?Y despu¨¦s de Filipinas, qu¨¦?
El ex secretario de Estado norteamericano reflexiona sobre el alcance del comportamiento estadounidense en el caso filipino. Kissinger se congratula de la coherencia que supone para Washington haber forzado la retirada de Ferdinand Marcos, pero se pregunta si el modelo de intervenci¨®n desarrollado por la Casa Blanca va a poder seguir aplic¨¢ndose a otros pa¨ªses y a qu¨¦ precio para EE UU.
Dos semanas despu¨¦s del acontecimiento, la ca¨ªda del Gobierno de Marcos sigue despertando satisfacci¨®n y ambivalencia. Satisfacci¨®n por el destierro de los Marcos, marido y mujer, debido a su desp¨®tico comportamiento, su estilo de vida extravagante, la corrupci¨®n que fomentaron, y sobre todo por el asesinato de Benigno Aquino. Satisfacci¨®n tambi¨¦n por la aparici¨®n de Coraz¨®n Aquino, cuya fortaleza, valor y esp¨ªritu de reconciliaci¨®n resultan esperanzadores para la reconstrucci¨®n de la democracia. Ambivalencia porque a algunos nos queda una sensaci¨®n de n¨¢usea por el comportamiento de Estados Unidos en dos aspectos: en primer lugar, la intensidad y casi unanimidad del distanciamiento final norteamericano de un viejo aliado, y en segundo lugar, por las implicaciones de este comportamiento para la pol¨ªtica estadounidense a largo plazo.Respecto al primer aspecto de ambivalencia, a pesar de todo lo que pueda decirse sobre el r¨¦gimen de Marcos, contribuy¨® de manera importante a la seguridad de Estados Unidos y hab¨ªa sido alabado por presidentes norteamericanos -Ronald Reagan entre ellos- desde hac¨ªa casi dos d¨¦cadas.
El doble patr¨®n aplicado a Manila, por muy necesario que sea al final, es doloroso. El coronel Mengistu, de Etiop¨ªa, sigue recibiendo ayuda econ¨®mica, a pesar de los informes veraces de pr¨¢cticas genocidas; el secretario de Comercio norteamericano pide el aumento del comercio con el bloque sovi¨¦tico. En ninguna de estas zonas se acusar¨¢ jam¨¢s al Gobierno de recuentos de votos fraudulentos, ya que ning¨²n candidato de la oposici¨®n llega jam¨¢s hasta esa fase del proceso pol¨ªtico. La sabidur¨ªa convencional en el caso de los Gobiernos hostiles parece se?alar que la paciencia, junto con ayuda econ¨®mica o un aumento del comercio, producir¨¢ con el tiempo una mejora de las condiciones internas.
Valor del precedente
Con respecto al segundo aspecto de ambivalencia, tengo graves preocupaciones sobre las implicaciones de estas acciones para el futuro, sobre todo si el caso especial de Filipinas surge como una estrategia general. Hay que se?alar que un grupo de pa¨ªses se destac¨® por su negativa a participar de las felicitaciones generales. Vecinos asi¨¢ticos de Filipinas, como Indonesia, Tailandia o Corea del Sur, saben perfectamente que algunas de sus pr¨¢cticas internas, a pesar de ser menos escandalosas que las de Marcos, no resistir¨ªan el examen a que ha sido sometida recientemente Manila. ?Ser¨¢n ahora los pr¨®ximos objetivos de la nueva estrategia norteamericana? ?Intentar¨¢n los grupos de la oposici¨®n provocar la intervenci¨®n de EE UU mediante manifestaciones masivas o procurar¨¢n los Gobiernos atajar esta situaci¨®n mediante un aumento de la represi¨®n?China, y probablemente Jap¨®n, cuando las bases sovi¨¦ticas est¨¢n avanzando a lo largo de la costa de Indochina, no pueden dejar de preguntarse c¨®mo es posible que altos funcionarios norteamericanos hayan quitado en p¨²blico importancia a las instalaciones de la bah¨ªa de Subic y de la base a¨¦rea de Clark, para las cuales ning¨²n estudio que yo conozca ha presentado jam¨¢s una alternativa. ?Cu¨¢l ser¨¢ su impacto en la seguridad internacional o en los derechos humanos si los pa¨ªses asi¨¢ticos deciden que deben distanciarse de su intruso e inconstante amigo?
Las consecuencias m¨¢s graves pueden darse dentro del mismo Estados Unidos. Idealmente, los intereses de la seguridad nacional deben estar en armon¨ªa con los valores tradicionales norteamericanos. Este ideal no puede imperar siempre, lo cual impone la necesidad de buscar un equilibrio. Insistir en la pureza total puede conducir a una abdicaci¨®n o a una intervenci¨®n permanentes. En los ¨²ltimos a?os, un grupo cada vez mayor -o al menos m¨¢s vociferante- del Congreso insiste en que el ¨²nico inter¨¦s de seguridad norteamericano en los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo amistosos hacia Estados Unidos es el fomento de las instituciones democr¨¢ticas. Si es esta la lecci¨®n de Manila, habr¨¢ nacido un nuevo intervencionismo fat¨ªdico en el cual ser¨¢ casi imposible equilibrar los compromisos con las responsabilidades.
Concretamente, ?significa la frase "nos es m¨¢s importante la democracia que las bases" que Estados Unidos defender¨¢ ¨²nicamente a pa¨ªses con instituciones democr¨¢ticas que le resulten aceptables? ?Debe Estados Unidos convertirse en el ¨¢rbitro mundial de las elecciones democr¨¢ticas? ?No existe ning¨²n otro inter¨¦s nacional primordial que haya que tener en cuenta? A la luz de la actitud del Congreso norteamericano hacia las acciones encubiertas, ?de qu¨¦ medios se dispone para imponerse en las amargas luchas nacionales fuera de nuestras fronteras que generar¨¢n tal doctrina intervencionista? ?Puede sostenerse la seguridad nacional norteamericana cuando la capacidad de derrocar a reg¨ªmenes amigos excede la capacidad de conformar la alternativa?
Portavoces no identificados se han jactado de la culminaci¨®n de una campa?a de dos a?os llevada a cabo contra Marcos por personal norteamericano de segunda fila, en una ¨¦poca en que Coraz¨®n Aquino no se hab¨ªa destacado a¨²n como figura pol¨ªtica. Ser¨ªa interesante saber qu¨¦ es lo que se le dijo al presidente Reagan, que hasta bastante tarde ha estado afirmando que la alternativa a Marcos era el comunismo. Hemos tenido suerte de que el hostigamiento b¨¢sicamente desenfocado de Marcos no haya dado lugar al caos que incitaba. En lugar de esto ha surgido, literalmente en el ¨²ltimo minuto, un dirigente totalmente desconocido hasta entonces capaz de unir a la oposici¨®n democr¨¢tica. Mis recelos ante tantas proclamaciones de la propia integridad no incluyen duda alguna sobre las credenciales democr¨¢ticas impecables de Coraz¨®n Aquino.
Pero incluso con su ¨ªmpetu democr¨¢tico, es bastante probable que cuando desaparezca la euforia inmediata empiecen a competir. entre s¨ª tendencias dispares en busca de la primac¨ªa. La historia de las revoluciones ense?a que la coalici¨®n de resentimientos que ha unido a la oposici¨®n se desintegra nada m¨¢s derrocar al poder establecido. El ej¨¦rcito, que ha salido de los cuarteles, puede mostrarse reacio a regresar a la batalla contra la insurgencia comunista. En medio de estas preocupaciones y confusi¨®n existe el peligro real de avances importantes en las zonas rurales por parte de las bien disciplinadas guerrillas comunistas. Estados Unidos, tras fomentar el derrocamiento de un aliado que se ha vuelto de repente intragable, tiene el compromiso moral de proporcionar la m¨¢xima ayuda al Gobierno de Aquino, no sea que al final el grupo mejor organizado y m¨¢s despiadado, y menos democr¨¢tico, llene el vac¨ªo.
Naciones y Estados
Estas amenazas, bastante graves en Filipinas, son casi insuperables en diferentes contextos culturales, con la excepci¨®n de los principales pa¨ªses latinoamericanos. La democracia occidental fue el resultado de una larga evoluci¨®n hist¨®rica en sociedades relativamente coherentes que eran naciones antes de constituirse en Estados. El Estado, cuando surgi¨®, reflejaba, pero no creaba, un sentido de identidad hist¨®rica, ling¨¹¨ªstica y cultural. Dondequiera que no se d¨¦ esta condici¨®n, la democracia no arraiga firmemente, ni siquiera en Occidente. Cuando es imposible cambiar las mayor¨ªas, y especialmente cuando siguen l¨ªneas nacionales o, a¨²n m¨¢s peligroso, raciales, las luchas pol¨ªticas se convierten en pruebas de poder. Donde las fronteras han sido trazadas por los se?ores coloniales por encima de criterios tribales, culturales, religiosos y ling¨¹¨ªsticos, el Estado precede a la naci¨®n; de hecho, el Estado crea la naci¨®n. En tales circunstancias, la oposici¨®n se concibe no como un medio leg¨ªtimo de aspirar al gobierno, sino como una amenaza a la unidad nacional.Esta es otra raz¨®n por la que la reforma de los militares, una de las recetas norteamericanas acostumbradas para los pa¨ªses amigos, tiene un impacto profundamente revolucionario. En un sistema constitucional, un jefe militar profesional sin lazos personales con el jefe de Estado se ve limitado por una legitimidad universalmente aceptada. Donde no se da esto, se piensa que s¨®lo el compromiso personal, a trav¨¦s de lazos familiares o recompensas pecuniarias, puede impedir que el jefe militar ejerza su monopolio de poder para sus propios fines. Si tal limitaci¨®n desaparece, puede que los militares, una vez en el poder, no lo dejen voluntariamente.
Un dilema para EE UU
Los partidos pol¨ªticos occidentales se desarrollaron reflejando las convicciones de las clases sociales o de filosof¨ªas de gobierno alternativas. En muchas sociedades en v¨ªas de desarrollo, las clases sociales se encuentran todav¨ªa en proceso de formaci¨®n y el espectro pol¨ªtico incluye uno o m¨¢s grupos que rechazan expl¨ªcitamente el sistema democr¨¢tico. Cuando el Gobierno norteamericano proclama que contempla el establecimiento de un sistema pluralista en Hait¨ª, por ejemplo, ?qu¨¦ puede significar esto? No existen fuerzas sociales visibles o recursos econ¨®micos para fomentar las coaliciones pol¨ªticas familiares en las democracias occidentales. ?Qui¨¦n financiar¨¢ tales partidos? ?Qui¨¦n los va a organizar? En condiciones tan embri¨®nicas, los partidos pol¨ªticos se convertir¨¢n probablemente en herramientas. mediante las cuales los dirigentes ambiciosos aspiran a hacerse con el monopolio del poder. ?No es probable que, algunos al menos, sean organizados y financiados por filosof¨ªas hostiles a la democracia, concretamente Cuba o la Uni¨®n Sovi¨¦tica? En ese caso, ?apoyar¨¢ Estados Unidos a las fuerzas democr¨¢ticas? Y en caso afirmativo, ?c¨®mo?Se argumentar¨¢ que el antinorteamericanismo y el totalitarismo se desarrollan ¨²nicamente cuando Estados Unidos se mantiene unido durante demasiado tiempo a gobernantes impopulares, como en Ir¨¢n o Nicaragua. No hay duda de que una reforma temprana es altamente deseable. Pero tambi¨¦n hay que reconocer que el Gobierno norteamericano s¨®lo puede hacer frente a un n¨²mero limitado de problemas a la vez. Llevar a cabo una reforma pol¨ªtica global es una tarea agotadora.
Una de las paradojas del actual comportamiento de Estados Unidos es que los conservadores y los liberales norteamericanos parecen poder alcanzar un consenso en el derrocamiento o al menos en el hostigamiento de reg¨ªmenes autoritarios amigos; sin embargo, se dividen claramente en el derecho o en la capacidad de Estados Unidos de presionar a reg¨ªmenes considerados progresistas, tales como Nicaragua, Etiop¨ªa o Angola. No existe tampoco consenso sobre c¨®mo dirigir la lucha inevitable en aquellos pa¨ªses en los que la presi¨®n norteamericana ha logrado disolver la estructura existente.
Hace mucho que es necesario llevar a cabo un debate nacional sobre el alcance y finalidad de la intervenci¨®n norteamericana y de la relaci¨®n entre los valores norteamericanos y la seguridad de Estados Unidos. Estados Unidos tiene el deber de defender sus ideales democr¨¢ticos. Pero si la pol¨ªtica. norteamericana termina hostigando a Gobiernos amigos y vacilando sobre los hostiles nos encontraremos al final en un mundo muy solitario.
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