D¨ªas de 'paz' en Beirut auguran una inminente explosi¨®n de violencia
Es dif¨ªcil que los beirut¨ªes del oeste coincidan en sus opiniones. Sin embargo, en estos primeros d¨ªas de primavera, drusos, shi¨ªes, sun¨ªes, kurdos y las decenas de variedades que bajo tan gen¨¦ricos nombres se ocultan est¨¢n de acuerdo en predecir "una explosi¨®n inminente" en el lado musulm¨¢n de la capital libanesa. Lo dicen Walid Jumblat y Nabih Berri, dos de los se?ores de la guerra que m¨¢s mandan ahora en el oeste. Lo dice el hombrecillo que deja de hacer zumos de frutas cuando suena la llamada a la oraci¨®n en la mezquita, y el m¨¦dico educado en Europa que se bebe un litro diario de vodka Stolichnava. Lo dice todo el mundo.
Principal argumento del consenso de agoreros: una tregua tan duradera no es posible, esto ha de reventar por alg¨²n lado. Esa tregua, esas semanas seguidas de calma, se compone de violencias callejeras continuas y de una permanente amenaza contra cualquier clase de occidental por parte de los integristas shi¨ªes. Pero eso es nada comparado con los tiros y ca?onazos que no cesan, de sonar en la l¨ªnea verde, la monta?a y el sur del pa¨ªs, lo que los peri¨®dicos locales llaman frentes tradicionales. Dos docenas de muertos y heridos al d¨ªa, civiles, como casi siempre en L¨ªbano; gente que pasaba por all¨ª.La situaci¨®n en Beirut oeste es tambi¨¦n casi paradisiaca si se la compara con la oleada de coches bomba y bombardeos que, desde el pasado enero, sufre el este, el sector cristiano de la ciudad.
Nadie sabe qui¨¦nes ser¨¢n los contendientes en ese estallido anunciado. En el sector oeste de la ciudad, como a lo largo y ancho de todo el pa¨ªs, hay cientos de cuentas por saldar y todas las combinaciones son posibles. S¨®lo existe la certeza que expresa el recorte de The New York Times que cuelga en la oficina de una agencia de prensa occidental: "En L¨ªbano lo peor est¨¢ por venir".
Un buen l¨ªo. Ser¨¢ dif¨ªcil que se repitan ma?anas como la del primer domingo de primavera. Ese d¨ªa miles de beirut¨ªes del oeste salieron tempranito al campo, hacia las monta?as que los drusos arrebataron a los cristianos en 1983 con sangre y fuego. Cogieron sus grandes cochazos -Buick, Mercedes y otros del mismo porte- y se fueron de excursi¨®n. Luc¨ªa un vigoroso sol levantino, y hasta los milicianos del PSP (drusos) y Amal (shi¨ªes) se mostraban alegres en los controles, banderas rojas y verdes ondeando juntas. La gente regres¨® pronto, antes de que oscureciera, y en muchos coches se ve¨ªan ramos de flores reci¨¦n cortadas.
Los beirut¨ªes hablan todo el tiempo de lo que uno de sus m¨²ltiples eufemismos llama la situaci¨®n, o sea, los 11 a?os de guerras civiles. "Vamos a cambiar de tema. Hablemos de cosas m¨¢s alegres", dicen los anfitriones a los pocos amigos que han reunido a cenar. Todos sonr¨ªen, y al poco son ellos los primeros en lanzarse a vaticinar que a tal o cual cabecilla le huele la cabeza a p¨®lvora. Y es inevitable, porque al despedir la velada los invitados recibir¨¢n toda suerte de consejos y deseos de buena fortuna para su regreso a casa. Las calles de Beirut oeste est¨¢n oscuras como la antesala de la muerte, y por ellas s¨®lo circulan de noche tipos que hacen una muy completa colecci¨®n de malos de pel¨ªculas norteamericanas. Todos listos para desenfundar sus armas.
Uno de los m¨¢s frecuentes consejos recibidos en esas despedidas nocturnas, tristes como si fueran la ¨²ltima, es aquel que dice que camines con aire feroz, seguro y hasta un pel¨ªn altanero. En lo oscuro, el pr¨®jimo que se te viene encima puede pensar que t¨² eres m¨¢s peligroso que ¨¦l.
Beirut oeste es la isla de la Tortuga de finales del segundo milenio el para¨ªso de piratas, contrabandistas y partidarios del m¨¢s descamado mercado libre. El otro d¨ªa hubo una recepci¨®n en una de las pocas embajadas que quedan en este lado de la capital libanesa. Apenas 20 asistentes, y de ellos un tercio era de los servicios de seguridad. All¨ª estaba el agregado comercial cubano en L¨ªbano. Es un hombre bajito, con un traje que ya era antiguo cuando Castro tom¨® el poder. Tambi¨¦n es un tipo simp¨¢tico, que en el c¨®ctel fumaba un gran cigarro.
?Tra¨ªdo de Cuba?
-No, conseguido aqu¨ª.
El diplom¨¢tico da una monumental calada, r¨ªe para s¨ª y a?ade: "Cuando sal¨ª de La Habana compr¨¦ en el free shop del aeropuerto unas botellitas del mejor ron del mundo. Me costaron tres d¨®lares cada una. Las mismas las he visto en la calle de Hamra, a 1,25 d¨®lares". Luego, siempre surge el cavilar acerca de c¨®mo lo hacen, de c¨®mo consiguen estos libaneses vender calzoncillos espa?oles o v¨ªdeos japoneses casi por debajo de su precio de coste. Nadie da una respuesta clara a la pregunta. El agregado comercial cubano tampoco la ten¨ªa.
Milagro telef¨®nico
Que funcione el tel¨¦fono en Beirut es tan dif¨ªcil como que un imam shi¨ª te acepte un whisky. De milagro, suena, y los interlocutores acuerdan verse a la ma?ana siguiente. Se trata de cruzar en taxi la l¨ªnea verde, el frente de batalla que separa a cristianos y musulmanes en Beirut, una operaci¨®n que ninguna compa?¨ªa en el mundo quiere asegurar. Una voz dice al que est¨¢ al otro lado del hilo: "Paso a recogerte a las ocho. Enc¨¢rgate t¨² de o¨ªr las radios, a ver c¨®mo est¨¢n los pasos y si hay francotiradores". El chiste es f¨¢cil, pero verdadero: el Beirut musulm¨¢n es el salvaje Oeste, incluso de d¨ªa. Por la calle de Hamra, la gran v¨ªa local, circulan civiles que ci?en la tripa con una canana de la que cuelga un rev¨®lver. ?stos son los honrados ciudadanos, los que van de compras o negocios, o pasean a sus hijos. Y abundan las pandillas de muchachos vestidos al ¨²ltimo grito de Par¨ªs o Mil¨¢n, que custodian con metralletas y lanzacohetes los bancos, oficinas de cambistas y tiendas de post¨ªn. Son como una especie de guardas jurados. Tambi¨¦n hay militares, tropas de la Sexta Brigada del Ej¨¦rcito regular liban¨¦s. Hace unos d¨ªas, uno de ellos, bromeando con un compa?ero al pie de una tanqueta Renault, frente al Ministerio de Turismo e Informaci¨®n, le pon¨ªa el kalashnikov encima de los genitales.
Pero los que dan a la ciudad su aire revolucionario son los milicianos. En Beirut oeste son fuertes ahora los del PSP y Amal. En los suburbios de la capital crece espectacularmente la influencia de Hezbollah, los integristas proiran¨ªes.
Los milicianos van a pie o en camionetas, con muchas banderas y muchos retratos de sus l¨ªderes y m¨¢rtires. No se dan cuenta, pero muchas veces apuntan a la gente con sus armas, que no son pocas. A veces se les escapan tiros, y cae alguno de ellos o un transe¨²nte. Abundan los barbudos y muchos lucen cintas de colores en torno a la frente. Sus trajes paramilitares son de lo m¨¢s dispar. Se venden en las tiendas de Beirut, y los hay desde modelo anarquista espa?ol de la guerra civil hasta el ¨²ltimo dise?o de los marines yanquies.
De cuando en cuando, pese a la tregua, participan en refriegas. La otra noche, al lado del hotel Commodore, base de la Prensa internacional, -el Commodore, dicho sea de paso, ya no es lo mismo desde que se fueron los norteamericanos, pero sigue all¨ª un loro que imita el silbido de las bombas israel¨ªes al caer-, hab¨ªa una veintena de milicianos que disparaban sus metralletas y esgrim¨ªan supe rexcitados sus lanzacohetes. El re sultado del incidente fueron cristales de viviendas rotos, coches agujereados y cuatro o cinco detenidos, j¨®venes bien vestidos y afeitados, de aspecto exterior pac¨ªfico. Los milicianos, defensores de la ley y el orden, les acusaron de delincuentes comunes ante los vecinos que se asomaron a preguntar por el suceso.
Multas de tr¨¢fico
En Beirut Oeste, en todo L¨ªbano, nada desaparece por complet¨®. Por ejemplo, quedan polic¨ªas. Los m¨¢s activos son los que se dedican a poner multas por mal aparcamiento en el centro de la ciudad. Unas sanciones de improbable cobro en un pa¨ªs donde el Estado es una ficci¨®n, pero que justifican el sueldo de esos canosos y, barrigudos gendarmes, que han desarrollado hasta la perfecci¨®n el arte de evaporarse cuando las cosas se ponen feas.
No estaban la tarde en que unos incontrolados quisieron ocupar un apartamento del inmueble Jean Sad. Se colaron por el procedimiento de esgrimir su armamento y dar patadas a las puertas. Decian buscar un dep¨®sito de armas y no parec¨ªan dispuestos a moverse de all¨ª. El portero les dijo que la inquilina era una viuda libanesa, lo que pareci¨® no conmoverles. Al final dej¨® caer unas lejanas relaciones de la viuda con Walid Jumblat y entonces los ocupantes pusieron pies en polvorosa.
Un vecino relata a otro el incidente en el portal de la casa.
-?Y d¨®nde estaba madame?
-Hab¨ªa salido un momento a comprar.
-Qu¨¦ barbaridad. Ya no podemos dejar la casa sola ni un cuarto de hora.
En Beirut oeste los pisos son ocupados por refugiados shi¨ªes que huyen de los implacables bombardeos isrel¨ªes en el Sur, o por milicianos en busca de una sede o una posici¨®n de tiro.
Los beirut¨ªes se han acostumbrado al incesante sonido de las armas, como los valencianos al de la p¨®lvora fallera. No prestan atenci¨®n al hecho de que mientras la gente se mata, ratas y gatos comen juntos en los m¨²ltiples estercoleros de la ciudad.
Una ma?ana la ciudad se despert¨® con el ruido de lo que parec¨ªan miles de m¨¢quinas perforadoras levantando todo el pavimento o lo que queda de ¨¦l. Era el sonido de los m¨²ltiples generadores de corriente el¨¦ctrica de que disponen la mayor¨ªa de negocios y muchas viviendas particulares. Hab¨ªa aver¨ªa en la red general, a causa de un bombazo. Y all¨ª estaba Beirut oeste, como si tal cosa, con sus habitantes haciendo negocios, bebiendo caf¨¦ turco, comiendo pistachos, d¨¢ndole vueltas al rosario musulm¨¢n, procurando ser felices. Hay que aprovechar esta tregua que no puede durar mucho.
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