Lejos del Frente Popular
El 16 de febrero de 1936, la izquierda recuper¨® fugazmente el poder perdido en septiembre de 1933. Los vencedores eran los mismos hombres del primer bienio republicano y por eso no ha de extra?ar que Manuel Aza?a, al inaugurarse las nuevas Cortes, cediera a la tentaci¨®n de subrayar los rasgos de continuidad con las constituyentes de 1931. Para su fortuna, estaban ausentes Lerroux y la masa encef¨¢lica (el grupo al servicio de la Rep¨²blica) y hab¨ªa como novedad 17 comunistas.En realidad, todo era diferente. La campa?a electoral hab¨ªa estado marcada por una profunda divisi¨®n del pa¨ªs y si la victoria del Frente Popular fue celebrada con la ¨²ltima de las explosiones de entusiasmo inauguradas el 14 de abril, la movilizaci¨®n de masas ten¨ªa en esta ocasi¨®n un objetivo muy concreto, evocador del pasado inmediato: la liberaci¨®n de los presos encarcelados tras octubre de 1934. Y en la sombra se o¨ªa ruido de sables. El general Franco, jefe del Estado Mayor Central, trat¨® de forzar la proclamaci¨®n del estado de guerra en un conato de pronunciamiento tendente a anular el resultado de las elecciones.
El Frente Popular espa?ol se sit¨²a as¨ª en una encrucijada entre la recuperaci¨®n de la izquierda tras la citada derrota de octubre y la conspiraci¨®n de pol¨ªticos derechistas y militares para destruir la Rep¨²blica. Las tensiones de la primavera de 1936, con la impotencia del Gobierno republicano para dominar la situaci¨®n, las conspiraciones y atentados, y la movilizaci¨®n de las organizaciones obreras dan lugar a lo que Claud¨ªn ha calificado acertadamente de triple poder, cuyo precipitado hist¨®rico ser¨ªa bien claro al producirse el levantamiento militar del 18 de julio. En ese momento, la disoluci¨®n del poder gubernativo se ve compensada por una respuesta popular singularmente heroica, que constituye un hecho excepcional en la historia de nuestro siglo. El pronunciamiento como tal fracasa, aun cuando el precio pagado por ello sea una guerra civil.
La tragedia enmarca de este modo el principio y el fin del Frente Popular en Espa?a. En tiempo de guerra fue fr¨¢gil y antes el observador puede preguntarse si existi¨® en cuanto tal, m¨¢s all¨¢ de la coalici¨®n electoral hecha necesaria para derrotar a la derecha y conseguir la amnist¨ªa. Pesaban en exceso los traumas del bienio negro, la frustrada colaboraci¨®n republicano- socialista de 1931-1933 y los factores arcaizantes de la pol¨ªtica y la sociedad espa?olas, borrando la divisoria entre reacci¨®n y fascismo.
As¨ª que, de entrada, los enfoques pol¨ªticos que contribuyeron a la forja del Frente Popular espa?ol fueron muy distantes entre s¨ª. Para los republicanos, como Aza?a, Mart¨ªnez Barrio o S¨¢nchez Rom¨¢n, e incluso para socialistas como Prieto, se trataba de reanudar la historia interrumpida del primer bienio, de recuperar la Rep¨²blica del 14 de abril. Para los comunistas, en tanto que organizaci¨®n, de poner en pr¨¢ctica la t¨¢ctica frentepopulista lanzada por su Internacional, contando con aglutinar en torno suyo a las fuerzas obreras. Para sindicalistas y comunistas heterodoxos del POUM, de no perder el tren de un reagrupamiento cuyo valor pol¨ªtico rechazaban. Y para el grueso de los trabajadores, y entre ellos el PSOE, UGT y las Juventudes Socialistas, de recuperar a toda costa la normalidad truncada por la derrota de octubre. Es cierto que en el fondo de la sociedad civil lat¨ªa a lo largo de 1935 una intensa presi¨®n unitaria de las capas populares, basada en gran parte en la sensibilidad ante los miles de presos y el retroceso de las libertades. De ah¨ª surgir¨¢ la bola de nieve de que habla Aza?a pensando en la campa?a electoral. No podr¨¢ emerger, en cambio, la cohesi¨®n, dada la heterogeneidad de los objetivos. Aun antes de gobernar en solitario, los republicanos de izquierda conseguir¨¢n imponer su ley en el pacto electoral, rechazando expl¨ªcitamente las reformas de estructura: la nacionalizaci¨®n de la banca, de la tierra, el control obrero, incluso el subsidio de paro. Los partidos obreros tuvieron que ceder en todo con tal de lograr la amnist¨ªa.
Es lo que distigue al Frente Popular espa?ol del franc¨¦s, gestado asimismo entre 1934 y 1936. Ambos coinciden en la capacidad de movilizaci¨®n popular y obrera, en la aguda sensibilidad ante el peligro fascista, en las tendencias a la unidad de acci¨®n entre partidos obreros y en la unificaci¨®n sindical. Pero en nuestro caso falta calado social, y por consiguiente capacidad transformadora y de articulaci¨®n de las fuerzas antifascistas a todos los niveles.
Ello no excluye la consideraci¨®n del Frente Popular espa?ol como una variante integrada en el movimiento de respuesta al fascismo en la Europa de los a?os treinta. Un movimiento complejo que reviste doble identidad, en cuanto proceso que afecta a sectores sociales diversos, al conjunto de la izquierda (y de modo singular a los intelectuales) y como definici¨®n estrat¨¦gica del comunismo.
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Desde este ¨¢ngulo, el Frente Popular representa un punto de inflexi¨®n decisivo en la historia del movimiento comunista. Aporta un cambio profundo, aunque incompleto, en muchas cosas: en la ¨®ptica con que se contemplan las perspectivas revolucionarias, en el acercamiento al obrerismo socialdem¨®crata y, a fin de cuentas, en la relaci¨®n entre comunismo y democracia. Las elaboraciones de la derecha comunista, tapadas en los a?os de clase contra clase, se despliegan ante la nueva situaci¨®n determinada por la subida de Hitler al poder. En la Alemania de 1933 el fracaso es de todos, socialdem¨®cratas y comunistas, y queda probada la insensatez de la teor¨ªa del socialfascismo. El fascismo de carne y hueso hace ver que la democracia es algo m¨¢s que una ilusi¨®n forjada por la burgues¨ªa para enmascarar su dictadura y que puede convertirse en patrimonio de los trabajadores, de las capas populares, para mantener en pie sus organizaciones y sus proyectos pol¨ªticos. No es casual que antes de que la Internacional Comunista de el paso del VII congreso (1935) cobre forma ante el fascismo la idea de un frente com¨²n, apoyado en una nueva lectura de los textos de Marx sobre la democracia y en las reflexiones de Engels sobre la revoluci¨®n de la mayor¨ªa. Es cierto que hasta el informe Dimitrov en el verano de 1935 la nueva estrategia no resulta formulada y que su fundamentaci¨®n tiene lugar en la sombra, a principios del mismo a?o, con el Curso sobre los adversarios, de Togliatti. Pero todo indica que la gestaci¨®n es anterior y est¨¢ en la base del aldabonazo dado por el Partido Comunista franc¨¦s en octubre de 1934 al traspasar las fronteras de clase y proponer al Partido Radical la alianza pol¨ªtica antifascista.
Los frentes populares no fueron, pues, un simple instrumento de la pol¨ªtica exterior de Stalin. Aunque los hallazgos de j¨®venes historiadores respecto a los or¨ªgenes de la estrategia frentepopulista en Espa?a confirmen el peso de la pol¨ªtica exterior sovi¨¦tica en cuanto marco que hace posible el viraje. Parece claro que si desde el primer momento la Prensa oficial de Mosc¨² insiste en calificar de popular y antifascista la insurrecci¨®n obrera de octubre de 1934, ello tiene mucho que ver con el deseo de no alarmar a las potencias democr¨¢ticas con el espectro de una nueva revoluci¨®n sovi¨¦tica a sus espaldas. Una posici¨®n seguida luego en la guerra civil.
La pol¨ªtica de Stalin hace as¨ª posible el lanzamiento de los frentes populares en Espa?a y Francia, pero no determina su contenido concreto. M¨¢s bien se constituir¨¢ muy pronto en factor de estrangulamiento, haciendo recaer el peso del repliegue interior -es el tiempo de los grandes procesos- sobre los planteamientos de unidad con el socialismo y la reivindicaci¨®n de la democracia. La historia de la pol¨ªtica comunista durante nuestra guerra civil, con el cruce de aportaciones decisivas en el terreno de organizaci¨®n de la resistencia y de pr¨¢cticas estalinistas en la relaci¨®n con otras organizaciones obreras, es la mejor ilustraci¨®n de ese debe y haber del frentepopulismo que a partir de 1945 se repite a¨²n con mayor alcance en la experiencia europea de las democracias populares.
S¨®lo a partir de 1956, y fundamentalmente en torno al Partido Comunista Italiano, regresa a escala ampliada la problem¨¢tica abierta con los frentes populares, esto es, la elaboraci¨®n de una estrategia de alianzas susceptible de conjugar, en el seno de la democracia, el freno a la reacci¨®n con el avance del socialismo. Poco a poco, de afirmar la pluralidad de v¨ªas se ir¨¢ pasando a la cr¨ªtica y al rechazo del modelo sovi¨¦tico, para finalmente, tras el fracaso de la ¨²ltima experiencia frentepopulista, la de Allende en Chile, poner el acento en evitar la confrontaci¨®n abierta y crear las condiciones para una revoluci¨®n de la mayor¨ªa. El resto de la historia es conocido. Tras la culminaci¨®n de ese comunismo democr¨¢tico en Europa occidental a mediados de los sesenta, las consecuencias pol¨ªticas de la crisis econ¨®mica han arrastrado su declive en medio de un desmantelamiento general de la izquierda. En ello ha intervenido, salvo en Italia, el fracaso de la pretensi¨®n de asumir la democracia externa sin alterar un funcionamiento del partido basado en la versi¨®n estalinista del centralismo democr¨¢tico. Un desfase del que algo sabemos en Espa?a.
As¨ª que, aqu¨ª y ahora, el Frente Popular de 1936 parece muy distante. Aun cuando los ¨²ltimos ecos de la estrategia estuvieran presentes positivamente en los inicios de la transici¨®n democr¨¢tica, con la versi¨®n actualizada de frente nacional que hizo posible el proceso constituyente y la puesta en marcha de las administraciones municipales de izquierda. Luego la autodestrucci¨®n de UCD y en gran parte del PCE, por no hablar del giro a la derecha del PSOE, eliminaron toda expectativa de revoluci¨®n de la mayor¨ªa. Apenas queda en pie el objetivo de oponerse a la consolidaci¨®n de una democracia manipulada, y para ello el refer¨¦ndum de marzo viene a ser una prueba decisiva. Si sirve de algo, puede recordarse que fue un movimiento contra la guerra, el Congreso de Amsterdam de 1932, lo que permiti¨® reunir las primeras fuerzas para el gran momento antifascista de 1936.
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