Los azares del narcisismo
En los tiempos que vivimos el individualismo exhibe una faz triste. Las gentes se han instalado en la convicci¨®n de que esta crisis de fin de siglo no tiene una soluci¨®n colectiva, de que la acci¨®n pol¨ªtica ha pasado a la historia. Y se han aprestado a cultivar su existencia privada para descubrir, al cabo, que la vida cotidiana consiste en un mero ejercicio de supervivencia. En estas circunstancias tan precarias, donde ni el espacio p¨²blico ni el espacio privado se perfilan como horizontes significativos, el equilibrio emocional exige un yo m¨ªnimo que representa, en mi opini¨®n, una cierta perversi¨®n de la ¨¦tica liberal.El liberalismo cl¨¢sico part¨ªa de una concepci¨®n sacralizada del individuo. ?ste era un ser simult¨¢neamente racional y pasional, dedicado principalmente a la construcci¨®n y defensa de una intimidad (que algunos han dado en llamar privacidad, adaptando el t¨¦rmino ingl¨¦s privacy) que se constituye en el reducto sagrado de la moral y de la propia condici¨®n humana. La esfera privada era el ¨¢mbito de la virtud; en ella se conformaba una vida entendida como obra de arte. Pero, a pesar de definir lo privado como n¨²cleo de la individualidad, los liberales reconoc¨ªan un sentimiento social que impel¨ªa al hombre a inmiscuirse en los asuntos colectivos. As¨ª, en el retiro de su privacidad o inmerso en la complejidad de la sociedad civil, el individuo liberal era un ser activo.
En nuestros d¨ªas este ideal humano parece haberse agotado. La vida, lejos de concebirse como el ejercicio de la virtud de un ser que se forma en la esfera privada pero que s¨®lo se realiza plenamente en la p¨²blica (como propugnaba la filosof¨ªa pol¨ªtica kantiana), se ha convertido en la pr¨¢ctica de la sobrevivencia. El individualismo contempor¨¢neo tiene una nueva moral: el narcisismo.
Tal como se entiende ahora, el narcisismo no es equivalente al ego¨ªsmo -que supone la activaci¨®n de la voluntad para conseguir los propios fines-, sino que se dibuja como una actitud pasiva y desesperanzada tendente al cese de toda tensi¨®n (muy en la l¨ªnea de la felicidad negativa se?alada por Freud en El malestar de la cultura). El narcisismo tampoco es identificable con el hedonismo, sino m¨¢s bien con un vago malestar, con una ansiedad continua, estados propios de un sujeto incapaz de enfocar su deseo de manera permanente. El narcisismo, algo as¨ª como un imperioso deseo de vivir en un estado libre de deseos, se presenta como la parad¨®jica moral de nuestro tiempo. Frente a un sujeto orientado por una voluntad aut¨®noma y una identidad fuerte, el hombre actual posee un yo m¨ªnimo, una individualidad escasa, justo en el l¨ªmite de la supervivencia.
El hombre narcisista experimenta su vida privada como una sucesi¨®n de crisis personales que van minando progresivamente su seguridad. As¨ª, llegado un cierto punto -que suele coincidir con el umbral de la madurez- se arrojar¨¢ a los brazos d e la industria terap¨¦utica, que, con su gama de tecnolog¨ªas del yo -el psicoan¨¢lisis a la cabeza- le brinda la ¨²nica soluci¨®n para el colapso personal. La salvaci¨®n ya no est¨¢ en los otros; por el contrario, las relaciones personales se han convertido en la arena del enfrentamiento entre personalidades desdibujadas y temerosas. Una actitud defensiva ha desplazado todo rastro de idealismo. El primer paso para sobrevivir es aprender a limitar las expectativas: frente al compromiso, el desapego emocional; frente al apasionamiento, el distanciamiento. As¨ª, la actual valoraci¨®n de la autosuficiencia -y aun de la soledad, como opci¨®n vital- ser¨ªa una muestra de la moral supervivenci alista en el ¨¢mbito de lo privado.
Pero la vida p¨²blica exige tambi¨¦n un yo m¨ªnimo. El mundo social se percibe como una mara?a de elementos incontrolables ante los cuales s¨®lo cabe la inhibici¨®n. La revoluci¨®n tecnol¨®gica, el poder de las corporaciones y la m¨¢quina de guerra internacional son algunos de los elementos que han contribuido a paralizar la voluntad moral de los ciudadanos. No existe tensi¨®n entre la esfera privada y la p¨²blica. El individuo moderno no hace ya de su privacidad el ¨¢mbito de construcci¨®n de su racionalidad, el espacio de preparaci¨®n de una comunidad compuesta por individuos dialogantes; por su parte, la esfera p¨²blica se ha ido convirtiendo en un lugar de paso, en el ¨¢mbito del ejercicio de una ciudadan¨ªa cuyo alcance real es
Pasa a la p¨¢gina 12
Viene de la p¨¢gina 11
cada vez m¨¢s reducido. Como ya dijera Tocqueville al estudiar la formaci¨®n de la mentalidad democr¨¢tica americana, los hombres van de una esfera a otra arrastrando su desinter¨¦s y su impotencia; ¨²nicamente la pasi¨®n por lo material es capaz de sacarles -y s¨®lo moment¨¢neamente- de su letargo.
En la actualidad la inactividad se esconde tras el miedo. Entre las fuerzas que nos acosan, el enemigo principal es el desastre nuclear. Christopher Lasch analiza en su ¨²ltimo libro, The minimal self (que alienta, en buena medida, estas reflexiones), c¨®mo el supervivencialismo forma parte de la ideolog¨ªa oficial norteamericana. No se trata ya de evitar la guerra nuclear, sino de sobrevivir a ella. Ir¨®nicamente, esta visi¨®n apocal¨ªptica se ti?e de cierto optimismo: s¨®lo a partir de las cenizas podremos tener un orden nuevo. As¨ª, la mentalidad de la supervivencia conduce a la aceptaci¨®n pasiva de la realidad, cuando no a la huida de ella.
El distanciamiento, el d¨¦sengagement y la victimizaci¨®n definen al hombre contempor¨¢neo tanto en los lances privados como en la arena p¨²blica. ?Qu¨¦ hacer para ampliar los l¨ªmites de este yo caracterizado por su estrechez de miras y su miedo? Habr¨ªa que trascender la trivializaci¨®n de la que han sido objeto tanto los ideales morales que sostienen la res p¨²blica como la privacidad, que de n¨²cleo del individualismo liberal se ha mudado en estandarte de una difusa posmodernidad. As¨ª, parece conveniente recuperar el sentido de la responsabilidad, de la disciplina, de la solidaridad, del sacrificio, valores todos ellos que orientan la acci¨®n humana m¨¢s all¨¢ de las fronteras del yo. A juicio de Lasch, la aceptaci¨®n de ciertas constricciones morales es un paso necesario para reavivar el inter¨¦s por las empresas colectivas y para superar los males de una cultura narcisista. Por mi parte, creo que se tratar¨ªa de reconstruir la esfera privada con el fin, de que fuera algo m¨¢s que un espacio de retiro, un lugar de huida de un sujeto que no ans¨ªa sino sobrevivir. Frente a la ola de individualismo blando que nos aqueja, quiz¨¢ fuera necesaria la revisi¨®n de los ideales liberales cl¨¢sicos. En este sentido la privacidad habr¨ªa de constituirse en el ¨¢mbito de la racionalidad, y no en el de una emocionalidad desenfocada, propia de un yo disuelto en multitud de estados an¨ªmicos que precisan de la intervenci¨®n terap¨¦utica. La privacidad no ser¨ªa, pues, el refugio de una experiencia -afectiva o comunitaria- conflictiva, el cobijo de una mentalidad defensiva y replegada. Ser¨ªa, m¨¢s bien, el lugar de formaci¨®n de un agente moral definido por su voluntad y su responsabilidad, esto es, el ¨¢mbito de la libertad. Por ¨²ltimo, la privacidad ideal ser¨ªa la esfera de una individualidad que se prepara para actuar en la arena p¨²blica en virtud de un vago sentimiento que le informa de que s¨®lo llegar¨¢ a ser humana si se une a sus semejantes en sociedad.
De este modo, la recuperaci¨®n de ciertos valores sociales, as¨ª como la reconstrucci¨®n de la privacidad a partir del individualismo cl¨¢sico nos llevar¨ªan, quiz¨¢, a desear que nuestras vidas fueran algo m¨¢s que el ejercicio de una azarosa supervivencia. Es cierto que estos atribulados tiempos no invitan ni al entusiasmo por lo colectivo ni a la virtud privada, pero la cultura narcisista que estamos padeciendo se asienta en una trampa sobre la que conviene reflexionar: el imperativo de vivir bajo m¨ªnimos. El individualismo contempor¨¢neo promulga un sujeto que reduce m¨¢s y m¨¢s los m¨¢rgenes de la realidad que controla. A Narciso no le queda apenas agua donde mirarse.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.