Un conflicto moral
"Aunque mi raz¨®n estaba completamente convencida, mis emociones se resist¨ªan a hacerle caso. Toda m¨ª naturaleza hab¨ªa estado comprometida en mi oposici¨®n a la I Guerra Mundial; ahora su dicotom¨ªa interna favorec¨ªa a la segunda. Nunca he recobrado desde 1940 el mismo grado de unidad entre opini¨®n y emoci¨®n que tuve entre 1914 y 1918. Pienso que d¨¢ndome la licencia de esta unidad asum¨ª alg¨²n credo m¨¢s all¨¢ de lo que la inteligencia cient¨ªfica puede justificar. Hacer caso de la inteligencia cient¨ªfica, dondequiera que ¨¦sta me pueda conducir, me ha parecido siempre el m¨¢s imperativo de los preceptos morales, y he seguido este precepto incluso cuando hacerlo supon¨ªa una p¨¦rdida de lo que yo mismo hab¨ªa tomado por lo m¨¢s profundo de la percepci¨®n espiritual".Esta explicaci¨®n de Bertrand Russell sobre su cambio de actitud (de un pacifismo radical en la primera Gran Guerra a un apoyo a la victoria aliada en la segunda, "por dif¨ªcil que fuera obtener esa victoria y por dolorosas que resultaran sus consecuencias") me parece un buen ejemplo para ilustrar cu¨¢l es el estado de ¨¢nimo de muchos ciudadanos ante el debate sobre el refer¨¦ndum del pr¨®ximo d¨ªa 12 y su decisi¨®n ¨²ltima sobre el voto. Una discusi¨®n sobre los problemas de fondo que plantea la Alianza en las actuales relaciones internacionales -tal y como sugiere hoy EL PA?S en su editorial- hubiera ayudado a iluminar a los espa?oles en torno a cuestiones como la partici¨®n de Europa y la divisi¨®n de Alemania y, a formarse un juicio m¨¢s, racional y menos pasional sobre el caso. Pero este debate brilla por su ausencia. La concepci¨®n de Europa occidental como una cultura de las libertades frente a la dominaci¨®n sovi¨¦tica de los Estados centroeuropeos del socialismo real, la meditaci¨®n sobre el otro bloque, el Pacto de Varsovia, ha estado por lo mismo ausente de la pol¨¦mica. La extensi¨®n del militarismo norteamericano y la concepci¨®n imperial de su papel se han contemplado desde la ideologizaci¨®n del debate, descuidando la contemplaci¨®n de los esfuerzos de la propia Europa occidental por elaborar una pol¨ªtica conjunta menos dependiente de Washington y dile los temores que en ella suscita la puesta en marcha del programa SDI (guerra de las galaxias). Esta ideologizaci¨®n es el motivo de que sea cual fuere el resultado del refer¨¦ndum, algunos de los males profundos que se pueden generar ya est¨¢n causados: divisi¨®n en la sociedad civil, dramatizaci¨®n artificial de una situaci¨®n pol¨ªtica que parec¨ªa normalizada, verbalismo demag¨®gico de los pol¨ªticos, p¨¦rdida de prestigio de los partidos, con grave da?o para las instituciones democr¨¢ticas... Pero lo peor de todo es ese sinfin de turbaciones que ata?en a la conciencia del espa?ol medio, sometido a un zarandeo de presiones (vota por Espa?a, por la paz, por esto y por lo otro) en el que lo de menos parece el an¨¢lisis de las relaciones internacionales y lo de m¨¢s est¨¢ en saber c¨®mo diablos se va a al cielo que cada quien promete.
Es sobre este aspecto de la conciencia y la moral del voto sobre lo que pretendo decir algo. Antes conviene, sin embargo, aun de forma somera, dejar sentadas determinadas cuestiones, quiz¨¢ harto repetidas, pero que pueden servir de p¨®rtico a los conflictos ¨¦ticos generados por una consulta que se ha planteado ni m¨¢s ni menos que como una exigencia moral del Gobierno y su presidente.
Siempre me he manifestado contra la pol¨ªtica de bloques, por considerar que ¨¦sta ha debilitado el papel y las posibilidades de una Europa unida en el contexto internacional. Espa?a estaba militarmente alineada, aunque pol¨ªticamente aislada, en uno de esos bloques desde los pactos con Estados Unidos de 1953 (no es cierta la pretendida no beligerancia del general Franco; no lo fue en su apoyo a las potencias del Eje, primero, y en su contribuci¨®n a la guerra fr¨ªa, despu¨¦s). El ingreso de Espa?a en la organizaci¨®n del Tratado de Washington no alter¨® por eso el equilibrio internacional, aunque constituyera un reforzarmiento psicol¨®gico -por as¨ª decirlo- de esa pol¨ªtica de bloques. Calvo Sotelo huy¨® de la b¨²squeda de un consenso necesario y de una negociaci¨®n acertada a la hora de firmar el acuerdo. Acepto que es dudoso que, en la ¨¦poca en que se hizo, hubiera podido impedirse: Espa?a a¨²n no se hab¨ªa repuesto del golpe del 23-F, y aumentaban las tensiones entre las dos potencias con la actitud de la primera Administraci¨®n de Reagan frente a una Uni¨®n Sovi¨¦tica sumida entonces en la decrepitud de su clase dirigente. Pero es posible pensar que nuestro pa¨ªs ten¨ªa a¨²n una cierta capacidad de decisi¨®n para no entrar en la OTAN. Sin embargo, una cosa es, como tantas veces se ha recordado, no entrar en ese club y otra salirse de ¨¦l. La experiencia hist¨®rica y el fruto real de las decisiones de De Gaulle bien valen como ejemplo de lo que quiero decir; y eso que Francia era todav¨ªa en 1966 una gran potencia mundial, con su propia fuerza de disuasi¨®n nuclear, y De Gaulle, un l¨ªder internacional de primer orden.
Ahora, tal y como ha planteado el Gobierno el refer¨¦ndum, lo ¨²nico que no est¨¢ en cuesti¨®n es el alineamiento occidental de Espa?a. La pol¨ªtica de bloques envuelve desde hace tiempo todo el escenario internacional, y viene marcada por la acumulaci¨®n ingente de armamento nuclear, gobernado casi de forma exclusiva por los dos grandes. Desde la firma del Tratado por Espa?a, la OTAN se ha visto sometida a dos cambios internos fundamentales: la instalaci¨®n de los euromisiles norteamericanos en su territorio como respuesta al despliegue de los SS-20 sovi¨¦ticos en los pa¨ªses del Pacto de Varsovia y el programa de la guerra de las galaxias, que ha suscitado temores en los Gobiernos occidentales a una especie de retirada de Estados Unidos en la defensa de Europa. Por ¨²ltimo, el cambio reciente en la pol¨ªtica de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, el rejuvenecimiento de sus dirigentes, los nuevos aires de distensi¨®n, y los progresos, siquiera verbales, hacia el desarme marcan una etapa bien diferente respecto a la situaci¨®n de hace cinco a?os. En las relaciones de poder internacional, los l¨ªmites a la soberan¨ªa de los Estados vienen marcados por estas realidades, ominosamente representadas en el n¨²mero de cohetes y cabezas nucleares de cada representaci¨®n de Europa. Por eso lo que el Gobierno ha planteado a los ciudadanos es que decidan sobre una cuesti¨®n que ata?e al poder, no a las convicciones de las gentes. Y por eso no estoy de acuerdo con que la convocatoria sea necesariamente un s¨ªmbolo de la moralidad -individual o colectiva- de quienes la han hecho.
?ste es un aspecto fundamental del problema si se quiere valorar lo que algunos identifican, como voto reflexivo en la pr¨®xima consulta. Todos los votos son reflexivos en principio. Lo que sucede en este caso es que se trata de c¨®mo solventar la divisi¨®n que el coraz¨®n y el cerebro, los sentimientos y la raz¨®n, provocan en muchos electores a la hora de decidirse. La confusi¨®n viene creada, por la ambig¨¹edad que sugiere la pregunta planteada y por las actitudes rocambolescas que han protagonizado a partir de ah¨ª la clase pol¨ªtica y la intelectual. Sin embargo, no es ¨¦sta la hora de distribuir culpas.
Cuando Felipe Gonz¨¢lez confesaba en una entrevista, el pasado mes de diciembre, que hab¨ªa hecho una especie de viaje personal desde la ¨¦tica de los principios a la de las responsabilidades -introduciendo en el debate pol¨ªtico del momento una cuesti¨®n de filosof¨ªa moral- nunca pens¨¦ que hubiera decidido embarcar tambi¨¦n en esa excursi¨®n a todos y cada uno de los votantes de este pa¨ªs. Eso es exactamente, sin embargo, lo que significa la convocatoria del refer¨¦ndum. En la teor¨ªa y en la pr¨¢ctica del funcionamiento de la democracia representativa, el refer¨¦ndum solo era necesario y conveniente si -como en Dinamarca en el caso de la reforma de la CE- el Gobierno hubiera perdido en votaci¨®n parlamentaria sus propuestas. Desde el momento en que la casi totalidad de los diputados votaron el s¨ª al programa socialista sobre la OTAN, la apelaci¨®n a un refer¨¦ndum consultivo en el marco de la Constituci¨®n podr¨ªa plantear una especie de conflicto de representaciones entre una mayor¨ªa posible de ciudadanos favorable al no y la soberan¨ªa de las Cortes, que vot¨® s¨ª: una especie de doble y contradictoria legitimidad, democr¨¢tica de dif¨ªcil resoluci¨®n. Mucho m¨¢s dif¨ªcil a¨²n si se tiene en cuenta que estamos hablando de un tratado internacional sometido a unas formalidades jur¨ªdicas complicadas y estrictas. El giro dado por Felipe Gonz¨¢lez y el partido socialista respecto a la presencia de Espa?a en la OTAN puede ser una manera de ejemplificar en qu¨¦ consiste para los gobernantes el ejercicio de la ¨¦tica de Ias responsabilidades. Trasladar ahora la decisi¨®n de ese giro, y de las consecuencias de que se asuma o no, al sufragio de los ciudadanos es depositar en ellos la carga del poder, pero no se les han entregado los medios para que la lleven. Y puede ser jugar con fuego en un pa¨ªs con s¨®lo una d¨¦cada escasa de tradici¨®n parlamentaria reciente, que conviene reforzar y no desacreditar.
Las escuelas del humanismo cristiano que defienden con justicia la igualdad del voto al margen el grado de cultura, el sexo, raza, clase social o religi¨®n del elector, padecen una cierta compulsi¨®n a identificar el voto con la conciencia. Es cuando menos una forma discutible de ver las cosas, porque la palabra conciencia sugiere una definici¨®n trascendente, casi salv¨ªfica o condenatoria, a nuestro acto. La honestidad de un voto democr¨¢tico puede no tener mucho que ver con la conciencia moral del individuo. En el acto pol¨ªtico de votar se debate tambi¨¦n, y sobre todo, un conflicto de intereses. De ah¨ª que un no marxista pueda con tranquilidad dar su voto a un comunista y que desde sectores progresistas se puedan apoyar en ocasiones programas llamados burgueses. Ning¨²n votante siente mancillada su honestidad por obrar as¨ª. Pero el planteamiento del refer¨¦ndum por el Gobierno como una cuesti¨®n moral o de ¨¦tica pol¨ªtica y la inclusi¨®n en el debate de elementos simb¨®licos tan definitivos como los de guerra y paz han generado no poca turbaci¨®n de ¨¢nimo, fundamentalmente en muchos de quienes dieron su voto al PSOE en las ¨²ltimas elecciones.
Por describirlo brevemente, una parte de su naturaleza -su coraz¨®n o su raz¨®n, seg¨²n los casos- les inclina a no prestar el s¨ª a una consulta en la que se entremezclan conceptos como el militarismo, la pol¨ªtica de bloques y la disuasi¨®n nuclear. Pero la otra -su raz¨®n o su coraz¨®n- les empuja a no ayudar con el no a desalojar o debilitar al actual Gobierno -convencidos, por lo dem¨¢s, de que ese no para nada significa el abandono del alineamiento espa?ol ni una neutralidad hoy por hoy imposible- y, lo que les parece a¨²n m¨¢s peligroso, a generar distorsiones o desequilibrios internacionales en un momento de aparente distensi¨®n y de mayores esperanzas en lo que concierne al desarme. Pues bien, en ese ejercicio de la ¨¦tica de las responsabilidades que el Gobierno nos exige ahora a los gobernados, gran parte de los ciudadanos est¨¢ condenada a tener que elegir entre sus emociones y su inteligencia. De otra manera, y tal y como est¨¢n las cosas, esto, en vez de una consulta popular, amenaza con convertirse -a la vista est¨¢n los primeros ejemplos- en una catarsis colectiva. En ese sentido, pienso yo que la motivaci¨®n fundamental del voto no puede venir dada por la afirmaci¨®n de la identidad moral del individuo. Esta vez el voto viene cargado de confusas consecuencias. Como ya expliqu¨¦ en un art¨ªculo anterior (*), no disminuye el riesgo nuclear para Espa?a, ni su alineaci¨®n militar var¨ªa, porque triunfe el no. Y el s¨ª puede ser contemplado como un apoyo a la doctrina de la disuasi¨®n nuclear, pero tambi¨¦n como un deseo de reforzar la gesti¨®n propiamente europea en la defensa del continente, por dificultoso que pueda parecer, tratando de que la OTAN no sea s¨®lo o primordialmente una extensi¨®n del poder¨ªo norteamericano.
Desde el punto de vista de sus intereses pol¨ªticos, los electores del PSOE, deber¨ªan preguntarse por eso si les conviene o no que el Gobierno pierda esta confrontaci¨®n. No si le conviene a Espa?a ni a las grandes ideas, sino si les conviene a ellos, a los ciudadanos, a su forma de vida, a sus expectativas y a sus esperanzas. Y en esta dial¨¦ctica interna entre la ¨¦tica de las convicciones de cada cual y la de las responsabilidades que nos obligan a asumir los gobernantes -seguramente por no querer hacerlo ellos- no me parece mala norma de conducta la que Russell se?alara: hacer caso de los dictados de la raz¨®n es la primera de nuestras exigencias morales. Quiz¨¢ si ¨¦ste hubiera sido el discurso del Gobierno y no se hubiera metido en un viaje de patriotismo barato no tendr¨ªa hoy tan dif¨ªcil la victoria, ni especular¨ªa tanto sobre los destructivos efectos de la derrota.
Una cuesti¨®n pol¨ªtica. EL PA?S, domingo 26 de enero de 1986.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.