ªa 11 de octubre apareci¨® un art¨ªculo de Jos¨¦ Luis L. Aranguren titulado El di¨¢logo con Ortega, que he le¨ªdo con inter¨¦s, como hago con todos los suyos, pero redoblado en este caso por tratar de Ortega, de quien soy disc¨ªpulo directo. Est¨¢ dedicado a comentar un libro reciente de Federico Riu sobre nuestro fil¨®sofo, libro que no conozco y que, seg¨²n Aranguren, "niega valor a la filosof¨ªa orteguiana posterior a 1928" (lo que, por cierto, no me abre demasiado el apetito, de leerlo). Con tal motivo hace Aranguren algunas afirmaciones que me han sorprendido en ¨¦l. Si su autor hubiera sido otro de menor val¨ªa y audiencia, o menos alto en la escala de mi estimaci¨®n personal e intelectual, no las hubiere tomado en cuenta. Pero viniendo de Aranguren (con quien, por a?adidura, me une una amistad que se origin¨® hace ya muchos a?os, precisamente con motivo de uno de mis trabajos sobre Ortega: mi tesis doctoral, de la que fue sol¨ªcito ponente) no pod¨ªa pasar por alto estas opiniones sobre asuntos que tan de cerca me importan y que tan frontalmente chocan con las m¨ªas, sin reaccionar ante ellas.Primera sorpresa
Mi primera sorpresa surge cuando Aranguren, incurriendo en manid¨ªsimo t¨®pico, escribe: "Hasta hace poco tiempo apenas hab¨ªa, en cuanto a la filosof¨ªa estrictamente dicha de Ortega, sino los extremos: sus detractores, que le negaban el pan y la sal filos¨®ficos, y los, a su modo, no menos escol¨¢sticos seguidores, que segu¨ªan afirmando la prioridad filos¨®fica de las Meditaciones del Quijote con respecto a Heidegger". La segunda parte del p¨¢rrafo, la referida a los "escol¨¢sticos seguidores", podr¨ªa haber sido firmada por cualquiera de los detractores aludidos en la primera. Y no resulta menos extra?a en Aranguren la simplista equiparaci¨®n que establece entre unos y otros meti¨¦ndolos en el mismo saco de desperdicios filos¨®ficos, bajo la evidentemente peyorativa calificaci¨®n de escol¨¢sticos. Nos da, sin embargo, al parecer, el motivo de tan expeditiva condena, en cuanto a los seguidores: su contumacia en afirmar "la prioridad filos¨®fica" de Ortega con respecto a Heidegger.
Sigue Aranguren: "En la ocasi¨®n, reciente, del centenario aparecieron libros importantes y muy diferentes (de los de los escol¨¢sticos, se entiende), y cita algunos, no s¨¦ si incluyendo entre ellos, porque en esto es ambiguo, el de Federico Riu, aunque parece que s¨ª.
Yo pienso, por el contrario, que la mayor parte de lo m¨¢s valioso e importante que se ha escrito sobre la filosof¨ªa de Ortega, no s¨®lo "hasta hace poco tiempo", sino hasta hoy mismo -y no s¨®lo sobre lo que Aranguren llama, con especificaci¨®n restrictiva que, no acabo de entender, la "estrictamente dicha", sea ¨¦sta la que fuere, sino sobre todo ella, pues creo que toda la de Ortega es estricta filosof¨ªa-, est¨¢ en la obra de los por ¨¦l denominados escol¨¢sticos seguidores.
No puedo exponer aqu¨ª, como es obvio, las razones de esta opini¨®n m¨ªa -tampoco Aranguren lo hace con respecto a la suya, y es natural-, pero s¨ª quiero aducir algunos hechos que hablan a favor de ella y hacen improbable la contraria. Primero: la obra de esos disc¨ªpulos est¨¢ ah¨ª; una gran parte de ella goza de amplio prestigio, dentro y fuera de Espa?a y dentro y fuera de los c¨ªrculos filos¨®ficos. Sobre ella caben, no faltaba m¨¢s, las opiniones m¨¢s diversas y aun opuestas; pero lo que evidentemente no merece es el despectivo juicio global con que Aranguren la despacha. Es un hecho tambi¨¦n, en segundo lugar, que, dentro del ¨¢mbito discipular, hay valiosos escritos filos¨®ficos sobre Ortega cuyos autores, si no "heterodoxos" -luego dir¨¦ una palabra sobre la presunta heterodoxia orteguiana-, s¨ª son dif¨ªcilmente empaquetables bajo la etiqueta de escol¨¢sticos. Hay adem¨¢s, aunque no sean muchos, excelentes libros y trabajos sobre Ortega, anteriores y posteriores al centenario, cuyos autores no son ni disc¨ªpulos ni seguidores, pero tampoco detractores, claro.
Como contrapartida de tanta empecatada hojarasca extremista y escol¨¢stica, Aranguren saluda en esos nuevos libros importantes y muy diferentes, surgidos con ocasi¨®n del centenario, el advenimiento -?al fin!- de una nueva manera de enfrentarse con Ortega, de hacer de ¨¦l "una lectura desapasionada, filos¨®fica"; en suma, de posibilitar un aut¨¦ntico di¨¢logo con ¨¦l.
Parece, pues, que antes de este santo advenimiento nadie hab¨ªa le¨ªdo ni estudiado a Ortega filos¨®ficamente, y nadie tampoco hab¨ªa dialogado de verdad con ¨¦l.
Ahora bien, los libros que conozco entre los que Aranguren menciona, y otros que no menciona, pero a los que sin duda alude genencamente, dada su semejanza de orientaci¨®n con los que, como escogidos botones de muestra, cita, no me parece que aporten nada nuevo al conocimiento de la filosof¨ªa de Ortega, ni que representen, en ning¨²n sentido, una lec tura de ¨¦l m¨¢s filos¨®fica, es decir, m¨¢s esclarededora, seria, profunda, justa que muchos de los ya existentes; y s¨ª me parece, en cambio, que, en todos esos respectos, son muy inferiores a los mejores de ¨¦stos, pertenezcan o no al ¨¢mbito discipulan
Dir¨¦ m¨¢s: bajo las apariencias de objetividad y de pulcritud investigadora con que a veces -en los casos m¨¢s conspicuos- se presentan, se oculta una irremediable ceguera para lo m¨¢s creador del pensamiento de Ortega, para las m¨¢s hondas intuiciones filos¨®ficas -metaf¨ªsicas- que lo sustentan, para la novedad y vivacidad de las ideas en que se traducen; en fin, y, en suma, para su original, personal¨ªsimo modo de pensar, que se mantiene, en su evoluci¨®n, siempre fiel a s¨ª mismo, a su inspiraci¨®n originaria -antes y despu¨¦s de 1928-, y que se parece al de Heidegger como un huevo a una casta?a. Por eso, dichos libros, por debajo de sus diferencias, en lo esencial de sus resultados en cuanto a una interpretaci¨®n y valoraci¨®n filos¨®ficas de Ortega, no difieren gran cosa de los de los viejos y nuevos ant¨ªpodas: ninguno reconoce que Ortega sea lo que ante todo es: un gran metaf¨ªsico que coloca en un nuevo nivel la filosof¨ªa fundamental, despejando para ella un horizonte de posibilidades, cuando todos parec¨ªan cerrados u oscurecidos. Pero si a Ortega se le niega esta dimensi¨®n -como, expresa o t¨¢citamente, hacen esos libros-, todas las dem¨¢s de su compleja y rica personalidad intelectual quedar¨¢n mal entendidas, empeque?ecidas, falseadas. La ¨²nica referencia que encuentro, a este respecto, entre los viejos detractores y estos nuevos presuntos int¨¦rpretes desapasionados es que si los primeros, seg¨²n dice Aranguren, le negaban a Ortega el pan y la sal filos¨®ficos, ¨¦stos le conceden la sal, pero siguen neg¨¢ndole el pan, o a lo sumo, le otorgan s¨®lo unos mendruguillos, y ¨¦stos, prestados. Nosotros, los escol¨¢sticos, siempre hemos encontrado en ¨¦l una sal selecta sazonando un abundante y sabroso pan del mejor trigo filos¨®fico, cocido en horno propio y elaborado con nutritiva harina de la propia cosecha.
A este reconocimiento es al que, al parecer, llama Aranguren "un curioso fen¨®meno de autoilusionismo mental". Nos tilda de padecerlo, concretamente, por haber le¨ªdo las Meditaciones "con los anteojos heideggerianos puestos", por supuesto, sin enterarnos. Lo l¨®gico parecer¨ªa que nos tildase de lo contrario, es decir, de leer a Heidegger con los anteojos orteguianos. Pero todo se aclara si consideramos que el primero que padede ese autoilusionismo es el propio Ortega, aunque en ¨¦l -piensa Aranguren- es normal, en tanto que autor, pues "los autores" dice, "vivimos todos -en mayor o menor grado- de ilusiones". En efecto, cito: Su di¨¢logo (el de Ortega) -confesado o no, eso poco importa- con Heidegger, a partir de esa fecha (1928, a?o fat¨ªdico en que conoce a Heidegger leyendo Sein und Zeit, reci¨¦n aparecido), "le dio impulso 'para reinterpretar', como reconoce Riu, "su propio pensamiento". Pero esos anteojos no debieron de caerse ya de los ojos de Ortega, pues no s¨®lo se relee y reinterpreta a s¨ª mismo con ellos puestos, sino que tambi¨¦n "ley¨® e interpret¨® a Dilthey a trav¨¦s de Heidegger". Nada menos. Porque Dilthey es la otra b¨¦te noire -en cuanto a influencias- de Ortega.
No entrar¨¦ -no hay espacio en la idea que el propio Aranguren apunta sobre el significado de las Meditaciones, corrigiendo -piensa la ilusi¨®n existencializante sobre ellas, cuya causa resulta ser que en ese libro clave cito"Ortega est¨¢ pensando con las categor¨ªas" biol¨®gicas de Von Uexk¨¹ll, lo cual "autorizar¨ªa, con mucho, a una transferencia al plano metaf¨ªsico y, sobre todo, a una hist¨®rizaci¨®n de aquellas categor¨ªas". (?Nuevos anteojos, pues?).
Ortodoxia y heterodoxia
Volvamos brevemente al tema titular del art¨ªculo de Aranguren: el di¨¢logo con Ortega. Es claro que Aranguren nos niega a los ¨¦scol¨¢sticos -u ortodoxos- la capacidad de mantenerlo, capacidad que, en cambio, atribuye, en exclusiva al parecer, a los heterodoxos. As¨ª, puesto a definir "cu¨¢l debe ser la dedicaci¨®n, el quehacer de una entidad que lleva el nombre de Ortega" -concretamente, el Centro Jos¨¦ Ortega y Gasset-, dice que la presencia en ¨¦l "de la filosof¨ªa y, en general, de la obra de Ortega es imprescindible y debe ser constante. No para preservar su ortodoxia, sino, a trav¨¦s de las heterodoxias que procedan, para liberar y mantener cr¨ªticamente vivo y operante" su pensamiento.
Dejando a un lado lo de la ortodoxia (que debemos tomar cum grano salis, para no sentimos terr¨ªblemente frustrados al contemplar la inutilidad de nuestras pobres vidas, consagradas a un ilusorio di¨¢logo, incluso f¨ªsico mientras vivi¨®, con Ortega), yo suscribir¨ªa encantado las palabras de Arang¨²ren, si no fuera porque cuando n¨²ro en torno buscando a esos providenciales heterodoxos que, ?al f¨ªn!, vienen a liberar -del secuestro o tiran¨ªa escol¨¢sticos, supongo- el pensamiento del maestro, me quedo desolado al no encontrar ninguno. Porque para ser de verdad heterodoxo, lo primero que hace falta es ser doxo, es decir, haber digerido y asimilado la doctrina de la que se disiente: en este caso, haber sido orteguiano (y seguir si¨¦ndolo, por tanto, en otra forma, como Arist¨®teles, por ejemplo, sigui¨® siendo plat¨®nico, o Espinosa cartesiano). Y cuando no hay Arist¨®teles ni Espinosas y la doctrina casi innovadora y de tan gran calado, y tan compleja y dificil, como la de Ortega, se puede uno pasar la vida en esa tarea de digesti¨®n y asimilaci¨®n sin menoscabo del propio pensamiento, antes bien, estimul¨¢ndolo y fortaleci¨¦ndolo hasta permitirle alcanzar posiciones aut¨®nomas -sin necesidad de llegar a la heterodoxia-, como es notorio en algunos disc¨ªpulos.
El resultado del di¨¢logo
El ser heterodoxo con respecto a Ortega no puede ser, como parece pretender Aranguren, condici¨®n para el di¨¢logo fecundo con ¨¦l, sino, al rev¨¦s, resultado de ese di¨¢logo. Nada tiene que ver con esto el que, en otros aspectos -quiero decir, no en el filos¨®fico- quepan y sean deseables muchas posibles aportaciones al conocimiento de Ortega (como puede serlo, sin ir m¨¢s lejos, el seminario sobre Ortega y la introducci¨®n cultural en el siglo XX que el propio Aranguren dirige este curso en el mencionado centro, dada la presencia en ¨¦l de personas de gran prestigio intelectual, y algunos incluso pertenecientes a los m¨¢s pr¨®ximos c¨ªrculos orteguianos).
Pero en lo que ata?e a la presencia y al di¨¢logo filos¨®ficos con Ortega, no puedo estar de acuerdo en que sean los heterodoxos los encargados de mantenerlos, sencillamente porque, como he dicho, no los hay. Lo que a mi juicio hay que hacer, a ese respecto (y no s¨®lo en el centro, sino en general), es seguir estudiando a fondo el pensamiento de Ortega del ¨²nico modo que puede hacerse en serio, que es repensarlo y desarrollarlo en las m¨²ltiples dimensiones potenciales que encierra; no, pues, preservar su doctrina -?qui¨¦n piensa en tan grotesco prop¨®sito?-, sino ahondar en ella -en lugar de darla ya por establecida y acabada, como un bien disponible e inerte, ante el que cualquiera se puede plantar para discutirlo, negarlo o citarlo-; ahondar, digo, en el sistema abierto que ella es perfilar y desplegar muchas de las ideas que en ¨¦l quedaron, por falta de tiempo o de ocasi¨®n, s¨®lo esbozadas, pero que est¨¢n henchidas de posibilidades, para cuya actualizaci¨®n siempre encontraremos en ¨¦l la pauta o el m¨¦todo. En suma, tratar, de ir estableciendo, precisamente, las condiciones que hagan posible una aut¨¦ntica heterodoxia orteguiana, a saber: la posesi¨®n plena de la doxa. Lo dem¨¢s -lo dir¨¦ con una expresi¨®n que a Ortega le gustaba- son bernardinas.
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