La mano blanca
Aunque muchos los desprecian, tratar de matices es una cosa dif¨ªcil. Y, sin embargo, son lo ¨²nico que importa, matices, detalles exactos. Stendhal llamaba hipocres¨ªa a escribir corcel por caballo. Seguramente exageraba, pero en la exageraci¨®n no s¨®lo est¨¢ el esp¨ªritu de una ¨¦poca, sino el alma de un hombre. Parad¨®jicamente, todo lo que no est¨¢ formado por aristas ni tiene un gran car¨¢cter y temperamento se lo lleva el tiempo. Por eso, conforme a la lecci¨®n de Stendhal, yo me cuidar¨ªa muy mucho de escribir alguna vez la palabra corcel. Tal vez fueron prejuicios, man¨ªas de un solitario. Aunque lo m¨¢s razonable es recordar que s¨ª algo no soportaba aquel hombre errabundo fue la afectaci¨®n.Algunos, la afectaci¨®n la van a buscar lejos, pero la que tienen al lado no la detectan. Siempre sorprende, por ejemplo, esa tenacidad c¨®mica que se ve en quienes apean a los santos del tratamiento. Es algo a lo que le tienen afici¨®n los curas que se averg¨¹enzan secretamente de serlo y los que no lo son por un milagro. Seguramente piensan que leer el C¨¢ntico espiritual o Las moradas tiene una bula especial. De esa manera cada vez que se refieren a sus autores hablan de Juan y de Teresa, como si fueran primos. Me recuerdan ese tipo de personajes crispantes que siempre que pueden, y sin venir a cuento, meten en la conversaci¨®n, sustituy¨¦ndole los apellidos, el nombre de pila de alguna celebridad del momento. Lo hacen para darse pisto y tono, pero en realidad lo m¨¢s probable es que a esa celebridad la conozcan accidentalmente, o de los lejanos tiempos de un colegio com¨²n.
?stos son detalles m¨ªnimos, pero llevan el tiro largo. Porque el que empieza quitando t¨ªtulos, luego quiere la guillotina. Empieza democratizando el escalaf¨®n celestial y termina convencido de que los ¨¦xtasis y experiencias m¨ªsticas de estos mismos santos no son m¨¢s que versiones de lo sexual y cap¨ªtulos de la l¨ªbido.
Al principio, yo en estos razonamientos, si se pueden llamar, ve¨ªa candorosas inclinaciones particulares o limitaciones de retorcido, pero luego no. En todo ello se respira el tufo graso de la pedanter¨ªa y el engallamiento del petulante. Se conoce que algunos conf¨ªan que a escribir la Noche oscura del alma se puede llegar tambi¨¦n por el atajo de una se?orita estupenda, en Par¨ªs, y con una suculenta asignaci¨®n del Gobierno. Sin afectaci¨®n no hay prejuicios, sin prejuicios no hay leyenda y sin leyenda es impensable bandearse. El que tiene una leyenda llega lejos. Por eso, cuando se dice que el arte de hoy es tan mit¨®mano no se est¨¢ apuntando sino que es un arte afectado y prejuicioso.
En este siglo alguien con una vida nocturna intensa est¨¢ bien, pero para el que lleva una existencia rutinaria y met¨®dica y a las once de la noche se recoge en su casa las cosas se le presentan feas. Del alcohol salen muchas leyendas, pero del consom¨¦ poca cosa, siempre gris y sin inter¨¦s para rutilar en el sal¨®n y en la historia.
A un canalla que venda armas en Abisinia se le ve con simpat¨ªa, pero al que tiene un jard¨ªn con flores y parterres que ¨¦l mismo cuida se le cree un hombre acabado. Para muchos, la perfecci¨®n y la virtud significan aburrimiento y tedio. Por eso creen religiosamente que los ¨¦xtasis de santa Teresa s¨®lo pueden interesar a la modernidad si se les explica desde un punto de vista l¨²brico y oscuro. Resulta dif¨ªcil
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La mano blanca
Viene de la p¨¢gina 9 imaginar que mediante el rezo del santo rosario alguien puede alcanzar la perfecci¨®n y la verdad, pero ser¨ªa de fan¨¢ticos negar esa posibilidad. Y el ¨²nico fanatismo equiparable al religioso es el fanatismo del ateo, del positivista, del cient¨ªfico.
Hace unos a?os menudearon en la poes¨ªa espa?ola ese tipo de poemas cuyo t¨ªtulo podr¨ªa ser, m¨¢s o menos, de esta manera: "Scott Fitzgerald bebe, solitario, un whisky en el bar de un hotel de Manhattan". La verdad, yo encuentro que si s¨®lo es eso, lo mismo se podr¨ªa hacer otro poema que empezara as¨ª: "San Mart¨ªn de Porres se aplica una tanda de disciplinas en su celda sombr¨ªa de Lima". Ex¨®ticos son los dos. Yo veo que la biografia es lo ¨²nico que le importa al arte de este tiempo. Las biografias, las situaciones, los pa¨ªses. Los grupos, las fechas, los estilos.
Es mucho el envoltorio. Un cuadro churretoso en un arrabal del Rastro no vale nada, pero colgado en una galer¨ªa de pintura transvanguardista son unos miles de duros, entrevistas a su autor en la televisi¨®n y movimiento de ¨®rdago.
La palabra de moda hoy es divertido. Todo lo que no sea divertido est¨¢ condenado al fracaso. La arquitectura, la m¨²sica, la pintura aspiran, como al mayor de los elogios, a que se las juzgue divertidas. Supongo que ¨¦sa es la raz¨®n de pensar que la francachela y la juerga son los medios id¨®neos para un artista de ahora, que se pasa m¨¢s tiempo de cenas y bailongos que en su estudio.
Yo creo que esa manera de ver las cosas entr¨® con la bohemia, las golfas y el ajenjo en el Par¨ªs de Luis Felipe. Imaginar que el arte s¨®lo era arte si le pegaba a uno la s¨ªfilis estaba bien para una sociedad llena de se?oronas repugnantes que ol¨ªan a misal berzas cocidas y gatos cebones. Ahora, creerlo 100 a?os despues, es tronchante.
Hoy nadie piensa, sin embargo, en el siglo XIX. Nuestro siglo XIX ,son los a?os veinte. Por no s¨¦ sabe qu¨¦ teor¨ªa del aquilatamiento, el que sigue la moda de las vanguardias es m¨¢s moderno que nadie. Pero si uno se retrae en el tiempo unos 30 afflos antes es un hombre sin porvenir, un pobre iluso.
Porque la cuesti¨®n primordial es ser moderno. Conforme al comportamiento del p¨¦ndulo, despu¨¦s de un dilatado per¨ªodo rom¨¢ntico en el que los artistas quer¨ªan expresarse en la lengua de los ¨¢ngeles, aunque fueran luciferinos como en Baudelaire, hemos visto que los artistas de este siglo se conforman con un lenguaje de perros. Algunos consideran de buena fe que los cocodrilos de la pintura de ahora o los ruidos en la m¨²sica est¨¢n mal, pero que vanguardistas como Picasso y Weber est¨¢n bien, pero lo cierto es que de aquellos polvos, estos Iodos.
Los arquitectos que han estado defendiendo toda la vida el racionalismo y la Bauhaus cada vez se dan m¨¢s prisa en comprarse un piso decimon¨®nico en los enclaves viejos de las ciudades. Todos hablan de Vel¨¢zquez, pero hacen las cosas como ese Duchamp, que se cre¨ªa Leonardo por pintarle bigotes a la Gioconda, lo cual no es ni una provocaci¨®n ni una gamberrada, sino cosa de tonto de pueblo. A los m¨²sicos se les llena la boca de Mozart, pero sus conciertos se escuchan porque tienen la picard¨ªa de programarlos entre Beethoven y Brahms. A esta manera de ser modernos se le podr¨ªa llamar muy bien hipocres¨ªa. Ya no estamos siquiera hablando de corcel. Hemos pasado al alaz¨¢n.
Fueron los ¨²ltimos rom¨¢nticos los que lanzaron a los aires de Europa el grito de ?Viva la bagatela! contra los cors¨¦s acad¨¦micos. Hoy todo el mundo se considera a s¨ª mismo liberal y tolerante en materia art¨ªstica, pero esto es falso. El que no termina bajando la testuz, como el manso buey, ante la academia de las vanguardias es borrado de toda la combinaci¨®n social. Todo es muy divertido, pero a la hora del arte nadie hay que vuelva a repetir el viejo alarido de combate: ?Viva la bagatelal
Es hermoso ser viejo
Sin embargo, qu¨¦ poco apetece dar al viento ning¨²n grito. Los gritos son cosa de juventud. El arte de hoy, y sus dictados, asuntos juveniles. Todo est¨¢ en manos de los j¨®venes. Cuando uno lo ve, le entran ganas a uno de ser viejo y vivir la vida sin entusiasmo, sin tener que ver ni que mezclarse. Algo moderno dura hoy, en el mejor de los casos, 10 a?os. Luego pasa y se olvida. Por eso, la ¨²nica manera de estar al d¨ªa hoy es ser de hace 100 a?os. Lo que pasa ahora se olvida. Lo que pas¨®, ya se olvid¨®. Una eternidad 100 a?os m¨¢s vieja. ?sa es la ventaja.
Pero hay muchos que esto no lo ven as¨ª y, m¨¢s cucos, les parece que la historia siempre tiene raz¨®n, como una coctelera. Por eso defienden que pintar delictivamente hace 50 a?os, como lo hac¨ªa Picabia, estaba muy bien, pero que hacer lo mismo ahora ser¨ªa de est¨²pidos. Lo que se nota aqu¨ª es que las obras importan poco. Son m¨¢s los nombres, las fechas y los datos.
Sin embargo, en el ambiente hay un gran entusiasmo por todo lo que ocurre, lo cual es misterioso. Puede que sea cierto que Espa?a est¨¢ de moda porque una pel¨ªcula suya de una mediocridad paralizante gan¨® un oscar. Puede que haya alg¨²n negro muniqu¨¦s que crea que Madrid es Hollywood. Tal vez es posible que los pintores vean el panorama local con gran optimsimo porque sus exposiciones arrancaron tres l¨ªneas a The New York Times. Entra dentro de lo probable. Pero todos esos malentendidos, como las burbujas del champa?a, producen una loca euforia. ?Y qui¨¦n le dice a un borracho que su aliento huele a rayos?
Los artistas contempor¨¢neos, como los planes quinquenales, no tienen ning¨²n empaque en cambiar de estilo cada cinco a?os. Est¨¢n convencidos de que hacen en cada momento lo que tienen que hacer. Los historiadores tambi¨¦n creen que la historia nunca se equivoca. Pero eso es absurdo. La historia no es m¨¢s que una sucesi¨®n de desprop¨®sitos. Si a m¨ª me hubieran dado a elegir no hubiera nacido probablemente en este pa¨ªs ni en esta ¨¦poca ni con todas mis limitaciones. Ser¨ªa est¨²pico creer que los defectos de uno son virtudes, o no son del todo defectos, porque son de uno. En cambio hay muchos que por el hecho de haber nacido en este tiempo se creen en la obligaci¨®n de ir apa?ando todo el gigantesco galimat¨ªas del arte y de la literatura. Resulta una mortificaci¨®n que no comprendo.
La confusi¨®n nace en querer ser actual y superar a lo anterior. Los modernos confunden lo actual con lo contempor¨¢neo. Uno, desgraciadamente, no elige a sus contempor¨¢neos, pero s¨ª puede decidir qu¨¦ es lo actual o no. Sabemos que Miguel ?ngel corr¨ªa al puerto de Ostia cada vez que o¨ªa que una nave iba a desembarcar un cargamento de estatuas antiguas y restos del pasado. A menudo los compraba, se los llevaba a Roma y los copiaba. ?l, que ¨²nicamente quer¨ªa ser un hombre de su tiempo, s¨®lo pensaba que ser actual era parecerse a un griego.
Los artistas de hoy, casi todos autodidactas, s¨®lo quieren parecerse a s¨ª mismos. S¨®lo les preocupa estar a la ¨²ltima, decir la ¨²ltima palabra. Algunos creen que los vanguardistas estaban en lo cierto, pero que sus seguidores les han hecho da?o. No veo el porqu¨¦ a ese razonamiento. Del Mazo, el yerno de Vel¨¢zquez, de su mismo taller, tiene cuadros de una gran belleza. El parecerse, como en todo, depende del qu¨¦ y del qui¨¦n. Lo m¨¢s excelente que se llega a o¨ªr de una obra actual es que no se le parece a nada, y de un artista, que no se parece a nadie. Yo creo que tiene que ver con la teor¨ªa cubista de Freud de matar al padre. En ese aspecto, este siglo se parece a una gran inclusa.
Seg¨²n algunos dicen, parece que hay s¨ªntomas de que las cosas cambiar¨¢n, que olvidaremos la pesadilla de este siglo y que volver¨¢n las cosas al curso interrumpido en el siglo XIX. Algunos ven los s¨ªntomas, pero las cosas seguir¨¢n como estaban. A gran parte de la poblaci¨®n, los cuadros de Picasso le podr¨¢n parecer lo que sea, pero no se va a descolgar ni uno solo de los museos. Nadie leer¨¢ el Ulises, de Joyce, pero cada a?o se publicar¨¢n sobre ¨¦l otros 100 vol¨²menes. Al escuchar la m¨²sica estridente, apagaremos la radio, pero seguir¨¢n estrenando. Los teatros se quedar¨¢n vac¨ªos, pero seguir¨¢ habiendo 100.000 actores con la andorga llena.
Hay un fen¨®meno en la bolsa que se conoce con el nombre de la mano blanca. Cuando las acciones bajan de manera ostensible, para que no cunda el p¨¢nico y el caos, una mano blanca, el Estado, interviene y compra el papel a la venta, restableciendo as¨ª de nuevo el equilibrio. En el arte y la cultura han empezado a venderse las acciones. Pero no es alarmante. Entre nosotros est¨¢ la mano blanca. Con el dinero blanco se financian proyectos, hay m¨¢s premios de ministerios, de comunidades aut¨®nomas, de diputaciones, de ayuntamientos que obras. Lo que no comprar¨ªa ni un mecenas exc¨¦ntrico lo compra la mano blanca. Hay m¨¢s premios nacionales, de la cr¨ªtica, del gusto, de la nueva cr¨ªtica, de la cr¨ªtica vieja, Cervantes, Quevedos, Pr¨ªncipes, Manriques que premiados. Se premia la obra novel y la del viejo. P¨®stumas y nonatas. Se premia toda una obra, toda una vida, toda una muerte.
Por su parte, entre los autores no hay un poeta malo al que no se le cite en tres antolog¨ªas; ni pintor que no pueda enarbolar una docena de cr¨ªticas definitivas, elogiosas; ni m¨²sico al que no haya interpretado una orquesta nacional, regional, provincial o una banda de Valencia; ni arquitecto que no haya restaurado una iglesia o un palacete. Los autores siembran, la mano blanca recolecta. Pero el que siembra vientos recoge tempestades.
Algunos seguramente querr¨ªan que el que pensara as¨ª fuera un desplazado, alguien con amargura. Pero como no lo es, no saben a qu¨¦ atenerse. Ya nadie considera que los juicios sobre arte y literatura se dividen en reaccionarios y revolucionarios. Eso estaba bien para Breton, que era un estajanovista. Uno, en cambio, s¨®lo tiene la esperanza de que la vida no es esa mala pel¨ªcula en la que los artistas de ahora sue?an poner la palabra fin. ?Qu¨¦ egotismo tan chusco! La vida nunca tiene desenlace, es una sucesi¨®n y, adem¨¢s, casi nunca importa nada.
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