Releyendo a Sarmiento
Cuando apareci¨® en Santiago de Chile, hacia 1850, la primera edici¨®n de Recuerdos de provincia, Domingo Faustino Sarmiento contaba 39 a?os. En ese libro historiaba su vida, historiaba las vidas de los hombres que hab¨ªan gravitado en su destino y en el de su pa¨ªs, historiaba sucesos inmediatos de repercusi¨®n dolorosa. El decurso del tiempo modifica los textos; Recuerdos de provincia, rele¨ªdo y revisado ahora, no es ciertamente el libro que yo recorr¨ª hace ya m¨¢s de 60 a?os. El mundo, por esa ¨¦poca, parec¨ªa irreversiblemente alejado de toda violencia. Ricardo G¨¹iraldes evocaba con nostalgia (y acaso exagerable ¨¦picamente) la dura vida de los troperos; a mis amigos y a m¨ª nos alegraba imaginar que en la alta y b¨¦lica ciudad de Chicago se ametrallaban los contrabandistas de alcohol; yo persegu¨ªa con tenacidad, con tenacidad literaria, los ¨²ltimos rastros de los cuchilleros de las orillas. Tan manso, tan pac¨ªfico nos parec¨ªa el mundo, que jug¨¢bamos con feroces an¨¦cdotas y deplor¨¢bamos "el tiempo de lobos, tiempo de espadas" que nos evocaba la Edda Mayor, y que hab¨ªan merecido otras generaciones m¨¢s venturosas. Recuerdo de provincia era entonces el documento de un pasado irrecuperable y, por consiguiente, grato, ya que nadie so?aba que sus rigores pudieran regresar y alcanzarnos alg¨²n d¨ªa. El tiempo se encarg¨® de demostrarnos lo contrario, pero no es mi intenci¨®n referirme a sucesos de reciente data.Sin embargo, el examen de Recuerdos de provincia demuestra que la crueldad no fue el mayor mal de esa ¨¦poca sombr¨ªa de nuestra historia. El mayor mal fue la estupidez, la dirigida y fomentada barbarie, la pedagog¨ªa del odio entre hermanos, el r¨¦gimen embrutecedor de divisas, vivas y mueras. En ese libro, Sarmiento -negador del pobre pasado y del ensangrentado presente- se nos aparece como el parad¨®jico ap¨®stol del porvenir. Ejecuta, por primera vez, la proeza de observar hist¨®ricamente la realidad, de simplificar e intuir el ahora como si ya fuera el ayer. Su destino personal lo ve en funci¨®n de Am¨¦rica; en alguna ocasi¨®n expl¨ªcitamente lo afirma: "En mi vida, tan destituida, tan contrariada y, sin embargo, tan perseverante en la aspiraci¨®n de un no s¨¦ qu¨¦ elevado y noble, me parece ver retratarse esta pobre Am¨¦rica del Sur agit¨¢ndose en su nada, haciendo esfuerzos supremos por desplegar sus alas y lacer¨¢ndose a cada tentativa contra los hierros de la jaula". Esa visi¨®n ecum¨¦nica no empa?a su visi¨®n de los individuos. Entre las muchas imborrables im¨¢genes que ha legado a la memoria de los argentinos est¨¢ la de Facundo, la de Ferm¨ªn Mallea, la de su madre, las de tantos contempor¨¢neos; la suya propia, que no ha muerto y que a¨²n es combatida. A su prosa tampoco le falta la sorprendente iron¨ªa. Cuando se defiende que a Rosas lo llaman H¨¦roe del Desierto, Sarmiento observa: "Porque ha sabido despoblar a su patria". Fatalmente propendemos a ver en el pasado una r¨ªgida publicaci¨®n de meras estatuas. Sermiento nos descubre los hombres que ahora son bronce o m¨¢rmol.
En un incompatible mundo heter¨®clito de provincianos, de orientales y de porte?os, Sarmiento es el primer argentino, el hombre sin limitaciones locales, el gran universal. Sobre las pobres tierras despedazada quiere fundar la patria. Sabe que la revoluci¨®n, a trueque de emancipar todo el continente y lograr victorias argentinas en Per¨² y en Chile, abandon¨®, siquiera transitoriamente, el pa¨ªs a las fuerzas de la ambici¨®n personal y de la rutina. Sabe que nuestro patrimonio no debe reducirse a los haberes del indio, del gaucho y del espa?ol; que podemos aspirar a la plenitud de la cultura occidental sin exclusi¨®n, y as¨ª fundar una patria.
Parad¨®jicamente, Sarmiento ha sido motejado de b¨¢rbaro. Ocurre que quienes no quieren compartir su aversi¨®n por el gaucho afirman que ¨¦l tambi¨¦n era un gaucho, equiparado de alg¨²n modo al ¨ªmpetu brav¨ªo del uno en las disciplinas rurales con el ¨ªmpetu brav¨ªo del otro en la conquista de la cultura. La acusaci¨®n, como se ve, no pasa de una mera analog¨ªa, sin otra justificaci¨®n que la circunstancia de que el estado del pa¨ªs era rudimentario y a todos salpicaba de violencia. Paul Groussac, que no lo quer¨ªa, en una improvisaci¨®n necrol¨®gica, hecha casi exclusivamente de hip¨¦rboles, exagera la rudeza de Sarmiento; lo llama "el formidable montonero de la batalla intelectual", y pondera " sus cargas de caballer¨ªa contra la ignorancia criolla".
Desde su destierro chileno, Sarmiento pudo ver el otro rostro del pa¨ªs. Es l¨ªcito conjeturar que el hecho de haberlo recorrido poco, pese a sus denodadas aventuras de militar y de maestro rural, favoreciera la adivinaci¨®n genial del historiador. A trav¨¦s del fervor de sus vigilias, a trav¨¦s de la hoy olvidada Cautiva, a trav¨¦s de su inventiva memoria, a trav¨¦s de su amor a esta tierra y del odio justificado, Sarmiento vio un territorio poblado, vio la contempor¨¢nea miseria y la venidera grandeza. Su vida y su prosa justifican ese prop¨®sito. Ning¨²n espectador argentino tiene la clarividencia de Sarmiento.
Who touches this book, touches a man, pudo haber escrito Sarmiento en el t¨¦rmino de sus Recuerdos de provincia. Creo que nadie puede leer ese libro sin profesar por el valeroso hombre que lo escribi¨® un sentimiento que rebasa la admiraci¨®n. Acaso Sarmiento, para la generaci¨®n de argentinos de nuestros d¨ªas, es el hombre creado por este libro.
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