Sobre la amenaza militar
Cualquier opci¨®n defensiva de un pa¨ªs toma cuerpo en torno a una o varias amenazas a la seguridad del Estado. De la percepci¨®n por la sociedad del grado de peligrosidad de esas amenazas depende, en gran parte, el respaldo social suscitado por la pol¨ªtica de defensa y la aceptaci¨®n de las molestias y dispendios que ¨¦sta necesariamente implica.Parece ser que, cuando los que adoptan las decisiones pol¨ªticas no perciben las amenazas del mismo modo que la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, el instrumento defensivo por aqu¨¦llos establecido ha de ser impuesto a la sociedad por el Estado, y en tal caso suele ser peque?o el grado de cooperaci¨®n voluntaria de los ciudadanos a la defensa. Cabe entonces recurrir a la coacci¨®n o a la propaganda, pero aun as¨ª, la forzosa participaci¨®n obtenida por estos medios resulta sujeta a muchas eventualidades y, a veces, no es del todo fiable en los casos extremos.
Por esta raz¨®n, en una sociedad democr¨¢tica la definici¨®n de la amenaza no deber¨ªa quedar confinada al ¨¢mbito de los analistas oficiales del Estado, civiles o militares, sino que convendr¨ªa desarrollarla con participaci¨®n de la poblaci¨®n. Aun reconociendo las limitaciones propias de cualquier ejemplo, no parece dificil convenir en que el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico, percibido como amenaza -y recibido como tal por gran parte del pueblo checoslovaco, en agosto de 1968, era considerado por un sector de la clase dirigente como el aliado que le permitir¨ªa volver a tomar las riendas de una situaci¨®n que se le iba de las manos. Por otro lado, todo parece indicar que hoy, para una mayor¨ªa del pueblo nicarag¨¹ense y para sus gobernantes, existe coincidencia al apreciar cu¨¢l es la amenaza militar que han de afrontar. En el primer caso, el sistema defensivo no actu¨® y el aliado hegem¨®nico impuso su voluntad por la fuerza. En el segundo, y mientras no var¨ªen algunas circunstancias, la resistencia nacional de un pueblo cohesionado le permite seguir siendo due?o de sus destinos, incluso ante una enorme desventaja material. Pero no es preciso buscar ejemplos en el extranjero. El pueblo espa?ol percibi¨® bien en 1808 qui¨¦n era su enemigo, y espont¨¢neamente adopt¨® uno de los primeros sistemas de defensa popular generalizada que conoce la historia. Sin embargo, pocos a?os despu¨¦s -en 1823- ese mismo pueblo se dej¨® mansamente invadir por el Ej¨¦rcito franc¨¦s de la internacional absolutista, que forz¨® un cambio en la orientaci¨®n pol¨ªtica de Espa?a sin que el mecanismo de defensa entrara en acci¨®n para oponerse. En ambos casos fue distinta la percepci¨®n popular de la amenaza militar, y distinta tambi¨¦n a la de las elites gobernantes.
Desde el fin de la II Guerra Mundial, y salvo los incidentes de la forzada descolonizaci¨®n africana, Espa?a ha carecido de enemigo militar exterior. Conviene notar que el maquis de 1943-1952 era realmente un enemigo interior del r¨¦gimen pol¨ªtico, residuo de.la guerra civil.
?Cu¨¢l es la actual percepci¨®n de las amenazas militares?
Puede afirmarse, sin temor a errar ostensiblemente, que la mayor parte de la sociedad espa?ola reconoce que existe, sobre todo, una amenaza originada por nuestra geografia pol¨ªtica: la con-
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servaci¨®n de los territorios norteafricanos puede provocar un conflicto militar con Marruecos, que los reivindica. Este pa¨ªs podr¨ªa asumir la iniciativa eligiendo el modo y el momento de materializar su reivindicaci¨®n.
Aparte de ¨¦sta, ?se perciben otras amenazas militares concretas?
Los disparos que recibi¨® una patrullera de la Armada en aguas saharianas no suponen mayor amenaza que el anterior ametrallamiento de pesqueros espa?oles en aguas francesas o portuguesas, y constituyen principalmente acciones policiales de defensa de los propios recursos, no acciones de guerra.
La amenaza de las fuerzas del Pacto de Varsovia, esto es, la imagen de los carros sovi¨¦ticos alcanzando el Pirineo, o sus unidades aerotransportadas descendiendo, por ejemplo, en el valle del Ebro, no parece tener mayor verosimilitud, para el conjunto de la sociedad espa?ola, que una intervenci¨®n de fuerzas norteamericanas para proteger a los ciudadanos o los intereses de EE UU en territorio espa?ol. Ni una ni otra constituyen, de momento, amenazas peligrosas para el pueblo espa?ol.
?Puede deducirse de todo esto que Espa?a apenas tiene hoy enemigos militares? Ciertamente cabe hacerlo, sobre todo si la pol¨ªtica exterior -como sucede ahora- carece de componentes intervencionistas en otros Estados o regiones del globo.
Conviene advertir, por otra parte, que es peligroso confundir amenaza militar con situaci¨®n geoestrat¨¦gica, y con los posibles riesgos que ¨¦sta implica, defecto en el que se incurre con frecuencia. La primera expresi¨®n designa un posible enemigo concreto, cuyos intereses se conocen y del que no es dif¨ªcil anticipar las intenciones. Por el contrario, una situaci¨®n geoestrat¨¦gica puede o no hacer aparecer nuevas amenazas, lo que depende de valoraciones ajenas y casi imposibles de predecir. Y lo que es peor: sobre este concepto se suelen construir complejas lucubraciones estrat¨¦gicas y deslumbrantes edificios argumentativos, no siempre conformes con la realidad e inteligibles s¨®lo para un grupo minoritario de elites dirigentes. Todav¨ªa m¨¢s: a veces, tales disquisiciones te¨®ricas sirven principalmente para que cada ej¨¦rcito intente obtener mayores recursos o medios m¨¢s perfeccionados, en competencia con los dem¨¢s, como ocurri¨® en los a?os cincuenta entre el Ej¨¦rcito y la Fuerza A¨¦rea de EE UU. Por el contrario, sobre las amenazas militares puede opinar con bastante acierto la sociedad entera, pues las percibe bien a nada que disponga de los datos y hechos imprescindibles. No es, pues, aventurado afirmar que la amenaza militar que se cierne hoy sobre Espa?a es relativamente peque?a, est¨¢ bien localizada, puede -y debe- afrontarse inicial y preferentemente con medidas pol¨ªticas, y como pol¨ªticas, anticipadas, y no constituye preocupaci¨®n dominante para la sociedad espa?ola.
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