Polvo mortal
Por fin lleg¨® mi prueba de fuego, as¨ª que no pod¨ªa fallar. De repente, como un mal presagio, me acord¨¦ de la frase: quien juega con fuego se quema. A continuaci¨®n le dediqu¨¦ mentalmente un exabrupto a la madre del autor de la frasecita de marras, muy fugaz, eso s¨ª, ya que, en realidad, mi atenci¨®n deb¨ªa centrarla en conseguir mi golpe de suerte. Estaba a un paso de conseguirlo, as¨ª que no pod¨ªa fallar.De una tacada me iba a agenciar el bingo y la l¨ªnea: Sara y la coca¨ªna. El bingo era la coca, claro, polvo de primera, un mont¨®n de pasta que me har¨ªa la vida m¨¢s agradable. ?Joder!, uno no es idiota; con la calderilla en la mano no hay cuerpo de mujer que se resista. Vamos, ni la Sara. Vaya chasis el suyo, con esas tetas redondas como manzanas y unos labios que me vuelven majara. Por ellos, por sus labios, estoy aqu¨ª.
-Nene, es f¨¢cil, lo has hecho otras veces. Unas bolsitas m¨¢s, el saco entero, y somos ricos. Anda, capull¨ªn...
Fue sensacional, eso de capull¨ªn me lo dijo de una forma incre¨ªble.
-S¨ª, lo he hecho otras veces, pero es peligroso...
-Quien algo quiere algo, le cuesta -me dijo, apart¨¢ndose de m¨ª y d¨¢ndome a entender que era ella, su cuerpo, lo que val¨ªa un peine.
Y aqu¨ª estoy, tumbado bajo el asiento de la cabina del conductor de una furgoneta, al amparo de la oscuridad de los restantes camiones del almac¨¦n de c¨¢rnicas, esperando con paciencia estudiada el turno de ronda de uno de los vigilantes de guardia.
En la empresa estaban cabreados; por tres veces les hab¨ªa metido mano en saco ajeno. Estaban moscas, cambiaban de sitio la mercanc¨ªa y la sustracci¨®n segu¨ªa. Sab¨ªan que era alguien que trabajaba en el almac¨¦n, pero no se imaginaban que era yo. Ahora los vigilantes cuidaban del trapicheo.
"Imposible, jefe, el Nene no puede ser. Es muy cortito, ya me entiende, como muy gilipollas", le hab¨ªa o¨ªdo decir al encargado. Este mam¨®n se iba a enterar maflana qui¨¦n era el Nene. Ya me gustar¨ªa verle la cara cuando pasen los d¨ªas y no me vea entrar por la puerta. Lo que es mi espalda no descarga una cabra m¨¢s. Me llevo el saco entero. Pero, ?ejo!, Nene, que la guardia pretoriana est¨¢ al acecho. Tranquilo, me animo, es cuesti¨®n de tiempo.
El vigilante escudri?aba todas las dependencias de la nave escrupulosamente, pipa en mano, mientras sus compa?eros se ocupaban en registrar otros departamentos y ratificar la serenidad en el exterior del almac¨¦n. Despachos, lavabos, armarios roperos de los empleados, la sala de despiece -toca madera, Nene-, las cabinas de los veh¨ªculos e incluso las c¨¢maras de congelaci¨®n eran revisadas con minuciosidad profesional. Estos gordas hacen su trabajo con un ansia digna de encomio. Cuando pienso lo contentos que se pondr¨ªan en caso de pescarme, un escalofr¨ªo me atraviesa la espina dorsal. De verdad que me dan pena, olfatean por cuatro perras. Soy la leche, jug¨¢ndome la salud y me pongo tierno..
Desde mi improvisada cama oigo las puertas de los camiones cerrarse con estr¨¦pito. Oigo tambi¨¦n los pasos del vigilante que se acerca, pesadas piernas que llegan hasta mi escondite. Abre la puerta delantera, echa un vistazo, oliendo como un perro de caza, y da un portazo que a duras penas puede soportar mi delicado t¨ªmpano. No es muy fino el t¨ªo. Todo esto ha sucedido en cinco segundos. Miro el reloj: son las 22.30. Dos¨ªfico una exhalaci¨®n de aire prolongado. Para qu¨¦ negarlo, llevo un gi?e encima que no me aclaro. Y todo por esa boquita de pi?¨®n, con sus manzanitas correspondientes, claro. Sonr¨ªo. Mientras espero que llegue la hora me recreo con la figura de Sara. La pobre debe estar sufriendo como una Magdalena, aguard¨¢ndome fuera, dispuesta para la gran escapada cuando yo salga. Y con el saco entero. Nada de unas bolsitas, se acab¨® la miseria. Ambici¨®n, Nene -me digo-, que aqu¨ª el que no corre vuela. Pues eso.
Me caen gotas como melones. Entre el hueco del asiento, estrecho, y la tensi¨®n que me atenaza tengo la piel con humedad relativa. Con algunas dificultades, l¨®gicas por otra parte, me paso el pa?uelo por la cara y el cuello. Pero estoy contento, todo va saliendo a la perfecci¨®n. Lo de Sara es cerebro puro: ella pone la cabeza y yo expongo la salud. Lo importante, digo yo, es conjuntarlo, sincronizar el motor ideal. Bueno, arranco. Coraje, Nene. Me dispongo a salir. Primero saco una pierna, la derecha, hay que empezar con buen pie; luego la otra, seguido de medio cuerpo de cintura para arriba. Desalojo de debajo del -asiento el trozo de carne que falta y miro porla ventana de la furgoneta. De nuevo oigo pasos, pero no veo nada. Los otros camiones me tapan la visi¨®n. Alguien llama a la puerta del almac¨¦n. Insiste.
-?Ya va, co?o! -dice una voz desde el fondo del almac¨¦n.
Con rapidez vuelvo a mi posici¨®n anterior y me quedo quieto como un fiambre. Deben ser los vig¨ªlantes de fuera, un par de pollos de los que no me acordaba.
-Sin novedad -dice uno de los que entra.
-?Lo hab¨¦is mirado bien?
-Hemos dado la vuelta dos veces. ?Y aqu¨ª dentro qu¨¦?
-Todo en orden.
-Vamos a echar un trago.
-Nada de prive. El jefe no quiere que bebamos.
-S¨®lo un traguito, Daniel; corre un fresquito...
-Hasta dentro de una hora no hacemos ronda -apoya la moci¨®n eltercero.
-Vamos a la oficina -concluye el capo.
Se van. Asomo la cabeza por la ventana y les veo marchar. Uno de ellos empina el codo con una petaca que se ha sacado de la americana y despu¨¦s la pasa al compa?ero. Son tres fulanos como tres torres. Tres bestias husmeando el premio. Tengo las manos sudadas. Si es que soy un negado, un polloso de coj¨®n de mico; s¨®lo a m¨ª se me ocurre mangar coca por entregas. Ni que fuera un serial. Mi Sara ya me lo dec¨ªa: "O tiras del saco o no salimos de la miseria". Si le hubiera hecho caso a la primera ahora estar¨ªamos en Brasil, meti¨¦ndonos mejunje del serio entre pecho y espalda.
No te dejes llevar por la fantas¨ªa, Nene -me aviso- Est¨¢s aqu¨ª, algo nervioso, de acuerdo, pero con la t¨®mbola a unos metros. Temple, mucho temple y a mandar de la situaci¨®n; eso lo primero, antes de ir directo al saco, no sea cosa que, a causa del gi?e, hagas la chapuza del a?o.
Salgo de la furgoneta de puntillas, estilo Nureyev, y junto la puerta con extrema precauci¨®n. Miro el reloj: dispongo de una hora para realizar el saqueo. Con lentitud me dirijo a la c¨¢mara de refrigeraci¨®n. Llego con el tiempo calculado. Antes de darle a la manivela que abre la puerta me cercioro del silencio existente: ni una mosca, y los gordas, enjaulados, en la parte de atr¨¢s del almac¨¦n, donde las oficinas. Sin prisas, pero con mano de ¨¢ngel, le doy una vuelta completa a la manivela, que emite un chirrido inoportuno. Que raro, esta ma?ana le di una manita de aceite. Se abre.
Corderos en canal est¨¢n alineados por filas en perfecto orden. Uno a uno los voy inspeccionando en su interior, fr¨ªas entra?as que guardan el polvo m¨¢gico. Me recorro todas las hileras. Nada que expropiar. Estos mangantes se han ido con su polvo a otra parte. A pensar, Nene, pero de prisa, que el clima aprieta: el term¨®metro de la c¨¢mara marca cuatro grados sobre cero. Me quedan 45 minutos. Ojeo los corderos con cierta ira. ?D¨®nde habr¨¢n escondido la coca¨ªna? Si han puesto vigilantes es que la tienen aqu¨ª. En la oficina no puede estar, entra y sale demasiada gente. Adem¨¢s las bolsitas no caben en los archivadores, y menos a¨²n
en los libros de contabilidad, con eso del IVA. En los camiones tampoco; se pasan el d¨ªa por la carretera, y no creo que se expongan a que alguno de los conductores se d¨¦ cuenta del transporte y acelere en direcci¨®n a Marruecos. ?Y dale con el fresquito! Me salgo sin poder evitar la sensaci¨®n de un jolgorio general por parte de la manada.
En el pasillo me da un ataque de lucidez: la c¨¢mara de congelaci¨®n. Se han pasado la tarde metiendo barriles en la c¨¢mara. Rec¨®ndito sitio, s¨ª se?or; pero el riego sangu¨ªneo me funciona, bombea que es un gusto. Con un par de zancadas me planto delante de la manivela correspondiente. Vuelta entera y se abre la gran puerta met¨¢lica. Sin chirrido. Ahora que me acuerdo, la manita de aceite se la di a ¨¦sta. Previo al paso entrante observo con atenci¨®n que el pasillo y la salida contin¨²an despejados. Todo a punto.
Extra?amente, la temperatura de la c¨¢mara es oto?al. Nada que objetar al clima, exceptuando un ligero tufo de mal ambiente. La habitaci¨®n est¨¢ llena de barriles de madera. Con la mano golpeo un tonel de arriba abajo y compruebo que el sonido de la parte inferior es diferente, m¨¢s ac¨²stico. Le levanto la tapa, y aparecen ante m¨ª tripas y v¨ªsceras de animales neol¨ªticos, el efluvio de los cuales agrede mi nariz. Intento apartar la cabeza, pero llego tarde. Vomito hasta los primeros turrones dentro del barril Me lloran los o os, y la repulsi¨®n que siento ancla en mi p¨¢ncreas, que parece moverse. ?Dios, c¨®mo huele esto! Y qu¨¦ mal aspecto tiene. No me gusta. Noto de nuevo s¨ªntomas de v¨®mito, un peque?o mareo que me desconcierta. Me enfado. Le pego una patada al tonel, que cae esparciendo el contenido por el suelo. Con el paladar amargo vac¨ªo el recipiente de tripas y v¨ªsceras que a¨²n le quedan y mis u?as rascan lo que parece otra tapa. No tengo ni un asomo de duda: se trata de un doble fondo. Al parecer, la empresa ha descubierto agua en el Mediterr¨¢neo: barriles con estante oculto. En el de ab2do esconden la coca¨ªna, arriba v¨ªsceras en mal estado, y despistan de esta forma a los chuchos de la bof¨ªa. Se han cubierto de gloria; este truco est¨¢ m¨¢s sobado que el manto de la Virgen del Pilar. Vete a saber si no intentaban desorientarme a m¨ª. ?Pandilla de mediocres! Meto la pierna dentro del barril y descargo la fuerza de mi peso contra la tapa del secreto. Cruje como una granada verde, las fisuras dejan ver peque?as bolsas de color blanco. Todo un espect¨¢culo en cinemascope. Levanto la cabeza y paseo la mirada por toda la c¨¢mara. Hay por lo menos 50 toneles, pero s¨®lo dispongo de un saco de pl¨¢stico, que despliego, y lanzo bolsitas dentro como si le echara claveles. Me dan ganas de cantar. ?Qu¨¦ gozada! G¨¦nero de calidad, sin adulterar, fino como una brisa veraniega. Bueno, Nene, hay que celebrar el descubrimiento. Raya al canto, y esnifo. Vaselina para el cerebro, vitamina seria para seguir funcionando. Concluido y a por otro barril. El segundova repleto de h¨ªgados de cerdos con problemas de cirrosis. Esto parece la carta de un restaurante de cafres. Menos mal que no soy vegetariano; de lo contrario no hubiera puesto la mano ni con guantes de aluminio. Repito la misma operaci¨®n: patada al tonel, suave, y bolsitas al saco, que va adquiriendo un color inmaculado. Aqu¨ª hay para cargar un TIR, pero yo ya tengo suficiente con las tres cuartas partes del saco. Miro el reloj: la pe?a de gorilas no tardar¨¢ en iniciar la ronda de paseo. Recurro al t¨®pico: que la ambici¨®n no me rompa mi pl¨¢stico. Lo sopeso. Me largo.
Apago las luces y, con esmero, cierro las puertas de las dos c¨¢maras. Despego presto hacia la salida con la impresi¨®n de que soy Pap¨¢ Noel. Es, en definitiva, un gran regalo que se tiene que agradecer. Dejo un momento la mercanc¨ªa en tierra, me giro de cara al pasillo y, con un elocuente gesto de despedida, cruzo los brazos y env¨ªo a los gorilas una media butifarra. Se acab¨® la carga y descarga de cabras lisiadas. A vivir. Como voy bien arropado apenas noto la humedad de la calle. Echo a correr, sin desespero, pero avivando el paso. Sara me espera en la esquina con el motor encendido. Subo al coche jadeando, sudoroso y fatigado, pero con el polvo a cuestas.
-Sa... Sara, traigo el saco.
-?Entero?
-No... no, tres cuartos.
-?Imb¨¦cil! Te dije entero. No tienes ambici¨®n. Nunca llegar¨¢s a ninguna parte. Eres un mierioso.
-Mujer...
Quise explic¨¢rselo, pero no me dio tiempo. Su mano derecha me hundi¨® una navaja en el est¨®mago, al tiempo que me tir¨® del coche como quien tira una colilla. Desde el suelo la vi alejarse; con ella se iba tambi¨¦n mi coca y mis manzanitas. Lo m¨¢s lamentable del hecho es que el mamonazo del encargado ten¨ªa raz¨®n. Nene, eres un gilipollas -me dije-, mientras con las manos sujetaba el mango de la navaja. Era de n¨¢car.
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